RESEÑAS

APOSTEL LEO, GUY BERGER, ASA BRIGGS Y GUY MICHAUD, Interdisciplinariedad. Problemas de la Enseñanza y de la Investigación en las Universidades. México: Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Enseñanza Superior (Trad. de Francisco J. González), 1975, 423 pp.

  Esta es una obra que indudablemente resultará provechosa para quienes están interesados en los problemas de la educación superior, particularmente en la capacidad de sus instituciones para responder a las múltiples y encontradas demandas que les plantean la sociedad global que las penetra y rodea y los mismos elementos que las componen.

El libro es la compilación y resumen de una serie de trabajos sobre el tema de la interdisciplinariedad emprendidos por la Secretaría del CERI (Centro para la Investigación e Información de la Enseñanza) que culminaron en un seminario celebrado en la Universidad de Niza el mes de septiembre de 1970. Se divide en tres partes: la primera presenta los resultados de una encuesta sobre las actividades en docencia e investigación que abarcó un regular número de universidades europeas y norteamericanas; la segunda recoge los documentos preparados por destacados especialistas como Piaget, Jantsch y Apostel para su discusión en el seminario de Niza; la última, a nuestro parecer la de mayor unidad y más útil, por plantear en un terreno más concreto los problemas de la interdisciplinariedad, relaciona la estructura de diferentes modelos de universidad con la magnitud de las dificultades para implantar programas interdisciplinarios y ofrece ejemplos de ensayos en esta dirección.

Probablemente el principal mérito de este trabajo radica en el planteamiento riguroso de la complejidad de la interdisciplinariedad. Con ello logra advertirnos tanto contra infundados optimismos acerca de una rápida transformación de pautas educativas y de investigación en nuestras universidades, como contra el pesimismo que resulta de no contemplar los problemas que las aquejan dentro de una óptica más universal. El concepto mismo de la interdisciplinariedad resulta aquí un excelente ejemplo. Guy Michaud propone de entrada una clasificación de formas de relacionamiento entre disciplinas que permita hablar un lenguaje común y superar los frecuentes equívocos a que da lugar la expresión aun entre los mismos especialistas. Es importante, sobre todo, que aclare la distinción entre pluridisciplinariedad e interdisciplinariedad, conceptos a los que define respectivamente como yuxtaposición de disciplinas que se suponen más o menos relacionadas y como interacción entre dos o más disciplinas que pueden llegar a alcanzar diferentes grados de integración conceptual y metodológica.

Al aplicar esta terminología a la encuesta de universidades resulta algo que no era difícil de prever: que mientras la pluridisciplina es bastante general y pocos estudiantes dejan de pasar por ella, el establecimiento de la interdisciplina tropieza con grandes dificultades tanto en la docencia como en la investigación. Además, que mucho de lo que se presenta como interdisciplina es en la realidad pluridisciplina.

Los redactores exploran los factores que dan origen a la búsqueda de la interdisciplinariedad y los objetivos que se persiguen con ella. Aunque descubren que son de lo más variado e incluso contradictorio, creemos que pueden distinguirse cuatro situaciones principales. Una, común sobre todo en las ciencias más desarrolladas como las naturales, en las que el mismo avance de la ciencia abre el camino hacia áreas de investigación en las que confluyen diversas disciplinas que se integran en una nueva. Aquí ha sido en realidad el proceso mismo de especialización el que ha conducido a la interdisciplina, la que más acertadamente, como nos dicen los redactores, podría considerarse como una fase en el nacimiento de una nueva disciplina. Otra situación la origina la preocupación por los problemas de la sociedad moderna, tales como el crecimiento demográfico, la urbanización, la destrucción del ambiente, que evidentemente exceden en su complejidad y en el entrelazaniento de factores pertenecientes a tan diferentes dimensiones de lo social y lo científico, al objeto de cualquier disciplina particular. Es en torno a este tipo de temática como se facilita la comunicación entre disciplinas, y sobre todo, se establece el área de trabajo común e integración entre las ciencias sociales y las naturales.

