LOS RETOS PARA LA EDUCACIÓN SUPERIOR MEXICANA
DE FIN DE SIGLO
Julio Rubio Oca*
* Secretario General Ejecutivo de la ANUIES.
Contenido del Artículo:
Conocimiento, desarrollo y educación superior
En la segunda mitad del presente siglo la educación superior en nuestro país ha estado ligada a nuestro proyecto nacional, a los imperativos del desarrollo y de la modernización, al mismo tiempo que a las restricciones y carencias impuestas por necesidades sociales de una gran magnitud que nuestro proceso de acumulación no ha podido sino paliar.Durante las décadas del desarrollo estabilizador y del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, la educación superior proporcionó los recursos humanos que hicieron posible la transformación de nuestro país.
Para industrializar al país, nuestra sociedad debió realizar un singular esfuerzo en el terreno educativo. Pero más aún, en el ámbito de la educación superior. Paralelamente a la inversión en este rubro, fue necesario atender el crecimiento de la educación básica en momentos de plena expansión demográfica.
De acuerdo con los datos censales de 1940, el 90% de los mexicanos mayores de 15 años se ubicaban en la categoría de pobres extremos en materia educativa, es decir no contaban con la educación básica, en ese entonces compuesta de seis años.
Cuarenta años después, en 1980, los adultos en esta condición educativa eran el 48% del total y para 1990 la proporción se había reducido a un 37% de acuerdo con el último dato censal disponible.
Por otro lado, la matrícula de educación primaria pasó entre 1950 y 1996 de tres a casi quince millones de estudiantes, en educación secundaria de 71 mil a 5 millones, en el nivel de bachillerato y profesional medio de 37 mil alumnos a dos millones y medio y, finalmente, en educación superior pasamos de 30 mil a un poco más de un millón y medio. Así, la cobertura de educación superior para el grupo de edad entre 20 y 24 años pasó de ser del 1.3% en 1950 a 15% en 1997.
Este cambio significativo en la cobertura de educación superior fue acompañado por la creación de un importante número de instituciones educativas; un poco más de 600 en un lapso de cuatro décadas. Asimismo, el número de profesores creció de 10,000 a un poco más de 150,000. Esto significa que el país generó en promedio, desde que se inició el periodo de la expansión en los años setenta hasta nuestros días, alrededor de 5,000 puestos de profesor al año, o si se quiere 14 puestos de profesor al día durante los últimos cinco lustros.
Estas cifras, adquieren gran relevancia si consideramos que en 1970, sólo el 1% de los adultos mexicanos registraban estudios de licenciatura completos o más. En 1980, representaban el 2.7% y en 1990 casi el 3%.
Lo anterior significó que nuestro país requirió para realizar tareas académicas a un número muy grande de personas, en una coyuntura en la cual los individuos con altos índices de formación académica eran muy escasos. El 74% de los profesores obtuvieron su primer contrato antes de los 31 años de edad y el 28% del total inició su carrera académica antes de cumplir 25 años. El 35% de los que se incorporaron al sistema no habían concluido sus estudios de licenciatura y sólo el 16% contaba con la maestría.
Estos datos ponen de manifiesto que al menos hasta 1982, el proceso expansivo de la educación superior estuvo orientado básicamente a la satisfacción de la demanda, como una estrategia de movilidad social ascendente y muy poco regulado centralmente por la lógica académica de la calidad y la pertinencia.
Si la dotación del servicio educativo se concibe como un rasgo de modernización social, las cifras a las que se hace referencia, permiten comprender, por un lado, la relevancia del esfuerzo educativo nacional en medio siglo, sobre todo si consideramos que se ha realizado en medio de un crecimiento demográfico enorme, pero a su vez, lo inicial e inacabado de este proceso crucial por sus efectos en la transformación de las relaciones sociales. Sin este contexto general difícilmente se podrían comprender los retos que enfrenta la universidad mexicana del fin de siglo.
Cabe mencionar también que estas cifras gruesas, si bien señalan el sentido de la transformación de nuestro país, no reflejan los intensos debates que tuvieron lugar hacia mediados de este siglo sobre el sentido de las políticas modernizadoras que debería emprender México.
En particular quisiera recordar un episodio singular que tuvo lugar en el ámbito intelectual y en el que participó el doctor Pablo González Casanova.
En aquél entonces el prestigiado profesor norteamericano, Frank Tannenbaum, publicó un libro titulado México: la lucha por la paz y por el pan, en el que señaló que nuestro país necesitaba "una filosofía de las cosas pequeñas" y que nada era más opuesto a su naturaleza geográfica y humana, que proponerse metas ambiciosas como el de la industrialización.
