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Contenido
Si alguno preguntara por qué se estudian actualmente la lengua y la literatura en las escuelas y universidades,
podría respondérsele con unas cuantas palabras porque existió Homero. La obra de ese ciego
extraordinario inició, de manera diferente, la transmisión de los valores estéticos y morales
que rigen a las comunidades humanas. Sus poemas encarnaron los ideales de la cultura griega a grado tal, que determinaron
"la dignidad, la independencia y la función pedagógica de la literatura".(1)(***) Desde
entonces, leer, reconstruir, comprender, profundizar e imitar a los grandes hombres del pasado y poner en práctica
sus virtudes serán las metas de la educación. Conocimiento del pasado, discusión del presente
y visión oportuna del porvenir formarán, en adelante, el ideal del ciudadano responsable. De ahí
la expresión ciceroniana que compendia la responsabilidad del intelectual en la Roma clásica ningún
servicio podemos prestar a la república mayor ni mejor que educar a la niñez y a la juventud.
(***) Las notas de referencia se presentan al final del trabajo.
Ahora bien, no todos los pueblos antiguos inspiraron su educación en textos literarios; los hindúes
y los israelitas, sólo por dar dos ejemplos, formaron su concepto de la vida en torno a textos religiosos.
Es cierto, los himnos de los Vedas y la Biblia tienen abundantes aspectos literarios, pero eran los que menos interesaban
a esas comunidades. Los hindúes llegaron a tener un respeto tal por las divinidades que crearon una lengua
especial para dirigirse a ellas; cuidaron sobremanera la pronunciación de las oraciones porque de ello dependía
que lograran las gracias solicitadas; por esta razón, se convirtieron en los fonetistas más avanzados
de la-antigüedad.(2) Los judíos, por su parte, comprendieron que el mensaje fundamental de la Biblia
era hacerles conocer que el mundo era obra divina y que ellos eran los elegidos de Dios.
Los griegos, por el contrario, vieron en el hombre un ser tan admirable que dedicaron muchos esfuerzos a comprender
su naturaleza y comportamiento. Los mismos dioses -tan numerosos en esa cultura- en cierto sentido sólo
llenaban necesidades de los humanos; eran fruto de la actitud reflexiva que los llevó a maravillarse ante
realidades que otros pueblos aceptaban sin discusión. Ellos pusieron las bases del pensamiento moral, filosófico,
político, científico y estético del mundo contemporáneo occidental.
Su enorme capacidad crítica la volvieron también hacia el lenguaje y los textos literarios. Mientras
los hindúes e israelitas, para volver con los ejemplos, explicaron el origen del lenguaje a través
de la acción divina, los griegos afirmaron con toda claridad que era un invento humano; sólo discutieron
los posibles procedimientos seguidos en la invención, pero nunca dudaron de la capacidad del hombre para
elaborar un sistema de signos tan complicados.(3) Lo mismo ocurrió con las obras literarias. Ellos no divinizaron
los textos capitales de su cultura, pero unificaron las versiones que habían ido apareciendo con el tiempo
y estudiaran con interés la lengua en que estaban vertidos. Esta labor histórico-lingüística,
unida al análisis interior de los poemas de Homero, fueron las bases lejanas de la filología occidental
que comprende: lengua, literatura e historia.
Casi por la misma época se sumaron la filosofía y la pedagogía al estudio de los textos, con
lo que se integró el mundo de las humanidades. Todas estas disciplinas analizaban un aspecto diferente de
las obras artísticas verbales la gramática se encargó de estudiar los aspectos lingüísticos
y los efectos de la construcción estética; la filosofía, de las verdades expresadas en el
texto; la historia, de los hechos pasados; y la pedagogía, del ordenamiento sencillo del discurso que permitiera
la fácil transmisión del mensaje. La unión entre ellas pronto quedó de manifiesto al
nacer los poemas didácticos, históricos y filosóficos; pero se desarrolló también
el cultivo de la belleza verbal a través de la lírica.
El mundo grecorromano integró, así, un campo de cultura a base de reflexiones y doctrinas de gramática,
retórica, poética y dialéctica, todas en constante cambio e interacción. En ese tiempo,
hablar de lenguaje era hablar de hechos culturales y perspectivas filosóficas. Aristóteles, por ejemplo,
afirmó que el conocimiento se adquiere en la medida en que se domina el lenguaje, de donde deriva la unión
indisoluble entre los hechos lingüístico-literarios y sus soportes filosóficos. Ese autor cuando
hurga en los problemas de la sintaxis, no los reduce a la estructura de la lengua griega, sino que los integra
al campo más amplio de la lógica; cuando estudia el funcionamiento de las figuras -problema técnico
del lenguaje- lo resuelve en el contexto de la persuasión retórica o de la forma poética.
