EL CORREO DE LA REVISTA

CARLOS ILLESCAS

Querido lector:
  Pregunta, si te acomoda, a quienes desean salvar el alma, es un decir, si aman la literatura y te responderán que sí. Estamos seguros que todos los inquiridos lo harán con entusiasmo, ciertos de que, al momento de afirmar, empiezan a recorrer el camino de salvación. Pero también aman la música, las artes plásticas, las disciplinas dramáticas y todo cuanto participa de la creación asignada al espíritu.

Hazlo, la actividad te retribuirá grandes y preciosas experiencias porque verificarás el dato de que hombres de una mentalidad científica abisal, perdonando el adjetivo, no solamente desean salvar el espíritu mediante la literatura sino que ellos mismos en el ejercicio de amarla la practican en secreto, a título de añadido a sus tareas que miran la exactitud y la comprobación como metas ineludibles. El violín de Ingres dicen quienes hallan de inmediato explicación coloquial a las cuestiones más graves.

Día con día averiguamos gratamente sorprendidos que hombres de espíritu avocado a la ciencia, dedicaron larguísimas horas a cualquiera de las artes. No es necesario traer a cuento el caso de Anton Chejov, cirujano de pulso firme, quien sumó a los méritos de la literatura rusa los suyos propios debido a su trabajo de narrador y dramaturgo. Valéry, uno de los poetas de mayor espíritu que han visto los nuevos tiempos, ejecutaba lo mismo que los alejandrinos saturados de concepto, ritmo y misterio, ecuaciones aritméticas cuyo fin era mostrar al mundo que los números pueden, en casos nada remotos como lo sugiere Bergson, corregir las "imperfecciones de la naturaleza". En la fecha actual existió Charles Snow, quien lo mismo emprendía largos viajes hacia la especulación novelística que hacia la precisión científica en el campo de la física, en los cuales -nos referimos a los campos- era un experto. Y decimos al final de esta parrafada, querido lector, ya sin ánimo de alargar más allá las cosas, que cuánto no agradeceríamos la feliz circunstancia de que una persona entre los millones de ellas que pueblan el planeta, se hubiera ocupado en grabar el sonido del violín tañido por Stein, en los momentos en los cuales unificaba el pensamiento y dejaba de discurrir acerca de que todo es relativo.

Y bien dirás tú, levemente oprimida la barba que brota de tus mejillas, ¿a qué viene este discurso tan poco original, sobre todo en momentos en los que sabemos cómo todo científico de verdad practica las artes y cómo todo artista genuino practica una y varias ciencias? La respuesta, amigo que magníficas estas líneas merced a la lectura atenta que haces, se halla en que orientados por el amor a las letras vamos a llegar a don Antonio Machado, autor de Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, y que, una vez llegados a él interpelaremos, glosaremos, incluiremos, trozos de tan afamado libro con la intención de que tú, y también nosotros, goces las excelencias de una de las prosas en castellano más ameritadas. Y si ello no bastare a satisfacer tus demandas de goloso de las buenas letras, entonces nosotros a fin de satisfacerte más aún hemos de recurrir a ejemplificaciones dadas en su Floresta española por don Melchor de Santa Cruz de Duefías, a quien ya hemos turnado más de una lección en estas desmadejadas cartas.

Antonio Machado sugiere, por lo menos a nosotros, la presencia de una guitarra rasgueda a medio impulso, junto a un aljibe mientras el cielo, de un azul pálido, mira la curva del sol languidecer en un monte lejano. Las notas bien diferenciadas las unas de las otras ocupan mundos absolutos, tú puedes pensar al escucharlas en los viejos cantos mozárabes, en el dolor sefaradí, en la prepotencia de la corte de Isabel y Fernando y hasta en los momentos de enternecimiento, que los habrá tenido, de, Felipe II. Y ello ocurre porque a través de la guitarra machadeana desfilan rostros, pueblos, encinares, paisajes llenos de polvo, el Duero y el Genil, el agua tomada a pulso al instante en que tú, lector, sostienes el cántaro que vierte el líquido fresco desde el pico del porrón a tu garganta agradecida.

