RESEÑAS

TORDIMAN, GILBERT: La violencia, el sexo y el amor. Editorial GEDISA, Colección Libertad y Cambio. Traducción. J. C. Gorbea. 1a edición, Barcelona, 1981, 306 pp.

  La violencia, el sexo y el amor es un libro interesante. Desarrolla las posibles relaciones entre la sexualidad y la agresividad, desde los puntos de vista biológico, psicológico y social.

Podemos ubicar a Gilbert Tordjman de manera inicial (es la primera obra suya que leemos; no tenemos otra referencia), dentro de la corriente neo-psicoanalítica o neo-freudiana, pues amplía su marco teórico y de experimentación, más allá del psicoanálisis ortodoxo. Para él, aun reconociendo la contradicción Eros-Tanatos, la más importante contradicción del ser humano es la que se presenta entre nuestro patrimonio instintivo incompleto, y nuestra capacidad de simbolización, nuestra conciencia de seres separados y con capacidad de elección ante una vida no resuelta por el instinto. El índice de la obra es el siguiente: 

INDICE

1. Violencia, agresividad y sexualidad.

2. Sexualidad y agresividad: ¿instintos o aprendizajes?

3. Agresividad legítima y violencia patológica.

4. ¿Hay perversiones sexuales?

5. El sadomasoquismo.

6. Homosexualidad, celos y agresividad.

7. Disfunciones sexuales y agresividad.

8. Amo et odi.

9. La delincuencia sexual.

10. La violación.

11. Los mass media, la violencia y la pornografía.

12. Sólo el amor.

La problemática planteada por Tordjman reside en la coexistencia de sexo y agresividad en un nivel biológico. Los mismos circuitos neurohormonales que inhiben o estimulan las respuestas agresivas, regulan la conducta sexual. Sin embargo, el hombre (el único ser que desarrolla violencia patológica) puede a partir de su neencéfalo (órgano de lo imaginario, del lenguaje, etc.) manejar de una manera sana esta unidad biológica esencial, a través, principalmente, de su capacidad para amar.

1. Violencia, agresividad y sexualidad

"Violencia y sexualidad suelen estar asociadas en la mente del público, pero también en las informaciones transmitidas por los mass media, y actualmente cada vez más en los trabajos de neurofisiólogos y científicos de diferentes disciplinas" (p. 11).

¿Se trata de una moda, de una situación pasajera, o existen causas más profundas para establecer dicha relación? Por una parte, cabe decir que la sexualidad es, entre otras cosas, una función y una necesidad biológica básica, que posee su propio aparato neuropsicológico. Por la otra es preciso aclarar que entre la sexualidad llamada "normal" y la llamada "perversa" no hay límites rígidos.

En cuanto a otro componente de la relación, no debemos con- fundir agresión, agresividad y violencia. "La agresión representa la cantidad de energía movilizada para crear una tensión en el seno de un sistema susceptible de modificar su organización y su estructura" (p. 13). En este sentido, la vida misma es agresiva.

"... la agresividad es una pulsión, si no un instinto profundamente inscrito en nuestro patrimonio genético y que se expresa a través de muchas actividades cuyo objetivo esencial sigue siendo la supervivencia del individuo y la preservación de la especie" (p. 13). Aparece como un componente básico de la sexualidad y de la vida.

En cuanto a la violencia "...se distingue, desde luego, por su carácter de hostilidad básica y gratuita, por su necesidad de destruir y de suprimir, más bien que de crear, por su carácter apremiante y repetitivo, particularidad del impulso de muerte, según Freud" (p. 13).

Ahora bien, es difícil precisar las fronteras entre la agresividad y la violencia en el ser humano debido a su ambivalencia afectiva. Esta permite la coexistencia del amor y el odio; la agresividad legítima y la violencia patológica; el sexo y la violencia.

El autor se detiene a analizar el comportamiento animal en estas esferas, subrayando algunos puntos básicos en relación con el comportamiento humano.

1. La agresividad intraespecífica que existe en el hombre es considerable. La diferencia con el animal es que el hombre no ha desarrollado inhibiciones naturales frente al enorme desarrollo de sus armamentos. El animal sí desarrolla tales inhibiciones, que se adaptan a sus "armas" naturales.

2. El comportamiento sexual de animales y hombres es estimulado por la crueldad y la violencia.

3. Existe, sin embargo, la posibilidad de disociar ambos comportamientos tanto en animales como en el hombre, aunque en un primer momento aparecen unidos a nivel fisiológico.

Enseguida, Tordjman intenta desarrollar una explicación de esta compleja interdependencia de sexo y agresividad. Recurriendo a Freud, afirma que en todo acto sexual existe un componente agresivo, aunque finalmente conduzca al relajamiento y la paz. La mujer tanto como el hombre (aunque de diferentes "fonnas") participan de esta ambivalencia agresiva y erótica.

Respecto a esta asociación ambigua, el autor plantea tres reflexiones:

1.  Los circuitos neurofisiológicos que rigen las reacciones sexuales y las reacciones agresivas, son muy semejantes.

2.  La pertenencia a un sexo dado no marca caracteres definitivos en el terreno del sexo y agresividad. No al menos desde el punto de vista biológico. Social y culturalmente, en cambio, aún en nuestros días, se maneja la dicotomía hombre- agresivo y mujer-sumisa.

3.  La relación sexual implica no sólo la exposición a estímulos exteriores, sino también la anulación de la inhibición erótica, que es un mecanismo de defensa agresivo. Se requiere de un ablandamiento de estas defensas para dar paso a la excitación y al placer sexual.

4.  Hay otra causa en esta mezcla de sexo y violencia- " ... el placer sexual se expresa por medio de órganos cuya función inicial consiste en asegurar la supervivencia del individuo y permitirle entrar en relación con el prójimo. Es decir que el servicio de esos órganos es indisociable de un componente de agresión. La agresividad de la mirada no necesita demos- tración; hurga, fascina, hipnotiza para intentar reducir al otro a su antojo" (p. 25).