En efecto, para el profesor Tannenbaum la sola magnitud del esfuerzo que se requería para comunicar al país, carente de ríos navegables y con una superficie surcada por imponentes cordilleras, desalentaba cualquier esperanza de construir una nación moderna. Así, aconsejaba, en contra de la opinión de los dirigentes mexicanos de aquél entonces, un desarrollo gradual y modesto que aprovechara la experiencia histórica de nuestra población en la producción de artesanías y otros bienes de industrias tradicionales.
González Casanova le salió al paso y sostuvo que si bien la tarea no era sencilla, se contaba con los elementos materiales y humanos para emprenderla, además de la voluntad política y un espíritu nacional dispuesto a realizar esa tarea y a conseguir para México un lugar destacado en el contexto internacional.
El profesor González Casanova subrayó en aquella ocasión que ciertamente había intereses internos que podían oponerse legítimamente al proyecto industrializador, pero que las propuestas y argumentos prejuiciados de Tannenbaum reflejaban más bien la oposición que en las naciones más desarrolladas despertaba México cada vez que intentaba dar un paso adelante en el camino de su independencia económica.
El rumbo que emprendió México fue el señalado por aquella generación de mexicanos que desde diferentes posiciones ha trabajado arduamente por la modernización del país. Sin embargo, podemos hablar con propiedad de una modernización contradictoria, repleta de logros y conquistas en todos los ámbitos, pero también de marcados contrastes y profundos problemas estructurales.
Hoy, como ayer, una de las responsabilidades del sistema de educación superior es conocer y estudiar esos problemas y aportar posibles soluciones.
Conocimiento, desarrollo y educación superiorEl sistema educativo mexicano ha estado siempre atento al análisis y al debate sobre las tendencias futuras de la educación superior que han tenido lugar en todo el mundo en los años recientes, y que ha postulado la concepción de la "sociedad del conocimiento", como uno de los escenarios más posibles.
La década de los noventa se ha caracterizado, entre otras cosas, por la reflexión sobre los sistemas educativos y la búsqueda de nuevas estrategias para dar respuesta a la demanda creciente de sus sociedades nacionales –inmersas hoy en un mundo globalizado– por mejorar la calidad, la cobertura, la pertinencia y la equidad de la educación superior.
Existe un consenso generalizado en todos los países de que la educación constituye, y seguirá constituyendo cada vez más en el futuro, el medio fundamental para posibilitar el desarrollo sostenible de las sociedades. En las nuevas condiciones del país, parece haber un consenso en la necesidad de una profunda reforma en el sistema de educación superior. Como ha sido señalado en diversos foros, el cambio —y el reclamo del cambio— es característica y exigencia de este fin del siglo XX.
Los cambios se están gestando en los múltiples campos de la vida humana: en el desarrollo de la ciencia y la tecnología, en el acceso y la distribución de la información a través del uso de los medios informáticos, en las formas de organización de las economías de los países, en las dinámicas sociales y en la geopolítica mundial.
Este contexto de cambio será el referente que dará sentido a las acciones que desarrollen las instituciones de educación superior en el futuro. Ante situaciones, problemas y necesidades emergentes, no serán viables las respuestas pensadas para condiciones de épocas pasadas. El siglo XXI abrirá la era del conocimiento, cuyos primeros impactos apenas se vislumbran.
La educación superior del futuro será una puerta de acceso a la "sociedad del conocimiento", quizá la puerta más importante por su situación privilegiada para la generación y transmisión del saber humano. En esa sociedad, el conocimiento constituirá el valor agregado fundamental en todos los procesos de producción de bienes y servicios, haciendo que el dominio del saber se constituya en el principal factor.
La riqueza de las naciones dependerá del conocimiento y la información. En esa coyuntura la educación superior está llamada a ser un espacio aún más privilegiado para aprovechar las oportunidades que el contexto cambiante ofrece y contribuir a que la sociedad afronte también productivamente las amenazas que se le presentan.
En la sociedad del conocimiento, que no es lo mismo que la sociedad de la información y que más bien busca superar críticamente los torrentes de información indiscriminada a que nos somete ésta última, la educación deberá ser atendida como un proceso integral, flexible y fluido. Ello significa que desaparecerán tanto los periodos estancos de formación, como las limitaciones temporales. En ella,
el aprendizaje será continuo y, por lo tanto, la universidad está
llamada a actualizar ininterrumpidamente los conocimientos de la sociedad.El reto para las IES
La evolución demográfica planteará retos adicionales a la educación superior: entre hoy y el año 2010, la población mexicana seguirá creciendo, aunque seguramente a tasas menores que las observadas en las últimas tres décadas. Un escenario factible para ese año es llegar a una población de 112 millones de mexicanos. La estructura de la población por grupos de edad tendrá modificaciones importantes. Ella irá perdiendo su estructura piramidal de base amplia, y adquirirá una más parecida a una rectangular. La población sufrirá un envejecimiento relativo, con un mayor crecimiento de la población de jóvenes y adultos y con una disminución de la población de niños. Este incremento implicará un crecimiento proporcional en la demanda alimentaria, de servicios sociales (educación, salud y vivienda), y de empleo.
