EL LIBRO Y LA EDUCACION

Josu Landa
Coordinación General de Estudios para la Planeación, ANUIES.

Contenido del Artículo:

NOTAS.
BIBLIOGRAFÍA.

 

En la sección 9 de su hermoso "Discurso por Virgilio", Alfonso Reyes cuenta cómo recomendó a "un presidente mexicano" (que, por las señas, no puede ser sino Cárdenas) la introducción de la lectura de las Geórgicas en el programa de las "escuelas centrales de agricultura". Mientras más insólita parezca esta anécdota al prolífico gremio de los especialistas en temas educativos, más nítidamente evidenciará la decadencia cultural que mina, en el presente, al mundo de la educación y la pedagogía.

Hay razones para pensar que la referencia anterior al episodio de que habla Reyes, corre el riesgo de ser vista como una provocación. En efecto, pretende serlo, pero "en el mejor sentido de la palabra". Es decir, trata de llamar la atención sobre el modo como se ha venido entendiendo el papel del libro en la educación mexicana. Por lo demás, el momento se presta para ello, pues los cambios que pretende concretar la Secretaría de Educación Pública (SEP), a instancias de afanes que se autodefinen como modernizadores, han avivado interesantes críticas contra los que se anuncian como "libros de texto gratuito" (LTG). Los estudiosos de la educación han podido conocer las severas y bien fundadas objeciones a las decisiones oficiales más recientes al respecto, por otra parte de expertos como Cristina Barros, Olac Fuentes, Antonio Lazcano, Shahen Hasyan, Carlos Prieto, López Austín, Silvia Torres, Luis de la Peña y otros.(2)

Este tipo de reacciones son positivas, pero no suficientes. Está bien velar porque los contenidos y recursos didácticos de tales libros sean los idóneos. Sin embargo, conviene detenerse a considerar el hecho de que tal ímpetu crítico, supone entrar en un juego que, en sí mismo, debe ser rebasado. No basta con someter a examen este o aquel texto de los que se proponen para consumo de los escolares de hoy y de mañana. Se impone, más bien, preguntar cuál es el sentido del libro en los procesos educativos del presente y del porvenir inmediato.

Los sistemas educativos de la actualidad mantienen una relación instrumental con el libro. Quienes los conciben, organizan, conducen y concretan parten del supuesto de que las complejidades de la formación de los seres humanos son reducibles a una serie de objetivos (saberes cosificados, desarraigados de su contexto científico-cultural, vivo y dosificados), susceptibles de ser cubiertos por cosas, que sólo con esfuerzo admiten el nombre de "libro".

El mundo parece olvidar que las formaciones culturales más importantes se han sustentado en una educación centrada en un corpus literario, en una textualidad conformada por una o unas cuantas obras axiales. Sin los Vedas, los Upanishad y otros libros sería inconcebible la civilización india y la educación que le ha sido propia. Sin la Biblia y El talmud, sucedería otro tanto con el pueblo judío. Sin la Ilíada, la Odisea, La teogonía, Los trabajos y los días, Los himnos órficos y las grandes obras de la tragedia griega, habría sido impensable no sólo la paideia, sino la cultura helénica misma. Por su parte, sin El evangelio cristiano y todo el tesoro cultural greco-romano que asimiló, tampoco se habría configurado todo lo que hoy puede adscribirse al concepto de "Occidente". Lo mismo cabe decir de El corán y La suna, con respecto al ámbito cultural islámico. Y, sin ir más lejos, también se podría hacer una aseveración parecida, en lo tocante a los nexos entre el mundo maya y el Popol Vuh, el pueblo mexica y todo su universo simbólico, contenido en numerosos relatos, poemas y códices.

En consecuencia, es dable concluir:

a) una conexión necesaria entre una paideia -en el sentido amplio que se le da a esta palabra en las obras de Jaeger- y un "imaginario" o un orden de lo imaginario,(3) propio de naciones culturalmente diferenciadas;

b) este imaginario se sustenta generalmente en un corpus textual, bien sea escrito u oral.(4)

A la luz de estas conclusiones, el llamado "libro de texto gratuito" se presenta como la negación de una posible paideia fecunda y provechosa para los mexicanos del porvenir inmediato. Si se toma como referencia la textualidad que apoya a las grandes paideias de la historia, los LTG aparecen como falsos libros, cuando no como anti-libros. Estas afirmaciones no valen sólo para los libros, que actualmente viene sometiendo la SEP a una "prueba operativa" en la antesala de la anunciada modernización educativa; valen también probablemente para todos los LTG que se han conocido desde su aparición en la escena cultural mexicana. No podría ser de otro modo, en un orden cultural que gradualmente ha prohijado un imaginario depauperado en sus contenidos y básicamente reducido a la imagen icónica bruta -es decir, cada vez más extraño a la imagen con que también se asocia el discurso verbal, hablado o escrito. Nuestra sociedad parece carecer de una paideia, pero esta impresión es falsa.

