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INTRODUCCIÓN Contenido
Publicamos una traducción provisional -como toda traducción- de una antigua biografía de Homero,
escrita en una fecha incierta (a. de C. ó d. de C.) por un autor anónimo a quien podríamos
llamar el pseudo-Herodoto.
La traducción va precedida de unas apuntaciones sobre los primeros biógrafos y comentaristas de Homero
y sobre la "Vida de Homero" del anónimo autor.
De las antiguas biografías de Homero han llegado hasta nosotros solamente ocho: la de Plutarco, la de la
"Crestomatía" de Proclo, la del "Léxico de Suidas", el anónimo "Certamen
de Homero y de Hesiodo" y otras cuatro de autor desconocido. Destaca entre ellas, una que se inicia con las
siguientes palabras "Herodoto de Halicarnaso escribió la historia que sigue sobre los antecedentes,
la educación y la vida de Homero, y trató de hacer un relato completo y absolutamente confiable."
Se trata de una suplantación. Herodoto no escribió la obra, pero el anónimo autor merece ser
leído sin reservas, porque escribir el relato completo de la vida de un poeta que habita en el misterio
es un desafío inusitado. Las palabras finales del párrafo citado "absolutamente confiable",
dejan traslucir la atmósfera de desconfianza creada por este tipo de escritos, desconfianza explicable,
si tomamos en cuenta que las fuentes de las biografías de los poetas más antiguos son simplemente
inferencias desafortunadas de las obras de los mismos poetas. Las fuentes de esta insólita biografía
son las clásicas. De una parte, ficciones del autor inferidas de la "Iliada" y la "Odisea"
que no responden a ninguna realidad. Es bien sabido que la obra de Homero no contiene elementos plenamente autobiográficos.
De otra parte, invenciones del autor alrededor de una serie de epigramas antiguos y de citas de la "Iliada"
y la "Odisea" que intercala a lo largo de la obra. Cabe señalar el esfuerzo del autor para demostrar
dónde y cómo escribió Homero las obras que nunca escribió, pero que entonces se le
atribuían, y la intuición con que acomoda tradiciones de varias localidades y de diferentes épocas.
Los otros aspectos de la biografía sólo guardan una relación indirecta con los poemas.
Creemos que si bien esta "Vida de Homero", la más interesante y extensa de las biografías
antiguas, no es en verdad "absolutamente confiable", tiene, al menos, méritos suficientes para
ser más leída y mejor conocida. Escrita en un estilo primitivo, en su mejor sentido, es de fácil
lectura y tiene algunas descripciones y atisbos que son verdaderos hallazgos.
El mejor camino para llegar a Homero son las tradiciones porque provienen de un fondo común muy antiguo
y es en ese ámbito donde, tal vez, se entretejen las verdades perdidas. Examinemos brevemente algunas de
ellas.
Como Femio y Demódoco, los aedos itinerantes de la "Odisea", Homero aparece en la tradición
de los biógrafos antiguos como un aedo errante y pobre que se mantiene de las dádivas que le hacen
en el camino. No falta quien sostiene que esta imagen es una superchería y se aduce que se trata sólo
de una inferencia afortunada. Acaso una inferencia menos afortunada tolere -aparte de las conjeturas que acarrea-
otra interpretación la de un aedo escritor. Ciertamente, más que la hazaña de un aedo memorioso,
la obra de Homero deja la abrumadora impresión de ser literatura escrita, sólo que la carencia de
testimonios no propicia la comprobación.
Hesiodo, el poeta filósofo de la época, habla de sí mismo en su obra. Homero, en cambio, guarda
silencio. Frente a la certeza arrogante de Hesiodo que recibió la rama de laurel y la voz sagrada de las
musas para que cantara lo que será y lo que ha sido, Homero se confiesa ignorante y débil ante el
conocimiento y la fuerza de los dioses. En nuestras literaturas, Hesiodo podría ser el precursor involuntario
de la autobiografía, género que indudablemente cobra forma incipiente en su obra. Una lectura atenta
de Hesiodo es esclarecedora. Sabemos que, doblegado por la pobreza, su padre vino de la eólica Cime a Ascra,
lugar donde nació Hesiodo. Conocemos las cuitas de éste con Perses, el malnacido hermano que despilfarra
el tiempo y los afectos, labrando la propia ruina. Sabemos del certamen que ganó, tema que después
sufrirá insospechadas variaciones y conocemos las causas y el lugar de su muerte.
De Homero es poco lo que sabemos. Siete ciudades se disputaron su cuna y la disputa creció con los siglos,
añadiendo ciudades. Proclo resolvió la querella, declarándolo ciudadano del mundo. Aristóteles,
resumiendo una bella leyenda, afirma que Homero nació en Esmirna, y Plutarco, en su "Vida de Homero",
lo corrobora. La cita más antigua sobre la "Iliada" es la del poeta Semónides de Amorgo
que da la rocallosa isla de Quíos como cuna de Homero. Filócoro, en el siglo cuarto, propone Argos.