Proclama la dignidad de la primera y la íntima relación que existe entre poesía y filosofía.
La metáfora, dice, caracteriza a los seres privilegiados, puesto que manifiesta la fineza del pensamiento
que percibe levísimas relaciones entre los seres.
Los seres, como Dionisio Tracia y Apolonio Díscolo, también mostraron el ideal cultural, subyacente
a su trabajo descriptivo: perfeccionar el griego y volverlo instrumento literario; había que transformar
el lenguaje burdo, que hablaba la gente, en lengua refinada y perfecta.(4) Esta preocupación cultural fue
la causa del nacimiento y desarrollo de los estudios gramaticales, y por eso, también, en la antigüedad
no se dieron los especialistas o gramáticos puros. En el siglo I a. C. Varrón, en su estudio gramatical,
reafirma que el objeto de ese campo es el conocimiento sistemático del uso de la mayoría de poetas,
historiadores y oradores.(5) El hablar correctamente es preocupación constante entre los ciudadanos y al
analizar la literatura de la época puede verse cómo se desprecia al lerdo, al torpe que se resiste
a la civilización.(6)
Todavía seis siglos después, Prisciano, en la introducción a sus Institutiones rerum grammaticarum
aclara que si los estudios literarios han decaído es porque el estudio gramatical se ha realizado de manera
imperfecta, y su intención es provocar, con su gramática, el renacimiento de los estudios literarios,
pues -según él- debían su postración a la abundancia de malas traducciones griegas.
En la época clásica, la creación poética llegó a ser un trabajo sumamente prestigiado,
porque en ella se manifestaron muchos de los valores sociales. El pueblo gozaba los poemas, los veneraba, los memorizaba.
En ellos encontraba a sus dioses, a sus héroes y a los hombres con quienes convivía; por eso terminó
por abrir instituciones en donde se enseñara la creación literaria y el conocimiento de los antiguos
autores. Así nacieron los estudios humanísticos en las escuelas. En ellas, los textos homéricos
se convirtieron en el centro de la educación ciudadana y en símbolos de la comunidad. Fueron estudiados,
recitados a coro públicamente y considerados como fuentes de preceptos morales.
Esto originó una serie de actitudes sociales ante el trabajo literario y el filológico. El poeta,
al igual que el profeta, se convirtió en el enviado de los dioses, y el-humanista, en el erudito de la comunidad.
Por otra parte, se relaciono la inmortalidad con quien hacía poemas y con quienes protagonizaban éstos.
Nació, entonces, una nueva misión del poeta: recolectar la opinión comunitaria y conducir
al pueblo hacia determinados fines intelectuales, estéticos y aun de conveniencia social, lo que transformó
al poema, de objeto estético en objeto político. Así nació un nuevo peligro utilizar
la fascinación verbal para ocultar ideas inconfesables, por una parte; pero también abrió,
por otra, la posibilidad de llevar a los ciudadanos hacia la justicia, a través de textos bellos.
De esta manera aparecieron los poetas en las cortes. Allí alabaron a los gobernantes, a veces indignos,
o difundieron ideas políticas por encargo. Esta costumbre ha llegado hasta nuestros días. Pirenne,
al estudiar los inicios de la Edad Media, dice de los germanos que "en cuanto sentaban pie, sus reyes se rodeaban
de oradores, juristas y poetas".(7) Sin embargo, la veneración por quienes cantan las virtudes humanas
parece ser anterior a esa época; bastaría recordar aquel texto del profeta Daniel:
Los sabios brillarán en el esplendor del firmamento; y los que enseñan a muchos la justicia serán
como eternas estrellas (XII, 3).(8)
La idea de la fama que reciben tanto quien escribe el poema, como el sujeto cantado en él, se encuentran
en diversos textos clásicos: Homero (lliada, VI, 359), Teócrito (Idilio, XV). Horacio (Odas IV, VIII,
28) y Ovidio (Amores, 1, X, 62); pero un texto de Propercio es muy claro. Dice en las Elegías:
¿Nos admiraremos, siéndonos Baco y Apolo propicio/ si una turba de niñas adora mis palabras?
Y más adelante se dirige a las musas
Afortunada alguna si en mi libro es celebrada. Mis cantos recordarán su forma
Pues no caerá por el tiempo el nombre adquirido por el ingenio (la poesía)/ pues éste posee
la gloria sin muerte.(9)
Ante estos versos sólo queda afirmar que el escritor tenía clara conciencia del papel de árbitro
que jugaba en la sociedad. De él dependía inmortalizar o vilipendiar a una persona; unir o separar
a una comunidad; aceptar o rechazar el favor político. Pero al lado de poetas que se corrompieron hubo otros
que dedicaron su vida a reflexionar sobre los valores comunitarios y a defender a los oprimidos.
