VINCULACIÓN: NUEVO NOMBRE DE UN VIEJO RETO

FELIPE MARTÍNEZ RIZO*
* RECTOR DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE AGUASCALIENTES.

Contenido del Artículo:


EL RETO DE LA RELEVANCIA EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS
LA RELEVANCIA EN LA HISTORIA DE LAS UNIVERSIDADES
LA RELEVANCIA EN LAS UNIVERSIDADES MEXICANAS
RELEVANCIA Y VINCULACIÓN: RETOS MEXICANOS ACTUALES
CONCLUSIÓN

EL RETO DE LA RELEVANCIA EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS
Contenido

Por su naturaleza misma todas las instituciones son conservadoras, pero las educativas lo son de manera muy particular: la tendencia de los profesores los hace mantener sin cambios planes y programas de estudio, repitiendo los mismos contenidos y aplicando los mismos métodos, sin tomar en cuenta los cambios del entorno, que hacen obsoletos métodos y contenidos y se traducen en nuevas necesidades de formación para los alumnos. Por ello, el riesgo de volverse irrelevantes acecha permanentemente a toda escuela. En este primer apartado haré algunas consideraciones iniciales sobre este riesgo, apoyándome en un texto del sociólogo noruego Johan Galtung.

Este investigador presenta una original reflexión sobre la dificultad de la escuela para adaptarse a su entorno imaginando un pueblo primitivo de hace miles de años, antes de la última glaciación. Aquel pueblo primitivo, en la parábola de Galtung, decide organizar una institución educativa, para enseñar a sus hijos lo necesario para defenderse en la vida. Perfectamente adaptada a su contexto, aquella escuela del paleolítico enseñaba a los niños a construir cabañas de hojas y ramas; a transformar las piedras en navajas de cortante filo, agudas puntas de flecha o contundentes hachas; a localizar los mejores frutos; a distinguir las hierbas venenosas de las curativas; a atrapar pequeños roedores y grandes mamíferos; y, culminación del plan de estudios, a escapar del tigre y, en ocasiones, en complicado esfuerzo colectivo, a matarlo. Por ello Galtung designaba aquel imaginario Plan de Estudios con la expresión "curriculum del tigre".

Según Galtung, durante siglos la escuela funcionó regularmente, contribuyendo al bienestar de la tribu, hasta que llegó la nueva glaciación. La selva desapareció y una gruesa capa de hielo cubrió el paisaje; la vegetación quedó reducida a musgo y líquenes en unas cuantas rocas; la tribu tuvo que aprender a cortar bloques de hielo para construir iglús; a fabricar trineos y anzuelos; a cazar focas; a aprovechar la grasa y las barbas de las grandes ballenas que a veces llegaban a morir a la playa; a escapar del oso blanco y, en ocasiones, a matarlo. Pero la escuela, incapaz de cambiar su rutina centenaria, y aduciendo fidelidad a sus añejas tradiciones y sus viejos libros, seguía enseñando el curriculum del tigre.

El texto de Galtung es más que una original y bella fábula. Si reflexionamos un poco podremos ver que refleja sin exageración ni fantasía la resistencia al cambio de una institución como la escuela y el consecuente riesgo de irrelevancia que la acecha. Hace menos de un siglo, durante la Soberana Convención de 1914, nuestros padres o abuelos, con no poco temor, se asombraban con los primeros coches de motor que circulaban en Aguascalientes. Hoy, decenas de miles de esos poderosos animales ruedan por las avenidas de nuestra ciudad y las calles de los poblados más remotos, con su enorme potencial productivo y sus riesgos mortales para la economía y el medio ambiente, por no hablar de conductores, pasajeros y peatones. Y hace sólo 50 años los niños de mi generación nos asomábamos con similar asombro a las ventanas de las pocas casas en que unos aparatos recién importados transmitían las borrosas imágenes y los confusos sonidos de una escena que tenía lugar en ese instante en la capital del país. Hoy la televisión, omnipresente, como delatan antenas convencionales y parabólicas en casi todos los techos, enriquece y empobrece las vidas de todos los niños, que no se sorprenden ya por presenciar en vivo y en directo lo mismo un espectáculo de Madonna que la más reciente matanza del Kosovo.

