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Ciencia y Tecnología
Jorge Dettmer G., Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM. Resumen
Desde la segunda mitad del siglo XIX, la
ingeniería y los
ingenieros han desempeñado un papel fundamental en la configuración
de las sociedades industriales modernas. Sus servicios resultan indispensables
para el desarrollo industrial, lo cual ha elevado el carácter
científico y el prestigio social de la ingeniería a lo
largo del siglo XX, pero al mismo tiempo, ha suscitado importantes interrogantes
relacionadas con la identidad de la profesión, su reclutamiento,
educación y la formación profesional, la diversificación
de sus opciones de trabajo, la función de sus asociaciones profesionales
y la responsabilidad ética y social que deben asumir frente a
los impactos sociales y ambientales provocados por la tecnología.
Se establece la relación entre ciencia, tecnología e ingeniería
para aclarar en qué consiste la específicidad de la ingeniería
y sus implicaciones para una mejor comprensión del ser y el qué hacer
de los ingenieros.
Palabras clave: Ingenierías, formación
profesional, ciencia,
tecnología.
Abstract
Since the second half of the 19th century, engineering and engineers
have played a key role in the configuration of modern industrial societies.
Services rendered by them are essential for industrial development, therefore
stressing the scientific nature and social prestige of engineering all
through the 20th century. Nevertheless, at the same time, great questions
have arisen regarding the identity of the activity, enrolment, education
and professional training, diversification of professional opportunities,
role of professional associations and the ethical and social responsibility
to be undertaken before social and environmental impact derived from
technology. A clear relationship among science, technology and engineering
is set in order to better clarify the specificity of engineering and
its implication in the better understanding of the work of engineers.
Key words: Engineering, professional training, science, technology.
Introducción
Desde la segunda mitad del siglo XIX, la Ingeniería y los ingenieros
han desempeñado un papel fundamental en la configuración
de las sociedades industriales modernas. La creciente vinculación
de la tecnología con la ciencia y el reconocimiento de los ingenieros
como uno de los grupos profesionales más extensos, cuyos servicios
resultan indispensables para el desarrollo industrial, han elevado considerablemente
el carácter científico y el prestigio social de la Ingeniería
a lo largo del siglo XX, pero también, han suscitado importantes
interrogantes relacionadas con la identidad de los ingenieros, el reclutamiento
de nuevos miembros, la educación y la formación profesional
de los mismos, la diversificación de sus opciones de trabajo,
la función de sus asociaciones profesionales y la responsabilidad ética
y social que deben asumir frente a los impactos sociales y ambientales
provocados por la tecnología.
De este amplio espectro de problemáticas, una que ha atraído
la atención en las últimas años es aquella que tiene
que ver con la casi simbiótica relación que se ha establecido
entre la ciencia, la tecnología y la Ingeniería. El análisis
de esta relación es importante por que si bien, a partir de la
formulación del Informe Grinter (Grinter Report) a finales de
los años cincuenta, la educación en Ingeniería adquirió una
orientación cada vez más científica (o académica)
y menos pragmática; hoy día parece haber una tendencia
contraria.
En las páginas que siguen, discuto las interrelaciones entre los
tres campos de conocimiento mencionados, tratando de aclarar en qué consiste
la especificidad de la Ingeniería y sus implicaciones para una
mejor comprensión del ser y el qué hacer de los ingenieros.
El trabajo se organiza en cinco secciones o apartados. En el primero,
busco establecer la distinción entre ciencia y tecnología;
en el segundo describo brevemente la historia de la Ingeniería
haciendo énfasis en los aspectos sociales de la profesión.
En la tercera, cuarta y quinta secciones, trato de establecer el deslinde
entre ciencia e Ingeniería y de distinguir a los ingenieros por
sus características socio-profesionales y educativas. Finalmente,
en el sexto y último apartado, reflexiono sobre las implicaciones
que tendría situar nuevamente el diseño en el centro de
la formación de los futuros ingenieros.
Distinguiendo la ciencia
de la tecnología
La importancia crucial de las profesiones científicas y tecnológicas
parece estar, hoy en día, fuera de toda discusión. El carácter
cada vez más científico de la tecnología y las importantes
contribuciones de esta última al desarrollo de las ciencias, han
afinado notablemente nuestro conocimiento y nuestra capacidad de manipular
la naturaleza, pero también, han propiciado una confusión
acerca de las interrelaciones que subyacen entre estos campos de conocimiento
y sobre las actividades específicas que desarrollan científicos
e ingenieros y tecnólogos.
La tecnología, como se sabe, es anterior a la ciencia, pero muchos
de los logros alcanzados por una y otra sólo han sido posibles
por la existencia de la Ingeniería, aunque ésta no haya
existido como tal hasta el advenimiento de la primera Revolución
Industrial.
Diversos estudios históricos (Basalla, 1991; Munford, 1987) demuestran
que, durante muchos siglos, la tecnología se desarrolló de
manera independiente y disociada de la ciencia. Hasta principios del
siglo XIX, la mayor parte de los artefactos y dispositivos tecnológicos
creados en Occidente, fueron desarrollados por artesanos experimentados
(no ingenieros), con escasos conocimientos en ciencias. No obstante,
los impresionantes progresos alcanzados en el descubrimiento y la aplicación
de nuevas leyes y principios científicos en lo dos últimos
siglos, han estrechado en tal forma los lazos entre una y otra, que hoy
resulta extremadamente difícil distinguir dónde termina
la "ciencia pura" y dónde comienza "la ciencia
aplicada"1. Desde un punto de vista analítico y conceptual,
sin embargo, ciencia y tecnología comportan importantes diferencias
que es preciso considerar.
