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La dicotomía liberal-conservador se explicaba en esas mismas figuras. La Real y Pontificia era acorde a una sociedad dependiente, colonial, atada a su pasado y viviendo de él, mientras que el liberalismo, a través de la educación laica (racional y científica), era el cambio representado en la construcción de un nuevo orden, es decir, la educación debería preparar el futuro. La polémica no fue tanto por las estructuras académicas, fue por el simbolismo que representaba. Los vaivenes de la política mexicana hacían un ambiente de inestabilidad en el cual no podía fructificar ningún proyecto, de tal manera que hasta el término de la lucha entre los liberales y conservadores, la cuestión siguió debatiéndose. El frustrado Imperio de Maximiliano vendría a poner fin al debate. Paradójicamente, la visión del Emperador era tan liberal como la de sus rivales políticos, encabezados por el presidente Juárez. Las prácticas del propio Emperador condenaron cualquier intento por revivir a la Real y Pontificia, ya que ésta tampoco respondía al proyecto del Imperio. Resulta interesante destacar que el 30 de noviembre de 1865 Maximiliano también decretó la desaparición de esta institución, al mismo tiempo que proyectaba -como en la reforma de 1833- la creación de una serie de escuelas profesionales encargadas de impartir la educación superior. El trágico fin del Emperador y su empresa modificarían el panorama político del país por lo que resta del siglo y un poco más. El liberalismo mexicano se encontró, al final de la contienda libre de cualquier adversario político. Tuvo, así, la oportunidad de llevar a cabo su proyecto sin ningún contrapeso ideológico. Falta decir que en este contexto, con la república restaurada, la supresión definitiva de la Real y Pontificia fue más que un hecho, fue la constatación del rumbo que seguiría el país en su camino hacia la búsqueda de su propia identidad. Para nuestros liberales, la ciencia era algo más que un conjunto metodológico y de herramientas conceptuales, era el destino de la nación y la educación el inicio de la dinámica del progreso. Este capítulo de la historia de la educación en México bien podría titularse la ciencia como destino por las grandes esperanzas puestas en ella. En 1867 se cierra el ciclo planteado cincuenta años antes con la reforma de 1833, pero va más allá al estructurar el sistema educativo en niveles creando a la Escuela Nacional Preparatoria como el vínculo entre el nivel básico y el superior. Éste, por su parte, estaría integrado por una serie de escuelas profesionales. Para el creador de este sistema, Gabino Barreda, la importancia de la educación en el desarrollo nacional era de tal magnitud que "el orden intelectual que esta educación tiende a establecer, es la llave del orden social y moral que tanto hemos de menester". En 1881 Justo Sierra hará el primer intento por crear una universidad nacional al proponérselo a las instancias correspondientes en ese momento, pero la clase política mexicana todavía identificaba el concepto de universidad con la reacción conservadora y de un pasado que se quería desechar. Nacionalizar la ciencia, mexicanizar el saber El año 1910 había sido planeado como un año de celebración y de consolidación para el proyecto liberal decimonónico, sin embargo, encerraba -fuerza de los símbolos- también el inicio de la ruptura, de una nueva búsqueda. Como en 1810, el país se encontraba en el camino para debatir su futuro. Las fiestas del centenario, quien lo dijera, serían la despedida del liberalismo que le dio fisonomía a la nación. Como parte de ellas, se encontraba la apertura de la Universidad Nacional, la idea de Sierra en 1881. Ahora convertido en ministro del régimen porfirista, sería su principal impulsor y su verdadero padre fundador. El discurso inaugural de don Justo es, por mucho, un verdadero acto fundacional, decisivo por la profundidad y por el legado que le dejaría no sólo a la institución sino a nuestra idea de lo que debe ser una Universidad. El mencionado discurso es un documento importantísimo para entender la dinámica de la Universidad en México en el siglo XX, tanto como concepto y como institución. No es extraño, pues, que muchas de las ideas de Sierra sean herederas del ideal liberal de identificar educación con formación y, al mismo tiempo, con la construcción del ser nacional. Nuestro ideal de Universidad está ligado y articulado al de la nación porque ambos son una posibilidad en constante transformación, que hay que hacer nuestro. Una frase sintetiza esta idea, que bien pudo ser el lema de la institución: "La verdad se va definiendo, buscadla". Como todos los liberales del siglo XIX, Sierra pensaba que el problema de México era educativo, pues la conformación de la nación estaba en la formación de una entidad nacional que nos definiera. En ese sentido, la misión de la Universidad no puede ser únicamente la de mera productora de ciencia, formadora de "cerebrales", una casta (élite) separada de la sociedad, ajena a las "pulsaciones" de la realidad social donde "toma su savia". Su papel va más allá, es una formadora pero, al mismo tiempo, es una concientizadora. Por eso, la Universidad no debe estar destinada a "no separar los ojos del telescopio o del microscopio, aunque en torno a ella una nación se desorganice; no la sorprenderá la toma de Constantinopla discutiendo sobre la naturaleza de la luz del Tabor"5. No exageraríamos en afirmar que la misión de la Universidad de México es nacional por esta tarea: la de formar y unificar; a los ojos liberales, la heterogeneidad de culturas, lenguas, etcétera; debe dar paso a una unificación de un espíritu que los sintetice. La educación es la unificación de la patria escindida. El estudio del entorno se convierte en tarea principal y en su búsqueda. Esta idea toca a la Universidad concretarla, sistematizarla y difundirla en acción, es decir, haciendo cultura, como lo define Sierra: principios superiores que establecen equilibrio y solidaridad. Esta búsqueda es la que justifica socialmente a la Universidad y le da su plataforma nacional. La comunidad universitaria es una verdadera fuerza, en la solidaridad y por su misión, donde "...se propusiera adquirir los medios de nacionalizar la ciencia, de mexicanizar el saber"6. El saber sin su sentido humanista, y por tanto ético, es estéril, "cerebral", porque no tiene alma. La Universidad me dirés, la Universidad no puede ser una educadora en el
sentido integral de la palabra; la Universidad es una simple productora de ciencia, es una intelectualizadora; sólo sirve para
formar cerebrales. NOTAS
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