Los cambios del mundo en las últimas décadas son comparables, en lo material y en lo cultural, a los que traía consigo una glaciación y, sin embargo, la escuela los ignora. Para aprender a ser conductores, peatones o televidentes inteligentes y responsables, los niños tienen que acudir a los amigos, a las academias comerciales o a programas muy selectos de extensión cultural. La parábola del curriculum del tigre refleja con cruel realismo el riesgo omnipresente de irrelevancia.

LA RELEVANCIA EN LA HISTORIA DE LAS UNIVERSIDADES
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La historia de las universidades muestra cómo estas instituciones, nacidas como dinámicas y muy pertinentes para su entorno y en su momento, han sucumbido al riesgo de la irrelevancia o han logrado superarlo de diversas maneras en distintos momentos.

Las primeras universidades, las corporaciones de maestros y alumnos de los studia generalia de Bolonia, París y luego Oxford, fueron contemporáneas del gótico y la escolástica, alrededor del siglo XII, cuando comenzaba a declinar el feudalismo al aparecer los burgos, habitados por comerciantes libres que comenzaban a reemplazar a nobles de villas y ciudades en la conducción de una nueva sociedad, la de los estados nacionales, la revolución industrial y el capitalismo.

Aunque hoy puedan parecernos particularmente anticuadas, las universidades medioevales eran instituciones dinámicas, que respondían a necesidades claras de su entorno: en sus facultades de artes preparaban al estamento ilustrado de personas capaces de leer, escribir, pensar y discutir que requería aquella incipiente modernidad; y en sus facultades especializadas preparaban filósofos, teólogos y canonistas para la pujante iglesia, así como juristas civiles, médicos y arquitectos para los nacientes Estados.

Cinco o seis siglos después, al mediar el XVIII, habían ocurrido ya el renacimiento y las conquistas por las que Europa se imponía al mundo; había terminado la consolidación de los estados absolutistas y se iniciaba su reemplazo por los modernos Estados democráticos; surgía la ciencia moderna; comenzaba la revolución industrial; el mercado capitalista reemplazaba al feudo y, en relación con todo ello, una visión racional del mundo, que pretendía basarse en la ciencia, reemplazaba la cosmovisión religiosa prevaleciente desde el paleolítico: el desencantamiento weberiano del mundo.

Pese a tamañas transformaciones sociales, la Universidad dieciochesca permanecía anclada al pasado. La investigación surgía en otros ámbitos, como academias y sociedades reales. El desarrollo social exigía profesionales para cuya preparación nacían escuelas de ingenieros militares, de puentes, de minas o de agricultura y, más tarde, politécnicos y tecnológicos, ante la incapacidad de las viejas casas de estudio para adaptarse a los cambios de su entorno. En los países más avanzados de la época, en Francia e Inglaterra, las universidades eran víctimas del peligro de irrelevancia. Surgió entonces en Berlín, gracias a la inspiracion renovadora de Guillermo de Humboldt, la institución que marcaría más fuertemente el rumbo de la universidad contemporánea: la Universidad de Investigacion, cuya influencia se extendió al mundo especialmente a traves de la joven nación que llegaría a ser la potencia dominante durante nuestro siglo, los Estados Unidos.

Desde la época de la guerra civil, el país del norte apostó a la educación de masas en el nivel de educación superior, como lo había hecho años antes en la educación básica con Horace Mann. Con los land grant colleges los estados de la Unión Americana comenzaron un vigoroso desarrollo de su sistema de educación superior, atendiendo tanto el interés por la investigación, según la orientación humboldtiana, como una pragmática preocupación de tipo vocacional, para atender las necesidades de formación de personal calificado de nivel medio o superior para la economía local. Esta afortunada combinación se mantiene hasta hoy en la coexistencia de instituciones orientadas a la investigación (research universities) al lado de otras en las que se forman técnicos medios de todo tipo (community colleges) y unas más de carácter más amplio (comprehensive universities). Esta afortunada combinación confiere al sistema norteamericano de educación superior un alto grado de relevancia.