Más tarde, Pilos y Atenas fueron sugeridas. Antímaco, un contemporáneo de Platón, sostiene
que Homero nació en Colofón. En el siglo quinto, la gente identificaba a Homero como el hombre de
Quíos y en el siglo tres, Salamis, en Chipre, fue propuesta como ciudad natal del poeta.
Ahora como entonces, la cuna del legendario aedo es incierta. Sabemos -lo proclaman todas las tradiciones- que
murió en Ios y lo más probable es que haya nacido en Esmirna. Las referencias son abundantes. En
Esmirna, Pausanias conoció, ahí donde nace el río Meles, la cueva donde Homero escribía
su poesía. El poeta Mosco, encomiando a Bion, poeta nacido en Esmirna, se dirige al río Meles y dice,
recordando a Homero "Ese amado hijo tuyo, llorado por las aguas de tu corriente que convertidas en lágrimas,
llenaron el mar con la voz de tus lamentos." Partiendo de una historia de amor contada por Homero, Filostrato
el viejo describe una pintura que narra los amores de Cretéis con el río Meles, dándonos una
hermosa descripción de la madre del poeta.
Quíos y Cime son también lugares probables. De ser Cime la cuna de Homero, cabría señalar
una fabulosa coincidencia, ya que el padre de Hesiodo vino de Cime a Ascra, lugar donde prosperó, y en una
fantástica genealogía de Eforo de Cime, historiador del siglo cuarto, Hesiodo figura como primo de
Homero.
La querella de las ciudades nos permite conocer el lugar de privilegio que los griegos le reservaban a Homero.
Platón que llama a Homero el poeta de los poetas, comenta la general opinión de que Homero era el
educador de toda Grecia.
En nuestros días, podríamos comentar con Platón la general opinión de que la cultura
europea debe a Homero simplemente su propia existencia. La grandeza de su obra y el altísimo misterio de
su persona han creado nuestras mejores tradiciones. Algo parecido, tal vez, sólo podría decirse de
la "Biblia", libro también inabarcable, pero que apunta a otros cielos. Homero es el iniciador
insuperable y el poeta insuperado de nuestras literaturas. Supo someter a la tradición oral -ese caudal
de formas- y establecer el orden con la palabra.
VIDA DE HOMERO Contenido
Herodoto de Halicarnaso escribió la historia que sigue sobre los antecedentes, la educación y la
vida de Homero, y trató de hacer un relato completo y absolutamente confiable:
Después de que Cime, el antiguo poblado eolio, fue fundado, arribaron unas familias helénicas junto
con algunas de Magnesia. Entre ellos se encontraba Melanopo, hijo de Itágenes, hijo a su vez de Cretón.
Melanopo no era un hombre rico. En realidad sus recursos eran limitados. Este Melanopo se casó en Cime con
la hija de Omires. Tuvo ésta una niña a la que él llamó Cretéis. Entonces, murieron
ambos, Melanopo y su esposa, pero Melanopo dejó a su hija bajo la tutela de Cleanacte de Argos, su íntimo
amigo.
Tiempo después, la muchacha tuvo relaciones con un hombre y quedó embarazada. Ella guardó
el secreto durante algún tiempo, pero cuando Cleanacte se dio cuenta, se sintió decepcionado por
lo que había sucedido. Trajo a Cretésis a su lado, y la puso a trabajar, porque la desgracia le abrumaba,
especialmente frente a sus conciudadanos. Así, tomó las siguientes provisiones: la gente de Cime
estaba construyendo un poblado en una de las orillas del valle del río Hermo y Teseo había sugerido
a los colonos el nombre de Esmirna para el pueblo, ya que quería inmortalizar el nombre de su esposa Esmirne.
Teseo había sido, entre los primeros tesalios, uno de los fundadores de Cime; descendía de Eumelo,
el hijo de Admeto. Era un hombre muy rico. Fue ahí adonde Cleanacte envió a Cretéis con Ismenias
de Boecia. Este había sido asignado por sorteo a la colonia y se trataba de un buen amigo de Cleanacte.
Tiempo después, Cretéis fue con las otras mujeres a un festival en las orillas del río Meles
y, estando en tiempo, dio a luz a Homero. No nació ciego; veía. Le puso a su hijo Melesígenes,
tomando el nombre del río. Durante algún tiempo Cretéis permaneció en la casa de Ismenias.
Pero más adelante se fue y decidió mantenerse con su hijo, trabajando con sus propias manos. Tomó
duros trabajos con diferentes personas y educó a su hijo lo mejor que pudo.
Había entonces en Esmirna una persona de nombre Femio, quien enseñaba a los niños las letras
y su poesía. Vivía solo y le pagaba a Cretéis por algunos trabajos de lana que ésta
le hacía. El aceptaba vellones que los niños le entregaban como paga. Ella cumplía bien con
su trabajo y se comportaba debidamente, lo cual agradaba mucho a Femio. Un día le propuso que vivieran juntos.
La persuadió con varios argumentos, con aquellos que él pensó que podrían convencerla,
especialmente sobre su hijo a quien -decía- él podía adoptar y, criado y educado por él,
sería un hombre notable. El había observado que el niño era listo y particularmente apuesto.