Aun cuando existen muchas definiciones de ciencia, dependiendo de diferentes
contextos históricos, sociales y culturales2, en un sentido general
el conocimiento científico alude a un "cuerpo de conocimiento
coherente y sistemático de cualquier objeto o materia formal o
empírica, natural o cultural, logrado por algún método,
con tal que: a) esté basado en un arduo, honesto y serio estudio
e investigación no disponible al hombre lego (...) y; b) esté diseñado
para propósitos intelectuales o pragmáticos generales,
pero no para aplicaciones prácticas inmediatas en un caso o situación
concreta" (Machlup, 1980:19 y 69). En otros términos, el
conocimiento científico es un tipo de conocimiento diferente al
del hombre lego y al conocimiento aplicado de los practicantes.
Por su parte, la tecnología ha sido definida simplemente como "un
cuerpo de conocimiento acerca de técnicas". A menudo, sin
embargo, la noción de tecnología se ha extendido para abarcar "tanto
el conocimiento mismo como la materialización en diseños
y equipo físico utilizado en la producción" (Freeman,
1975: 22). Por consiguiente, como conocimiento, la tecnología
comporta un doble aspecto: el conocimiento de cómo hacer las cosas
("Know How"), y el por qué tales cosas han sido hechas
de cierta forma ("Know Why").
En cuanto a su forma material, puede ser conceptualizada como tecnología
incorporada o desincorporada. La primera se aplica a aquel tipo de conocimiento
que viene incorporado o materializado en máquinas, herramientas,
o bien en personal dotado de ciertos conocimientos, habilidades y destrezas;
la noción de tecnología desincorporada se aplica a aquel
conocimiento utilizado o transferido tanto en forma oral y escrita como
visual (Bhagaran, 1990).
Si bien en la actualidad la ciencia y la tecnología se encuentran
tan estrechamente relacionadas, al punto de que cualquier avance en la
primera repercute significativamente en el desarrollo de la segunda y
viceversa, en rigor, la tecnología constituye un campo de conocimiento
diferente y separado de la ciencia, que posee su propia dinámica
interna de cambio y de progreso7. (Parayil, 1990: 290).
Según W. Faulkner (1998:430), existen "tres áreas
estrechamente relacionadas en las cuales la tecnología se distingue
de la ciencia: 1) en su propósito u orientación; 2) en
su organización sociotécnica, y 3) en sus características
cognoscitivas y epistemológicas".
Respecto a la primera de estas áreas, la autora señala
que mientras la ciencia se aproxima a la comprensión de la naturaleza
mediante la producción de conocimiento, la tecnología pretende
el control de la naturaleza a través de los artefactos. Como Vincenti
(1993:254) destaca al comparar la estructura del conocimiento científico
con la del conocimiento tecnológico: "(...) la diferencia
esencial es entre entendimiento intelectual y utilidad práctica".
En relación con la segunda área, la orientación
práctica ("artifactual") de la tecnología implica
que su forma de organización asuma una estructura mucho más
jerárquica y heterogénea que la de ciencia, porque se basa
en la descomposición del diseño tecnológico en varios
problemas y subproblemas de distinto nivel, cuya solución requiere
del conocimiento, la interacción y la coordinación entre
diversos grupos interdisciplinarios.
Por lo se refiere a sus características cognoscitivas y epistemológicas,
la ciencia y tecnología se diferencian por su forma de relacionarse
con la naturaleza y el contenido específico de sus actividades
(este aspecto lo desarrollo más adelante, al comparar la ciencia
con la ingeniería).
Breve historia de la Ingeniería
Las razones acerca de por qué el conocimiento científico
fue considerado -por lo menos hasta principios del siglo XX- en un plano
superior al conocimiento del artesano o del hombre práctico son
muy complejas para desarrollarlas aquí. En su origen, sin embargo,
se encuentra la idea muy arraigada en las sociedades occidentales de
que el trabajo intelectual es teórica y socialmente superior al
trabajo manual (Haber, 1974:237).
Esta creencia se vio crecientemente reforzada por el sistema cultural
y, específicamente, por las universidades, las cuales desde su
creación en el siglo XII alentaron la formación de grupos
de filósofos naturales, matemáticos, astrónomos,
etc., que a partir de sus contribuciones a sus respectivos campos de
conocimiento, dispusieron de los recursos, el poder y la influencia indispensables
para monopolizar sus disciplinas y legitimar sus modelos y estilos de
conocimiento. Lo anterior dio por resultado no sólo la constitución
de una jerarquía de establecimientos científicos (Academias
y universidades con poder, estatus y prestigio diferentes), sino también,
en el interior de ellos, la conformación de disciplinas poderosas,
de alto rango, cuyos métodos de investigación, categorías
de pensamiento y esquemas de valores, se convirtieron en modelos dominantes
de conocimiento (Elias, 1982).
En contraste con algunas disciplinas científicas, como la Física
y las Matemáticas, o profesiones liberales como el Derecho y la
Medicina, surgidos de una cultura de alto estatus y legitimadas por una
onerosa educación universitaria, la Ingeniería tuvo un
origen modesto.