A partir de estas reflexiones podemos detectar un círculo vicioso: la agresividad induce al erotismo; el erotismo, a su vez, induce a la agresividad.

2. Sexualidad y agresividad: ¿instintos o aprendizajes? En este capítulo el autor saca a la luz la vieja polémica entre naturaleza o cultura: dos posibles orígenes antagónicos, en este caso, de la relación entre sexo y agresividad. Los instintivistas afirman que el desarrollo de las pulsiones eróticas y agresivas es un asunto de constitución aunque con variaciones de individuo a individuo. Los behavioristas declaran el carácter de aprendido de todo el comportamiento humano. La agresividad sería así, sólo una respuesta a las tensiones de la vida social; el comportamiento sexual y agresivo de los hombres estaría determinado únicamente por su cultura y educación.

Sin embargo, dice el autor, el comportamiento observable (de lo que hablan los behavioristas), " ... no puede ser disociado ni del impulso ni de las motivaciones que lo ordenan" (p. 30). Para el autor, la agresividad procede de un impulso biológico y es necesaria para la supervivencia del individuo y de la especie. Lo grave, plantea, es que dicha agresividad ha sido separada de sus objetivos primordiales (la supervivencia), y canalizada hacia matanzas de toda índole, con justificaciones sin número. Ante la ausencia de actividades gratificantes que confortan nuestra necesidad de sensaciones fuertes y el sentimiento de nuestro propio valor, ¿no se corre el riesgo de permitirse descargar esta legítima agresividad a través de la violencia? (p. 32).

A fin de fundamentar el origen biológico y necesario de la agresividad positiva, el autor realiza una incursión en el campo de la neurología. Esta ciencia nos muestra que la naturaleza emplea los mismos circuitos neurohormonales de control para el comportamiento sexual y para el comportamiento agresivo.

Ambos comportamientos dependen básicamente de tres elementos:

1o Un reflejo primario; en la sexualidad, una estimulación produce la vasodilatación pelviana expresada en una erección en el hombre y una reacción de lubricación vaginal en la mujer. Un estímulo agresivo, por ejemplo, si ponemos la mano en el fuego, provoca también una respuesta inmediata: retirarla.

2o El segundo elemento se rige por el hipotálamo. Existen circuitos interrelacionados que regulan los niveles de hambre, sed, peso, etc. Estos circuitos regulan, a semejanza de un termostato, nuestros comportamientos agresivos y sexuales de acuerdo a la frustración biológica y a los estímulos ambientales. Tales circuitos se organizan de manera binaria: áreas de estímulo y áreas de inhibición. Es decir, al inhibirse las respuestas agresivas se inhiben también las sexuales, y viceversa. "En otros términos, la agresividad representa una conducta inscrita, como el comportamiento sexual, en los circuitos neurofisiológicos de nuestro cerebro arcaico" (p. 34).

Hay varios argumentos que apoyan esta afirmación: las reacciones fisiológicas que se presentan durante la excitación sexual, se parecen mucho a las ocurridas cuando hay una descarga de agresividad (aumento de tensión, aceleración del ritmo cardiaco, etc.). Tanto los circuitos agresivos como los sexuales, situados en nuestro cerebro arcaico, se vinculan íntimamente con el lóbulo olfativo; esto es muy claro en el comportamiento animal: los animales se guían por el olor para descubrir un compañero sexual, lo mismo que para identificar a un depredador. Esto sucede de la misma manera en el hombre; sobre todo, es muy claro el papel que representan los olores en la excitación sexual.

Otro argumento aún más importante para apoyar la coexistencia de las conductas agresivas y sexuales en el cerebro arcaico, es el siguiente: los recientes experimentos con la testosterona demuestran que las mismas sustancias químicas que rigen los comportamientos agresivos, modulan también las conductas sexuales, en los animales y en los humanos. "La hormona masculina, la testosterona, desempeña un papel fundamental, tanto en la libido del hombre y de la mujer como en la modulación del comportamiento agresivo" (p. 36).

De esta manera, la represión de la agresividad, conlleva a la inhibición de las reacciones sexuales: esto produce angustia y reacciones psicosomáticas de diferentes tipos. El individuo podrá recuperar su equilibrio interno sólo mediante la lucha, la descarga agresiva o el acto sexual. Ahora bien, si ya se demostró el papel que desempeñan los circuitos neurofisiológicos en esta relación sexo-agresión, no debemos olvidar el papel igualmente importante que el medio ambiente desempeña en la estimulación o inhibición de los comportamientos sexuales y agresivos.

3o El último elemento del que dependen las conductas agresivas y sexuales desde el punto de vista neurofisiológico, está representado por el neencéfalo, que es el cerebro de la voluntad, del lenguaje y de lo imaginario. El desarrollo del neencéfalo en el hombre, le permite diversificar sus acciones; es lo que nos permite abrimos al mundo, aunque al mismo tiempo nos vuelve más vulnerables que los animales, puesto que no poseemos un programa instintivo heredado que nos dirija en nuestras acciones. Tenemos que elegir.

Para el autor, la principal contradicción humana " ... es la disociación entre los instintos ausentes y la hipertrofia del neocórtex, que desarrolla conciencia de sí" (p. 45). En este punto disiente de la contradicción planteada por Freud, entre el principio de realidad y el principio del placer, entre Tanatos y Eros.