LA RELEVANCIA EN LAS UNIVERSIDADES MEXICANAS
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Nuestra propia historia ilustra estas ideas: nacida en la tradición salmantina a mediados del siglo XVI, la Real y Pontificia Universidad de México es ejemplo de una institución que, con el paso del tiempo, se volvió tan irrelevante que no pudo subsistir y debió ser reemplazada primero, por las escuelas profesionales de derecho, medicina e ingeniería, y, luego, por la Universidad Nacional, como expresó con toda claridad Justo Sierra, principal responsable del proyecto, en el discurso que pronunció el 22 de septiembre de 1910, en el acto de inauguración de la Universidad. Recordemos las palabras del Ministro de Instrucción Pública del Porfiriato

 …la Real y Pontificia Universidad de México no es para nosotros el antepasado, es el pasado… Era una escuela verbalizante… era la palabra –y siempre la palabra latina, por cierto– la lanzadera prodigiosa que iba y venía sin cesar en aquella urdimbre infinita de conceptos dialécticos; en las puertas de la Univesidad… hubiera debido inscribirse la exclamación de Hamlet: "palabras, palabras, palabras"... Ya podían resultar, como resultaron… prodigios razonantes de memoria y silogística, entre profesores y alumnos de la Universidad; aquel organismo se convirtió en un caso de vida vegetativa y después en un ejemplar del reino mineral: era la losa de una tumba… Cuando los beneméritos próceres que en 1830 llevaron al gobierno la aspiración consciente de la Reforma empujaron las puertas del vetusto edificio casi no había nadie en él, casi no había nada. Grandes cosas vetustas, venerables unas, apolilladas otras; ellos echaron al cesto las reliquias de trapo, las borlas doctorales, los registros añejos en que constaba que la Real y Pontificia Universidad no había tenido ni una sola idea propia, ni realizado un solo acto trascendental en la historia del intelecto mexicano; no había hecho más que argüir y redargüir, en aparatosos ejercicios de gimnástica mental, en presencia de arzobispos y virreyes, durante trescientos años…

Una institución así no podía responder a las necesidades de un país que estaba por comenzar una etapa particularmente importante y dinámica de su vida. Ante el deterioro de la Real y Pontificia Universidad hacía falta otra institución, basada en la fecunda potencia de la ciencia moderna y vigorizada por el contacto con los problemas de la sociedad en que surgía. En el discurso citado, Don Justo Sierra planteaba como un rasgo esencial de la nueva Universidad la preocupación por atender las necesidades de la sociedad mexicana de su época:

…sería una desgracia que… se formase una casta de la ciencia cada vez más alejada de su función terrestre, cada vez más alejada del suelo que la sustenta, cada vez más indiferente a las pulsaciones de la realidad social turbia… No, no se concibe en los tiempos nuestros que un organismo creado por una sociedad que aspira a tomar parte cada vez más activa en el concierto humano, se sienta desprendido del vínculo que lo uniera a las entrañas maternas para formar parte de una patria ideal de almas sin patria; no, no será la Universidad una persona destinada a no separar los ojos del microscopio, aunque en torno de ella una nación se desorganice; no la sorprenderá la toma de Constantinopla discutiendo sobre la naturaleza de la luz del Tabor.

Casi noventa años después de la inauguración de la Universidad Nacional y de tan interesantes palabras, la sociedad mexicana ha vivido transformaciones aún más grandes que las que percibía el más sensible de los ministros porfirianos. Algunas personas piensan que las universidades han sido nuevamente presas de la irrelevancia, y que requieren de una nueva respuesta al viejo reto. Es frecuente que expresen esta preocupación señalando la necesidad de la vinculación. Considero que la preocupación es válida, pero también opino que debe tenerse cuidado para que no se maneje en forma simplista.

