4. "LA UNIVERSIDAD NO PUEDE SER CONSIDERADA
COMO UN DETONANTE"

Dr. Leopoldo Zea(*)
(*) Director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la
Universidad Nacional Autónoma de México.

 

"Hay que advertir ante todo -afirma nuestro entrevistado- la necesidad de que en pueblos como el nuestro, que en muchos aspectos tienen una situación de dependencia respecto a las compañías transnacionales y centros de poder, existan focos de crítica. En México, en concreto, la importancia de la autonomía no ha sido de tipo circunstancial, sino que se ha demostrado a medida que ha ido pasando el tiempo. La autonomía ha favorecido la creación de una actitud crítica que, a su vez, ha permitido analizar situaciones económicas, sociales y políticas sin que los catedráticos se hayan visto sometidos a restricción alguna. Sin esa actitud crítica, como punto de partida, es imposible que nuestros países puedan encontrar una salida a esa relación de dependencia a la que hemos aludido".

Sin embargo, se afirma con frecuencia que en razón de la autonomía la universidad se ha convertido en un campo de lucha y en un terreno más propicio para la política que para el estudio, ¿qué opina usted de esto?

- Muchas de esas críticas y ataques a la universidad provienen justamente de quienes desearían instrumentalizarla; para ellos la autonomía es un estorbo porque quieren convertir la universidad en un instrumento político y no de conocimientos y preparación.

En la primera etapa de la autonomía los grupos confesionales intentaron utilizarla frente al propio gobierno; mas, recientemente, las cosas han cambiado y ahora advertimos un vuelco hacia la izquierda, vuelco interesante en cuanto que es crítico. Hay que reconocer, sin embargo, que en nombre de esa izquierda y sin que necesariamente tenga que ver con ella, algunos grupos tratan de manipular la universidad y convertirla de nuevo en un instrumento político. En este caso hay que recordar lo que Lenin decía acerca de que un buen comunista es aquel que sabe hacer bien las cosas. En efecto, para transformar un país hay que saber cómo hacerlo. La universidad no puede ser concebida como un explosivo o detonante, ya que, como afirmó Salvador Allende, la revolución no pasa por las universidades; las revoluciones las hacen los pueblos y los universitarios deben capacitarse para estar a la altura de los cambios como y cuando el pueblo los vaya exigiendo. La política en sentido callejero está en contra de la misma universidad; se puede hacer política y ser universitario al mismo tiempo, pero lo importante para el universitario es su acción como tal, es decir, el conocimiento de lo que tiene que realizar como hombre de ciencia, intelectual o profesional y, además, su postura política.

¿ Cuáles son hoy, en su opinión, la importancia y los alcances de la autonomía universitaria en el ámbito de los países de América Latina?

- Sus alcances son importantes porque se adecúan a países en proceso de cambio. Se dice que las universidades sirven a ciertos intereses o sistemas y podríamos preguntarnos cuáles son nuestros intereses y nuestro sistema. Obviamente, en el sistema en que vivimos se da una relación de dependencia que, desde mi punto de vista, no podemos mantenerla como intentaría hacerlo un universitario de Estados Unidos o de Europa. Para nosotros el problema es cambiar esa situación de dependencia por una relación de solidaridad; de ahí el papel decisivo que juega en esto la actitud crítica de los universitarios. Esa preocupación por lo que hoy llamamos autonomía universitaria es una característica de las universidades latinoamericanas en su conjunto. Desde antiguo en América Latina los movimientos liberales han salido de las universidades. Ello no quiere decir, sin embargo, que las universidades se hayan convertido en cuarteles de revolucionarios, sino que de ahí han salido las ideas para cambiar la situación de dependencia de los países del área. Es explicable entonces que a raíz de las últimas rebeliones estudiantiles en Estados Unidos y Europa, el expresidente Nixon haya dicho que las universidades de su país se estaban `latinoamericanizando'. Y es que en las universidades de Estados Unidos se enseña y se aprende, pero no se critica, y cuando se empieza a criticar se presentan situaciones difíciles como las protestas contra la guerra de Vietnam con las que los universitarios se opusieron sistemáticamente al gobierno.

