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La Universidad de Sonora entregó el doctorado Honoris Causa a Pablo Latapí Sarre

   Como un justo reconocimiento a su obra creativa y a su trabajo como pionero de la investigación educativa, y su comprometida actividad en la planeación educativa, la Universidad de Sonora confirió a Pablo Latapí Sarre el doctorado Honoris Causa.

Durante la ceremonia, Pedro Ortega Romero, rector de la UNISON, dijo que esta distinción es un acto de justicia, pues la obra precursora de Latapí y su permanente inquietud por la educación, ha encendido conciencias, contribuyendo a formar a un importante número de investigadores; su profundo humanismo, su libertad de juicio y su certero sentido crítico no le han permitido claudicar en sus principios y en su afán por lograr una educación que verdaderamente responda a las expectativas de las nuevas generaciones y a contribuir en la construcción de un país más justo, participativo y democrático.

Por su parte, Pablo Latapí apuntó que esta distinción es el signo de una comunidad de valores, que fortalece los lazos de colaboración que mantiene con la UNISON y representa un venturoso reencuentro en el camino de la construcción del universo del saber representado en las universidades del país.

Recordó que a 34 años de haber iniciado su contacto con la Universidad descubre que a través de la decisión, el trabajo continuo, el crecimiento y la consolidación académica son hoy una realidad, además de haber alcanzado un destacado lugar en el panorama nacional de la educación superior pública.

Durante este reconocimiento, Pablo Latapí realizó una serie de reflexiones sobre la calidad de la educación superior y subrayó que el carácter, la inteligencia, los sentimientos y la libertad, son rasgos que deben tomarse en cuenta para lograr una buena educación.

La buena educación, dijo, se ajusta al término de calidad que aparece en el diccionario de la Lengua Española; es decir a la propiedad o conjunto de propiedades inherentes a una cosa que permiten apreciarla como igual, mejor o peor que las restantes de su especie.

Precisó que aquello que se valora en una buena educación es el carácter, pues aunque la palabra pueda resultar obsoleta y evoque resabios del voluntarismo pedagógico de hace un siglo o dos, o del ideal estoico de hace veinticuatro, su significado esencial permanece.

“Para mí, afirmó, el resultado principal, el más apreciable de los esfuerzos educativos de una persona, es el carácter. Carácter entendido como la congruencia entre pensar y obrar, convicciones claras y firmes y un sentido de fidelidad que engloba y afecta todo esto que llamamos nuestra vida.

Señaló estar convencido de que una buena educación debiera crear la convicción de que la vida es para algo -oportunidad más que destino, tarea más que azar- y para lograrlo se propone que cada alumno constituya en su interior un estado de alma profundo; se convierta en sujeto consciente, capaz de orientarse al correr de los años en la búsqueda del sentido de las cosas y del sentido de la vida. Sólo de esta manera, enfatizó, los alumnos estarán en la posibilidad de transformar la información en conocimiento y el conocimiento en sabiduría y habrán aprendido a vivir.

Por lo que se refiere a la inteligencia, Latapí Sarre aseguró que este rasgo pertenece, sin duda alguna, al concepto de un hombre educado, que ha desarrollado su inteligencia a los niveles que demanda la sociedad de su tiempo. Esta inteligencia se desarrolla -continuó- a través de y conjuntamente con el lenguaje: “pensamos porque hablamos y, en cierta forma, como hablamos; logos es a la vez pensamiento y palabra”.

Advirtió que la inteligencia debe ser educada y bajo un resumen esquemático en primera instancia deberá de adquirir conocimientos generales para ubicarse en el mundo, es decir, adquirir aquello que algunos llaman cultura general.

Al ocuparse del sentimiento comentó que no sabría trazar la línea divisoria entre éste y la inteligencia, pues los sentimientos invaden los territorios de la inteligencia y una buena educación debiera incluir la conciencia en este hecho.

La educación de los sentimientos va más allá, pues a ella le corresponde un vasto dominio casi ignorado por nuestro racionalismo pedagógico: el cultivo de la imaginación y la creatividad, el desarrollo de la intuición, la modulación de la sensibilidad y muy particularmente la educación para la compasión, destacó el galardonado. Además agregó categórico que una educación que ignora la compasión es terrible pues producirá gente insensible al dolor y por lo mismo prepotente.

Por lo que respecta a la libertad, expresó que los seres humanos no se agotan en lo que se ha categorizado como sus “facultades”: inteligencia y mejora, imaginación, sentimiento, voluntad o carácter. Por ello, señaló, educar para la libertad posible y para la libertad responsable es la finalidad ineludible de una buena educación. Gracias a ello nos instalamos en el mundo ético, donde nos construimos a nosotros mismos y construimos con los otros a la sociedad.

Por último dijo que a pesar de lo mucho que se habla sobre los valores éticos, de las etapas del juicio moral en la trayectoria del educando, existe una laguna pedagógica: poco se atiende a la educación de las motivaciones, poco se considera el vínculo entre los valores como conceptos y juicios con el deseo, con esa fuerza oculta que pone en movimiento nuestra vida psíquica.

 

 

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