La expectativa es, entonces, aumentar la cobertura de la educación superior y ampliar significativamente nuestro capital humano con un perfil compatible con la sociedad del conocimiento.
De continuar la tendencia histórica se tendrá para el año 2010 una matrícula total de educación de más de un millón ochocientos mil estudiantes, lo que representará el 19% de absorción de la población comprendida entre 20 y 24 años, porcentaje muy por debajo de lo deseable para poder ser un país altamente competitivo a nivel internacional, así como para lograr la equidad social en educación.
Por lo tanto, se requiere un gran esfuerzo orientado a aumentar la cobertura de manera significativa. En un escenario optimista, construido a partir del supuesto de un aumento del 1% anual de eficiencia terminal del bachillerato y de la tasa de absorción de licenciatura, se tendría en el año 2010 una matrícula de licenciatura universitaria, tecnológica y de educación normal de 2,840,000 alumnos, lo que significaría atender al 29% de la población de 20-24 años. Ello implicará un crecimiento del 90% respecto a la situación de 1997. En un segundo escenario más conservador, con un crecimiento de la eficiencia terminal del bachillerato y de la tasa de absorción de licenciatura de 0.5% anual, se llegaría a contar con una matrícula de 2,592,000 alumnos. Con este crecimiento se atendería al 26% del grupo de edad entre 20-24 años y se tendría un crecimiento del 73.5% respecto a la situación de 1997.
Si a ello agregamos las necesidades de actualización de la población entre 30 y 60 años, entonces la cifra podría elevarse exponencialmente y al menos teóricamente, alcanzar los 50 millones de personas.
Una demanda de esta magnitud difícilmente se podrá atender con el actual sistema tradicional de enseñanza; por lo tanto, para incrementar la cobertura tenemos que pensar no sólo en un sistema descentralizado y planes más flexibles, sino también en ampliar y diversificar la oferta de programas presenciales y sobre todo de carácter semipresencial o no presencial, utilizando para estos últimos los más modernos avances tecnológicos y asegurando su calidad mediante un sistema de acreditación de competencias que cumpla con las normas internacionales más rigurosas. En efecto, no hay que olvidar que el referente geográfico de la sociedad del conocimiento no es otro que el de la sociedad global.
También tenemos que pensar en el establecimiento de un sistema nacional de becas y de crédito educativo que garantice la permanencia de los estudiantes de bajos recursos y alto desempeño académico en los programas de estudio, con la participación del gobierno federal, de los gobiernos estatales, de exalumnos, fundaciones y del sector productivo. Con un sistema así, se contaría con mejores condiciones para lograr una reorientación efectiva de la matrícula.
Uno de los grandes desafíos consiste, entonces, en incrementar la tasa de cobertura de la educación superior, es decir, tenemos que crecer, pero crecer con calidad, mejorando en paralelo la pertinencia y eficiencia de nuestro sistema. Para lograrlo, se requiere elevar la inversión en educación superior. También es necesario dedicar nuestro mayor esfuerzo y empeñar nuestra voluntad para que el sistema de educación superior en nuestro país pueda alcanzar en el menor tiempo posible, los mejores estándares internacionales de desempeño y calidad.
En buena medida y en el corto plazo, la transformación de la universidad mexicana dependerá del proceso de transformación de su planta académica. Si bien en el pasado, la acción a nivel individual estuvo centrada en la atención a crecientes grupos de estudiantes, ahora resulta fundamental y estratégico reorganizar la vida universitaria en torno a la generación, aplicación y difusión del conocimiento relevante como condición de futuro institucional e individual.
De aquí se deriva la importancia que tiene el Programa de Mejoramiento del Profesorado de las IES (PROMEP), el cual fue diseñado en estrecha colaboración entre la Secretaría de Educación Pública y la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior y tiene como objetivo mejorar el perfil del personal académico de carrera de las instituciones para que pueda desempeñar mejor las labores de enseñanza, tutoría, investigación y participación universitaria. Para ello se requiere que el profesor universitario alcance el máximo nivel de formación que una institución de educación superior ofrece, es decir, el doctorado, así como también ampliar y consolidar los cuerpos académicos en el interior de cada una de las dependencias universitarias.
Es en estos cuerpos académicos, conformados por profesores-investigadores que comparten una o varias líneas de investigación (o campos de estudio) y un conjunto de objetivos y metas, donde se articulan las tareas fundamentales de la educación superior de calidad.
La mejora de la calidad de la educación superior deberá tener también un impacto positivo en el desarrollo de los niveles básicos a través de una capacitación más eficaz de los profesores y la utilización de las nuevas tecnologías de la información y la prestación de un servicio social más pertinente y eficaz.