RELEVANCIA Y VINCULACIÓN: RETOS MEXICANOS ACTUALES
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Utilizado cada vez con más frecuencia, el término vinculación tiene clara cercanía con el de relevancia, con el que podría identificarse. Sin embargo, la forma más habitual de utilizarlo pone el énfasis en la relación que se supone debería establecerse entre, por una parte, las universidades y, por la otra, industrias, comercios y otras empresas de servicios, preferentemente privadas.

El avance económico y, más precisamente, el aumento de la competitividad de las actividades productivas de bienes y servicios, constituye una dimensión fundamental del desarrollo integral de cualquier sociedad de finales del siglo XX. Puesta de relieve por los procesos de globalización e integración industrial, comercial y financiera esta dimensión, sin embargo, no debe hacernos perder de vista otras igualmente esenciales: las que se refieren al desarrollo social y político, al perfeccionamiento de los sistemas democráticos y los de justicia; a la adecuada integración de valores y tradiciones locales con los de otras naciones en ricas y novedosas síntesis culturales igualmente alejadas del chauvinismo y el malinchismo.

Las diversas dimensiones de la problemática social tienen que ver con disciplinas igualmente diferentes que, en general, son cultivadas en las universidades. Por ello el reto de la vinculación debe incluir, por supuesto, a las áreas de ingenierías, administración y similares, que tienen que ver especialmente con el incremento y mejoramiento de la producción de bienes materiales, pero también debe comprender a las demás áreas del conocimiento que se cultivan en las universidades, que se refieren a dimensiones distintas de la actividad social e involucran, por consiguiente, a distintos sectores sociales como interlocutores potenciales:

Algunas ramas de las ciencias sociales, como el derecho, la politología y la administración pública, con su potencial para el progreso jurídico y político, y su necesidad de contacto con poderes públicos, organizaciones no gubernamentales y la sociedad civil misma.

Otras ramas de las ciencias sociales y las humanidades, esenciales para el desarrollo cultural al que se hizo alusión arriba, y cuyo cultivo puede beneficiarse también por las relaciones con algunas empresas, como las de tipo editorial, pero más normalmente con instituciones académicas y otras dependencias del sector público.

El desarrollo integral no puede descuidar estos aspectos, por privilegiar únicamente lo económico o lo industrial, so pena de que el futuro vea concretarse la posibilidad sobre la que nos advertía Pablo Latapí al reflexionar, en el Coloquio de Invierno de 1992, sobre los valores de eficiencia, racionalidad, mercado, lucro y libertad económica, que marcan la sociedad neoliberal hacia la que aparentemente nos dirigimos. En el impactante texto que presentó en dicha ocasión, titulado "Tuvimos éxito", Latapí señala que esa sociedad tiene valores innegables para nuestra realización personal y colectiva, pero también riesgos sobre los cuales nos advirtió de manera elocuente. Recordemos algunos párrafos de dicho texto:

Tuvimos éxito. Hoy…la apertura comercial… ha logrado hacer de nosotros un país moderno… Hoy somos eficientes… Pero nos han quedado, a algunos al menos, ciertas nostalgias de un pasado que perdimos en la transición. ¿Qué perdimos? Perdimos la misericordia. La piedad hacia los ciegos y hacia los ancianos. La familia extensa en que los nietos escuchaban las historias increíbles de los abuelos. Tantas cosas que no eran eficientes. La poesía, por ejemplo, que en algún tiempo expresó los sueños imposibles de los jóvenes o captó el encanto de la provincia o inventó lenguajes inéditos, ya casi desapareció. ¿Qué aporta un poeta al PNB?

…Tuvimos éxito, lo cual significa que somos competitivos… Tuvimos éxito y hoy somos más racionales… No nos percatamos de que hacernos racionales, tan racionales, era perder un gran pedazo de nuestra alma: las fantasías, las ilusiones, las utopías.

…Tuvimos éxito, porque creímos en la sabiduría del mercado… El mercado nos proveyó de innumerables bienes innecesarios, pero no de los más importantes, que no se compran ni se venden. Entramos en la civilización moderna, la que está sometida a la riqueza material como valor supremo, y nos quedamos sin proyecto humano, sin ideales y con la mínima y pragmática moral de conveniencia que requiere el sistema para funcionar.