El ser humano es el único animal que posee conciencia de sí mismo, como ser separado, de los otros hombres y de la naturaleza. "Confrontado con su libertad, que lo angustia, ha debido descubrir por sí mismo, a través de sus errores, sus ilusiones y sus experiencias, todo cuanto debía saber para sobrevivir" (p. 45). Para compensar estas carencias, se desarrolló el carácter, definido como un sistema casi permanente de los impulsos no instintivos por medio del cual el hombre se relaciona con la naturaleza y con sus semejantes. Es el carácter lo que puede controlar o activar la agresividad de nuestro patrimonio biológico, permitiendo así la disociación de sexo y violencia, programados juntos en los circuitos neurofisiológicos.

3. Agresividad legítima y violencia patológica

Además de la agresividad de origen biológico y cuyo objetivo es la supervivencia, existe la violencia cuyo fin es disfrutar de la agresión y la destrucción. Esta se halla muy desarrollada en gran cantidad de individuos. Es necesario preguntarnos si podemos ubicar esta violencia al mismo nivel que las necesidades primarias de hambre, sed, sueño y placer sexual.

El hombre busca siempre más allá de la satisfacción de las necesidades fisiológicas primarias: tiene tanta necesidad de afecto y amor como de alimento. Tiene necesidad de estímulos y de seguridad. El autor plantea que " ... la violencia, como la búsqueda de placer sexual, presentan las dos vías regias que conducen inicialmente a la satisfacción de nuestras tres condiciones fisiológicas fundamentales:

-necesidad de estímulos

- necesidad de seguridad

- necesidad de ser reconocido en su identidad" (p. 50).

Cuando estas necesidades no son adecuadamente satisfechas, se desarrollan sentimientos de hostilidad y desquite que dan origen a comportamientos pervertidos. Y el perverso se diferencia del que no lo es, básicamente por su incapacidad para el amor. Hasta aquí elaboramos un resumen de los capítulos tercero y cuarto, debido a que en el libro faltan 33 páginas (de la 64 a la 97) que corresponden al final del capítulo tercero y principio del cuarto ("Agresividad legítima y violencia patológica" y "¿Hay perversiones sexuales?"). Craso error de la editorial.

5. El sadomasoquismo

El sadismo, como toda perversión, incluye un componente de hostilidad. Sade, de quien deriva el nombre de este tipo de perversión, basa el placer sexual en la transgresión de lo prohibido, y en el dolor de¡ objeto que se posee. Según la concepción de Freud, este acto tiene que ver más con Tanatos que con Eros. Como la perversión se convierte en una imagen obsesiva, corre el riesgo de caer en la monotonía, por lo que se busca diversificar al máximo las transgresiones. (Esto es lo que Sade presenta en su libro Los ciento veinte días de Sodoma).

"El sadismo nos parece la perversión más grave, si no la más ejemplar, no porque disocie, como se ha dicho, la sexualidad de su finalidad reproductiva... sino porque subordina y sacrifica deliberadamente la pulsión sexual a un instinto de odio, un instinto de crueldad que se propone a sí mismo como su propia finalidad" (P. 108).

El componente sádico de transgresión de lo prohibido, sin embargo, se ve descalificado desde el momento en que se dirige a normas decretadas por la sociedad. "Sade vuelve a descubrir un dogma freudiano fundamental: la necesidad de insertar la pulsión sexual, aunque fuese perversa, en el interior de las estructuras sociales y morales" (p. 109).

Otro componente común a todas las perversiones es el impacto de un traumatismo (casi siempre infantil pero que también puede ocurrir en la vida adulta). Las relaciones efectivamente pobres, al impedir el desarrollo de la propia confianza del individuo, pueden conducir a la perversión, El autor cita a Fromni respecto a ello. "El individuo sádico, es sádico porque sufre de una impotencia del corazón, de la imposibilidad de conmover al otro, de hacerlo reaccionar, de hacerse querer. Compensa esa impotencia con la pasión de ejercer su poder sobre los otros" (p. 110).

Para el sádico, cada nueva relación representa una amenaza; sólo se siente seguro en al medida en que puede controlar y dominar a las personas. Su capacidad erótica está en relación con su aptitud para el control. La única relación posible es la de amo-esclavo. El ejercicio de   su voluntad de poder busca borrar las huellas de la humillación inicial (el traumatismo). El peligro producto de la transgresión,  es el catalizador sexual de sus placeres. Los fantasmas retratados   por Sade en sus obras" ... contribuyeron a revelar al mundo espantado una dimensión de la naturaleza humana a la que deliberadamente se intentaba ignorar pero que se transparenta sin dejar dudas en los sacrificios religiosos, en las matanzas de la guerra, en las torturas refinadas, en las inquisiciones de los jueces eclesiásticos, en los espectáculos sádicos brindados en la plaza pública, en los osarios nauseabundos de los campos de concentración. Sade fue el primero que se atrevió a romper la conjuración del silencio" (p. 114).

A continuación, Tordjman habla de otra perversión: el masoquismo. El masoquista se caracteriza por vivir una dominación sexual y afectiva de la cual obtiene placer. El nombre de esta perversión se deriva del escritor vienés Sacher-Masoch, quien en sus obras presenta vivos ejemplos de la misma. El autor cita a Bergler: " ... el masoquismo representa la neurosis fundamental, en la medida en que todo niño se halla confrontado con las frustraciones de la realidad. No obstante, se ve favorecido, parece, por una estruc- tura familiar particular: madre asfixiante y humillante que domina a un padre sumiso y pasivo" (p. 115).

También en el masoquismo podemos encontrar las cuatro características básicas de las perversiones:

1. Detrás de actitudes sumisas y abnegadas, se disimulan hostilidad y resentimientos.

2.  El masoquista desarrolla un componente sádico. Manipula a su pareja como si ésta fuera un objeto, es el director de la representación en la que él puede gozar.

3.  También está presente un traumatismo infantil.

4.  Existe una necesidad de revancha, de desquite, contra una situación o persona que en el pasado inflingió la humillación. Este desquite, por supuesto, se realiza indirectamente, con personas y/o situaciones del presente.