Así la persuadió.
El niño tenía un talento natural y, tan pronto como sus estudios y su educación comenzaron,
sobrepasó a todos. Tiempo después, cuando alcanzó la madurez, demostró no ser inferior
en ningún aspecto a las enseñanzas de Femio. Así, cuando Femio murió, le dejó
todo al niño. Más tarde, Cretéis también murió. Melesígenes eligió
como ocupación la enseñanza, y como ahora vivía de su propio trabajo, mucha gente se fijó
en él, y tanto sus vecinos como los extranjeros lo admiraban. Esmirna era un pueblo comercial que recibía
grandes cantidades de grano, la mayor parte del cual provenía de los alrededores. En cuanto los viajeros
terminaban su trabajo, paraban y descansaban en la escuela de Melesígenes.
Uno de los visitantes de la escuela era Mentes, un mercader de la región cercana a Léucade. Hombre
inteligente y educado, al menos para las normas de esa época, había navegado hasta Esmirna para adquirir
productos. Persuadió a Melesígenes para que cerrara la escuela y navegara con él, ofreciéndole
un salario y todos los gastos. Le hizo ver que mientras fuera joven, él debía conocer las ciudades
y las tierras extranjeras. Yo creo que la idea de viajar le atrajo en especial, porque tal vez entonces pensaba
ya en hacerse poeta. Así, Melesígenes clausuró la escuela y se embarcó con Mentes,
y dondequiera que fue conoció el país y aprendió preguntando. Es probable que ya para entonces
él llevara por escrito un registro de todo esto.
Después de su regreso de Tirrenia e Iberia, llegaron a Itaca. Y sucedió que Melesígenes, que
sufría de una afección de los ojos, empeoró. Como necesitaba ser tratado, Mentes lo dejó
en Itaca, cuando ya todo estaba listo para zarpar hacia Léucade, con un amigo suyo, Mentor, hijo de Alsimo,
y le pidió que cuidara muy bien a Melesígenes. Mentor lo cuidó asiduamente. Era un hombre
bien acomodado y gozaba de una gran reputación en Itaca por su justicia y su hospitalidad. Fue ahí
cuando Melesígenes empezó a interesarse en Odiseo. Ahora la gente de Itaca dice que Melesígenes
perdió la vista cuando estaba en esta isla, pero yo afirmo que se recuperó entonces y que fue más
tarde en Colofón donde perdió la visión. Los habitantes de Colofón están de
acuerdo conmigo sobre esto.
Mentes, de regreso de Léucade, navegó hasta Itaca y recogió a Melesígenes. Este navegó
con Mentes durante largo tiempo, pero cuando llegó a Colofón, tuvo problemas con sus ojos, no pudiendo
resistir el mal y quedando ciego. De Colofón, ya ciego, Melesígenes regresó a Esmirna y se
dedicó a componer poesía.
Tiempo después, ya que no tenía medios para subsistir en Esmirna, decidió ir a Cime, caminó
por la llanura de Hermo y fue a Neontico, una colonia de Cime. Este poblado había sido fundado ocho años
después de Cime. Ahí se cuenta que llegó, se detuvo en una armería y recitó
estos primeros versos:
Respeta al hombre necesitado de hospitalidad y hogar, tú que moras en la inclinada ciudad, en la bella hija
de Cime, al pie de la falda más baja de la Sedena de altos bosques, tú que bebes la líquida
ambrosía de un río divino, el Hermo alborotado, dado a luz por Zeuz inmortal.
Sedene es una montaña que se levanta sobre el río Hermo y Neontico. El nombre del armero era Tiquio.
Cuando oyó los versos, pensó que debía albergar al hombre, ya que, viendo que era ciego, se
apiadó de él y de su petición. Así, le dijo que pasara a su cuarto de trabajo y le
invitó a compartir lo que tenía. Melesígenes entró y se sentó en el taller del
armero, recitando sus versos a los que ahí se encontraban, los poemas La expedición a Tebas de Anfiarao
y los Himnos a los dioses que él había escrito; pero cuando empezó a decir aforismos sobre
lo que la gente decía durante la conversación, Melesígenes dejó admirados a todos los
que le oyeron.
Durante algún tiempo, Melesígenes pudo vivir de su poesía en la región cercana a Neontico.
La gente de Neontico me mostró el lugar donde Homero se sentaba y recitaba sus versos, y tenían una
gran reverencia por este lugar. Un álamo negro crece ahí y se dice que crece desde que Melesígenes
llegó a la ciudad.
Tiempo después, ocioso y desvalido y con casi nada que comer, Melesígenes decidió ir a Cime
para ver sí ahí le iba mejor. Casi al partir dejó estos versos:
Que me lleven los pies a una ciudad de hombres rectos; pues generosos son sus corazones y sus intenciones más
aún. Viajó desde Neontico y llegó a Cime, pasando por Larisa, ya que era ésta la ruta
más fácil para él. Así, según dice la gente de Cime, escribió a solicitud
de sus parientes políticos un epigrama para Midas, hijo de Cordio, rey de Frigia. El epigrama aún
está inscrito en la estela de la tumba, en cuatro versos:
Mientras las aguas fluyan y los altos círboles florezcan y el sol que sale brille con la brillante luna,
yo sobre esta tumba de lamentos grandes diré a los que pasan que Midas yace aquí.
