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Enhebrar moral y ciencia, asunto que animó a los fundadores
de la ANUIES: Horacio Labastida Muñoz
Creo que este día es de enorme alegría
para los universitarios de México. Celebrar el cincuentenario de nuestra Asociación Nacional de Universidades
e Instituciones de Educación Superior es celebrar una admirable y noble victoria, gran victoria, de la educación
en el país, porque precisamente las universidades y los institutos superiores son el claustro donde se cultiva
en la connotación más profunda de la palabra, el talento de la patria; es decir, la germinación
y percepción de los valores más dignos que hemos forjado a través de los no pocos decenios
que se iniciaron con el grito de Dolores, en 1810.
Hace cincuenta años, un grupo de rectores y directores
tuvimos la fortuna de participar en la fundación de la ANUIES, respondiendo a las circunstancias que entonces
se planteaba la educación superior. El eminente maestro Luis Garrido era el rector de la Universidad Nacional
Autónoma de México, y el gobierno estaba presidido por Miguel Alemán Valdés.
Nosotros, en esa época rectores de las diversas
universidades de la República, celebrábamos una reunión, pienso que en Oaxaca o en Morelia,
donde se analizaban asuntos trascendentales relacionados con la enseñanza preparatoria, profesional y los
grandes temas de las íntimas vinculaciones de la filosofía y la ciencia. Fue entonces cuando se difundió
una noticia que por ventura desvaneceríase muy pronto; se dijo que el Gobierno Federal probablemente se
vería obligado a suspender o reducir al mínimo los subsidios que se distribuían entre las
instituciones provinciales. No es indispensable subrayar ante ustedes el asombro, el desconcierto y la perplejidad
que nos produjo tan inesperada información; y de inmediato se tomó el acuerdo de entrevistar al presidente
Alemán y mostrarle los gravísimos daños que podría ocasionar la práctica de
una medida tan abrupta y destructiva. Las cosas no pasaron a más: una vez que el Primer Mandatario escuchó
las voces universitarias, la respuesta fue reconfortante y esperanzadora. El Presidente nos aseguró que
de ninguna manera el Gobierno Federal abandonaría a las universidades estatales, independientemente de las
obligaciones que los gobiernos locales tuviesen con las universidades en lo que se refiere al financiamiento.
El sostenimiento económico de las IES, asunto central
Decidí relatar a ustedes el incidente de aquellos
días porque sigo pensando que uno de los asuntos centrales de la universidad mexicana es el relacionado
con sus apuntalamientos económicos, y una de las luchas que nuestra Asociación ha dado a través
de los años es la del fortalecimiento, acrecentamiento, ampliación y activación en todos sus
aspectos del sostenimiento material de las universidades y los institutos públicos. No sólo deben
costearse con holgura las necesidades presentes, pues es indispensable que los recursos disponibles permitan también
el desarrollo mediato y cabal de las instituciones. Cabe advertir que esta tesis del apoyo de la hacienda pública
a las universidades ha sido asunto ardiente en los grandes momentos de nuestra historia. La generación ilustrada
de 1833, así lo planteó a través del eminente José María Luis Mora; y esta posición
se reflejó cuando en la revolución de la Reforma, Juárez y Gabino Barreda replantearon las
perspectivas y alcances de la educación superior. Y lo mismo ocurrió en el instante en que Justo
Sierra, en los días de las Fiestas del Centenario, pronunció el célebre discurso de la instalación
tanto de la Universidad de México como de la Escuela Superior de Altos Estudios. Hay una obvia vinculación
entre los avances de la educación superior mexicana y los compromisos del Estado en relación, lo
repito, con el financiamiento que se le otorga.
La inteligencia no puede existir sin libertad
Quiero hablar ahora de otras reflexiones que estuvieron
presentes en la fundación de la ANUIES. Un tema central fue el de la autonomía universitaria, cuyos
contenidos han preocupado desde el instante en que el gobierno de Valetín Gómez Farías pensó
en sustituir a la añosa Real y Pontificia Universidad de México por una Escuela cercana a los conocimientos
científicos, pero muy especialmente con una enseñanza donde prevaleciera la libertad y no la postulación
de la verdad absoluta. La inteligencia no puede existir sin la libertad, y por esto la autonomía ha significado
en toda la historia de México una cátedra ajena al dogmatismo. Creo que entre los fundadores de la
Asociación no había incertidumbre al respecto. Si la universidad es un centro de docencia e investigación,
entonces la universidad tendrá que ser libre académicamente, o sea opuesta a ingerencias que busquen
o procuren eliminar o estrechar la actitud crítica respecto del saber. La autonomía para nosotros
es clara y sencillamente una garantía antidogmática, antitotalitaria y contraria a infiltraciones
marginales a la meditación científica o filosófica. En este sentido maestros y alumnos se
reúnen para buscar la verdad sin compromiso alguno con instancias extrañas al puro y limpio encuentro
con el conocimiento exacto. Obvio es que las rebeliones de 1929 y las leyes que a partir de 1945 recogen el principio
de autonomía universitaria, replican las ideas sustantivas de libertad en la cátedra, en la investigación
y en la difusión de la cultura.
Pero no sólo la averiguación de la verdad
es el quehacer universitario. Para nosotros la verdad debe hermanarse con la moral: verdad y bien son valores entrañablemente
unidos en la vida humana. Entendemos que la verdad es el camino que nos lleva a la realización del bien
común, y que si la ciencia se usa para el mal común, se quebranta el paradigma que modela la idea
de la universidad en México y en el resto del mundo. La ciencia es un instrumento de dominio de la naturaleza,
a fin de ponerla al servicio del hombre; y el bien es un deber axiológico que marca la ruta del perfeccionamiento
humano; y de ahí que la verdad y el bien sean factores que encauzan de manera positiva la marcha de la sociedad.
En consecuencia, pensábamos los fundadores de la Asociación, enhebrar moral y ciencia es deber universitario
en la medida en que tal enhebramiento se convierte en fuente de la sabiduría humana; es decir, en el método
que hace posible que los hombres seamos cada vez más humanos y menos animales, más comprometidos
con el espíritu y menos identificados con los egoísmos ambiciosos que quebrantan la civilización.
En la fantasía que Goethe nos relata de una conversación
entre Dios y Mefistófeles, describe que este demonio menor reprocha a Dios haber otorgado la razón
al hombre, pues con ésta en sus manos ha logrado ser la bestia más temible entre las bestias de la
Tierra. Y esta tesis satánica es la que los universitarios debemos combatir con decisión y valentía.
Si la poderosa razón se identifica con el bien, nunca será fuente de ruina y sí, por el contrario,
aliento permanente de una creación sin fin.
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