Históricamente, la profesión de ingeniero se configuró fuera
de las universidades y a partir de diversas ocupaciones. En sus comienzos,
los antecesores del ingeniero moderno fueron artesanos experimentados
que se desempeñaron como constructores de molinos, albañiles,
herreros y relojeros. Más tarde, las necesidades derivadas de
la defensa militar y la protección del territorio, elevaron un
poco la posición social del ingeniero, al integrarlo dentro de
los cuerpos del ejército encargados de la fabricación de
artefactos de guerra y la construcción de fortificaciones, puentes
y caminos.
Durante el Renacimiento, la figura del ingeniero se consolidó todavía
más. Sin embargo, a pesar de poseer los conocimientos técnicos
para actividades de mayor escala, el ingeniero ocupó una posición
social y ocupacional ambigua entre la pequeña aristocracia y el
trabajador manual, realizando trabajos en los que combinaba elementos
del amo y del sirviente.
Hasta finales del siglo XVIII, la Ingeniería fue más un
oficio que una profesión; consistía sobre todo en un conjunto
de destrezas manuales y habilidades mecánicas transmitidas de
padres a hijos y de maestros a aprendices. Sin embargo, a medida que
la Ingeniería se fue convirtiendo en una ocupación permanente,
aparecieron escuelas (no vinculadas a las universidades), se fundaron
asociaciones gremiales locales y nacionales y, con el tiempo, se fueron
introduciendo estudios de Ingeniería en algunas universidades.
La unión de la ciencia con la tecnología que se produjo
en Europa y los Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del
XX, no sólo aumentó el valor de las técnicas a disposición
de los ingenieros, sino que elevó sus aspiraciones y demandas
educativas como un medio para alcanzar el estatus y el prestigio social
similar al de otras profesiones como la medicina y la abogacía.
Aunque efectivamente -mediante su incorporación a las universidades
y la adopción de los principios básicos provenientes de
la Física, la Química y las Matemáticas-, los ingenieros
han conseguido elevar el estatus técnico y científico de
su disciplina, desde un punto de vista social y ocupacional continúan
experimentando una fuerte dualidad: por un lado, dominan las técnicas
versátiles del empresario y del administrador y, por el otro,
disponen de los conocimientos del trabajador hábil (Collins, 1989).
Las dificultades para separar estos componentes internos de su profesión
ha propiciado que los ingenieros experimenten una identidad desgarrada
(manifiesta en el dualismo managers-trabajadores calificados), que les
impide realizar plenamente sus aspiraciones profesionales, sus ambiciones
económicas y su proyecto profesional. No obstante, existen importantes
excepciones, pues mientras en algunos países
-como Francia- la ingeniería ha adquirido un alto estatus, en
otros -como gran Bretaña y los Estados Unidos- muchos la consideran
como una "cuasi profesión", debido a la incapacidad
histórica de este grupo profesional para controlar sus instituciones
de enseñanza a nivel superior. Por lo tanto, dependiendo del país
y de su tradición cultural, se pueden distinguir diferentes concepciones
de lo que es un ingeniero y de los diversos papeles que desempeña
en la sociedad.
Deslindando la Ingeniería
de la ciencia
Si bien la incorporación de principios básicos provenientes
de la Física, la Química y las Matemáticas, han
elevado el nivel científico y el potencial técnico de la
Ingeniería, también han conducido a concepciones erróneas
acerca de su objeto y de sus fines. Más aún, el hecho de
que hoy existan científicos que diseñen e ingenieros que
investiguen para encontrar mejores soluciones técnicas, ha conducido
a una suerte de extrapolación del concepto de ciencia a la Ingeniería,
atribuyéndole a la primera muchos logros de la segunda. No obstante,
como ya se mencionó, la Ingeniería proviene de una tradición
distinta a la de la ciencia, opera bajo formas de organización,
reglas de conducta y objetivos diferentes. Por lo tanto, aunque la Ingeniería
se encuentra inextricablemente ligada a la ciencia, entre una y otra
subsisten marcadas diferencias3.
Una primera distinción importante entre ciencia e Ingeniería,
es que en ésta última el diseño ocupa un lugar central.
Aunque algunos autores sostienen que el énfasis retórico
sobre el diseño por parte de los ingenieros es principalmente
un intento para ganar estatus, es decir, que los ingenieros se han aferrado
al el diseño como una forma de asemejar su actividad a la de los
científicos para demostrar que ellos también son creativos,
los expertos concuerdan en que el diseño constituye la actividad
fundamental para el desarrollo de la tecnología. Como Layton (1988:91)
señala:
Una de las cosas que distingue a las ciencias
de la Ingeniería
de las Ciencias Básicas es precisamente su "propósito" de
ayudar en el diseño de dispositivos o sistemas artificiales. Las
ciencias de la Ingeniería son instrumentos para implementar metas
a través del proceso de diseño.
Por su parte, al caracterizar las "ciencias de lo artificial",
Herbert Simon (1994:7) destaca en relación con la Ingeniería
que:
Hablamos de la Ingeniería como preocupada con la "síntesis" [diseño],
mientras que la ciencia está preocupada con el "análisis".