Se nos dice que somos ya parte del mundo libre y que la libertad es la esencia de este nuevo orden internacional. Podemos, sí, escoger entre muchas marcas de jabones, pero ¿no era todo lo que perdimos condición de otra libertad más profunda, la libertad de nuestra cultura mexicana, la libertad ante el misterio, con sus angustias e incertidumbres, la que estremecía a Nezahualcóyotl y a Calderón de la Barca –nuestras raíces-, la libertad de la trascendencia, la de seguir siempre buscando lo que somos? ¿No entregamos, como oro por cuentas de vidrio, esta libertad y este riesgo de ser hombres, a cambio de tener muchas marcas de jabón?

El "Mundo Feliz" llegó a México. Lo cambiamos por la Suave Patria. Tuvimos éxito. ¡Felicidades!

Las universidades mexicanas de hoy no son ni los studia generalia del siglo XIII ni las multiversidades americanas del XX, pero el riesgo de irrelevancia las acecha igualmente, por lo que tienen que reflexionar constantemente sobre el sentido y enfoque de sus funciones. La preocupación actual por la vinculación es, a mi ver, la forma que nuestras casas de estudio tratan de enfrentar en la actualidad ese riesgo perene. Por ello el interés por la vinculación es un síntoma claro de salud institucional. El peligro sobre el que nos advierte la cita que acabamos de cerrar es, a su vez, importante, y debe también atenderse, para que un esfuerzo loable en sí mismo no adopte una forma inapropiada.

La responsabilidad de las universidades para con su entorno es grande: sus egresados jugarán papeles estelares en la toma de decisiones colectivas, para bien o para mal. Es difícil saber si ha hecho más daño a nuestros pueblos la insensibilidad de los tecnócratas neoliberales o el fanatismo de los iluminados de derecha o izquierda; lo que es claro es que ambos se incubaron en las casas de estudios superiores. Por ello la formación universitaria, ademas de competencia técnica, debe tratar de desarrollar la conciencia de sus alumnos; debe esperar que sus egresados practiquen su profesión de manera que contribuyan, según reza el bello texto de la protesta reglamentaria de la UAA, "a transformar la sociedad en bien del hombre y al hombre en bien de sí mismo". La necesaria actividad de vinculación deberá hacerse de forma tal que permita la conjugación de los valores de progreso y tradición de la manera más rica, para la plena realización individual y colectiva.

CONCLUSIÓN
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No ha sido el propósito de esta presentación el sugerir modalidades o estrategias concretas para fortalecer una función tan importante para las universidades como es la vinculación. Esa será la tarea de quienes se dedican a ella.

Las consideraciones que he hecho pretenden abrir el horizonte, tratando de mostrar que no deben absolutizarse algunos tipos o modalidades de la vinculación, en detrimento de otros.

A mi ver, más allá de muchas carencias particulares —como la falta de lo que puede llamarse una "cultura de la vinculación"; de marcos jurídicos que no obstaculicen dicha tarea, y de estructuras organizativas que la propicien; de personal especializado con la experiencia necesaria para llevarla a cabo; de recursos para iniciarla; de interlocutores interesados en ella de manera informada, y de no sé cuantos elementos más— necesitamos tener ideas claras, para comprender en toda su amplitud el concepto de relevancia y, correlativamente, para percibir el riesgo de irrelevancia que acecha a las universidades. Para entender que no sólo las áreas de mayor cercanía con las actividades económicas tienen la obligación de estar al servicio de las necesidades del entorno, sino todas las áreas de nuestras instituciones, cada una a su manera y cada una con interlocutores diferentes, bien definidos.

Necesitamos también, como prerrequisito básico, que todas y cada una de las áreas de nuestras universidades cultive su respectiva disciplina con la mayor calidad posible, para que tenga cosas valiosas qué aportar a la sociedad, porque nadie puede dar lo que no tiene.

Ojalá que así sea.


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