Para que nuestro sistema de educación superior pueda alcanzar niveles internacionales de calidad se requiere, obviamente, de la mayor comprensión por parte de la sociedad y en particular de sus representantes. En un escenario de recursos escasos, los dilemas sobre las prioridades de financiamiento están a la orden del día. No sólo en lo relativo a la educación, sino al papel que le toca desempeñar en el funcionamiento del sistema social global.
En efecto, como lo anuncian las encuestas que se han hecho a la población en los últimos meses, la ciudadanía no percibe a la educación superior como una de sus prioridades. Más bien se encuentra preocupada por problemas tales como la inseguridad, la corrupción, el desempleo, el narcotráfico, la contaminación y la destrucción del ambiente.
Sin embargo, existen prioridades generales, de interés para toda la sociedad que, como en el caso de la educación, y muy particularmente, en el de la educación superior, son parte de cualquier solución sensata para atender y superar los problemas estructurales de una nación.
Me explico, no podemos pensar en una política pertinente de salud sin buenos médicos, ni tampoco en la modernización y expansión del aparato productivo sin ingenieros y técnicos altamente preparados. Lo mismo podríamos decir del sistema de justicia y, en general de la administración pública y privada.
Pensar en esta dirección significa convencerse de que la inversión (y no el gasto) en educación superior tiene efectos multiplicadores que redundan en un mejor funcionamiento del sistema social, político y económico.
La educación superior tendrá que seguir desempeñando un papel estratégico en la solución de los problemas sociales del país y de cada una de sus regiones. Su contribución será crucial no sólo en términos de la calidad y pertinencia de sus investigaciones y de la formación calificada de sus egresados, sino también en relación con la construcción y consolidación de valores.
Por supuesto esta es una tarea que rebasa con mucho el ámbito de la educación superior, toda vez que la formación de valores es tarea de la sociedad en su conjunto a través de su sistema cultural. Por ello, si desde el espacio de la educación formal se quiere incidir en esta función, hay que ligar el nivel de entrada con los niveles superiores y tener conciencia de que los niños que se inscriban este año en la primaria, en el 2010 estarán ingresando a la educación superior.
En este contexto, el sistema educativo en su conjunto deberá emprender una cruzada nacional para la formación de estos niños y jóvenes en los valores de la libertad, la democracia, la solidaridad, la justicia social, el respeto y la tolerancia a las diferencias, la búsqueda de la verdad, el respeto a los derechos humanos, la conservación del medio ambiente y una cultura de paz.
La sociedad del conocimiento no puede florecer en contextos autoritarios. Solamente con ciudadanos informados, formados y con posibilidad de expresar sus ideas, podrán enfrentarse los retos que enfrentarán las sociedades del futuro. Para que la educación en general, y la educación superior en particular, puedan cumplir con los nuevos roles que demanda la sociedad del conocimiento, ellas están llamadas a constituirse en una de las inversiones prioritarias del país. Sociedad y gobierno, deberán elevar significativamente los recursos que destinan a este sector estratégico para el desarrollo de todos los sectores de la sociedad.
Cabe señalar que el Estado mexicano ha otorgado a las instituciones de educación superior la facultad, pero, a la vez, la gran responsabilidad de formar profesionales y certificarlos para el ejercicio de su profesión, a diferencia de lo que ocurre en otros países donde la certificación es realizada por instituciones de otro tipo. De esa obligación hacia la sociedad deriva, en buena medida, la necesidad de rendir cuentas acerca de la calidad de los profesionales que se forman en nuestras instituciones de educación superior, así como del mejoramiento sostenido de sus actividades.
Quisiera concluir señalando que atender los retos de la educación superior en la sociedad del conocimiento, implica una tarea de grandes dimensiones, ardua y compleja, que requiere de la articulación de las voluntades de todos los mexicanos, y muy en particular de los actores de la educación superior.
Por ello es conveniente que se sumen los esfuerzos de quienes hoy en día todavía piensan como lo hiciera el profesor Tannenbaum hace medio siglo, en el sentido de que México debe tener una filosofía de las cosas pequeñas.
Si como hemos dicho, las estructuras vigentes de la educación superior son ya insuficientes para enfrentar los retos de la sociedad del conocimiento para mejorar su calidad y estar a la altura de una sociedad democrática cada vez más consolidada, decidida a participar en el orden global, nuestra generación está obligada a realizar un esfuerzo por dejar a los niños que hoy ingresan a la primaria, y que en el año 2010 estarán tocando a las puertas de la educación superior, un sistema de educación terciaria caracterizado por su amplia cobertura, calidad, pertinencia y equidad que sea orgullo de los mexicanos de hoy y del mañana.