También en el masoquismo se establece una relación de víctima- verdugo. Se dice que la mujer es más masoquista que sádica: otro mito sociocultural. Su actitud de aceptación representa (especialmente en el caso de la frigidez) más rabia contenida, miedo, angustia, que pasividad y masoquismo. En realidad puede ser igualmente sádica que masoquista: " ... el sentimiento de desquite de la mujer respecto de su traumatismo infantil puede también expresarse por una forma patológica de obediencia y de sumisión como por una hostilidad directa con respecto a su medio" (p.  %120).

Existen, dice Gilbert Tordjman, contextos religiosos, socioculturales y económicos que favorecen la aparición y desarrollo del sadomasoquismo. En el terreno religioso y místico, esto resulta muy claro, tanto por parte de los mártires como de los tribunales ecle. siásticos; la autofiagelación y la muerte en la hoguera por herejía pertenecen a ello, lo mismo sucede con el canibalismo religioso, real o simbólico.

Desde el punto de vista económico, cualquier sistema basado en la explotación del hombre por el hombre, favorece al sadismo del grupo en el poder. Este mismo poder vende la idea de una revolución sexual, pero, como afirma el autor: " ... la sexualidad no es más que una compensación, paliativa de resentimientos pre- sentes o de antiguos traumatismos. No puede ser entonces, como decíamos al hablar de la perversión, sino sádica y perversa. No puede desembocar sino en la esclavitud de la persona respecto de la tiranía sexual" (p. 127).

Actualmente, la sociedad contemporánea que deshumaniza las relaciones interpersonales mediante el acelerado desarrollo tecnológico y el maquinismo, que aísla al hombre como al lobo en su madriguera, se ha convertido en altamente generadora de rivalidades, odios y muertes, y con ello, de actitudes de necrofilia. Este carácter necrófilo es definido por H. V. Henting como "la pasión de transformar lo que está vivo en algo que está privado de vida; de destruir por el placer de destruir; de interesarse exclusivamente en todo lo que es puramente mecánico" (p. 128).

La máquina y la técnica han anquilosado el discurso natural del cuerpo, se ha perdido la espontaneidad, el contacto con la naturaleza, conduciendo a una disociación esquizoide entre el pensamiento y el afecto. Las emociones se sustituyen o encubren por racionalizaciones, todo es pantalla, todo es máscara. Un profundo temor habita el interior de los individuos, junto con la muy encu- bierta necesidad de comprensión y amor.

Y surgen los dos recursos privilegiados para derrumbar esta muralla: el sexo y la agresión. Incapaces de vivir relaciones sexuales placenteras, el sexo se convierte en una "técnica sin vida" que no alivia las tensiones, que no acerca a las personas. Compensatoriamente entonces, se desarrolla el coraje sádico y/o masoquista que puede llevar hasta el homicidio, individual o social.

"En resumen, al perverso erótico le preocupa más el desquite, el odio y la hostilidad que el placer sexual. El amor y el odio están estrechamente asociados: los poetas no tuvieron que esperar a los científicos para afirmar que el odio no era sino un amor congelado, un fallo de Eros. El odio aparece y se desarrolla cada vez que tenemos la impresión de haber sido traicionados en nuestra confianza, en nuestra esperanza y en el amor que necesitábamos para realizarnos" (p. 131).

6. Homosexualidad, celos y masoquismo El autor se niega a considerar la homosexualidad como una perversión. En la actualidad, todo diagnóstico de este tipo (de homosexualidad) lleva implícito un signo peyorativo y es empleado con fines represivos.

Se habla de "homosexuales" y no de individuos con comportamiento homosexual, como si a una persona se le pudiera definir totalmente por sus preferencias sexuales. Y el comportamiento homosexual, dice el autor, engloba a personalidades y actitudes tan diferentes como el heterosexual: en ambos existen sádicos, "don juanes", monógamos, etc.

Todo deseo sexual, afirma Tordjman, presenta una estructura triangular; por una parte el sujeto que desea, por la otra, el objeto deseado y el rival. Siempre el rival (real o imaginado, desde las figuras paternas) ejerce en mayor o menor medida una atracción. Lo que sucede con el homófilo, es que se alejó progresivamente del objeto heterosexual concentrándose en el rival, tomando finalmente a éste como objeto del deseo. Es una transferencia siempre latente que en ocasiones se realiza y en otras no. Generalmente ocurre en la infancia.

Así pues, como en la heterosexualidad, no hay homosexualidad, sino homosexualidades. No es verdad entonces que "todos los homosexuales son muy celosos", sino más bien que en los celos existe un componente homosexual. El que siente celos los experimenta no tanto en relación con el objeto heterosexual, sino de su relación privilegiada con el rival, ante la cual se percibe como un fracasado.

Ahora bien, la homosexualidad, los celos y el masoquismo comparten un denominador común: el sentimiento de rivalidad, el rencor, y la hostilidad oculta o manifiesta. En los Edipo y Electra psicoanalfticos, el niño rivaliza con su padre y la niña con la madre para "obtener" el objeto de su deseo. Según el autor hay dos procesos que pueden orientar hacia la homosexualidad a partir de esta estructura inicial:

1. Que el modelo rival sea tan fascinante que concentre en sí toda la atención del deseo.

2. Que el objeto heterosexual (la madre o el padre en cada caso) sea tan amenazador, dominante y punitivo que invierta la dirección del deseo hacia la persona del mismo sexo.