Ahora bien, si el cultivo de la lengua escrita, a través de la gramática y la creación poética,
tenía un alto grado de prestigio, el cultivo de la expresión oral no le iba a la zaga. El dominio
de la oratoria, para los ciudadanos de las sociedades clásicas, tenía características de excelencia.
Basta leer el Brutus y el De Oratore de Cicerón o el Dialogus de Oratoríbus de Tácito, para
comprender la amplia formación que era necesaria para ser gran orador, y el éxito -incluso económico-
de quienes lo conseguían. Ambos, el poeta y el orador, eran considerados eximios creadores, pero había
una prolongada polémica entre las dos actividades.
Los más interesados en los bienes materiales pensaban que no valía la pena consumir la vida creando
textos poéticos, porque "ni concilian dignidad alguna a sus autores, ni producen utilidades",
y, por otra parte, "consiguen un placer breve, un elogio inane y estéril".(10) Además,
necesitan de la vida apartada, que impone la renuncia a los placeres, incluso los más inocentes, como el
trato con amigos y los paseos; porque el poeta debe permanecer en la soledad para conciliar las ideas y los sentimientos,
verterlos luego en palabras y versos hermosos.
A esta vocación poética de silencio y apartamiento se oponía la brillante carrera del retor
(orador). Si se quería tener una posición destacada en esa sociedad tenía que dominarse el
arte de la expresión oral. Era una larga preparación que incluía abundancia de información
sobre el mundo, una sidéresis a toda prueba y un elevado dominio de la construcción y del arte de
la palabra. El orador ideal, para Tácito, era aquel
"que puede hablar sobre cualquier cuestión de manera bella y con aliño, y puede persuadir con
eficacia, según la dignidad de los asuntos de acuerdo a la ocasión y con deleite de los oyentes"
(p. 35).
El orador tenía la obligación de dominar algunas artes, pero debía conocerlas todas. Cicerón,
por ejemplo, conoció a fondo la geometría, el derecho, la música, la gramática, la
filosofía, la dialéctica y la moral. Se pensaba que el orador podría construir discursos densos
en los conceptos y fluidos en la expresión, sólo si la estructura estaba sostenida por información
nutrida y adecuada. Combinar la profundidad de los pensamientos con la elegancia de las palabras; elegir con tino
el asunto; ordenar con sabiduría el material; combinar abundancia con brevedad; gracia con claridad y afectos
con razonamientos, constituyeron el ideal estético del momento.
Se pensaba que la inteligencia podría brillar adecuadamente cuando la complementara la elocuencia, pues
la tarea del orador era persuadir a los oyentes, operación la más difícil de todas, porque
"exige cualidades naturales de cuerpo y espíritu, una larga práctica y sólida formación".(11)
Dedicarse a la oratoria era entrar al cultivo de la sabiduría. Los autores romanos, por ejemplo, no se cansan
de alabar las virtudes de ciertos oradores que tenían por modelos insuperables. Consideraron a Demóstenes
y Pericles oradores casi perfectos. En Isócrates admiraron la elegancia al ordenar las palabras y construir
periodos cadenciosos; en Demetrio de Falera, la suavidad y la flexibilidad del discurso; en Pericles, la riqueza
y la abundancia en la expresión; en Hortensio, su capacidad para vencer al adversario y la facilidad para
controlar las opiniones de los jueces, haciéndoles pasar rápidamente de la reflexión a la
hilaridad.
Todos los aspectos del discurso eran atendidos con minuciosidad. Los oradores observaron que la propia lengua abre
posibilidades múltiples de expresión, pero marca también límites precisos y autoritarios.
Repararon en los secretos de la sílaba y el ajuste de cada una en la palabra, necesario para lograr la cadencia
del enunciado. Pero también atendieron al oído del receptor, que distingue entre lo musical y lo
cacofónico, entre lo lleno y lo vacío. Conocieron los secretos de la respiración, en la que
tiene que adaptarse la capacidad almacenadora de los pulmones a la extensión de la frase, para evitar los
cortes de aire que interrumpen la expresión y rompen la armonía fónica. Si a esto se agregan
el cuidado que pusieron en la variación de intensidad y tono al hablar, y los recursos dramáticos
puestos en juego al pronunciar el discurso, comprenderemos la razón por la cual multitudes de tres y cuatro
mil personas seguían por las calles al orador Gayo Graco. A decir de Plutarco, el discurso de aquél
era terrible, atrayente, patético y brillante.(12) Este análisis, a la vez minucioso y globalizador
de la expresión humana que hacía la retórica, conminó a Aristóteles hacia la
consideración de que la poesía es una manera de retórica; y la retórica popular, una
especie de poesía desligada de la forma métrica.