De cualquier manera, eso quiere decir que la universidad no es ajena a la política o viceversa...

- Hay situaciones en que el universitario necesita expresarse y tal capacidad no debe coartársele. El Estado debe comprender que ha de contar con la crítica; los universitarios, por sus conocimientos un poco más abstractos, pueden tener conciencia de las situaciones que escapan a los políticos, que están siempre ante los hechos concretos. Los universitarios son los ojos que ven lo que los políticos no pueden ver y de ahí que en vez de estorbarse, ambos se complementan. La crítica permite siempre el desarrollo de un país como el nuestro en tanto que señala fallas y el errores; si la universidad forma gente crítica que conozca ciertos aspectos de la realidad, la ciencia, la cultura y demás, la marcha y el desarrollo permanente del país está asegurado, al menos en cierto sentido. La formación de esa conciencia crítica en la universidad, por otra parte, no sería posible si ésta no gozara de autonomía.

¿ Cómo preservar entonces ese régimen autónomo ?

- Pienso que no hay otra forma sino la del respeto que el Estado, y otros grupos que están fuera del gobierno, tengan hacia la autonomía. Esto no quiere decir, ciertamente, que el universitario como tal no deba actuar políticamente; debe hacerlo, sin embargo, deslindando sus funciones; como ejemplo de esto valga citar la participación que tuvieron los universitarios en la campaña presidencial de José Vasconcelos y, más recientemente, en 1968, cuando la postura de los universitarios era de demanda y exigencia de respeto a las disposiciones que se violaban; se intentó entonces doblegarlos como críticos y ya sabemos cuáles fueron los resultados. En ambas ocasiones los estudiantes han participado en política, pero no como universitarios sino como ciudadanos.

Hay quienes proponen que la autonomía sea elevada al rango constitucional, ¿estaría usted de acuerdo con ello?

- La autonomía ha tenido hasta hoy, por desgracia, sólo un aval moral y de ahí su vulnerabilidad, puesto que eso ha permitido los intentos de manipulación de que hemos venido hablando. Pienso, pues, que habría que elevar la autonomía al nivel más alto de nuestras leyes a fin de que se garantice que no puede ser afectada por cualquier movimiento.

La autonomía -se dice- ha perjudicado los niveles académicos y de investigación en la universidad: ¿ratificaría usted esta afirmación?

- Esa supuesta baja en los niveles académicos y de investigación no es, en todo caso, atribuible a la autonomía, pues hay muchos problemas que son ajenos a ésta: gran demanda de educación superior, crecimiento de las universidades, falta de profesores, atención a grandes grupos, etc., todo esto tiende a bajar los niveles mencionados. Asimismo, por otra parte, da la impresión de que la enseñanza va siendo cada vez más masiva por estar al alcance de mayor número de personas y ya no es posible llegar a poca gente. Además, debemos convencernos de que gran parte del conocimiento debe estar en la voluntad de los universitarios; es decir, en la universidad no se va a obtener todo el conocimiento que el profesional necesita en sus actividades, sino los elementos generales de la formación; ampliar esos conocimientos es ya una tarea personal del buen profesional, del buen técnico o científico.

El régimen autónomo, finalmente, ¿ha permitido la democratización de la universidad en todos sus aspectos?

- Evidentemente que sí. Es absurdo, por ejemplo, hablar de patrón y obrero en la universidad ya que en ella los puestos de gobierno no están cerrados a ningún universitario. Un trabajador puede participar porque hay una forma selectiva de hacerlo y son sus miembros los que se encargan de realizarla. Además, esa apertura permanente ha facilitado también la participación de los mismos estudiantes en una especie de cogobierno. Claro que esto no puede ser en el sentido de ciertas paridades porque ya en el pasado se comprobó que éstas no funcionaban. Cuando la derecha quiso manipular la universidad había una paridad muy amplia y se veía cómo las consignas confesionales actuaban especialmente sobre el estudiantado hasta el grado de hacer imposible esa situación; más tarde, en una nueva reforma, se buscó la manera de que existiese alguna defensa contra eso con el fin de evitar la intervención de personas de fuera de la universidad con consignas para influir sobre la gente joven o sobre los mismos profesores.

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