Los celos se constituyen a partir de una rivalidad sexual exaltada, de una rivalidad homosexual. "Sólo que, el celoso, con toda su buena fe, se persuade de que su deseo extrae su fuerza de las cualidades del objeto que codicia, sin imaginar que se alimenta mucho más de la fascinación que ejerce sobre él su rival. Por eso, cuando el rival real no comparece, se las ingenia para introducir un tercero en su deseo" (p. 145). Y el masoquista, siempre busca situaciones difíciles de relación, no para gozar sus fracasos, sino por la fascinación de comprobar la victoria de su rival, al que siempre desafía.

El deseo sexual más común está siempre condicionado a la rivalidad, a la hostilidad, al obstáculo. Lo decisivo es la rivalidad con el modelo. Alcanza su punto álgido en la homosexualidad, donde el modelo rival se convierte en objeto del deseo. "Nuestra experiencia clínica ha llegado a convencernos de la 'normalidad' del homosexual. Este participa de la misma esencia que el heterosexual y el proceso de su deseo, así como el de aquél, se inscribe en una estructura triangular" (p. 149).

7. Disfunciones sexuales y agresividad En este capítulo se presentan dos tesis importantes: 1) La relación sexual implica siempre una agresividad necesaria. 2) las disfunciones sexuales que no tienen causa orgánica, son producto de la inhibición de este componente agresivo. Ya hemos visto en los capítulos anteriores, que los mismos circuitos neurofisiológicos que inhiben las respuestas agresivas, hacen lo mismo con las respuestas sexuales. También se había adelantado algo sobre la participación de los influjos agresivos en la sexualidad, tanto en el plano del deseo y del placer sexual, como en el de la comunicación afectiva con nuestros semejantes.

 En el capítulo anterior se hablé de la estructura triangular del deseo: sujeto, objeto deseado y rival. El rival, el tercero en cuestión, puede ser sustituido por dos procesos. El desdoblamiento del objeto del deseo (en sujeto y objeto), y el que hace intervenir en la relación un fantasma erótico que completa el triángulo. En el primer proceso, el amante es atrapado por el deseo que el objeto amado tiene de sí mismo (la coqueta, la personalidad narcisista en general). Esta rivalidad desencadena una lucha; la guerra del deseo. Deseamos más al objeto de nuestra elección en la medida que tememos sea poseído por otro. El deseo encadena: algo aparentemente tan espontáneo y altruista, llega a desarrollar una dialéctica de amo-esclavo. Reconocer nuestro deseo es someternos. Cuando la guerra termina, termina la atracción; cuando el rival ha sido sometido, el deseo desaparece.

La agresividad es pues necesaria en el plano del deseo, así como en el del placer sexual. "El placer sexual es ante todo movimiento, y por tanto agresión en su definición original. El placer resulta de movimientos regulares, coordinados, libres de cualquier tensión. El dolor, al contrario, se manifiesta mediante crispaciones reiteradas y espasmódicas" (p. 152).

Cuando la sensibilidad se bloquea, se inhiben reacciones agresivas y sexuales por igual. La insensibilidad corporal es patológica, elimina placer y dolor; el movimiento y la agresión son reprimidos. Frecuentemente, tal insensibilidad oculta un miedo al placer y al dolor, sobre todo, miedo al dolor psíquico que puede ser removido por el placer. Este puede remover nuestras carencias, humillaciones y frustraciones. A fin de recuperar el placer debe afrentarse el miedo al dolor físico y psíquico, pues el placer implica siempre cierta violencia corporal y cuando es negada o evitada, mutila lo satisfactorio del encuentro sexual.

El segundo proceso que puede sustituir al rival en la estructura del deseo y del placer, es la elaboración del fantasma erótico. Una "buena técnica sexual" sin la participación de lo imaginario es incapaz  de producir placer ni voluptuosidad. Es nuestra codificación de actos y caricias, nuestras imágenes, lo que hace que se produzca o  no excitación y goce.

"Dicha   codificación puede intensificar o inhibir el deseo. Esta aptitud de codificación depende desde luego de muchas variantes: la riqueza  de lo vivido anteriormente, el sistema de valores y de actitudes frente a la sexualidad, así como de la potencia creadora de la imaginación" (p. 160). El fantasma erótico puede ser definido, codificado, de muchas maneras. Y quizás sea a este nivel que se articule una diferencia entre el sano y el perverso: el hombre sano realiza sus imágenes en el plano fantasmático, mientras que el perverso lo hace en el plano de la realidad, perdiendo el control de su representación. El hombre sano no lo pierde.

Según Tordjman, a partir de estas afirmaciones, todos somos perversos en potencia. Todos hemos sufrido humillaciones y frustraciones en nuestro pasado.

En el plano de la comunicación afectiva, como se planteó al inicio de este capítulo, también encontramos un componente agresivo. "Es imposible no comunicarse. Pero tan pronto como se traba relación, se plantea el problema de controlarla. Está claro que la relación  amo-esclavo queda excluida en los primeros contactos, pero justamente son los primeros contactos los que deciden cuál de ambos interlocutores va a tomar la iniciativa, cuál será el que avance hacia el otro" (p. 165).

Enseguida, el autor hace referencia a la división establecida por Gregory Bateson sobre los dos tipos de comunicación humana:

SIMÉTRICA: los participantes mantienen el mismo nivel de comportamiento, toman la iniciativa, se critican o aconsejan. Este tipo de relación puede desencadenar escaladas de competencia para demostrar quién hace mejor lo mismo.

COMPLEMENTARIA: en ella uno es el clador y otro, el receptor; uno está por encima de otro, uno enseña y manda, otro acepta y aprende.

En las relaciones cotidianas se mezclan y superponen ambos tipos de comunicación. Sin embargo, no es muy frecuente que se presenten cambios en las relaciones complementarias, éstas tienden a hacerse rígidas; y ocurre a menudo en la terapia de parejas. 

Al no poder cambiar la estructura de la relación, se presenta el síntoma o la enfermedad psicosomática, que es un medio de canalizar tensiones. También es un medio para quejarse, agredir, y llamar la atención del otro hacia nuestra persona. 