Al paso del tiempo, el arte de la elocuencia decayó. Tuvo un breve renacimiento en la obra de Quintiliano,
no tanto porque haya traído un nuevo espíritu, sino porque resucitó la preceptiva ciceroniana
y agregó a ese campo la práctica de la rectitud. Con él la imagen del humanista adquirió
dos rasgos fundamentales su amor por la educación de los nuevos ciudadanos y la honradez y la responsabilidad
como cualidades de la formación total. Su concepto de ciudadano perfecto lo resumió en un dicho del
anciano Catón "Ser hombre de bien y correcto en el hablar" (peritus discendi).
Ahora bien, el camino para llegar a este ideal fueron las escuelas; ellas se convirtieron en la cantera que produjo
admirables poetas, oradores y gramáticos que influyeron de manera decisiva en la sociedad de su tiempo;
pero llegaron a lograr esos éxitos precisamente por su buena formación, que se sustentaba en el conocimiento
y la imitación de los clásicos. Era un camino que se concebía como una construcción
de capas superpuestas; es decir, lo nuevo se sostenía en el conocimiento de lo antiguo. Había por
lo menos tres etapas en la preparación humanística de los alumnos. La primera fue llamada por Mesala
"primeros elementos" y consistía principalmente en el dominio de la lectura y la escritura. Después
venía la preparación técnica erudita, confiada al "gramaticus", quien explicaba
los autores clásicos y enseñaba la estructura de la lengua materna. La explicación de los
autores se hacía desde dos perspectivas; la primera iba del elemento al todo Fonemas, sílabas, palabras,
versos, estrofas, párrafos y texto. En ella se explicaban los diversos niveles del lenguaje fonético,
morfológico, sintáctico, semántico y etimológico. La otra perspectiva consideraba la
obra en su totalidad; se iniciaba con el sentido literal y se pasaba después a los aspectos mitológicos,
astronómicos, históricos y simbólicos del poema.
Dionisio de Tracia, autor de la primera gramática occidental, presenta las etapas del análisis de
los autores de la siguiente manera
"(La gramática) tiene seis partes. Primera lectura en voz alta del texto, dando la atención
debida a la pronunciación y a la entonación. Segunda, explicación de los giros literarios.
Tercera, explicación de glosas y ejemplos mitológicos. Cuarta, descubrimiento de las etimologías.
Quinta, determinación de las etimologías analógicas. Sexta, apreciación de las composiciones
literarias, la cual es la parte más noble de la gramática.(13) Puede verse que el estudio gramatical
era sólo una pequeña parte de un plan cultural más extenso, que servía como iniciación
al mundo de la sabiduría. Integración, pues, de todo el conocimiento, para agotar mejor la realidad.
Sin embargo, al llegar la época medieval, los elementos integrados de ese saber totalitario fueron destrabándose
poco a poco. El afán analítico de Aristóteles llevaba el germen de la separación. Los
Escolásticos, al revivir el culto por ese autor, llevaron hasta sus últimas consecuencias la metodología:
se rebelaron contra el estudio unitario e iniciaron la filosofía analítica. La reflexión sistemática,
aplicada al pensamiento por la lógica, pasó al estudio del lenguaje y se negó el anterior
concepto de "cultura"; se optó por revisar la tradición gramatical y se cambió su
objeto de estudio: el lenguaje de los poetas y prosistas no fue ya el más estudiado, sino el de los especialistas
(latín escolástico), porque se pensaba que sólo éste podía conducir a la verdad.
