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En estos nuestros días en que tan de moda vuelven a estar los horóscopos y el uso de amuletos,
proliferan los magos, curanderos y lectores de cartas y, con ello, la creencia en la influencia de las fuerzas
cósmicas en el destino y salud diaria de los individuos, quizá sea oportuno examinar algunas de las
facetas características de la magia y de la ciencia y, sin tratar de contraponerlas en una actitud maniquea,
resaltar cuáles son, en nuestra opinión, las diferencias salientes entre ambas y a la vez, aunque
sea someramente, analizar cómo históricamente el pensamiento mágico fue sustituido por el
pensamiento científico, con sus regresos inevitables y muchas veces inadvertidos, de los campeones de la
racionalidad y de la ciencia.
En una información periodística reciente (1)(**) se comenta una investigación de opiniones
realizada en Alemania (país bastante racionalista) sobre creencias en lo sobrenatural, donde se observa
que el 16 por ciento de los encuestados tenían fe en las curaciones por medio de la fuerza mental y 24 por
ciento creían que las estrellas influían en el carácter de los humanos y que existía
una fuerza cósmica en la acción del Universo. Asimismo, se hace notar en ese artículo cómo
con promesas de curación, se anuncian técnicas terapéuticas abiertamente engañosas,
con altisonantes nombres como "radiónica", "terapia orgánica", etc., que no son
otra cosa que trucos y malas artes por las que se obtiene dinero, como las de los médicos filipinos que
"operan" sin bisturí y sin dejar cicatriz, que sólo son juegos de manos utilizando bolsitas
llenas de sangre de pollo y productos químicos que dejan marcas sobre la piel
(**) Las notas se presentan al final del trabajo.
Una fe profunda en la existencia de los milagros inexplicables conduce con frecuencia a la magia y a la creencia
en lo sobrenatural. Cuando se busca una causa y una razón para que las cosas sucedan y esto se produzca
de modo necesario y repetitivo, comenzamos a dejar la magia y a adentrarnos en el camino y pensamiento científico.
La ciencia no comenzó de una manera brusca y ya estructurada en la mente de un hombre o de un grupo privilegiado
que trató de entender a la naturaleza y sus procesos, por más que se nos hable del nacimiento de
la ciencia moderna o de una nueva física, sino que es un largo y a veces errático proceso que arranca
del mito y de la magia negra, de la astrología y de las quimeras y arcanos de la alquimia. Confrontado con
la naturaleza y sus rigores, con la cual tiene que habérselas, el animal racional, hombre, quiere implorar
su benevolencia o hacerla obedecer sus mandatos. El brujo que danza y acompaña su movimiento con el ruido
de tambores trata de impresionar al espíritu del agua mostrándole que él, el brujo, es persona
importante y, lo mismo que el espíritu produce el trueno, él puede producir algo similar con el ruido
del tambor y, de añadidura, si normalmente después del trueno viene la lluvia ¿por qué
no va a llegar ésta después del ruido de los tambores? En esto no se hace sino seguir el pensamiento
de que "lo parecido produce resultados parecidos... y el efecto se parece a las causas" [magia simpatética).
Se considera a la naturaleza entonces como algo animado e influible, caprichoso y susceptible de ser sobornado
o engañado (2). Nótese que el mago trata de manipular, de engañar o de dominar a la naturaleza,
pero nunca de entenderla éste es uno de los rasgos característicos que distingue a la magia de la
ciencia.
En la interpretación mágica, si el procedimiento no resulta, se echa la culpa a algún movimiento
mal ejecutado, a algún descuido producido al preparar la pócima, a un inadecuado estado del receptor
o ¿por qué no? a que otro brujo, mago o encantador más poderoso o que sabe del "método"
mágico, está influyendo negativamente en el proceso. Nunca se pone en duda que el procedimiento pueda
estar equivocado en sí mismo y, por tanto, nunca podrá ser refutado. Esta es otra característica
que diferencia a la magia de la ciencia. La ciencia puede equivocarse, la magia no. Lo más importante de
la ciencia es el modo de comprobar sus "verdades" o leyes y esto nos conduce a una metodología
que toma en cuenta la predictibilidad y la falsabilidad de las hipótesis y teorías que maneja con
las que definimos las cosas reales. La predictibilidad nos asegura la repetitividad de los procesos, cuando se
cumplen condiciones que no tienen nada que ver con los estados anímicos del receptor o del emisor; la falsabilidad
es la arena en que las teorías físicas se miden de manera permanente con su contenido empírico
y predictivo, su estructura lógica y hasta su aceptación social. Aunque la predictibilidad tenga
una componente estadística y, por tanto, probable, nos proporciona una vía de verificación
empírica que asegura la validez de las hipótesis por cierto tiempo y con cierto margen. La falsabilidad
impide que una teoría sea perfecta e inmutable, porque las teorías perfectas no son, por lo general,
otra cosa que construcciones lógicas o "racionalizaciones verbales". Cuando tenemos una teoría
tan perfecta en la que todo es inteligible e irrefutable deja de ser una teoría científica para transformarse
en una doctrina.