Objetos sintéticos o artificiales -y más específicamente
objetos artificiales futuros teniendo las propiedades deseadas- son el
objetivo central de la actividad y la habilidadde la Ingeniería.
El ingeniero, y más generalmente el diseñador, está interesado
con cómo las cosas deben ser -como deben ser a fin de alcanzar
los objetivos y funcionar.
La segunda distinción se relaciona con el hecho de que la solución
de problemas en Ingeniería es (como se destacó más
arriba), una actividad más heterogénea y jerárquica
que la ciencia. De acuerdo con Sorensen y Levold, la ciencia es "más
homogénea en términos de disciplinariedad, pericia y agrupamiento
social, con el resultado de que los conocimientos demandados en la ciencia
son bastante menos heterogéneos de lo que son las innovaciones
en tecnología" (W. Faulkner, 1994: 431).
La tercera diferencia importante entre ciencia e Ingeniería, tiene
que ver con la distinción establecida por Polanyi entre conocimiento
local y conocimiento tácito4. En este sentido, aunque el conocimiento
tácito es igualmente importante en la ciencia y la Ingeniería,
las consecuencias económicas y sociales negativas derivadas de
la experimentación fallida con dicho conocimiento son más
desastrosas en el caso de la Ingeniería, ya que el fracaso de
un experimento no se reduce sólo a un debate sobre el conocimiento
o las condiciones de su verificación, sino que pueden incidir
directamente en el deterioro de la calidad de vida de los seres humanos,
producido por el mal funcionamiento de un dispositivo o diseño
tecnológico, cuyos efectos negativos son en muchos casos, difíciles
de predecir y medir.
Las dos últimas diferencias están relacionadas con el papel
de la teoría y el carácter de la metodología en
la ciencia y la ingeniería. Frecuentemente se arguye que la ciencia
está basada más en la teoría y que la Ingeniería
es más "empírica". Sin embargo, como Vincenti
(1993: 214) destaca:
El fin de la Ingeniería esencialmente incluye teoría basada
en principios científicos pero motivada por y limitada a una clase
tecnológicamente importante de fenómenos o incluso a un
dispositivo específico.
Por lo tanto, en Ingeniería el interés en la teoría
está más en función de la utilidad del artefacto
o del dispositivo al cual se aplica, que en su poder explicativo, como
si sucede en la ciencia. Para el ingeniero "no hay necesidad de
leyes o teorías verdaderas", sólo necesita que algunas
de ellas sean "suficientes con respecto a los fines" que persigue.
Como Poser (1998:86) afirma:
Si un ingeniero no quiere tratar de probar la
verdad de lo que él
usa como una teoría, ¿qué es entonces lo que quiere?
La respuesta es bastante clara: busca medios para obtener una meta.
Finalmente, aunque muchos autores ven pocas diferencias
metodológicas
entre ciencia e Ingeniería, otros aceptan que la ciencia ha ejercido
una influencia "sutil" e "indirecta" sobre la Ingeniería,
a través de los métodos teóricos y experimentales
empleados por ingenieros y, sobre todo, en la estructura institucional
y los valores de la profesión de Ingeniería (Layton, 1998:86).
Con todo, la metodología de la Ingeniería que Vincenti
describe en su investigación acerca del conocimiento de los ingenieros
es caracterizada por él como la "metodología por excelencia
para el avance incremental". La metodología es aparentemente
sencilla: se define el problema, se descompone en partes de arriba a
bajo y en forma vertical y horizontal, se subdividen las áreas
por problema y subespecialidad. Se trata de una metodología basada
en la "variación paramétrica", "la prueba
de modelos a escala", el uso de técnicas iteractivas asociadas
con la síntesis de diseño", sistemas totales de conjeturas", "rigurosas
pruebas a gran escala" y "complejos sistemas multinivel".
Todo esto -según este autor-, es lo que contribuye al continuo
esfuerzo en Ingeniería por reemplazar los "actos de perspicacia",
(no enseñables), por "actos de habilidad" (capaces de
ser enseñados). Vincenti (1993:169) destaca que si bien la metodología
de la ingeniería se parece a la metodología científica,
vista como un todo es diferente a la de la ciencia.
En contraste con lo anterior, existen tres importantes aspectos en los
cuales la ciencia y la Ingeniería son bastante similares: 1) ambas
están sometidas a las mismas leyes de la naturaleza; 2) ambas
son acumulativas y se difunden extensamente a través de los mismos
mecanismos (educación, publicaciones y comunicaciones informales),
y 3) ambas se organizan en comunidades profesionales con notable autonomía
disciplinaria.
De todo lo dicho se desprende que el conocimiento del científico
no es superior al conocimiento del tecnólogo o el ingeniero, sino
que se trata, más bien, de dos tipos distintos de conocimiento
caracterizados por lógicas internas de desarrollo, criterios de
validación y fines diversos. Desde otro punto de vista, sin embargo,
se puede afirmar que no existen diferencias substanciales en el papel
que desempeña la creatividad en la ciencia y en la innovación
tecnológica, ya que ambas son producto del ingenio y del ordenamiento
y selección de ideas a través de las cuales científicos
e ingenieros codifican la realidad. Como Poser (1998:84) señala:
Un pretexto muy emocional para diferenciar entre
ciencia e Ingeniería
apunta al genio, el ingenio, que un ingeniero necesita tener o, más
precisamente, a la creatividad de los ingenieros, su capacidad para hacer
invenciones a fin de traer nuevos artefactos. En los tiempos del Renacimiento
uno admiró a inventores tales como Leonardo o Miguel Ángel,
y la bien conocida caracterización de los seres humanos como homo
faber reflejó esta visión.