Lenta pero decididamente, se ha instalado una suerte de paideia inconfesable, cuyos ideales y valores (el poder, el saber instrumental, la sagacidad, el dinero, el dominio de la naturaleza, el progreso ciego, la posesión de objetos materiales...) tienen tanta mayor presencia y efectividad cuanto menos claramente se presenten, se conozcan, se definan. Para que una paideia así se desenvuelva, prospere y continúe en el tiempo, es suficiente el flujo vacío de imágenes que dimanan de la TV y cierta línea de producción de video y cine; el lenguaje inefable de la mayor parte de la prensa escrita (periódicos y revistas); los que ahora se conocen como "libros de texto" (expresión infeliz y sintomática como pocas); el murmullo estéril, el grito, el ruido y el barbarismo interminables de la mayoría de las emisoras de radio; la mediocridad solapada de enseñantes y aprendices, que da sentido a la denominada "tecnología educativa"; la manualización indiscrimada de toda clase de saberes; el culto a la información y a la destreza en sí en detrimento de la verdadera formación y el cultivo de las potencias de que dispone toda persona para su realización dinámica como ser humano.

Por tanto, es razonable pensar que los LTG, con que se amenaza a las nuevas generaciones de mexicanos, calzan perfectamente con el orden pedagógico existente. Vale decir, pues, que la actual paideia engendra un tipo propio de "anti-libro", y que éste se asume como garantía de continuidad histórica de aquélla.

No deja de notarse, sin embargo, cierta inconsecuencia de los ideólogos de la SEP, con respecto a todo lo que se acaba de decir anteriormente. En último término, habría más congruencia en sus procederes, si en vez de ocuparse en idear, confeccionar y probar pseudolibros, se aplicaran decididamente en "mediatizar" (es decir, hacer depender de los medios masivos de información) todos los procesos educativos. Pero, en nuestro caso, dicha inconsecuencia llega al colmo de la contradicción probablemente en el presente es cuando más se echa en falta una buena educación abierta. Nadie puede negar el lamentable estado de los sistemas abiertos existentes en el país, y su futuro no parece ser precisamente halagüeño.

Los diagnósticos conocidos sobre la educación en México han soslayado siempre algo que podría considerarse como su problema capital: la ruptura en la continuidad de los fundamentos culturales de la nación, como consecuencia de una escisión entre lo más excelso de su raigal imaginario y las últimas generaciones de escolares.

Los métodos con que se estudia actualmente la realidad educativa no pueden dar cuenta de una progresiva alienación del estudiante con respecto a su cultura de referencia. Tampoco sirven para captar las ligas de dicho fenómeno con el de la desvinculación casi total que existe entre el joven de hoy y la textualidad en que se funda dicha cultura. Es decir, la estadística no puede referir los estragos culturales que comporta la subestimación de las virtualidades formativas de la lectura y la reducción de ésta a simples ejercicios funcionales, utilitarios.

Toda sociedad viva tiene la responsabilidad de continuar lo que Steiner llama "topología", esto es, "constantes" que le dan cuerpo en términos culturales.(5) Basta que una generación se desentienda de tal tarea, para que se produzca un hiato desastroso en el orden cultural. Hay indicios que permiten suponer -cuando no aseverar- que una fractura de esa índole ha tenido lugar en América Latina, sin exclusión de México. En tal contexto, por ende, puede resultar mucho más grave la existencia de una poderosa y engreída élite de analfabetas funcionales -sobre-escolarizada, completamente confundida en el terreno axiológico y, con todo, ufana de su mediocridad- que determinan rumbo de nuestros países y el hasta ahora insuperable problema del analfabetismo total.