Y miras en la más extrema lejanía disimulada por la bruma de la hora reverberante la venta a cuyas puertas el patrón puesto en jarras requiebra a la molinera. Y de pronto se aparece don Quijote cargado de siglos, toda su penosa alegría en un canto que la guitarra borda como si prestara al aire largos suspiros de rama a punto de romperse. Por lo menos, dijimos, es lo que nos parece a nosotros la comparición de la vihuela del viejo Mudarra en manos de quién sabría decirlo qué juglar, al momento en que merced a las palabras de Antonio Machado te aproximas a la poesía de este poeta singular tan alto y tan noble y tan varón.

Pero en realidad no hemos de apagar los ruidos con la finalidad de escuchar al ignominado virtuoso de la guitarra, porque no hemos de escuchar tal instrumento, debido a que en estos renglones, lector amigo, sobre los versos vamos a imponer la prosa de Juan de Mairena, que tú leíste un día que ya no sabes cuál es,

Si ponemos previamente en paz las cosas, hemos de llegar en un primer paso a esta adscripción machadiana.

"Mairena, en su clase de retórica y poética.-Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: 'Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.

El alumno escribe lo que se le dicta.

-Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.

El alumno, después de meditar, escribe: 'Lo que pasa en la calle.'

Mairena.-No está mal."

Querido lector, ¿cómo traducirías lo anterior a algo que fuera resumen, subrayado, connotación y enseñanza? En otras palabras, ¿cómo lo explicarías a fin de que se entendiera la carga suasoria que encierra el ejemplo machadeano? Piénsalo, y mientras lo haces te convidamos a leer las palabras de don Antonio puestas a título de secuencia o corolario del "sucedido" que nos refiere.

"-Cada día, señores, la literatura es más 'escrita' y menos hablada. La consecuencia es que cada día se escriba peor, en una prosa fría, sin gracia, aunque no exenta de corrección, y que la oratoria sea un refrito de la palabra escrita, donde antes se había enterrado la palabra hablada. En todo orador de nuestros días hay siempre un periodista chapucero. Lo importante es hablar bien: con viveza, lógica y gracia. Lo demás se os dará por añadidura."

Nosotros como tú, lector atento, convenimos en el hecho de que si la prosa no comporta una enseñanza, una emoción o una discrepancia no es prosa, es oración dicha siempre por un mal periodista porque, aunque no lo crean muchos, también hay malos periodistas.

No sabemos si tú, echando largas a las comparaciones y calificativos que van y vienen de las analogías, tomarías la persona de don Melchor de Santa Cruz de Dueñas, de quien hemos dicho en estas cartas más de una cosa, como de periodista experto en indoctrinar sobre asuntos graves merced a los oficios de una prosa ejemplar que tanto y bien ha hecho reír a dilatadas generaciones de lectores. Si tú convienes con nosotros que tan ilustre hombre de letras merece la atención de la relectura, a continuación recordamos uno de los sucedidos que él refiere en Floresta española.

"Traían pleito en una Universidad sobre quién iría adelante en los doctoramientos, los doctores juristas, o los de medicina. Fue preguntado por el juez a las partes: 'Cuando llevan alguno a ajusticiar por ladrón, ¿cuál va delante, el que ajustician o el ver- ,dugo?' Respondieron: 'El que ajustician va delante.' Mandó el juez: 'Pues vayan delante los juristas, como ladrones, y sigan los médicos, como verdugos."

Tamiza tú, en el ánimo, lecto discreto este sucedido y dinos por lo menos en forma mental tu opinión, desde luego esperamos que ni seas jurista ni médico, a fin de que no te duelan prendas. Por demás, bien has de recordar que tanto médicos como abogados ha ido víctimas propicias siempre de autores muy celebrados. ¿Recuerdas Maese Patelin, el Médico a palos de Molilre? Todos los tantos y cuantos médicos y bachilleres que hace desfilar el desenfado sin fin de Quevedo en sus obras. ¿Los recuerdas? De ser así, tanto tú como nosotros has de estar curado de espantos y por ello en la mejor aptitud de recibir con una sonrisa muy amplia el sucedido puesto en letra por don Melchor de Santa Cruz y Dueñas.