Por este camino, San Anselmo, en su obra De Grammatico,(14) Abelardo y otros más, llegaron al análisis
plenamente gramatical del lenguaje, es decir, abstrayeron la naturaleza de relación y función de
las formas lingüísticas y se acercaron bastante a las nociones de estructura y relevancia sintáctica,
aunque sus fines no fueron propiamente lingüísticos. Se interesaron por la lógica, la que describieron
como el estudio del reflejo del mundo material en las estructuras de la mente, y en ese interés radica el
origen de su tendencia anticultural, pues buscaban la estructura del pensamiento y no las anécdotas en que
se manifiesta. Bacon, por ejemplo, reconoció la importancia cultural de los estudios literarios, pero los
eliminó de sus intereses intelectuales; éstos andaban por otro lado la convicción de que la
gramática era una, en esencia, para todas las lenguas y que las diferencias eran simples variaciones accidentales.(15)
Así se llegó a la gramática especulativa. La sola descripción del latín a la
manera de Prisciano y Donato ya no fue suficiente; los comentaristas pronto transpusieron los límites de
la simple explicación y exégesis, y se lanzaron en busca de una teoría subyacente a las partes
de la oración y a las categorías empleadas en el análisis. De esta forma, la gramática
especulativa se formó al unir la descripción del latín, con el sistema de la filosofía
escolástica. Se acusó a los gramáticos anteriores de descuidar la teoría y centrar
la atención en el acopio de datos; en observar y no en reflexionar. A partir de ese momento -siglo XII aproximadamente-,
los estudios de teoría del lenguaje y de gramática general ocuparon el primer lugar.
Consecuencia de esto fue el reordenamiento de los estudios que anteriormente estaban unidos: la literatura fue
excluida del campo científico; al gramático se le encargó la parte escolar del estudio de
la lengua y el filósofo se encaramó al primer sitio reclamó como propio el estudio de la parte
teórica de la gramática. Se decía en esa época "No es el gramático sino
el filósofo el que descubre la gramática, tras minuciosa meditación sobre la naturaleza de
las cosas" y también: "El necio es al sabio, como el gramático desconocedor de la lógica
es al gramático versado en esa disciplina."(16)
Apareció, entonces, una tendencia al estudio de la gramática universal centrada en la morfosintaxis,
con descuido evidente de la fonética y la lexicología. En la teoría modística se advierte
a cada paso la interpretación escolástica de la doctrina de Aristóteles. El interés
es morfosemántico, porque busca asignar una categoría semántica definida y distinta a cada
una de las diferencias formales de las clases de palabras. No obstante, los gramáticos especulativos alcanzaron
sus mejores éxitos de carácter innovador en el campo de la sintaxis. Muchos conceptos fundamentales
que actualmente se utilizan en la teoría sintáctica tienen su origen en ese periodo.
Ahora bien, es notable la desintegración de los estudios lingüístico-literarios que se da en
la Edad Media, porque es un hecho contrario a la tendencia general del momento, pues los hombres de ciencia medievales
buscaron un sistema que integrara todas las ramas del saber bajo los mismos principios filosóficos y religiosos.
La Escolástica fue ese sistema que armonizó las exigencias de la razón con la revelación.
Indudablemente, ni antes ni después de esa época se ha alcanzado ese grado de unión en el
saber humano. Sin embargo, ella trajo aparejada una nueva actitud: en busca de mayor calidad en el conocimiento
se llegó a la separación analítica, al conocimiento fragmentado. Nacieron entonces las actividades
intelectuales igualmente fragmentarias; por eso, las "disciplinas" son una invención totalmente
medieval.
En los estudios gramaticales se dio, también, una transformación total; si antiguamente la gramática
era la ciencia del buen hablar y escribir a imitación de los clásicos, ahora pasó a ser, en
palabras de Siger de Courtrai: la ciencia del lenguaje, y su ámbito de estudio la oración y sus modificaciones,
porque -dice- la gramática tiene por firi la expresión de los conceptos de la mente, en oraciones
bien formadas.(17) Por eso E. Gibson ha dicho que la gramática especulativa nació en un contexto
de "exilio de la estética"; en ese momento se buscaba una nueva ciencia gramatical que fuera un
conjunto coherente de reglas que sirvieran como cauce a la expresión altamente formalizada del pensamiento
puro. El lenguaje no fue más un instrumento para crear obras bellas y profundas, sino un medio para vencer
la falsedad y realzar la verdad. Se rompió, en esa época, el diálogo entre los discursos poético,
lingüístico y filosófico.
Sin embargo, esta corriente fragmentadora, con ser la mayoritaria, la oficial, no ahogó totalmente a la
corriente tradicional; ésta tuvo insignes representantes a lo largo de la Edad Media. San Agustín
y los Santos Padres transmitieron el concepto integrado de cultura, pero lo tiñeron de ciertos elementos
cristianos para actualizarlo. San Isidoro de Sevilla, Beda el venerable y Alcuino, padre del renacimiento del siglo
IX, mediaron entre las dos tendencias.(18) Bernardo de Chartres, modelo del maestro medieval, recalcaba la obligación
de imitar a los antiguos; consecuencia gráfica de ese concepto fue la imagen del presente representado por
un enano subido en las espaldas de un hombre (la tradición). Chretien de Troyes sentía que el siglo
XIII francés era el heredero de la humanitas de Grecia y Roma,(19) que fue nombrada chevalerie (cultura);
pero, sin duda, el representante preclaro de la corriente integradora fue Dante. Su obra De vulgari eloquentia
es el tratado de teoría literaria más importante de la Edad Media.(20) Llama eloquentia a las reglas
gramaticales con las que se consigue la elocuencia en el discurso. Para él, la gramática (lengua
de la élite) salvaguarda la cultura, une las comunidades humanas y se inicia en las obras clásicas.