La tercera situación resulta de la necesidad de formación profesional. De siempre se sabe que la especialización en la ciencia y en el ejercicio de una profesión no son lo mismo. Mientras de la primera se pide la profundización unidisciplinaria, de la segunda se espera conocimiento y pericia en una zona definida de problemas. Este requerimiento formativo obviamente influyó en la pluridisciplinariedad de la enseñanza en las instituciones de educación superior, pero no tenía por qué fomentar la interdisciplina. Sin embargo, con las profundas transformaciones de la estructura ocupacional de los paises desarrollados, que han multiplicado los diferentes trabajos profesionales, y con el dinamismo de la ciencia y la tecnología actuales, se ha planteado la conveniencia de una educación dirigida a proporcionar los instrumentos para adaptarse a una ocupación mudable. Es aquí donde aparecen las preocupaciones por el "enseñar a aprender" y por la educación permanente que hacen aconsejable el énfasis universitario en la metodología y en las líneas de convergencia y diferenciación entre las ciencias.

La cuarta situación la configura la crítica de la universidad por parte de los estudiantes, que califican su enseñanza de fraccionada e irrelevante. Con frecuencia la respuesta a la inquietud estudiantil no ha sido precisamente la interdisciplina sino cambios mucho menos profundos como curricula más pluridisciplinarios, especialmente mayor dosis de cursos en ciencias sociales o dedicados a la discusión crítica de la ciencia y su papel en la sociedad.

En la tercera parte del libro, los autores Asa Briggs y Guy Michaud se plantean el problema de la adaptación a las demandas de una sociedad en rápido proceso de cambio de una universidad que adquirió sus rasgos decisivos en el siglo xix, sobre todo con la consolidación de la especialización y la profesionalización. Consideran que las presiones sobre la universidad proceden de los cambios ocurridos en cuatro dimensiones críticas: espacial, temporal, demográfica y del conocimiento. Ello significa que el rezago de la universidad se debe a que se conserva como institución nacional cuando los principales problemas se dan a escala mundial; muestra poca flexibilidad y escasa capacidad para planificar el futuro a pesar de estar en una sociedad mudable; mantiene un concepto elitista de la formación científica y de la cultura cuando el acceso a la educación superior se amplía notablemente y el estudiantado se vuelve heterogéneo, y persevera en una organización obsoleta, aunque le impide adaptar sus contenidos y métodos de enseñanza al ritmo de avance del conocimiento.

Para los redactores la interdisciplinariedad es un elemento básico en la superación de estas contradicciones, aunque prudentemente insisten en la fuerza de los obstáculos que habrán de vencerse. Más sugerente es su sospecha, apenas explicitada, de que acaso sea la misma ambigüedad del término interdisciplinariedad la que ha permitido que se depositen en ella esperanzas tal vez excesivas. Así tenemos que el profesorado habla de la necesidad de romper las barreras entre las disciplinas, pero puede estar poco dispuesto a abandonar hábitos bien establecidos y reemplazar su actual seguridad por la revisión de lo que por años ha venido haciendo. El estudiante puede clamar por la transformación de las instituciones educativas, pero temer un cambio que aumente su responsabilidad o ponga en riesgo la rentabilidad de su educación; puedo, igualmente, considerar inútil cambiar la universidad si antes no ha cambiado la sociedad, o encontrarse con que nadie le puede proporcionar una explicación convincente de por qué la interdisciplinariedad ha de crear una relación significativa entre la universidad y la sociedad. Por último, si la universidad recibe constantemente la crítica de no satisfacer la demanda de formación de la sociedad, lo cierto es que ni el sector privado ni el público, como bien señalan los redactores, parecen decididos a estimular con el empleo nuevos tipos de formación profesional.

También se rompen con sólidas razones algunos juicios fáciles. Por ejemplo, que si es verdad que las universidades "viejas" tienen una estructura que se resiste al cambio, ello no significa que las universidades "nuevas" marchen por un camino fácil hacia la interdisciplina; que si la "facultad" es el reino de la unidisciplina, el "departamento" no está libre del riesgo de convertirse en una cofradía. Finalmente, que si la interdisciplina va a ser el vehículo que transforme las universidades, tendrá que vencer obstáculos que van desde el número de metros que separan un edificio de otro, pasando por los hábitos, los intereses y la psicología de profesores y alumnos, hasta la necesidad de encontrar lenguajes científicos comunes.

ADOLFO MIR.