Cuando se habla de "analfabetismo funcional" -como sucede en este caso- se está haciendo referencia a un déficit en la capacidad hermenéutica y, por tanto, una merma en las posibilidades de comunicación efectiva con los referentes culturales básicos de determinados sujetos.

Sin una suficiente capacidad social (e individual) de lectura es imposible recrear la cultura; ya que, en el fondo -y más en nuestro caso- la cultura misma se presenta en el horizonte histórico como la compleja conexión entre tradición, interpretación de la misma y cambio. Aún cuando nunca se deba renunciar a la tarea de alfabetizar a todo el mundo, sería más positivo probablemente procurar, con el mayor ahínco, la rehabilitación cultural de los analfabetas funcionales e incluso de todo el vasto grupo de quienes hemos sido escolarizados desde, por lo menos, 1950.

Consideraciones como las precedentes son las que deben situar toda reflexión acerca de los nexos entre los libros y la educación. Si las intuiciones antecedentes son acertadas, conviene esforzarse por concebir y prefigurar una nueva paideia, que asuma los vínculos de la palabra con el imaginario cultural como el topos en el que se sustenta todo proceso civilizatorio, es decir, toda iniciativa dirigida a elevar espiritualmente al ser humano.

Así, en lugar de preguntar por cuál debe ser el LTG adecuado a las exigencias del presente, se impone reflexionar sobre cuáles son las constantes culturales y el imaginario de los que debe ser subsidiaria nuestra educación, así como sobre cuáles serían los medios más idóneos para que dicha educación ejerza una función provechosa en pro del enriquecimiento de los referentes culturales mencionados.

Los vaticinios -más bien sombríos- que auguraban la extinción del libro, han fracasado rotundamente. Ahora se producen más libros que nunca en el mundo. Los que se pensaba serían sus sepultureros -la telemática y la informática- han tenido que acceder a una convivencia más estrecha con aquéllos. Así pues, el libro goza de buena salud y continúa imprescindible en el orden cultural; pero ello no significa que deba seguir como el único o casi el único soporte de la educación. En realidad, el libro es y será siempre una presencia insoslayable en todo proceso educativo, aunque en estos tiempos pueda resultar insuficiente. Todo depende, por lo demás, del sentido de cada género de libros. Los habrá que se dirijan a públicos de determinadas edades. Los habrá, también, que se clasifiquen conforme a la pluralidad de materias de que versen. Una buena combinación de medios audiovisuales con la lectura, en la que el centro sea ésta y no aquéllos, es dable y hasta aconsejable, cuando se trate de educar a gente de toda edad y sobre todo -quizá- a niños y adolescentes.

En el caso de los temas humanísticos, el predominio de la lectura de obras originales (fragmentos, capítulos o enteras) debe ser total sobre cualquier otra opción posible. La enseñanza de cariz humanista deberá apuntar hacia una elevación de la capacidad exegética individual y colectiva. Desde luego, también es pertinente pensar en un LTG correspondiente a los saberes propiamente humanísticos, pero como simple guía de las obras que habrá de leer el escolar y no como vade mecum que las compendie de mala manera y pretenda sustituirlas (como sucede, una vez más, con los LTG que viene ensayando la SEP en estos momentos).

Tal vez deba actuarse en sentido contrario, cuando se trate de asignaturas como matemática, física, biología, geología, química... Los manuales se avienen de mejor manera con esta clase de materias. De todos modos, el eje de un proceso educativo completo deberá ser la lectura de textos, donde la lengua materna (en discursos originales y en traducciones de obras valiosas de otras lenguas) alcance sus más sublimes expresiones y enriquezcan, con ello, el espíritu del estudiante, al tiempo que actúen como factor de su inserción activa y profunda en el universo cultural que le es propio.

Es asombroso constatar que todavía mucha gente no se ha percatado de que, sin una buena formación humanística de base temprana, nadie puede hacer algo interesante y de valía incluso en el dominio de las ciencias naturales y exactas y sus derivaciones tecnológicas. Por lo demás, resulta increíble que se tenga que aducir hoy todo esto, cuando el país ha conocido experiencias como la edición masiva de los cinco tomos de la antología Rosas de la infancia, preparada por María Enriqueta Camarillo(6) y la publicación de Lecturas clásicas para niños, en 1924, a iniciativa del entonces Secretario de Educación, José Vasconcelos.