Melesígenes se sentó y, unido a las discusiones de los ancianos en la plaza de Cime, recitó
los versos que había compuesto. Tanto placer les trajo a todos los que le oyeron que se volvieron sus admiradores.
Cuando él se dio cuenta de que su poesía le gustaba a la gente de Cime y que disfrutaban escuchándolo,
les hizo la siguiente propuesta: Dijo que si la ciudad estaba dispuesta a mantenerlo, él haría de
Cime la ciudad más famosa. La gente que lo había escuchado tenía un gran deseo de que así
fuera y le aconsejaron ir al senado a pedírselo a los senadores, agregando que ellos también irían
y lo ayudarían. El oyó el consejo de la gente, y cuando el senado se reunió, se dirigió
a la casa del senado y le pidió a la persona encargada de tal oficio que lo condujera a la reunión.
Este le prometió que lo haría y en el momento apropiado lo condujo. Melesígenes, de pie, frente
a los ahí reunidos, presentó los argumentos sobre su manutención que ya había expuesto
en sus conversaciones con la gente. Después de hablar, salió y se sentó.
Ellos deliberaron sobre lo que debían responderle. El hombre que lo condujo y otros senadores que antes
lo habían escuchado en el pueblo, estaban ansiosos de respaldarlo. Pero la historia es que uno de los magistrados
se opuso a la petición. Argumentó con razón que si pensaban que lo correcto era mantener huéspedes
ciegos, se harían de una gran e inútil multitud de protegidos. Como resultado de este hecho, el nombre
Melesígenes fue substituido por el de Homero, ya que la gente de Cime llama a los ciegos homéroi.
Y así, el hombre que antes era llamado Melesígenes fue llamado Homero, y los extranjeros han continuado
llamándolo de este modo, cuando cuentan historias sobre él.
Finalmente el argumento fue ganado por el magistrado, negándole el respaldo a Homero, y el resto del senado
estuvo de acuerdo. El empleado salió y se sentó junto a Homero. Le relató las argumentaciones
de las dos partes sobre su petición y la decisión del senado. Homero, al oír esto, se lamentó
de su destino y pronunció los siguientes versos:
¡A qué destino el padre Zeuz me ató desde niño, cuando aún estaba en las rodillas
de mi madre! Por voluntad de Zeuz que porta la égida, la gente de Fricon, jinetes de salvajes potros, más
veloces en la guerra que el fuego embravecido, construyeron hace tiempo las torres de la Esmirna eolia, la vecina
del mar, acunada en las olas, tierra por la que fluye tranquilo el Meles, el río sagrado. Ahí surgieron
las musas, hijas gloriosas de Zeus que con agrado hubieran hecho famosa esta tierra y la ciudad de su gente. Pero
en su locura desdeñaron la voz sagrada, el renombre de la canción. Uno de ellos desde ahora lo recordará
atribulado, aquel que con sus vituperios urdió mi destino. No obstante, padeceré la suerte que el
cielo me asignó desde el día en que nací, sufriendo lo que falta con paciente corazón.
Mis piernas no tienen fuerzas ya para sostenerme en las calles sagradas de Cime, pero mi gran corazón me
pide ir a otras tierras, débil como estoy.
Después de esto, se encamina de Cime a la Fócida, no sin antes maldecir a la gente de Cime, diciéndoles
que ningún poeta de fama nacerá ahí que pueda traerles gloria. Cuando llegó a la Fócida,
vivió, como antes, recitando sus poemas en las reuniones con la gente. En aquella época vivía
en la Fócida un tal Testórides que enseñaba a los niños, pero que no era un hombre
honesto. Cuando supo de la poesía de Homero, le hizo proposiciones de este tipo le dijo que él podía
acogerlo, cuidarlo y alimentarlo, siempre que le permitiera escribir lo que Homero había compuesto y tomar
al dictado los nuevos versos que Homero compusiera.
Homero escuchó y decidió que aceptaría, ya que se veía precisado a cubrir las necesidades
elementales de la vida y tenía urgencia de ser cuidado. Mientras permaneció con Testórides,
compuso la pequeña Iliada, esa épica que empieza:
Canto a Ilión y Dardania, tierra de magníficos corceles donde los Danaos, servidores de Ares, sufrieron
sin tregua.
El escribió también la épica llamada la Foceida, que los habitantes de este lugar dicen que
fue compuesta mientras Homero estuvo ahí. Cuando Testórides había copiado la Foceida y todo
lo demás que compuso Homero, decidió irse de la Fócida, porque quería presentar la
poesía de Homero como suya. Tampoco se ocupó más de Homero como lo había hecho antes.
Homero, entonces, compuso los siguientes versos
Testórides, de las muchas cosas que no tienen sentido para los mortales, ninguna es más incomprensible
que el corazón humano.