Aún si esto es de gran importancia para una filosofía cultural
de la tecnología -dado que va mano a mano con la idea de progreso
en contraste a la idea de sociedad estática- la creatividad como
una cualidad no puede ser usada para distinguir a las ciencias de la
Ingeniería (...) Además, no hay diferencia en la creatividad
si uno compara un científico y un ingeniero, para encontrar nuevas
hipótesis (que son mejor que estúpidas generalizaciones
inductivas) o encontrar nuevas soluciones tecnológicas (que son
mejor que estúpidas combinaciones de reglas bien conocidas), no
hace diferencia del todo. Por eso la creatividad como tal no distingue
la cualidad entre ciencia e Ingeniería.
Definiendo la Ingeniería
y a los ingenieros
La palabra ingeniería ha sido definida de múltiples formas.
Así, mientras que algunos autores la han concebido como un arte5,
otros6 la definen como una "profesión", basada en el
dominio y la aplicación de las ciencias físicas y matemáticas,
a los recursos naturales, económicos, materiales y humanos, para
beneficio del hombre y de la sociedad.
Como arte, la Ingeniería se caracteriza por su instinto creador,
por su manera flexible de combinar métodos y teorías y
(sin importar el estado de desarrollo en el que encuentren), y por su
orientación hacia la belleza o la producción de bienes
y servicios útiles para el hombre.
Como profesión, se caracteriza, entre otros aspectos, por poseer:
a) un cuerpo de conocimientos especializados que guían la práctica
profesional; b) una orientación de servicio a la sociedad; c)
una autonomía en la prestación de servicios profesionales,
y d) la sanción social del ejercicio profesional7.
Como disciplina académica, la Ingeniería está basada
y validada por la llamada "ciencia de la ingeniería".
De acuerdo con Layton (1988),
Las ciencias de la Ingeniería consisten principalmente de exposiciones
acerca de artefactos humanos. Ellas son confeccionadas para satisfacer
las necesidades de los diseñadores prácticos, y la forma
que sigue funciona aquí como en Biología.
En otras palabras, las ciencias de la Ingeniería pueden ser entendidas
como un modo intermedio de conocimiento entre el conocimiento científico
y el conocimiento puramente práctico. Ellas operan como una especie
de "traductor" entre el nuevo conocimiento y/o información
generado por la ciencia y su aplicación a un dispositivo o diseño
(Channell, 1998:102).
Cabe precisar que las ciencias de la ingeniería no se confunden
con las ciencias básicas, pues como Layton (1988) sostiene:
Una de las cosas que distingue a las ciencias de la Ingeniería
de las ciencias básicas es precisamente su "propósito" de
ayudar en el diseño de dispositivos o sistemas artificiales. Las
ciencias de la Ingeniería son instrumentos para implementar metas
a través de procesos de diseño. En particular, las preguntas
de propósito y metas son una parte integral de las discusiones
de ciencias de la Ingeniería y de tecnología, generalmente.
Friedrich Rapp ha argumentado que "las ciencias de la Ingeniería
poseen un carácter prescriptivo, y "las ciencias de la ingeniería
suministran meros imperativos hipotéticos; ellos explican cómo
proceder hacia el logro de ciertas metas. Sin embargo, por su propia
naturaleza, ellos no pueden suministrar ninguna información como
para que debiera ser alcanzado. Hacer el paso de la teoría a la
práctica es proceder de un bajo entendimiento de las consecuencias
previstas... Este paso es racional sólo si, además del
conocimiento teórico, la meta que se busca alcanzar está también
estipulada.
En cuanto a la Ingeniería, una definición
particularmente interesante es aquella formulada por G. F. Rogers y
complementada por
Vincenti (1993), quien afirma:
Ingeniería se refiere a la práctica de organizar el diseño
y la construcción [y yo debería añadir operación]
de cualquier artificio que transforme el mundo físico a nuestro
alrededor para satisfacer alguna necesidad reconocida.
Dos aspectos sobresalen de esta definición. Por una parte, su
caracterización de la Ingeniería como una actividad práctica
destinada -al igual que la ciencia- a alcanzar objetivos específicos.
Por la otra, el énfasis que (como ya vimos), se hace en el diseño
-concebido como proceso-, como uno de los rasgos característicos
del quehacer del ingeniero. El diseño, según Vincenti (1993):
(...) denota el contenido de un conjunto de planes
(como en "el
diseño para un nuevo aeroplano") y el proceso por el cual
aquellos planes son producidos. En el último sentido él
típicamente implica disposición (o disposiciones) tentativas
de los arreglos y dimensiones del artificio, verificando el dispositivo
candidato mediante análisis matemático o prueba experimental
para ver si hace el trabajo requerido, y modificación cuando (como
comúnmente sucede al principio) no lo hace.