 En el aparte de Juan de Mairena, hallamos el aparte titulado "Sobre la verdad." En este campo, Machado va y viene de un esceptismo que no termina de serlo, pero tampoco se niega a sí mismo. Es decir, a mitad del camino entre la fe y la duda, Machado no siente molestias al postular la magia como solución a cuestiones que no por hacerla él conversacionales dejan de tener su profunda miga filosófica. Leemos:

"Señores, la verdad del hombre -habla Mairena a sus alumnos de Retórica- empieza donde acaba su propia tontería. Pero la tontería del hombre es inagotable. Dicho de otro modo: el orador, nace; el poeta se hace con el auxilio de los dioses."

Ahora di tú, esforzado amigo, ¿no más bien sería a revés, que el orador se hace y no nace y el poeta sí nace? Esto hemos de afirmarlo siguiendo el consenso popular que más bien le confiere a los poetas todos los dones provenientes del Olimpo. El poeta, si confiamos a la divina locura de Hölderlin el alegato, no puede atender ayuda alguna extraterrena, toda vez que é1 mismo es un dios y no otra cosa, en tanto el orador sí es ser humano que armado de la palabra aspira a resolver el caos de silencio que rodea a las cosa que desea deshipostasiar. Por lo mismo, ya lo notaste, nosotros dijimos que Machado "campechanca" la verdad y la magia sabedor como poeta que su déifico ministerio no tiene límite.

Pero no dejemos en la inserción anotada la carga de doctrina y persuasión expresada por Juan de Mairena, porque hay más combustible que echar a la hornaza. Te invitamos a leer-

 "Lo corriente en el hombre es la tendencia a creer verdadero cuanto le reporta alguna utilidad. Por eso hay tantos hombres capaces de comulgar con ruedas de molino. Os hago esta advertencia pensando en algunos de vosotros que habrán de consagrarse a la política. No olvidéis, sin embargo, que lo corriente en el hombre es lo que tiene de común con otras alimañas, pero que lo específicamente humano es creer en la muerte. No penséis que vuestro deber de retóricas es engañar al hombre con sus propios deseos; porque el hombre ama la verdad hasta tal punto, que acepta anticipadamente la más amarga de todas."

Por favor lector respetabilísimo, no pienses que por el hecho de enfrentar la provocación que entraña la palabra verdad, vamos al pronto de endilgar palabra tras término, concepto tras voquible con objeto de echar también nuestro cuarto a espadas sobre tan debatido asunto como es el de qué es y qué no es verdad. No, la temeridad no arrastra a tanto, pero eso sí, no deseamos dejar virgen, íngrimo y solo el término "política". Aquí sí desearíamos tomar la guitarra machadeana y bordar mediante la vibración de la prima cosas que intraccionan la tontería, la verdad y la política, sin más finalidad que caer en lugares comunes de hoy y siempre. Por fortuna dijimos "desearíamos" y no deseamos, lo hipotético nos precabe de la necedad y nos dirigimos, sobre todo en busca de don Melchor de Santa Cruz de Dueñas quien, sin duda, tiene algo en su faltriquera con que divertirnos. Leemos.

"Ante un alcalde pareció un criado de unos frailes, que no le querían pagar. Enviólos a llamar; y venidos los frailes, entraron en el aposento del alcalde, y él los recibió muy bien, y les rogó pagasen a aquel pobre hombre, pues se quería ir a su tierra. El procurador se sonrió, diciendo: 'V. md. no es nuestro juez, sino de los legos; si algo le debemos, pídanos ante nuestro juez, que hacerle ha justicia.' Y con esto se despidieron, y saliendo al portal, y pidiendo las mulas, los mozos dijeron que un alguacil las había llevado. Volvieron a quejarse al alcalde. El les respondió: 'Padre, a lo menos no me negará vuestra reverencia que las mulas no son legas."'