Testórides se fue de la Fócida a Quíos, donde puso una escuela y recitaba la poesía
de Homero como suya. Ganó grandes elogios y sacó gran provecho de esto. Homero, mientras tanto, regresó
a su anterior forma de vida en la Fócida, viviendo de su poesía.
Tiempo después, unos mercaderes de Quíos llegaron a la Fócida y oyeron la poesía de
Homero que ellos le habían escuchado muchas veces a Testórides en Quíos. Le dijeron a Homero
que había alguien en Quíos que decía los mismos versos, un maestro de letras que había
sido muy elogiado por sus recitaciones. Homero pensó que este maestro debía ser Testórides
y le nació un gran deseo en su corazón de ir a Quíos. Pero cuando bajó a la bahía
no pudo encontrar ninguna embarcación que zarpara hacia Quíos, aunque algunos hombres se disponían
a navegar hacia Eritrea en busca de madera. Homero se sintió feliz de hacer el viaje a Eritrea y se dirigió
a los marineros, pidiéndoles que lo tomaran como pasajero. Les recitó unos versos persuasivos para
convencerlos. Ellos decidieron llevarlo y le dijeron que subiera a la embarcación. Homero les hizo grandes
elogios y subió al barco. Después de sentarse les recitó estos versos: Oyeme, Poseidón,
con tu fuerza sin par, rey del temblor, tú que protejes (...) con tus espaciosos lugares de baile y el sagrado
Helicón. Concédenos un viento favorable y un viaje sin penalidades para estos marineros que son escolta
y capitanes de la nave. Concede que cuando llegue a las laderas de Mimas con sus acantilados altos, encuentre hombres
piadosos que me respeten y pueda yo ser vengado del hombre que me ha defraudado y que encolerizó a Zeuz,
dios de los huéspedes y de la mesa del huésped.
Cuando llegaron a Eritrea, después de un viaje tranquilo, Homero pasó la noche en el barco. Al día
siguiente le pidió a uno de los marineros que lo llevaran a la ciudad. Y ellos así lo hicieron. Homero
caminó hasta Eritrea, un lugar escarpado y montañoso, y dijo estos versos:
Reina de la tierra, dadora de todo, dadora de la felicidad dulce como la miel, veo que para unos eres amable, pero
para otros estéril y dura, cuando la ira te ciñe.
Cuando llegó a la ciudad de Eritrea, preguntó por un viaje a Quíos. Un hombre que lo había
visto en la Fócida, lo saludó y lo abrazó. Homero le pidió buscar un barco que zarpara
hacia Quíos. El hombre que lo condujo hasta el lugar solicitó que lo tomaran a bordo. Pero no le
hicieron caso e izaron velas sin él. Ahí, Homero dijo estos versos:
Marineros que navegáis mal destinados, como los temblorosos somorgujos lleváis una vida poco envidiable;
respetad el honor de Zeuz, dios de los huéspedes y su gran poder, ya que espantoso es el juicio de Zeuz,
dios de los huéspedes, cuando su ley es quebrantada.
Cuando izaron las velas, un viento adverso se levantó. Así, dieron vuelta y regresaron al lugar de
donde habían partido y encontraron a Homero sentado todavía en la playa. Cuando él vio que
habían vuelto, dijo: "Extranjeros, un viento adverso se levantó y los sorprendió. Pero
ahora llévenme con ustedes y podrán hacer su viaje." Los pescadores lamentaban ahora no haber
llevado a Homero. Dijeron que no lo dejarían, si él quería navegar con ellos, y le pidieron
que subiera a bordo. Y así, izaron velas, fondeando (al término del viaje) en un promontorio.
Los pescadores se ocuparon de su trabajo; Homero pasó la noche en la playa. Pero durante el día inició
la marcha, y después de andar errabundo llegó a un lugar que se llama Pitis. Al detenerse ahí
para pasar la noche, el fruto de un pino cayó sobre él, de esa clase que algunos llaman strobiloi,
con otras piñas. Y Homero dijo estos versos:
Otro tipo de pino dará mejores frutos que tú, en las alturas del Ida airoso y surcado de cañadas.
Ahí los hombres obtendrán el hierro, grato a Ares, cuando los cerebrenios rijan esta tierra.
En esa época, la gente de Cime se disponía a fundar Cerebrenia sobre el monte Ida y de ahí
se obtuvo una gran cantidad de hierro.
Homero se incorporó de debajo del pino y se puso en marcha siguiendo el balido de un rebaño de cabras,
los perros le ladraron y él gritó. Al oír la voz de Homero, Glauco -tal era el nombre del
pastor- corrió rápidamente llamando a los perros, y los alejó de Homero. Durante un momento
se quedó asombrado, preguntándose cómo un hombre ciego podía haber llegado por sí
mismo hasta un lugar tan remoto, y qué era lo que podía querer. Se acercó y le preguntó
quién era y cómo había llegado hasta este lugar deshabitado y sin senderos, y qué era
lo que necesitaba. Homero le relató todo lo que había sufrido, haciéndolo compadecerse de
él. Glauco -por lo que parece- no era ignorante. Tomó a Homero y lo llevó a su cabaña.