Para entender mejor lo que se acaba de decir, tal vez sea necesario tener presente que:

- la educación debe concernir a la vida toda del estudiante y no sólo a las responsabilidades económicas que le depare el futuro:

- el libro y la lectura son mucho más que simples instrumentos o medios educativos;

- el imaginario, el universo simbólico en virtud del cual todo humano se relaciona con el mundo, el orden cultural de referencia de todo sujeto no es manipulable ni mensurable ni dosificable.

En definitiva, cuando se aborda el tema del papel del libro y la lectura en los sistemas educativos actuales, no se puede perder de vista la imposibilidad de renovar la cultura, sin una capacidad hermenéutica mínima, ni el hecho de que la vida misma, en un orden cultural sólido y desarrollado, comporta una acumulación dinámica y creativa de lecturas. Tampoco se debe olvidar la función realizadora de la palabra; esto es, la inevitable asociación entre la realización sostenida del ser humano y la palabra. La ausencia de la palabra o su empobrecimiento acercan al ser humano a la animalidad, a la par de que lo alejan de la cultura. Así las cosas, la lectura en sentido amplio (es decir, la interpretación de todo signo y discurso, oral o escrito) aparece como un proceso creativo, el cual actúa como auxiliar imprescindible en el cumplimiento del proyecto existencial de todo hombre o mujer, conforme a sus referentes culturales. En suma, hay que tener presente que se juega la vida del escolar en el modo en que éste pueda asumir -vale decir, leer- la palabra; pues, como Ricoeur advirtió ya hace un buen tiempo, la lectura supone nada menos que la posibilidad de ser que indica o sugiere todo texto.(7)

NOTAS Contenido

1. Alfonso REYES, "Discurso por Virgilio", en Universidad, política y pueblo, pp. 48-49.

2. Cf. Diario La Jornada, 2 y 9 de diciembre de 1991.

3. El vocablo "imaginario" debe entenderse aquí de la misma forma como lo hace Clement Rosset en "L'imaginaire", en Douze leçons de philosophie, pp. 48-58.

4. Gabriel ZAID ha destacado claramente los nexos entre el texto escrito ("espejo de la sociedad") y el poder. De hecho, puede afirmarse que Zaid exagera un tanto la nota, pues reduce las funciones del libro a soportar y garantizar el poder. No le faltan a dicho autor razones para subrayar los efectos políticos asociados con tales funciones. Sin embargo, parece más provechoso tener en cuenta que dichos efectos se vinculan más propiamente con el hecho de que el texto, escrito o no, refiere un universo simbólico, un orden de lo imaginario o, para decirlo al estilo de ciertos filósofos, un "imaginario". Zaid acierta al poner de relieve los límites que supone para el desenvolvimiento de ese imaginario, el que buena parte del mismo sea plasmado por escrito. Ello da lugar a posibles ortodoxias, anquilosamientos... En suma, puede poner en peligro las libertades de la imaginación simbólica. Aunque no sea recogido por escrito, un imaginario no deja de darse como entidad diferenciada, no carece de una especial cosidad o corporeidad y, por ende, actúa como "espejo de la sociedad" al igual que el libro. Por otra parte, la existencia misma del texto da origen a uno de los procesos intelectuales y vitales más ricos: la exégesis. La posibilidad y la exigencia de interpretar son las brechas por donde pueden colarse las heterodoxias, el espíritu crítico y demás manifestaciones de ese otro misterio demasiado humano llamado "libertad".

5. George STEINER, Después de Babel, p. 477 y ss.

6. El autor agradece los datos proporcionados por Héctor PEREA, con relación a esta interesante iniciativa editorial.

7. Cf. Paul RICOEUR, "La tache de l'hermenéutique", en Exegesis, p. 190.

BIBLIOGRAFIA Contenido

REYES, Alfonso. "Discurso por Virgilio", en Universidad, política y pueblo", 3a. ed. México, IPN, 1987. pp. 48-49. RICOEUR, Paul. "La tache de l'hermenéutique", en Exegesis, París, P.U.F., 1975. p. 190.

ROSSET, Clement. "L'imaginaire", en Douge leçons de philosophie. París, Decouvert Le Monde, 1985. pp. 48-58.

STEINER, George. Después de Babel. Trad. de Adolfo CASTAÑON. México, FCE, 1980. p. 477 y ss.

ZAID, Gabriel. De los libros al poder. México, Grijalbo, 1988.