Su concepción de las relaciones lingüísticas, que son también poéticas e históricas,
es muy diferente a la de los escolásticos; para él, la tendencia epistemológica y el arte
técnico se actualizan en el texto poético, y bajo esa luz produce el mejor ejemplo: la Commedia.
En ella, la gramática representa el cultivo brillante del discurso poético y éste sintetiza
nuestro conocimiento del drama humano la verdad.
La poesía vuelve a ser restituida como un modo intuitivo de conocer, sin necesidad de escalar los peldaños
del raciocinio. Es la visión sintética o simbólica del lenguaje, como ya estaba presente en
el "Cratilo" de Platón. El poeta retoma los más pequeños detalles de los mecanismos
poéticos que la tradición le había heredado desde los clásicos grecolatinos hasta los
poetas provenzales y del dolee still nuovo.
De alguna manera, Dante llega a fundir las dos corrientes la visión poética que propone en el De
vulgari eloquentia está expuesta en términos altamente analíticos, pero a la vez, la Commedia
es la mirada total sobre el universo de su tiempo. Esta capacidad de síntesis sólo en este autor
aparece de manera sobresaliente; lo común fue la polarización de opiniones.
Dos corrientes, la cultural y la analítica; dos puntos de vista sobre los estudios lingüístico-literarios
fueron el resultado de la adaptación de la cultura heredada de la antigüedad al contexto medieval.
Ninguna venció, y esto es la causa del movimiento constante que se ha dado entre la fragmentación
y la integración del saber a través del tiempo.
La pugna entre las dos corrientes fue un hecho conocido plenamente en la Edad Media, tanto que se convirtió
en el tema de una alegoría llamada "La batalla de las siete artes." En ella, Homero y los demás
autores clásicos salen de Orleans -centro donde se habían atrincherado la erudición y la literatura
clásica- hacia París, capital de la lógica y la gramática especulativa, para combatir
contra los filósofos y los representantes de las siete artes.(21) En esa alegoría ganan las artes,
pero al final de la historia se profetiza que en su día la verdadera gramática de los textos clásicos
volverá para vencer.(22)
Así sucedió. El Renacimiento propuso un nuevo modelo cultural e intelectual el estudio y la imitación
de los clásicos.
Es curioso, pero en la época actual hay grandes semejanzas con lo que ocurrió en este campo durante
la Edad Media (nada nuevo hay bajo el sol). La polémica sobre los estudios lingüístico-literarios
continúa hasta nuestros días ¿especialización o Integración?, ¿estamos
terminando una nueva Edad Media en este sentido? Los lógicos medievales están muy cercanos a los
modernos filósofos del lenguaje y la semiótica literaria actual propone una concepción del
lenguaje que recuerda a Platón y a Dante. Y es que el mito del "eterno retorno reaparece sin falta
cuando se analiza un largo periodo histórico.(23) Una versión ampliada de ese mito nos muestra que
los acontecimientos y los juicios de valor se repiten en diferentes momentos. El acontecer humano es un continuum
al que nos acercamos con distintos prejuicios en cada época. Los estudios de lengua y literatura están
separados en disciplinas distintas, pero hemos visto que no siempre ha sido así ni puede afirmarse que lo
será en el futuro. No es casual; la lengua, la literatura y la filosofía han sido siempre las bases
culturales de los pueblos y unir o separar su estudio ha sido sólo una cuestión metodológica;
por eso las dos tendencias han aprendido a convivir en las universidades. En la primera etapa se imparte formación
cultural que envuelve las tres áreas de conocimiento; después se ofrece la especialización
en alguna de ellas, para volver a unirlas en la investigación.
Por los años cincuenta, de manera semejante a la Edad Media, los científicos -sobre todo en los Estados
Unidos de América- lucharon por la especialización de las ciencias humanas. Los lingüistas rechazaron
las obras literarias como temas de estudio, por juzgarlas de un campo extraño, y los problemas lógicos,
por considerar que el lenguaje es alógico o prelógico. Más o menos la misma actitud de rechazo
manifestaron los literatos y los filósofos ante los lingüistas.
