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Con su inauguración, la Universidad Nacional de México quedó formalmente establecida, pero el tiempo político por el que transitaría el país en la siguiente década pondría en espera la realización del ideal sierrista. El proceso insurreccional de 1910, conocido como la Revolución, sería un acontecimiento histórico que terminaría por definir, incluso en el aspecto espiritual del que hablaba Sierra, al México del siglo XX. Así que la Universidad Nacional tendría que esperar una década para, también, definirse a sí misma.

Sierra y Vasconcelos: aspiración y espíritu

En 1920, cuando el proceso insurreccional empezaba a institucionalizarse, el nombramiento de José Vasconcelos como rector de la institución marcaría otro hito definitorio para la Universidad. En mucho, Vasconcelos, junto con Sierra, representan las vertientes más acabadas de nuestro concepto de educación. Ambos son formadores de la universidad mexicana, por sus aspiraciones y el espíritu con la que marcarían a la educación superior. En ambos vemos una misión más trascendental que la de formar a una élite para la administración del Estado.

La Secretaría de Instrucción Pública del porfirismo fue sustituida por un Departamento Universitario al que correspondía coordinar la educación en los distritos y territorios federales. Sin embargo, en la práctica, el nuevo departamento tuvo muchas más atribuciones en todo el abánico educativo, regulando y promoviendo toda la educación en la República. Al ser nombrado director del Departamento Universitario, José Vasconcelos se convirtió, al mismo tiempo, en rector de la Universidad Nacional. Hasta la creación de la Secretaría de Educación Pública, ambas dependencias fueron encabezadas por el mismo funcionario. En quince meses, Vasconcelos le daría una nueva dimensión a la Universidad, aunque sin romper significativamente con su antecedente sierrista, es decir, el liberalismo.

Con el proceso revolucionario en consolidación, Vasconcelos imprimió a la educación su particular interpretación de este acontecimiento. Para él, la Revolución es movimiento, es acción, es fecundidad pero en el ámbito espiritual, que no puede ser otro que lo nacional. La Revolución es, también, una posibilidad para la acción, pues "despertó exigencias nobles, informes. Ensancharlas era deber de la Universidad"7. Esta acción sólo puede ser nacional, generosa, sobre "todo el territorio de la patria"; el impulso de esta exigencia, raza convertida en espíritu, fue marcada por la propia Revolución quien buscaba su doctrina, su cabeza pensante. La universidad de Vasconcelos era eso, la doctrina que convertiría la acción social en espiritualidad, en "un sistema de creación y franqueza". No en vano el propio Vasconcelos se vio como un "delegado de la Revolución" más que como rector, fue un militante de una causa, casi un cruzado moderno.

A la par de esta definición, la administración vasconcelista empezó a estructurar un modelo de universidad, centralizado en la figura del rector, estableciendo mecanismos para institucionalizar la vida académica como el concurso de oposición para el personal académico, aunque éste tardaría varias décadas en convertirse en el mecanismo de ingreso y permanencia como es conocido actualmente. Otra reforma importante fue la incorporación de la Escuela Nacional Preparatoria a la estructura universitaria por considerarse indispensable como nivel preuniversitario.

La figura de Vasconcelos sigiuó siendo importante en el entorno universitario, aun cuando dejó de ser rector. Su legado no es menos importante al de Justo Sierra, la cruzada vasconcelista de los años veinte tuvo en la Universidad Nacional un referente importante, de tal magnitud que la relación entre la institución y el sistema político posrevolucionario empezó a tornarse cada vez más conflictiva. La difícil construcción institucional de la Universidad, iniciada por Vasconcelos, se tornó más conflictiva al ahondarse el distanciamiento con el sistema político.

No volveré en persona, pero la idea que está en el lema siempre hallará un claro donde entrar. Una y otra vez volverá a introducirse en las aulas, por el reflejo de las ventanas, cada vez que la Universidad vuelva a estar en primavera.
José Vasconcelos

La Universidad Nacional ya no era vista como el crisol del sistema educativo mexicano, pues se le colocaba lejos del proyecto político de la Revolución. En el periodo conocido como el “Maximato”, se quería de la institución un compromiso claro hacia lo que se consideraban los problemas nacionales: se quería de ella una vertiente de extensión social más allá de los postulados de Sierra y Vasconcelos8. Ahora el debate estaría en la utilidad de una institución para un fin específico, derivado de un proyecto político. A esta circunstancia, la institución respondería con la formación de un verdadero espíritu, derivado del propio proceso de institucionalización. En el rectorado de Alfonso Pruneda (1924-1928), la Universidad transitará por un proceso de centralización administrativa y académica, las escuelas y facultades dejaron de ser un grupo disperso para convertirse en un conjunto, articulado y con un espíritu institucional. Este mismo proceso se reflejaría en los estudiantes, volcados a la solución de la problemática social. Se convertirían en un actor importante en la vida universitaria, trascendiendo por su actividad política. La extensión les dio una vía de encause a estas inquietudes y articuló muchas de las actividades de sus organizaciones... (Continuará)

Martín López Avalos
Académico, adscrito a la Dirección de
Servicios Editoriales de la ANUIES

NOTAS

7 Véase, José Vasconcelos, "Motivos del escudo de la Universidad Nacional", en Justina Sarabia (editora), José Vasconcelos, pp. 107-111.
8 Cabe señalar que en 1929 al otorgarse la autonomía a la universidad, se le agregó como una función sustantiva, a la par de la docencia y la investigación, la de difusión, entendida en ese sentido utilitario.

 

 

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