En lo que antecede se han mencionado hipótesis y teorías y no hechos, por lo que sería bueno
puntualizar que los hechos no son otra cosa que datos interpretados en el contexto de lo que creemos, frecuentemente
en el marco de una teoría aceptada (3). Los datos son nuestras percepciones sensoriales o lo que extraemos
de ellas. El conocimiento científico tiene como sustento la experiencia directa del hombre, quien parte
de la relación práctica con los objetos y los procesos que le rodean. Se adquiere por procedimientos
metódicos especiales; es repetible, verificable y abierto a la comparación y crítica de otros
individuos.
La ciencia es una empresa comunitaria y un ejercicio de comunicación. Aun cuando el científico trabaje
solo, su trabajo tiene trascendencia y se inserta en el acervo científico, cuando es comunicado y se torna
del dominio de la comunidad científica, y hay una aceptación consensual en esa comunidad. El hermetismo
que caracteriza la actividad de las sociedades secretas y esotéricas no es método ni terreno de la
ciencia, aun cuando no hayan faltado grupos que la practicaran. El científico busca el reconocimiento de
sus pares y esto sólo puede obtenerlo cuando éstos conocen sus ideas y pueden entrar en confrontación
con ellas, refutando, ampliando o confirmando con nuevas verificaciones o técnicas, lo que de interés
exista en las comunicaciones. Así se explica que la literatura científica y la correspondencia entre
científicos sea una herramienta invaluable en la tarea científica. Como contraste, en la magia, la
trasmisión del conocimiento es secreto individual y revelado del brujo al aprendiz. Esta es otra distinción
clara entre ciencia y magia: el carácter abierto y comunitario de la ciencia, frente al hermético,
secreto e individualista de la magia.
Sería difícil y aventurado precisar cuándo el hombre dejó la magia y comenzó
a preguntarse cosas sobre la naturaleza que obedeciesen a una causalidad necesaria y tuviesen cierto grado de racionalidad
y universalidad, y más arriesgado y falto de verdad sería asegurar que el pensamiento mágico
ha desaparecido totalmente de nuestra manera de actuar y de acometer el estudio de la naturaleza, porque hemos
adoptado la vía científica. Son muchas las veces que, sin percatarnos de ello, adoptamos frente a
problemas de investigación o problemas personales, actitudes que más se relacionan con lo mítico
o lo místico que con la racionalidad científica. Sin embargo, podríamos atrevernos a decir
que, históricamente, son los griegos el primer pueblo que, colectivamente, opone a la magia explicaciones
y argumentos que se apartan de lo mítico, misterioso y sobrenatural. Y podríamos elegir a Mileto,
el puerto jónico del Asia Menor, como el lugar del que arranca una manera nueva de enfocar los fenómenos
naturales. Los milesios parecen haber iniciado la investigación de los fenómenos naturales de una
manera sistemática que, aunque no descartaba la intervención divina, buscaba las causas físicas
que determinaban la ocurrencia de los fenómenos de una manera mecánica, de causa a efecto y dejando
de lado el papel benevolente y la inteligencia creativa de los dioses (4). Ya Leucipo al final del periodo presocrático
(siglo V A. C.) afirmaba con un aplomo y seguridad casi decimonónica: "Nada se realiza al azar, sino
que todo tiene una razón y obedece a una necesidad." Probablemente donde más se puede apreciar
el pensamiento racional griego es en la interpretación de las enfermedades y en las prácticas médicas,
aunque nunca se les ocurrió hacer una disección. Por ejemplo, la enfermedad sagrada, epilepsia, fue
considerada como una enfermedad más, y explicada no como un estado de posesión por parte de un espíritu
maligno, sino como obedeciendo a unas causas físicas bien definidas, y aunque la teoría no sea la
vigente y aceptada en la actualidad, atribuye la causa de las convulsiones al cerebro y al congestionamiento de
las venas [debido a la presión del aire en su interior (sic)]. Esto está en un tratado escrito al
final del siglo V o comienzos del siglo IV antes de Cristo y no deja de llamar la atención.
No obstante, como apuntábamos al principio, el camino de la ciencia no es una línea recta y continua:
tiene inflexiones y retrocesos y los más esclarecidos científicos manejan en ocasiones actitudes
mágicas o utilizan explicaciones organísticas ad hoc. Roger Bacon menciona que en el principio existían
tres fuerzas cristianismo, filosofía y magia, y lamenta que el cristianismo y la filosofía hubiesen
juntado sus armas contra la magia, aunque después se acusasen mutuamente de prácticas hechiceriles,
como la identificación de los milagros con ilusiones mágicas. Francis Bacon, quien veía con
temor el prestigio y poder que abogados y filósofos adquirían en la Corte de los Tudor, defiende
la magia como una actividad empírica y arte mecánica, que se opone al verbalismo y racionalismo cortesanos.