Esperemos nosotros que en llegando un trance judicial penoso, hallemos a este hombre como defensor mas no corno juez. Por lo demás divierte saber que siempre hay alguien que impone la verdad sobre la marrullería de los poderosos en grados de servir para ejemplificar hechos tan celebrados como el transerito. El siguiente hecho, no desmerece del anterior. La gracia es explosiva y no adultera el buen gusto siendo además aplicable a nuestro medio como lo computarás tú, lector tan castizo que votarías para presidente de la república de las letras por don Melchor. "Un pleiteante dijo a un letrado, que le ayudara en un pleito, que le hiciese un escrito, y tomase en prendas una espada. Respondióle el letrado- 'Echad por oros, que espadas ya las he renunciado'.

" De este otro letrado escribió De Santa Cruz de Dueñas:

"Decía un letrado a los pleiteantes, que le iban a pedir parecer para que abogase por ellos.- 'El que ha menester candil, traiga aceite.'

"Cuánto no nos gustaría tener a mano el diccionario de Santa María para citar los muchísimos refranes que tú te sabes bien, lector sapiendoso, sobre la materia de que con dinero, marmaja, pamé, guita, bambas, lana y qué sabemos cuántos nombres más, todo se hace fácil a extremos en los cuales la misma moral desaparece.

Y bien, si lo dicho no es bastante todavía, querido lector, te excito a temblar de la coronilla a los talones, porque ahora entra en acción don Antonio Machado haciendo estas incendiarias afirmaciones. Corren.

"La blasfemia forma parte de la religión popular. Desconfiad de un pueblo donde no se blasfema; lo popular allí es el ateísmo. Prohibir la blasfemia con leyes punitivas, más o menos severas, es envenenar el corazón del pueblo, obligándole a ser insincero en su diálogo con la divinidad. Dios, que lee en los corazones, ¿se dejará engañar? Antes perdona El -no lo dudéis- la blasfemia proferida, que aquella otra hipócritamente guardada en el fondo del alma, o más hipócritamente todavía, trocada en oración."

 Amigo, Machado dedica al particular más numerosas y ricas palabras que nosotros no somos nadie para intentar cortarlas, de manera que hemos de transcribirlas.

"'Mas no todo es olflore en la blasfemia', que decía mi maestro Abel Martín. En una Facultad de Teología bien organizada es imprescindible -para los estudios del doctorado, naturalmente- una cátedra de Blasfemia, desempeñada, si fuera posible, por el mismo demonio.

"-Continúe usted, señor Rodríguez, desarrollando el tema.

'-En una república cristiana -habla Rodríguez, en ejercicio de oratoria-, democrática y liberal conviene otorgar al demonio carta de naturaleza y de ciudadanía, obligarle a vivir dentro de la ley, prescribirle deberes a cambio de concederle sus derechos, sobre todo el específicamente demoníaco. el derecho a la misión del pensamiento. Que como tal demonio nos hable, que ponga cátedra, señores. No os asustéis. El demonio, a última hora, no tiene razón; pero tiene razones. Hay que escucharlas todas.

"Lo'individualité enveloppe I'infini.-El individuo es todo. ¿Y qué es, entonces la sociedad? Una mera suma de individuos. (Pruébese lo superfluo de la suma y de la sociedad.)

 "Por muchas vueltas que le doy -decía Mairena-, no hallo manera de sumar individuos." La celebridad de Juan de Mairena, sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, continúa, y si no hemos de equivocarnos, pensamos que para siempre. Se trata de la prosa que todos, profesionales o no, desean escribir a fin de realizar apetencias secretas y manifiestas. Si bien la pesas, lector, averiguarías que Machado no tiene el propósito de hacer estilo o traducción mediata de las cosas desnudas a los ropajes o formas que suelen soslayar la almendra del concepto, como lo hubiera dicho el gran ramonista que fue Otaola. Pero tampoco es la ñoña sencillez que raya en la simplicidad. La transparencia de Machado, de la cual estuvieron alejados, vaya por caso, los miembros del movimiento contemporáneos y sus seguidores, más bien es una definición de espíritu más que de cuerpo. Machado es justamente el alumbro que escribe frente a la aprobación de su profesor apócrifo "Lo que pasa en la calle" y no otra cosa, porque la transparencia exige reproducir los objetos en su justeza a fin de ir mayor fondo, a lo clásico cuya identificación     con la naturaleza es relación de a a b. 