El autor vuelve a referirse a Gregory Bateson hablando de la comunicación paradójica. Esta se caracteriza por transmitir mensajes-órdenes, imposibles de ser cumplidas. Ejemplos: "sé espontáneo", "no me obedezcas", "quiéreme", etc. Los mensajes pueden ser verbalizados o estar implícitos en una situación. "Este tipo de comunicación se vuelve patológica, no cuando un individuo intenta tomar la iniciativa de una relación, sino cuando no acepta reconocerlo" (p. 167). 

En el caso de las parejas es muy común: siempre está mezclada la voluntad de poder, pero se niega a ser evidenciada. En toda relación, aun antes del contacto sexual, los componentes de ella deben definir su estructura como complementaria, simétrica o paradójica. Y parece que siempre, como en las perversiones, el principio del poder prevalece sobre el del placer. Para el autor, a menos que exista una mutación genética, es poco probable que podamos construir un mundo en el que sean eliminados agresividad y competencia. El psicoanálisis ha demostrado que las relaciones amorosas se mantienen a nivel inconsciente por fantasmas de posesión, incorporación y hasta destrucción. 

Así pues, concluye el autor, hemos demostrado que en todos los planos de la comunicación (del deseo, del placer, de la relación afectiva), existe un componente de agresión y hasta de hostilidad, que se articula en tomo a la estructura triangular de toda relación. Lo patológico no es esta agresión, sino su enmascaramiento, su inhibición. 

La agresividad puede ser inhibida en el plano del deseo mismo, en el de los movimientos corporales que posibilitan el placer sexual, o a nivel de la comunicación afectiva. "La inhibición de la agresividad, selectiva o conjugada, en el plano del deseo, del placer, o de la comunicación verbal, halla su conclusión lógica en la aparición de las disfunciones sexuales que ya hemos convenido en agrupar bajo el nombre de impotencia y frigidez" (p. 175).

"La depresión acecha al que lucha desesperadamente por contener y reprimir sentimientos de gran violencia, dirigidos contra aquellos que pretende querer, y a los que sin duda quiere sincera- mente" (P. 177). El estudio clínico de las disfunciones sexuales ha demostrado que la inhibición de los circuitos de agresión conlleva a la inhibición de los circuitos de las reacciones sexuales.

8. Amo et odi

El amor, dice Tordjman, sigue existiendo en el corazón de los hombres como una oculta esperanza, como un secreto. Sin embargo, existen dificultades para definirlo. El mismo Platón nos da dos concepciones opuestas del amor: en El Banquete nos habla del amor divino que nos reúne en   la armonía del universo; en Fedra retrata al deseo loco, codicioso, que sólo busca poseer y dominar al ser amado.

Tanto el amor divino como el codicioso, sin embargo, poseen la misma estructura triangular en el primero, el mediador es divino; en el segundo, es humano. Nuestros contemporáneos siguen enfrascados en esta dualidad; el amor ternura-el amor sensual, el Amor y la Sexualidad. Al respecto, el autor plantea la siguiente tesis: "En nuestra opinión, esa dicotomía evidencia una falta de sentido: el amor más tierno puede amalgamarse a la sensualidad; y los desbordes eróticos pueden impregnarse de afecto y de espiritualidad" (p. 184).

¿Por qué, entonces, se sitúan la ternura y la sensualidad, en polos opuestos?

Para tratar de responder esta pregunta, Tordjman hace referencia a la moral cristiana (y a todas las morales dogmáticas) que parte al hombre en dos y condena como pecado la sensualidad y el erotismo. Sexo y culpa casi siempre van juntos; se desarrollan prejuicios contra todo lo carnal, contra el cuerpo en su conjunto y particularmente contra los genitales. "Se anestesian o eliminan los órganos sexuales del esquema corporal humano; pero la misma inhibición suprime las pasiones y los deseos, la alegría y el placer que concurren al discurso natural del cuerpo" (p. 185).

Además de las presiones externas, sociales y religiosas, existe un sentimiento interno, de represión, cuyo origen probablemente se ubique en la infancia. En esta época confundimos la satisfacción de nuestras necesidades biológicas, agresivas, con la de nuestras necesidades de afecto, seguridad y placer erótico. Así, siempre habrá culpa y miedo unidos a satisfacción y placer.

Y el temor de liberar esta carga explosiva conduce, como lo vimos en el capítulo anterior, a disfunciones sexuales, o bien, a la imposibilidad de unir afecto y erotismo. Tenemos que dejar salir la agresividad; el hombre puede hacerlo a través de lo imaginario: " ... debemos reemplazar la agresividad real por una agresividad gratuita e inofensiva, por una agresividad lúdica cuyo símbolo indiscutible sigue siendo Eros, armado de flechas" (p. 187).

El fantasma erótico no se propone la humillación ni la destrucción, sino activar la tensión erótica teniendo presente las necesidades de la otra persona. En este sentido, podemos ver la verdad de la afinnación de SCHWARTZ: "la sexualidad es la única función incapaz de mentir" (p. 187), pues quien trate de excluir el componente agresivo de la relación, se enfrenta al fracaso.

"Este éxtasis orgásmico presupone la disolución de los núcleos de agresividad que se oponen al discurso natural del cuerpo. Pero dicha disolución implica que los mencionados núcleos hayan sido previamente movilizados, masajeados, amasados, al menos en el plano lúdico y fantasmático" (p. 189).

La disociación entre amor y sensualidad se basa en el mito de que no puede haber ambivalencia de sentimientos; que el amor excluye toda hostilidad. La coexistencia del amor y el odio es una premisa general de los afectos humanos. Y el amor no puede eliminar su componente agresivo, " ... aun en las condiciones más favorables, reactiva el sentimiento de inseguridad afectiva de nuestra infancia, en la medida en que nos hace tomar conciencia de nuestra dependencia del objeto amado" (p. 191). Entre más nos sentimos dependientes del amor del otro, más nos amenaza su abandono, y desarrollamos más sentimientos de hostilidad.