Al igual que sucede con el término Ingeniería, los ingenieros
han sido definidos de muchas maneras, dependiendo de las características
educativas, ocupacionales y tecnológicas de la sociedad en la
que lleva a cabo su actividad8. Con todo, una definición particularmente
interesante, es aquella formulada por la Conferencia de Sociedades de
Ingeniería de Europa del Oeste y los Estados Unidos de América
en los años sesenta. Según esta definición:
Un ingeniero profesional es competente por virtud
de su educación
fundamental y entrenamiento para aplicar los métodos científicos
y perspectivas para el análisis y solución de los problemas
de Ingeniería. Él está capacitado para asumir la
responsabilidad personal por el desarrollo y aplicación de la
ciencia de la Ingeniería y el conocimiento, notablemente en la
investigación, diseño, construcción, manufactura,
supervisión, gestión y en la educación de los ingenieros.
Su trabajo es predominantemente intelectual y variado y no de rutina
mental o de carácter físico. Este requiere del ejercicio
de un pensamiento original, juicio y habilidad para supervisar el trabajo
técnico y administrativo de otros. (...) Su educación y
adiestramiento debería haber sido tal que él habrá adquirido
una extensa y general apreciación de las ciencias de la Ingeniería
así como también a través de una reflexión
dentro de las características especiales de su propia rama. A
su debido tiempo, él será capaz de dar consejo técnico
autorizado para asumir la responsabilidad por la dirección de
importantes tareas de su rama (Venables, 1959:60).
No obstante el alto grado de generalidad de esta
definición,
muchos sociólogos han observado que mientras en algunos países
los ingenieros reúnen una buena parte de estos atributos y características
ocupacionales, en otros, los ingenieros tienen serias dificultades para
satisfacerlos, calificando por ello a la Ingeniería como una "cuasi
profesión". Lo anterior ha abierto, al menos en ámbito
de la Sociología, una fuerte discusión acerca de hasta
qué punto, la Ingeniería debe ser considera como una profesión.
Más allá de los problemas derivados de la aplicación
del término sociológico de "profesión",
los ingenieros son poseedores de un saber técnico-profesional
especializado (vale decir, expertise), diferente al de los científicos,
adquirido a través de un largo y honeroso proceso de educación
en instituciones (universitarias o no) de enseñanza superior.
Educación de científicos
e ingenieros
Los ingenieros no sólo difieren de los científicos en su
actividad profesional, sino que sus procesos educativos son bastante
diferentes. Por ejemplo, al contrastar los valores y las orientaciones
de carrera de los estudiantes (no graduados) de las carreras de ciencias
e Ingeniería, Krule y Nadler34 han encontrado que:
[Los estudiantes] que escogen ciencia tienen
objetivos adicionales que los distinguen de aquellos que se preparan
para carreras de Ingeniería
y Administración. Los estudiantes de ciencia ponen un valor más
alto sobre la independencia y sobre el conocimiento por el conocimiento
mismo, mientras que en contraste, muchos estudiantes en otros curricula
están preocupados con el éxito y la preparación
profesional. Muchos estudiantes de Ingeniería y Administración
esperan que sus familias sean más importantes que sus carreras
como mayor fuente de satisfacción, pero el patrón inverso
es más típico para los estudiantes de ciencia. Más
aún, hay un sentido en el cual los estudiantes de ciencia tienden
a valorar la educación como un fin en sí mismo, mientras
que otros la valoran como un medio para un fin.
En cambio, según los mismos autores:
Los estudiantes de Ingeniería están menos preocupados que
aquellos en ciencias con lo que uno hace en una posición determinada
y más interesados con la certeza de las recompensas a ser obtenidas.
Es significativo que ellos pongan menos énfasis en la independencia,
la satisfacción de la carrera y los intereses inherentes a su
especialidad, y ponen más valor sobre el éxito, la vida
familiar y evitando trabajos de bajo nivel. En el fondo, uno sospecha
que estos estudiantes desean por encima de todo para ellos mismos y sus
familias algún estatus mínimo y un grado razonable de éxito
económico. Ellos están preparados para sacrificar algo
de su independencia y oportunidades por innovación a fin de realizar
sus objetivos principales. Están más dispuestos a aceptar
posiciones que los involucren en complejas responsabilidades organizacionales
y asumen que el éxito en tales posiciones dependerá del
conocimiento práctico, la capacidad administrativa y la habilidad
para las relaciones humanas (Allen, 1985:36-37).
Otro estudio realizado por Ritti (en Ibid: 38-39)
sobre ingenieros graduados destaca, como una de sus principales conclusiones,
que por encima de
todo, la diferencia fundamental entre científicos e ingenieros
radica en su nivel de educación. Los ingenieros se caracterizan
generalmente por situarse al nivel de licenciatura, aunque algunos obtienen
grados de maestro en ciencias y otros no obtiene el grado de licenciatura,
en tanto que los científicos requieren casi siempre poseer un
doctorado. Más aún, el largo y complejo proceso de socialización
académica involucrado en la formación de científicos
e ingenieros hace que trate de personas que difieren considerablemente,
incluso en su visión de la vida.
Tanto el estudio de Krule y Nadler, (en ibid) como el de Ritti arrojan
suficiente evidencia de que muchos estudiantes de ingeniería -a
diferencia de los de ciencias-, tienden a valorar más sus realizaciones
prácticas y ven su carrera como una etapa de transición
que conduce a los niveles altos de gestión. También demuestran
que los ingenieros son exitosos para conseguir sus objetivos de carrera
a largo plazo, aunque ello implique perder un poco de su autonomía
profesional a cambio de un mayor éxito económico dentro
de una empresa.