Encendió fuego y preparó la comida. Y poniendo la comida en la mesa, le dijo a Homero que comiera.
Pero como los perros estaban alrededor de la mesa y les ladraban a cada bocado -lo cual era habitual-, Homero le
dijo a Glauco:
Glauco, guardián de pastizales, pondré algunas palabras en tu corazón: dales primero de comer
a los perros en la puerta del patio. Así es mejor. Pues tu perro será el primero en oír al
extranjero que se aproxima o a la bestia que ronda tu casa.
Cuando Glauco oyó esto, se sintió complacido con el consejo y tuvo a Homero en gran estima. Después
de comer se entregaron al deleite de la conversación. Cuando Homero describió con detalle sus viajes
y las ciudades que había visitado, Glauco quedó sorprendido de lo que oía. Al aproximarse
la hora de dormir, dieron por terminada la conversación. Al día siguiente, Glauco decidió
ir a ver a su patrón para contarle la historia en nombre de Homero. Encomendó a un esclavo el cuidado
de las cabras y partió, diciéndole a Homero "regresaré pronto". Fue a Boliso, cerca
de Pitis. Cuando pudo ver a su patrón, le contó toda la verdad sobre Homero y su llegada, porque
aún no salía del asombro, y le preguntó qué debía hacer con él. Su patrón
no puso mucho interés en la historia. Consideraba que Glauco era un tonto al acoger lisiados y darles de
comer. No obstante, le dijo a Glauco que trajera al extranjero. Glauco regresó y le describió a Homero
lo que había sucedido, y le dijo que tenía que ir con su patrón porque ahí prosperaría.
Homero aceptó hacer el viaje. Así, Glauco lo llevó con su patrón. Cuando éste
habló con Homero, se dio cuenta de la inteligencia y de la gran experiencia que tenía Homero. Le
pidió que se quedara y que se hiciera cargo de sus niños. Los hijos del patrón eran pequeños
y eligió a Homero para educarlos. Mientras estuvo con el patrón en Boliso, compuso los Cércopes,
la Batalla de las Ranas y los Ratones, la Batalla de los Estorninos, el Heptapactice y los Epicichlides, y todos
los demás trabajos para niños que le son atribuidos. El resultado fue que con su poesía se
hizo famoso también en la ciudad de Quíos. Cuando Testórides oyó que Homero estaba
en la isla, se embarcó y abandonó Quíos. Tiempo después Homero le pidió al patrón
que lo enviara a la ciudad de Quíos, donde puso una escuela y enseñaba su poesía a los niños.
Homero impresionó a la mayoría de los habitantes de Quíos, a los que les pareció muy
capaz. Como todo iba bien, tomó esposa de la que tuvo dos hijas. Una de ellas murió antes de casarse,
pero la otra puso casa con un hombre de Quíos.
El trató de corresponder con su poesía los favores que debía; primero a Mentor de Itaca, en
la Odisea, porque lo había atendido asiduamente, cuando padecía de la vista; puso su nombre en el
poema, diciendo que era un camarada de Odiseo. Compuso la historia, diciendo que cuando Odiseo zarpó hacia
Troya, dejó a Mentor encargado de su casa porque era el mejor y más honrado de todos los habitantes
de Itaca. Con frecuencia le hizo el tributo de que Atenea se pareciera a Mentor siempre que se ponía a conversar
con alguien. A su propio maestro Femio, le pagó por haberlo formado y educado, particularmente con estos
versos de la Odisea:
Una hermosa lira puso un heraldo en manos de Femio que a todos sobrepasó cantando.
Y también:
Pero él tomaba la lira y una hermosa canción entonaba.
Recordó también al propietario del barco con quien navegó largo tiempo conociendo tierras
y ciudades, al hombre llamado Mentes, en estos versos:
Yo, Mentes, digo que soy el hijo del guerrero Anquialo y que reino sobre los tafios, remeros amorosos.
También agradeció a Tiquio, el armero que lo recibió cuando llegó a la armería
de Neontico con estos versos de la Iliada:
Ayax se acercó con un escudo que parecía una torre de bronce del grueso de siete pieles que Tiquio,
el armero que hizo su casa en Hile, se había ingeniado en forjar.
Con su poesía Homero se hizo famoso en toda Jonia y su renombre se extendió a la Grecia continental,
y puesto que muchos extranjeros lo visitaban, los habitantes de Quíos le aconsejaron ir a Grecia. El recibió
con agrado la sugerencia y tenía grandes deseos de hacer el viaje. Sabiendo que había escrito magníficos
elogios a Argos, pero ninguno a Atenas, insertó en su poema, en la Iliada, los versos que glorifican a Erecteo
en el "Catálogo de las Naves":
La gente de Erecteo, el de gran corazón, a quien Atenea, hija de Zeuz, encumbró, y la tierra, pródiga
en grano, dio a luz.
Alabó también al general Menesteo, el mejor entre todos para desplegar la caballería y la
infantería, con estos versos:
A éstos entonces guió Menesteo, y nadie como él en la batalla para colocar en buena formación
a los caballos y a los soldados portando sus escudos.