Afortunadamente vamos saliendo de esos tiempos aldeanos. El espíritu abierto, universal y tolerante empieza
otra vez a soplar por todos lados; los investigadores reconocen la necesidad de ayudarse con los campos afines;
las fronteras entre las disciplinas se observan cada vez más artificiales; nacen y se consolidan las interdisciplinas
para estudiar problemas fronterizos entre las ciencias, y se reconoce a los hombres de espíritu universal.
En el campo de la lingüística, Roman Jakobson proclama con orgullo, imitando al clásico lingüista
soy y nada que ataña al lenguaje me es extraño.(24)
Este autor insistió de manera constante en la integración de los campos de la lengua y la literatura.
Escribió:
"San Agustín estimaba incluso que, sin experiencia en poética, apenas seríamos capaces
de cumplir con los deberes de un gramático de valía. Por otra parte, toda investigación en
materia de poética presupone una iniciación en la ciencia del lenguaje, puesto que la poesía
es un arte verbal y, por tanto, implica en primer lugar un empleo particular de la lengua."(25)
Como ésta, cada día se suman las opiniones de pensadores sobresalientes que advierten la imposibilidad
de realizar análisis serios de textos literarios, si no se cuenta con el instrumental lingüístico
necesario, y a la vez, la incongruencia de negar validez al texto literario como muestra de un tipo de habla que
debe ser analizado con igual rigor que la lengua hablada. Si ésta es la realidad, entonces es necesario
preparar a los estudiantes teórica y prácticamente en los dos campos, para que puedan acercarse al
fenómeno del hablar con una visión integradora. Esa preparación dará frutos, los espacios
y los métodos que le permitirán unir los dos saberes. Por lo demás, esto es lo que han hecho
siempre los grandes maestros. Antonio Alatorre reconoce
"Entre otras muchas cosas, de Raimundo Lida me viene la convicción profunda de que el estudio serio
de la literatura no puede destrabarse del estudio de la lengua, y viceversa; estudiar en sus clases la historia
de la lengua en los siglos XII y XIII era lo mismo que enseñarse a amar el Cantar del Cid y los poemas de
Gonzalo de Berceo."(26)
Ese es, creo, el espíritu que tradicionalmente han defendido las universidades la amplitud de miras, la
tolerancia que enriquece con nuevas ideas, el espíritu integrador; si nos privamos de él, caeremos
en el discurso cegatón, artesanal y autoritario, incapaz de comprender que la esencia del hombre es precisamente
su espíritu creador.
Notas Contenido
(1). Ernst Robert Curtius, Literatura europea y Edad Media latina, México, 1975, p. 62.
(2). Maurice Leroy, Las grandes corrientes de la lingüística, México, 1969, pp. 13-14.
(3). John Lyons, Introducción en la lingüística teórica, Barcelona, 1971, pp. 6-9.
(4). Debe recordarse que los griegos afirmaron que la lengua escrita era la correcta por antonomasia, mientras
que la hablada era un acercamiento más o menos frustrado al modelo literario.
(5). Varrón, en su obra De lingua latina, además de la afirmación citada en el texto, insistió
en que otro objeto de la investigación gramatial era la defensa de la latinitas (o corrección lingüística),
y la define como el conjunto de criterios compuestos por "natura, analogía, consuetudo et auctoritas"
(Citado en K. D. Uitt, Teoría literaria y lingüística, Madrid, 1975, p. 38).
(6). "En comparación con las palabras que designan en latín a la 'persona educada', abundan
notablemente en la li- teratura (escrita por personas educadas) las designaciones despectivas del lerdo, del zafio,
del obtuso, del salva je que se resiste a la civilización, y, en lo que se refiere al lenguaje, los sinónimos
de 'rústico', 'bárbaro' y 'extranjero'. (¿No se oye hablar todavía de expresiones rústicas,
de voces bárbaras y de extranjerismos? (Antonio Alatorre, Los 1001 años de la lengua española,
México, 1979, p. 41).
(7). Henri Pirenne, Mahomet et Charlemagne, París-Bruselas, 1937, p. 102.
(8). He aquí el texto latino: "Qui autem docti fuerint fulgebunt quasi splendor firmamenti; et qui
ad iustitiam erudiunt multos, quasi stellae in perpetuas aeternitates."
(9). He aquí los textos latinos "Miremur, nobis et Baccho et Apolline dextro,/ turba puellarum si mea
uerba colit?" (v.v 9-10). "Fortunata meo si qua est celebrata libello/carmina erunt formae tot monumenta
tuae" (v.v. 17-18). "At non ingenio quaesitum nomen ab aeuo/ excidet: ingenio stat sine morte decus"
(v.v. 25-26) (en Propercio, Elegías, III, II. Versión de Rubén Bonifaz Nuño, México,
UNAM, 1974).