Aunque algunos de éstos planteamiento pueden ser discutibles y
estar sujetos a ciertos cuestionamientos, es una hecho que la formación
académica y las pautas de socialización dentro de las comunidades
de científicos e ingenieros es ciertamente diferente.
Implicaciones de la distinción para
el curriculum de Ingeniería
Muchos y de diverso tipo fueron los factores que influyeron para asimilar
la Ingeniería a la ciencia durante el pasado siglo XX. Entre ellos
se puede mencionar, en primer término, el influjo que ejerció el
positivismo lógico sobre las ciencias básicas (particularmente
sobre las Matemáticas y la Física), presentándolas
como ajenas o inmunes al pensamiento filosófico, moral o religioso,
trasladando también su discurso sobre el rigor, la objetividad
y la neutralidad científica y valorativa a la Ingeniería.
En segundo lugar destaca la creación, a principios del siglo XX,
de las nuevas industrias basadas en el conocimiento (Química,
Eléctrica, y posteriormente, Electrónica), cuyos departamentos
y laboratorios de investigación y desarrollo (R&D), absorbieron
a un número cada vez mayor de científicos e ingenieros
trabajando estrechamente en la generación de nuevos conocimientos,
sistemas y dispositivos aplicables a la industria.
En tercer término sobresale la influencia que, en el contexto
de la "Guerra Fría" y el "shock del Sputnik",
ejerció el Informe Grinter (Grinter Report) en los Estados Unidos
de Norteamérica a finales de los años cincuenta, el cual
recomendó hacer un mayor énfasis en las ciencias básicas
dentro el curriculo de ingeniería y acelerar la preparación
graduados para la investigación. Este hecho, aunado a un sustancial
incremento de los fondos federales destinados a investigación
básica en ese país, propició que muchas escuelas
de Ingeniería compitieran con las facultades de ciencias por dichos
fondos.
Finalmente, cabe mencionar la indeclinable aspiración de los ingenieros
por alcanzar un estatus y un prestigio social similar al de otras profesiones
científicas, lo que ha contribuido a asemejar la ingeniería
con la ciencia.
Estos y otros factores parecen haber propiciado lo que Goldman (citado
por Johnson, 1996) denomina la "cautividad social" del discurso
de ingeniería, tanto intelectual como prácticamente. Según
este autor, intelectualmente la ingeniería es vista como la simple "aplicación
de la ciencia", esto es, como una actividad que ha asumido todos
los principios (éticos, normativos y valorativos de la ciencia).
Prácticamente, la ingeniería es vista como enmarcada y
gobernada por jerarquías administrativas más que profesionales,
influyendo así en la forma como ingenieros definen y resuelven
los problemas.
Lo anterior ha impedido que los ingenieros asimilen la naturaleza de
su trabajo en sus propios términos, y que ellos y los educadores
en Ingeniería sean capaces de situar el diseño adecuadamente
dentro de su discurso y de desarrollar esta habilidad fundamental. Sin
embargo, tal habilidad se ha vuelto fundamentales en nuestros días,
en virtud de la mayor diversidad, complejidad y creatividad tecnológica
y social que demanda el trabajo del ingeniero. Por esta razón,
en los últimos lustros muchos educadores han planteado la necesidad
de superar la concepción de la ingeniería como una simple "ciencia
aplicada" y de fortalecer las actividades prácticas, la comunicación
y, sobre todo, el diseño, como la tarea propia y específica
del ingeniero. Como Kimbell y Perry (2001) señalan en un Informe
reciente:
La ciencia suministra explicaciones de cómo el mundo trabaja,
las matemáticas nos dan números y procedimientos a través
de los cuales explorarlo; y los idiomas nos capacitan para comunicarlo.
Pero únicamente el diseño y la tecnología nos dan
poder para cambiar la hechura del mundo.
En consecuencia, no es extraño que en numerosas propuestas para
modificar el currículo en muchas escuelas y facultades de Ingeniería,
el diseño aparezca al lado del análisis y la comunicación,
como una de las habilidades fundamentales que deberá fortalecerse
en la educación de los futuros ingenieros.
Conclusiones
A lo largo de este trabajo, he intentado analizar las estrechas relaciones
que subyacen entre ciencia, tecnología e Ingeniería,
aportando diversos argumentos que permitan esclarecer en qué consiste
la especificidad de ésta última como disciplina y de
los ingenieros como grupo socio-profesional.
Se destacó que aun cuando la ingeniería se encuentra indisolublemente
ligada a la ciencia y a la tecnología, ella no debe ser considerada
simplemente como "ciencia aplicada". La discusión sobre
las semejanzas y diferencias entre ciencia e ingeniería, pone
de manifiesto que lo que caracteriza a ésta (y la deslinda claramente
de la ciencia), es la actividad del diseño, entendido como un
proceso en el cual el ingeniero, apoyándose en las llamadas ciencias
de la Ingeniería y una metodología iterativa, además
de su intuición y creatividad, desarrolla nuevos dispositivos,
estructuras y sistemas que funcionan para beneficio de la sociedad. Así,
pues, el diseño no es simplemente una tarea más de qué hacer
del ingeniero, es su actividad fundamental.