Puso a Ayax, el hijo de Telamón y a los hombres de Salamis con los atenienses en el "Catálogo
de las Naves", en estos versos:
Ayax trajo doce naves de Salamis, fondeando al llegar ahí donde las tropas atenienses estaban acampadas.
Escribió también en la Odisea que cuando Atenea vino a hablar con Odiseo, ella regresó a la
ciudad de Atenas, honrando así a esta ciudad más que a ninguna otra con estos versos:
Ella vino a Maratón y a las anchas calles de Atenas y fue a la bien construida casa de Erecteo. Después
de insertar estos versos en su poema y de terminar los preparativos para ir a Grecia, hizo el viaje a Samos.
En ese momento la gente deliberaba sobre el festival de Apaturia. Uno de ellos vio venir a Homero a quien había
conocido en Quíos, y fue con sus paisanos y les habló de Homero, ya que lo tenía en la más
alta estima. Sus paisanos le dijeron que lo trajera y él fue con Homero y le dijo: "Extranjero, la
ciudad está celebrando la Apaturia y mis paisanos quieren que la celebres con ellos." Homero dijo que
iría y partió con el hombre que lo había invitado. Yendo en camino, encontró a unas
mujeres que hacían sacrificios, en los cruces de los caminos, a la protectora de los niños. Al verlo,
una sacerdotiza le dijo coléricamente: "Hombre, aléjate de nuestras ceremonias." Homero
tomó a pecho lo que se le dijo y le preguntó al hombre que lo guiaba quién era la persona
que había hablado y a qué dios estaban haciendo los sacrificios. El hombre le dijo que era una mujer
que estaba haciendo sacrificios a la protectora de los niños. Cuando Homero oyó la contestación
pronunció estos versos:
Oye mis oraciones, Protectora de los Niños, concede que esta mujer rehúse los brazos amorosos de
los jóvenes, pero déjala deleitarse con los ancianos de grises cejas, cuyas fuerzas se han marchitado,
pero cuyos corazones aún sienten deseo.
Cuando llegó con los paisanos de su guía y se detuvo en el umbral de la casa donde tenía lugar
el banquete, algunos contestaron que el fuego ardía ya en la casa y otros dijeron que lo habían prendido
apenas, a causa de que Homero dijo los siguientes versos:
La corona de un hombre son sus hijos y las torres lo son de una ciudad, gloria del campo son los caballos, y los
barcos gloria de la mar; las posesiones engrandecen una casa y los príncipes honestos reunidos en consejo
son grata vista a los ojos de sus súbditos, pero un fuego flameante hace una casa más acogedora en
los días de invierno, cuando el hijo de Cronos deja caer la nieve.
Homero entró y se sentó, comió con los paisanos y ellos lo honraron y lo trataron con gran
deferencia.
Después de que Homero pasó la noche ahí, emprendió la marcha al día siguiente,
y unos alfareros que estaban encendiendo el horno para hacer una vasija, lo vieron y lo llamaron porque habían
oído que era un poeta y le pidieron que les cantara. Le dijeron que le darían la vasija y otra cualquiera
de las que tenían. Homero cantó esta canción para ellos; se le conoce como el Horno:
Si me han de pagar por mi canción, oh alfareros, ven entonces, Atenea, y levanta tu mano sobre el horno.
Que sus piezas adquieran un negro magnífico y que, bien horneadas, alcancen alto precio. Que sean vendidas
con buena utilidad en el mercado y en las calles. Concede que los alfareros tengan ganancias fuertes para que así,
pueda yo cantarles. Pero si deshonestos salen y falsas promesas hacen, entonces yo invocaré a los destructores
de hornos, a Destrozos, Roturas, Tizne, a Rajadas y a Malhorneado, causantes todos de los problemas grandes del
oficio. Oídme, (arruinen) la entrada y las cámaras del horno; que, entre lamentos alfareros, el horno
entero sea arrasado. Que, como tritura la mandíbula del caballo, el horno mismo triture las piezas y que
añicos las haga. Ven, Circe, hija del Sol, y envuélvelos en tu cruel embrujo con tus encantamientos
y dáñalos y daña su trabajo. Ven, Quirón, ven con los centauros. No sólo con
los que eludieron las manos de Heracles, sino también con los que perecieron; que con su fuerza grande golpeen
los cacharros, que el horno sea destruido y que los alfareros lloren al contemplar su ruina. Viendo estos infortunios,
yo me regocijaré. Y si alguien viene y espía, que su cara se queme para que todos los hombres sepan
que deben ser honestos.
Homero pasó el invierno en Samos. Fue a las casas de los ricos durante el festival de la luna nueva y ganó
dinero. Algunos niños campesinos lo llevaron y lo acompañaron. El cantó estos versos, la canción
llamada Eiresione:
Nos hallamos en la casa de un hombre poderoso, uno que es próspero siempre: Abranse solas, puertas, que
la riqueza inmensa va a entrar y con ella la felicidad floreciente y la paz gentil. Que los graneros estén
llenos y que la masa de cebada fluya de la artesa. Ahora, que la cebada alegre con el sésamo (...)