(10). Tácito, Diálogo sobre los oradores, Introducción, versión y notas de Roberto
Heredia, México, UNAM, 1-977. (En diversos lugares de este trabajo he tomado ideas de la introducción
de Heredia.)
(11). Cicerón, Bruto, Introducción, versión y notas de Juan Antonio Ayala, México,
UNAM, 1966, p. XX.
(12). Jean Bayet, Literatura latina, Barcelona, 1983, p. 115.
(13). Citado en H. Arens, La lingüística: sus textos y su evolución, desde la antigüedad
hasta nuestros días, Madrid, 1976, p. 39.
(14). D. P. Henry, The "De grammatico" of St. Anselm theory of Paronymy, Washington, 1964.
(15). "Grammatica una et eadem est secundum substantiam in omnibus linguis." (Citado en E. Gibson, La
Philosophie au Moyen-Age, París, 1947, p. 405.)
(16). "Non ergo grammaticus sed philosophus propias naturas rerum diligenter considerans... gramaticam invenit."
(Citado por C. Thurot, Notices et extrais de divers manuscrits latins pour servir a l'histoire des dodrines grammaticalff
au moyen age, Frankfurt au Main,- 1964, p. 124.) "Sicut se habet stultus ad sapiéntem, sic se habet
grammaticus ignorans logicam ad peritum in logica." (Citado por Alexander Villadei, en Doctrinale led. D.
Reichiling), Berlín, 1893, pp. xi-xii.)
(17). "Grammatica est sermocinalis scientia, sermonem et passionem eius in communi ad exprimendum principaliter
mentis conceptus per sermonem considerans." (Siger de Courtrai, Oceuvres, Lovaina, 1913, p. 93).
(18). Alcuino, en su De pontificibus et sanctis ecclesiae Eboracensis habla de algunos autores cuyas obras conservaba
en su biblioteca: "Quod Maro Virgilus, Statius, Lucanus et Autor:/ Artis grammatiace vel quid scripsere-magistri;/
Quid Probus atque Focas, Donatus, Priscianusve/ Servius, Euticius, Pompeius, Comminianus,/ Invenies alios perplures,
lector, ibidem/ Egregios studiis..." (Citado en K. D. Uitti, Op. cit., p. 41.)
(19). Escribe este autor: "Par les livres que nos avons/ Lesfez des ancien savons/ Et del siegle qui fu jandis."
La chevalerie tuvo su origen en Grecia y de allí vino a Roma: "or est en France venue/ Dex doint qu'ele
i soit maintenue" (Cligés, II, 25 y ss.)
(20). Dante, De vulgari eloquentia, Florencia, 1938. También Roger Dragonetti, "La conception du langage
poétique dans le De vulgari eloquentia de Dante", en Aux frontieres du langage poétique, Romanica
Gandensia, IX, 1961.
(21). Como es sabido, la educación medieval se fundó en las siete artes liberales la gramática,
la dialéctica (lógica) y la retórica formaban el trivium o primera parte; la segunda o quadrivium
estaba formada por la música, la aritmética, la geometría y la astronomía. Sus funciones
se resumen en esta rima que circulaba en la Edad Media: "Gram loquitur dia vera docet; rhet verba colorat;/
Mus canit; ar numerat; ge ponderat; art colit astra" (La (gram)atica habla; la (dia) léctica enseña
la verdad; la (ret)órica da color a las palabras que usamos; la (mús)ica canta; la (ar)itmética
cuenta; la (ge)ometría mide; la (ast)ronomía estudia las estrellas) (Texto citado en J. E. Sandys,
History of elassical seholarship, Cambridge, 1921, Vol. I, p. 670).
(22). Casi todos los manuales de historia de las ciencias de la Edad Media se refieren a esta alegoría.
De hecho reflejaba una batalla intelectual que se dio a base de libros en que se defendían y atacaban las
dos posiciones. La fuente del dato histórico parece ser un poema en romance de mediados del siglo XIII,
de Henry d'Andelys titulado "La bataille des sept arts."
(23). Mircea Eliade, Le mythe de I'eternel retour. Archétypes et repetitions, París, 1951.
(24). "Linguistici nihil a me alienum puto" (en "Post-scriptum", Questions de Poétique,
París, 1973).
(25). "Profesión de fe", en Posibilidades y límites del análisis estructural, Madrid,
1981, p. 505.
(26). Antonio Alatorre, op. cit., p. 13.
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