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El Colegio de México agente activo de modernización para el país y de integración cultural para Iberoamérica

  • En 1938 fue fundado como institución pública de investigación y educación superior en ciencias sociales y humanidades
  • Su importancia, extraordinaria para la comunidad hispanoamericana en un momento decisivo de su historia al acoger a diversos intelectuales españoles
  • Representa una parte fundamental de la revolución cultural mexicana del siglo XX: Luis González
Sus datos formales, serían los siguientes: nació el 8 de octubre de 1940 en la ciudad de México; sus padrinos fueron el Gobierno Federal, el Banco de México, la Universidad Nacional Autónoma de México y el Fondo de Cultura Económica. Su nombre: El Colegio de México. Ocupación: organizar y realizar investigaciones en algunos campos de las ciencias sociales y humanidades; impartir educación superior para formar profesionistas, investigadores y profesores universitarios; editar libros y revistas sobre materias relacionadas con sus actividades y colaborar con otras instituciones nacionales y extranjeras para la realización de objetivos comunes. Estado: institución pública, de carácter universitario.

La formalidad, sin embargo, no explica la saga de una institución central en el México del siglo XX que, por mucho, rebasa su ámbito natural. Contar su historia es contar la de un capítulo indispensable de la cultura y la política mexicana; su origen, a su vez, se vuelve mítico por las propias circunstancias que la cobijan y los actores que se mueven en ella. Pero ese origen no sería visto en esa dimensión sin los resultados que El Colegio ha obtenido a lo largo de sus sesenta años de fructífera labor no sólo de reflexión intelectual, también de formadora de generaciones que han marcado, de una u otra manera, al México contemporáneo. Su prestigio nace del reflejo de lo que uno de sus más destacados miembros, el historiador Luis González, ha definido como el "universo de gente de pensamiento realmente libre".

Un albergue para la república española

El año 1938 es, por mucho, crucial para muchas partes del mundo. En España se libra una guerra civil que ha dividido al país en bandos irreconciliables. En México, la presidencia del general Lázaro Cárdenas profundiza el proyecto nacionalista de la revolución mexicana: reparto agrario, nacionalización de los recursos naturales, creación de instituciones educativas y culturales. En ese marco, la gestión de dos destacados intelectuales, Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, ante el presidente Cárdenas para buscar albergar "a un puñado de españoles de primera fila", bajo el argumento de por qué el gobierno mexicano no puede gastar una buena suma de dinero para ofrecer un lugar para continuar con la labor científica, literaria y artística de mucha gente que se ve imposibilitada de hacer lo que sabe en sus lugares de origen, escribió el entonces Encargado de Negocios de México en Portugal, Daniel Cosío Villegas, al general Francisco J. Múgica, director del Banco de México y colaborador muy cercano del presidente.

Las gestiones de Cosío Villegas en España y de Múgica en México, dieron los resultados esperados cuando el presidente Cárdenas firmó el Acuerdo donde se crea la Casa de España el 20 de agosto de 1938, con el fin de "proseguir los trabajos docentes y de investigación interrumpidos por la guerra". La Casa de España en México fue un símbolo de hospitalidad y generosidad del gobierno mexicano hacia los perseguidos por la "barbarie y la intolerancia" que muchos españoles empezaban a sentir en carne propia, y que más tarde se extendería a todo el pueblo español que salió al exilio.

Los primeros huéspedes de dicha Casa también son ilustres: Luis Recaséns, especialista en filosofía del derecho, José Moreno Villa, crítico e historiador del arte y León Felipe, poeta. Al poco tiempo se les unirían otros no menos ilustres: José Gaos, filósofo, Enrique Diez-Canedo, editor y Joaquín Xirau, por citar a algunos de ellos.

La aportación de todos ellos a la cultura mexicana del siglo XX resulta invaluable, pues de una o otra manera vinieron a actualizar y revitalizar muchas disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales en México. Su aportación es en un campo fértil que ofreció las condiciones para que ese talento siguiera floreciendo al aclimatarse con las aportaciones mexicanas. Un par de años después la Casa de España se transforma en El Colegio de México, dedicado a la investigación y docencia universitaria, partiendo de una premisa muy sencilla pero que ha significado, a lo largo de los años en su razón de ser, educar a través del conocimiento.

Innovador sistema académico en México

La estructura de la institución, vista en perspectiva, resultó novedosa para el contexto mexicano, pues sus académicos eran profesionales de tiempo completo dedicados a la investigación y la docencia, principalmente del posgrado: maestría y doctorado. Concebido como un verdadero claustro donde los maestros estaban en contacto cotidiano con sus alumnos, la dinámica de enseñanza era poco escolarizada, el reducido número de alumnos permitía que el sistema fuera tutorial basado en el conocimiento que proporcionaba la lectura y la discusión de las ideas. Otro rasgo sobresaliente del modelo fue su estricta selección de candidatos, pues su enseñanza se encaminaba a la formación de especialistas en las diversas disciplinas sociales y humanas que cultivaba su claustro académico.

Silvio Zavala, presidente de El Colegio entre 1963 y 1966, ha destacado que la labor fundamental de la institución ha estado en su propio trabajo intelectual y pone como ejemplo sus publicaciones, libros y revistas, así como a las grandes personalidades que ha tenido en su claustro académico. A los emigrados españoles habrá que añadir una lista similar de mexicanos de la talla de sus fundadores como Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, ambos universos se conjugaron para construir una de las instituciones académicas más importantes del mundo de habla hispana. Esta importancia, reconocida sesenta años después en la propia España, al obtener el Premio Príncipe de Asturias 2000, como justo premio por su labor entre los españoles que se exiliaron, logrando hacer de su presencia en México algo que fue muy fructífero para toda Iberoamérica, pues junto con sus colegas mexicanos lograron sobrevivir a la coyuntura de la guerra civil española consolidando una entidad cultural y académica de primer orden. María del Carmen Iglesias, miembro del jurado que otorgó el premio, añadió que éste no es más que "hacer justicia a una institución con la que tenemos una deuda de gratitud como españoles y como universitarios".



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