¿Cómo preservarnos de los sentimientos de agresividad? Tal vez la solución sea, dice el autor, vivir el precepto bíblico que reza glamarás a tu prójimo corno a ti mismo". No nos amamos; aprender a amarnos a nosotros mismos es el seguro más eficaz contra la violencia patológica y contra el rencor. "Esta profesión de fé se verifica tanto en el amor sexual como en el amor-temura. La aceptación de tal ambivalencia afectiva torna posible el amor a sí mismo, y permite conciliar ternura y sensualidad" (p. 193).

9. La delincuencia sexual

Muchos casos de delincuencia sexual se explican, dice Tordjman, por la inhibición sexual de individuos que han reprimido sus rencores y sentimientos hostiles, producto de carencias efectivas básicas y frustraciones infantiles y adolescentes. Al no poder canalizar dicha hostilidad mediante relaciones efectivas y sexuales, lo hacen a través de la violencia sexual patológica. El autor presenta cuatro casos de delincuencia sexual, aparentemente diferentes entre sí, pero con un denominador común: " ... todos tienen que ver con esta regla fundamental: cada vez que no hemos podido satisfacer nuestra necesidad de estímulos en la sexualidad, corremos el riesgo de recurrir a la violencia para sentirnos existir" (p. 202).

Esta conexión es muy evidente durante la adolescencia, hay un desplazamiento de las pulsiones sexuales (que la sociedad impide satisfacer con libertad) hacia pulsiones agresivas de rebelión. A veces el simple acto de robar se convierte en sí mismo, en un sustituto del acto sexual. Se consigue, por así decirlo, un orgasmo más cerebral que genital, pero, como afirma Tordjman, " ... nuestro cerebro es nuestro órgano sexual esencial..." (p. 206).

Violencia y sexo son excitantes tanto para el que los practica como para el que los observa o presencia, ya sea personalmente, o a través de los medios masivos de comunicación. Lo dramático de la violencia y la pornografía es que mantienen su condición de estimulantes sólo aumentando sus modalidades de expresión. Son como una droga. Y como siempre, las cosas decisivas suceden durante la infancia, en el medio familiar; es necesario permitir que el niño aprenda a modular sus pulsiones sexuales y efectivas mediante sus experiencias de juego, de sensaciones, de amor.

"El amor-terapia sigue siendo, estamos convencidos, uno de los mejores antídotos de la hostilidad y la violencia, y una de las garantías más firmes de reintegración en nuestra socie ad competitiva y frustradora. Pero en muchos casos de psicopatía violenta, la suerte está echada, y el amor, que implica una real toma de conciencia de las necesidades y las expectativas del otro, se revela imposible" (p. 223).

10. La violación

La violación es un acto de delincuencia sexual que implica las ambivalencias biológicas y socioculturales que rigen sobre la violencia y la sexualidad. Tordjman plantea que se trata menos de un problema sexual, que de la ocasión de liberar sentimientos hostiles y rencorosos contra la mujer (o el hombre) y la sociedad. En él sadomasoquismo, la "víctima" se presta voluntariamente (al menos en la superficie) a la representación del acto perverso. En la violación, como su nombre lo indica, se lleva a cabo una toma por la fuerza, en la que el violador está atento y cerrado, solo, en sí mismo.

El violador es guiado por una voluntad de poder, en la que el riesgo y la resistencia del otro son los mejores alicientes para su acto. "La difusión casi universal del fantasma de violación se debe a que proporciona al sujeto la oportunidad de desquitarse de sus humillaciones infantiles" (p. 246). En este punto la violación se vincula con el comportamiento perverso, y con la pornografía. Son formas de desquite frente a una experiencia traumática vivida en el pasado. Si nos detenemos a analizar la literatura pornográfica, caeremos en la cuenta de que se encuentra articulado alrededor de la violencia más que del placer.

Y es que en nuestra sociedad el sentimiento de virilidad se basa en el desprecio y la hostilidad hacia la mujer; muy en el fondo, en el miedo hacia ella como la siempre latente madre castrante y/o manipuladora y/o demandante de la infancia. "Ella es el primero, el más deseable o el más presuntamente despreciado de los objetos de consumo. Pero no se la consume más que para destruirla; es el objeto del miedo más grande del hombre, por lo tanto de su más grande agresión" (p. 249). Como expone el autor, el violador rara vez se siente culpable de su acto. La violencia reina sobre el placer y sobre el amor.

11. Los mass media, la violencia y la pornografía

Nuestra sociedad, dice Tordjman, se encuentra fielmente retratada por los medios masivos de comunicación y por el arte. Nuestro contexto socioeconómico, moral y sexual está reflejado en ellos. Antiguamente el arte cumplía esta función. Los medios masivos de la actualidad, ". afectan sutilmente, pero más que un libro al que nuestra razón interpela, nuestra manera de estar en el mundo, la manera como hablamos, nos vestimos, compramos o nos queremos" (p. 256).

En este capítulo, el autor analiza principalmente los contenidos de violencia, pornografía y erotismo, transmitidos por dichos medios, haciendo énfasis en la televisión.

Desde los inicios del cine y la televisión surge la inquietud de los efectos producidos mediante la transmisión de espectáculos violentos. En éste como en todos los casos de la investigación social, hay muchos experimentos y pocas certezas. El autor menciona un experimento realizado por Berelson en Londres, como un esfuerzo real para evaluar el impacto de la violencia telivisiva en la conducta delictiva de los jóvenes. Los resultados demuestran que " ... el impacto sobre el comportamiento agresivo de los telespectadores es tanto más marcado cuanto más se integra la violencia en un contexto de, realidad" (p. 260).