El hombre, F. Bacon, a quien consideramos, con justicia, uno de los iniciadores del método científico
moderno, no vacila en dar explicaciones de los procesos como ésta: "La descomposición de los
cuerpos se debe a la tendencia de los espíritus volátiles que los habitan a escaparse, desatarse
y divertirse al Sol" (5) y es que aceptando el anima mundi, espíritu del mundo, tenemos que atribuir
apetitos e inclinaciones a las sustancias, posición que no es excesivamente inductiva.
Kepler, en cuya progenie abundaron hechiceros y psicópatas, empieza su trabajo científico a partir
de su puesto de astrólogo real y declara que sus primeros trabajos sobre las órbitas y distancias
de los planetas, estuvieron sugeridos por la existencia de los cinco poliedros regulares, que lo llevaron a una
comprensión del plan de la Creación Divina "Sería erróneo considerarlo pura invención
de mi espíritu. No puede haber presunción alguna de mi parte... cuando tocamos el arpa heptacorde
de la sabiduría del Creador" (6). Kepler, quien osciló de la mística a la ciencia a lo
largo de casi toda su vida, mezclando intuiciones e ideas místicas con cálculos rigurosos y a veces
equivocados, dejó finalmente una aportación científica definitiva que fue fundamental para
interpretar el sistema solar y dar nacimiento a una nueva física.
Sin embargo, pocas gentes que hayan estudiado la vida y obra de Isaac Newton, hubieran sospechado que este gran
genio, personificación del racionalismo y de la ciencia exacta, fuese un cultivador del esoterismo. Sólo
cuando se han descubierto sus trabajos teológicos y de alquimia, que Lord Keynes adquirió y legó
a la Universidad de Cambridge, ha comenzado a emerger otra figura de Newton, bastante diferente de la tenida hasta
el primer cuarto del siglo XX. Lord Keynes no vacila en llamarlo mago "Newton no fue el primero de la Edad
de la Razón, fue el último de los magos; la última de las grandes mentes que contempló
el mundo visible e intelectual con los mismos ojos que aquellos que empezaron a construir nuestra heredad intelectual
hace casi diez mil años..." ¿Por qué lo llamo mago? Porque contemplaba el Universo y
todo lo que en él se contiene como un enigma, como un secreto que podía leerse aplicando el pensamiento
puro a cierta evidencia, a ciertos indicios que Dios había diseminado por el mundo para permitir una especie
de búsqueda del tesoro filosófico a la hermandad esotérica." (7)
Confrontar la magia con la ciencia casi siempre conduce a distorsiones, ya que la primera tiene un fuerte contenido
afectivo y simbólico del cual debiera carecer la segunda; pero como pareciera que asistimos a una "revivificación"
del sentimiento mágico en menoscabo del pensamiento científico, es oportuno recalcar que en tanto
la magia considera a la naturaleza poblada de espíritus caprichosos a los que se puede engañar y
hasta atemorizar, la ciencia considera a la naturaleza como algo que, aunque complicado, puede llegar a ser entendido
y explicado.
Lo más inexplicable de la Naturaleza, decía Einstein, es que se deje explicar y el convencimiento
que tenemos de que la Naturaleza acata y respeta sus propias leyes nos hace aplicarnos a descubrirlas porque, como
escribe Poincaré: "Hoy no imploramos a la Naturaleza; la dominamos porque hemos descubierto alguno
de sus secretos y descubriremos otros conforme pase el tiempo. La dominamos en nombre de las leyes que son suyas
y que no puede violar; leyes que no pedimos que cambie porque nosotros somos los primeros en someternos a ellas."
En esa empresa iniciada por los milesios aún queda un largo trayecto por recorrer, que se hará más
largo, y aún corre el riesgo de cegarse, si dejando a un lado el método y la empresa científica,
nos dejamos dominar por el pensamiento mágico.
Bibliografía Contenido
(1.) Der Spiegel, en "Excelsior", 14 de diciembre, 1986, México.
(2.) E. Hecht, Physics in Perspective, Addison-Wesley Publ. Inc., Reading, Mass., 1980.
(3.) Ibídem.
(4.) G. E. Lloyd, Magic, Reason and Experience. Studies in the origins and development of Greek science. Cambridge
University Press. Cambridge, 1979.
(5.) P. Rossi, Francis Bacon, From Magic to Science, Tr. por Sacha Rabinovitch, The University of Chicago Press,
1968.
(6.) A. Koestler, Los sonámbulos, Eudeba, Buenos Aires, 1963.
(Hay una versión mexicana de esta obra, editada por CONACyT,
México.)
(7.) J.M. Keynes, "Newton, el hombre" en Newotn.
CONACyT, México, 1982.
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