La esposa de tu hijo llegará a esta casa en un carruaje tirado por mulas de fuertes cascos y te saludará.
Que siga su labor en el telar, de pie y calzada de oro. Yo vengo, vengo cada año como la golondrina y me
detengo descalzo frente a tu puerta. Pronto, trae algo. Te pedimos en nombre de Apolo, señora, que nos des
algo. Si lo haces, que sea algo bueno. Si no, no nos quedaremos. No hemos llegado aquí para vivir en tus
dominios.
Estos versos fueron cantados en Samos por los niños durante mucho tiempo, cuando mendigaban en el festival
de Apolo.
Al llegar la primavera, Homero trató de navegar de Samos hacia Atenas. Partió con algunos habitantes
de Samos y llegaron a Ios. Desembarcaron no en la ciudad, sino en la playa. Sucedió que cuando Homero estaba
a bordo, se mareó. Así, al bajarse, se durmió en la playa porque se sentía débil.
Como tuvieron que quedarse en la playa varios días porque el viento no soplaba, la gente venía del
pueblo y pasaba el tiempo con él. Cuando lo oyeron, aprendieron a apreciarlo. Estando los marineros y alguna
gente del pueblo sentados con Homero, unos pescadores llegaron, saltaron de su bote y se acercaron. Dijeron lo
que sigue "vengan, extranjeros, escúchenos y vean si pueden entender lo que les decimos". Una
de las personas les dijo que hablaran y ellos dijeron "Somos los que cogieron lo que dejamos tras de nosotros.
No cogimos lo que traemos." Se dice que lo dijeron en verso:
Todo lo que cogimos lo dejamos atrás y es lo que no cogimos lo que traemos.
Dado que la gente no pudo entender lo que habían dicho, los muchachos explicaron que cuando salieron de
pesca no pudieron coger nada. Pero que cuando se sentaron ya en tierra y se pusieron a espulgarse, los piojos que
cogieron los dejaron allá y los que no pudieron coger los trajeron con ellos. Cuando Homero oyó esto,
pronunció estos versos:
De la sangre de padres como ustedes mismos descienden ustedes y no de aquéllos con una vieja tradición
y rebaños ilimitados de ovejas.
Y Homero murió en Ios. No porque no pudiera entender lo que dijeron los muchachos, según piensan
algunos, sino de debilidad. Al morir, fue enterrado en la playa de Ios por los marineros y los ciudadanos que habían
estado presentes durante la conversación en la playa. Mucho tiempo después, la gente de Ios escribió
este epitafio, ya que su poesía se había hecho famosa en todo el mundo y era admirada por todos.
Los versos no son de Homero:
Aquí la tierra cubre la cabeza sagrada del poeta que dio gloria a los héroes, el divino Homero.
Que Homero era eolio y no de Ios o dorio, queda ya aclarado con lo que he dicho y puedo agregar también
la siguiente evidencia. Es de creerse que un poeta tan grande al componer su poesía elegiría las
mejores prácticas entre los hombres o las de su culto nativo. Ustedes juzgarán cuando escuchen los
siguientes versos. O bien Homero descubrió la mejor forma de hacer los sacrificios o se basó en las
prácticas de su propio país. Habla como sigue:
Primero les jalaban la cabeza hacia atrás y los mataban y los deshollaban y les cortaban partes de los muslos
y los cubrían con grasa haciendo dos dobleces, y ponían la carne cruda sobre ellos.
En estas líneas nada se dice sobre los lomos que se usan en los sacrificios. Entre todos los griegos, sólo
los eolios no asan los lomos. Uno puede confirmarlo leyendo los siguientes versos, ya que siendo Homero eolio,
observa estas costumbres:
El anciano lo asó en leña y vertió el vino brillante y en sus manos el joven le sostenía
los tenedores de cinco dientes.
Sólo los eolios asan vísceras en tenedores de cinco dientes, los otros griegos usan de tres. Los
eolios también llaman al número 5 pempe (pente). Esto es lo que sé sobre el pasado, la muerte
y la vida de Homero. Uno puede determinar también la muerte de Homero con exactitud, haciendo el siguiente
cálculo:
Desde el tiempo de la expedición a Troya que organizaron Agamemnón y Menelao, pasaron ciento treinta
años antes de que Lesbos fuera colonizada.
Anteriormente Lesbos no tenía ciudades. Veinte años después de que Lesbos fue fundada, la
ciudad Eolia de Cime y la ciudad llamada Friconis fueron fundadas. Dieciocho años después de Cime,
Esmirna fue colonizada por la gente de Cime y entonces nació Homero. Desde que Homero nació, pasaron
622 años hasta el paso de Jerjes -en su campaña contra los griegos, Jerjes cruzó el Hellesponto
y pasó de Asia a Europa. Desde este punto es fácil, si uno lo desea medir el tiempo tomando como
referencia los Arcones de Atenas. Homero nación 168 años después de la guerra de Troya.
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