Sin embargo debemos recordar que la connotación de realidad o ficción depende más de la personalidad y sensibilidad del espectador, que del formato y/o secuencia propiamente dicho del programa.

El autor plantea que son los jóvenes adolescentes los más vulnerables ante la influencia de la violencia televisada, cuando existe una débil comunicación familiar y cuando la sociedad no propone objetivos en los que puedan canalizar su enorme necesidad de realizaciones.

Y como se apuntó anteriormente, las estructuras agresivas y sexuales del niño se fijan desde la infancia; esta huella es decisiva aunque pueda surgir una evolución sobre todo durante los años de adolescencia, cuando se reactivan los conflictos pasados.

Pero, dice Tordjman, no podemos combatir una enfermedad atacando sus efectos. El problema no es censurar la violencia televisiva sino los patrones y estructuras sociales, familiares y personales que la desarrollan de esta manera patológica. La televisión, como los demás medios masivos, no hace más que reflejar la sociedad que la produce. En cuanto a la pornografía, el autor dice que implica un componente perverso articulado sobre un comportamiento sádico que busca desquitarse del traumatismo inicial. "El erotismo abarcaría en cambio, todas las emociones nacidas del juego del amor y del azar con que se divierte, en forma traviesa, Eros armado de su carcaj y sus flechas..." (p. 267).

En ambos (pornografía y erotismo) se encuentra presente un componente hostil, en la pornografía de manera pervertida, en el erotismo como un juego de lo imaginario. Y vemos con alarma que las películas pornográficas -principalmente las sadomasoquistas- siguen siendo producidas en número cada vez mayor, en detrimento de aquellas que reúnen el amor físico y la ternura en un solo contexto.

12. Sólo el amor

En nuestra sociedad la violencia aumenta a todos niveles; la guerra no parece dar soluciones duraderas como en el pasado. Los medios masivos de comunicación nos transmiten la violencia reinante. Y hemos realizado una conversión curiosa respecto al "enemigo". Antes se hallaba fuera de nuestras fronteras. Ahora creamos soportes transferenciales de nuestra propia violencia, buscamos chivos expiatorios. "En nuestro tiempo, la víctima propiciatorio no es solamente el negro, el judío, el trabajador extranjero, sino también todos esos jóvenes vagabundos, punks, rockeros, hippies, marginales y sin trabajo, profesionales que rechazan las coacciones de la época, del trabajo y de la sociedad. La víctima propiciatorio es el extraño" (p. 280).

La "razón" y la "ley" dan muchas vías de escape para esta violencia interna y patológica que hemos desarrollado en nuestros tiempos. El principio de competencia rige en todos los contextos; todo prójimo es enemigo potencial. Esta dinámica conduce inevitablemente al aislamiento y la soledad. Violencia y miedo impregnan la vida social cotidiana. La víctima propiciatorio puede engendrar fantasías compartidas tan atroces como aquella que llevó al holocausto al pueblo judío.

Y volvemos a los planteamientos iniciales: " ... la carencia afectiva y la privación sensorial en los primeros años de la vida, repercuten negativamente, tanto sobre el comportamiento sexual como sobre la capacidad del sujeto de controlar su violencia" (p. 291). Se requiere de una verdadera revolución moral de la sociedad que posibilite el desarrollo compartido del amor y del afecto. El autor analiza algunas sociedades primitivas, diferentes entre sí, y llega a la conclusión de que en aquellas donde se trata a los hijos con amor, cuando llegan al estado adulto, son capaces de controlar su violencia. En las sociedades donde los niños son maltratados, son frecuentes la esclavitud, la inferioridad de la mujer, y la violencia exacerbada.

Debe pues defenderse la moralidad del placer, sobre la moralidad del dolor y el sufrimiento. Gilbert Tordjman cita a otro investigador en estos terrenos de apellido Prescott: "El placer físico compartido, constituye el sustrato psicobiológico necesario para el establecimiento de las relaciones democráticas, igualitarias, es decir, a la inversa de las relaciones fascistas. Por todas estas razones, los sistemas religiosos que confieren un alto valor moral al dolor, al sufrimiento y a la privación; que consideran que el placer físico es inmoral, que insisten en las virtudes de la virginidad y el celibato, contribuyen sustancialmente a la edificación de sociedades fascistas y autoritarias así como al predominio de la violencia física" (p. 293).

* * *

En resumen, Tordjman nos presenta al amor como la única potencia capaz de dar un giro al actual estado de cosas. No el amor voraz que niega al otro en su especificidad y necesidades. Ni el narciso ni el perverso son capaces de amar; el narcisista busca al otro sólo como un espejo que le devuelva su propia imagen. Para el perverso el otro es una figura intercambiable que le es útil en la medida que le ayuda a representar su guión de desquite.

Debemos aprender a amar reconociendo la ambivalencia de nuestros sentimientos, la presencia en ellos de la agresión, de los fantasmas, de un sinnúmero de frustraciones que todos llevamos en nuestra historia personal. La razón sin amor es impotente; la ciencia y la tecnología al servicio de Tanatos nos lo demuestran claramente.

La lectura de esta reseña (casi sin medida extensa), puede recómendar la obra de Gilbert Tordjman por sí sola. Para finalizar presentamos una cita del autor que apunta hacia la solución planteada por él ante la problemática de miedo y violencia a que todos nos enfrentamos.

" ... el niño necesita alimentarse de tres fuentes: una fuente de amor, de autoridad y de independencia. De estas tres exigencias, el amor es la más importante. Más que de alimento y de cuidados, el niño necesita caricias, besos, solicitud; tiene necesidad de que ese amor le sea manifestado" (p. 294).

ALICIA LOZANO MASCARÚA.