El paso de a a b no se explica en el solo enunciado, ¿porque amigo lector, cuántas veces te has preguntado si la distancia es la misma entre dos y tres, que entre tres y cuatro? Algo tiene que ser diferente, no alcanzamos a saber así de pronto sorprendidos qué puede ser, pero tú, inatemático por naturaleza, ya habrás empezado a hacer un modelo por el cual llegar a planteamientos, desarrollos y resoluciones comprobatorias. Así, el clásico es más secreto cuanto más obvio parece. La traslación de a a b presupone un agente de unión que no es uno precisamente, sino qué otro ser u objeto. ¿Sabes tú cuál es, y en el caso de la prosa de Machado el nombre de tal agente interactuante? 

El barroco establece la relación de a a d, sin pasar por b y e pero la aparente complicación de identidades se explica al instante en que tú estableces que el agente de acción traslaticio de un término a otro es el autor y todo obedece a que como el barroco prescinde de la naturaleza en sus términos de ser en sí, entonces concluye en supuestos que permiten viajar sin dilación por todos los términos que se desee, a partir de a o b o c o z. 

Puedes apreciar, lector comprensivo, que la lectura de Machado en su prosa no deja idemne a lectores como nosotros tan dados a la especulación y tan dados a plantear de nuevo la inmortalidad del cangrejo. Pero qué tal que no fuera así, a estas alturas de nuestra carta estaríamos apenas empezando a glosar cuanto dice Machado en torno al derecho a la emisión del pensamiento y otros asuntos igualmente tenebrosos, de manera pues que preferimos la especulación libertada de la contención, que las altas cerebraciones en las cuales se pone en juego hablar de la concepción del Estado y asimismo del Estado como rector de la opinión. 

Mejor, sobre todo, volvemos a escuchar el rasgueo de la guitarra machadeana. El aprendió de sus voces el arte de la melancolía, nos lo dice. Comprendió la intensidad de los pueblos castellanos, disguió en medio de la polvareda dejada por rudos cabreros tras sus manadas, a Don Quijote caminar la barba en el pecho mientras recitaba oraciones hermosamente profanas dirigidas a Dulcinea, la moza limpísima, hermana de los granos de trigo, esposa de la piedra de molino en donde el trigo sufre la honrada transformación de la harina. 

Ahí va Machado, míralo lector en amena charla con Juan de Malrena. El, como Don Quijote, pregunta también por su amada, la bella, la hermosa y lejana Giomar. Dicta sus lecciones en pasos medidos, hablando con palabras entrecortadas y aspirando sin duda hablar con Dios, como él mismo lo reconoce en sus acérrimos aforismos. Y prosigue el tañedor, murmura cualquier clase de tonada y letra llena de suspiros y lejanías. Toda la historia mortecina de la España de fin de siglo se precipita y tú lector, también participas de aquellas nostalgias, para el efecto te has apoyado en el brocal de un aljibe. 

Abajo canta el agua, su voz configura la presencia de Matlali y tú también te echas a caminar hacia la infinita noche que precede al día y mientras lo haces, lector melancólico y hermano, te sale al paso don Melchor de Santa Cruz de Dueñas quien, con una sonrisa en los labios, te cuenta este sucedido de los años y tantos y tantos.

"Navegando mucha gente en una nao, levantándose gran tormenta, que pensaban ser hundidos, uno de los que allí iban sentóse de espacio a comer, entretanto que unos lloraban y otros se confesaban y hacían votos. Enojado el maestre de la nao con él, porque a tal tiempo se paraba a comer, le respondió: '¿No le parece a vuestra merced que quien espera de beber tanta agua como aquí ve que es razón coma algún bocado?"

Lector paciente no sin antes rogarte disimules lo mal hilvanado de estos renglones y los excesivos baches que muestran, te pedimos conservar tu preciosa salud en el marco de la felicidad y la riqueza. 

Tus amigos de siempre que te quieren. 

 

 

 

 

*  Departamento Editorial de la ANUIES.