Otro aspecto de la discusión giró en torno a las dificultades
que plantea el tratar de definir a la Ingeniería y a los ingenieros
sin tener en cuenta el contexto histórico, social, geográfico
y cultural, en el cual tales definiciones tiene lugar. El problema no
es ni académica ni sociológicamente irrelevante, porque
mientras que en algunos países (por ejemplo, Gran Bretaña),
un ingeniero es un técnico altamente calificado, en otros (como
Francia) forma parte de la elite del Estado. Más aún, en
el caso de los Estados Unidos, un ingeniero con doctorado está muy
cerca de confundirse con un científico. Sin embargo, como se expone
en el trabajo, tanto el proceso de socialización académica
como las expectativas ocupacionales y aspiraciones personales son bastante
diferentes entre ingenieros y científicos.
Lo anterior remite directamente al último punto de trabajo, relacionado
con las implicaciones que esta reflexión/precisiones teórica,
conceptual y sociológica sobre el currículo de Ingeniería.
En este punto me parece conveniente señalar que si bien, por distintos
factores, durante la segunda mitad del siglo XX predominó una
orientación cada vez más científica de la Ingeniería,
las transformaciones económicas, sociales y tecnológicas
experimentadas en las últimas décadas, han planteado la
necesidad de formular un currículo que establezca un mayor equilibrio
entre los aspectos teóricos, prácticos y sociales de la
Ingeniería y situé al diseño como un de los ejes
centrales de la formación de los futuros ingenieros.
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Ensayos
KNOWLEDGE BASED DEVELOPMENT IN MEXICO: IS THERE A ROLE FOR
THE UNIVERSITY?
Norma
Vite León
Correo-e:
Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM.
Resumen
Ahora más que nunca, se espera que las universidades contribuyan
al avance económico de un país produciendo conocimiento
tecnológico. Actualmente, la idea de que existe una relación
causal desde la investigación que se realiza en las universidades
a la innovación comercial y el desarrollo regional, es generalmente
aceptada. El propósito de este artículo es examinar los
esfuerzos que se han realizado para estimular la colaboración
universidad-industria en el contexto de la economía mexicana,
criticar sus resultados, y en el contexto de países desarrollados
y en vías de desarrollo, analizar diferentes alternativas. La
finalidad es estimular el debate y reconsiderar la generalmente aceptada,
aunque poco explorada, conceptualización de la universidad como
un "motor" del desarrollo económico.
Palabras clave: Universidad,
vinculación, empresa, políticas
públicas.
Abstract
It is generally assumed that
there is a linear pathway from university investigation to commercial
innovation to regional
development and widening
networks of innovation. The purpose of this paper is to examine efforts
that have been made to stimulate university-industry collaboration in
the context of the mexican economy, to critique their results, and, in
the context of experiences in both developed and developing countries,
to review alternative perspectives. It is hoped that this framework will
stimulate researchers and policy makers to reconsider their vigorous
but largely unexamined drive to conceptualize the university as the "engine" of
economic development and to consider a more nuance role for the university
in this process.
Key words: Pathway investigation, university,
technological innovation.
Technological knowledge and
innovation are more and more conceptualized as the machinery that drives
economic development.
As evidence of the
economic and social benefits that stem from exploitation of new scientific
and technological knowledge accrues, the future well-being of industrialized
societies is increasingly seen as dependent upon knowledge and innovation
(Neef, Sesfeld, & Cefola, 1998; Nelson, 1996; Organization for Economic
Cooperation and Development (OECD), 1997a, 1999; World Bank, 1999). The
emphasis on the role of knowledge in global competitiveness for advanced
economies has had a tremendous impact on the way that governments, researchers,
and international development institutions have conceived the development
process in developing economies. The World Bank, for example, has proposed
to view the problems of development from "a knowledge perspective",
according to which gaps in knowledge differentiate between developed
and developing economies. This perspective emphasizes two interrelated
mechanisms for economic development, both of which involve "catching
up" by closing knowledge gaps. The first mechanism consists of the
opening of channels for externally generated knowledge to flow to local
industries in developing countries, thus enabling them to "catch
up" through the informed selection, absorption, and adaptation of
imported technology. The second relates to the eventual generation of
indigenous knowledge through the strengthening of domestic research and
development (R&D) capabilities (World Bank, 1999).
In this context, public interest in the university as the primary source
of new skills, knowledge and ideas has placed it in the role of something
akin to the fuel that drives the "engine" of development (Kodama & Branscomb,
1999). One result has been an intense drive by policy makers to actively
encourage collaborative research relationships between universities and
industry in developing nations, including Mexico. The impetus behind
this drive rests on two related assumptions. First, it is assumed that
there is a linear pathway from university investigation to commercial
innovation, to regional development and widening networks of innovation
(e.g., Florida & Cohen, 1999). Secondly, it is assumed that if institutional
structures and relationships in developing nations, such as Mexico, can
be transformed to replicate those observed in advanced industrialized
nations, innovation and expanding innovatory networks will necessarily
follow.
Pathways of development, however, are not necessarily linear, and the
complexities of university-industry relations have not been fully understood,
even in industrialized countries. Furthermore, a key difference between
advanced industrialized nations and economic systems in the developing
world is that the latter depend heavily on the ability to absorb and
disseminate knowledge generated abroad. An important question in this
context involves the degree to which university-industry linkages in
developing economies like that of Mexico can realistically be expected
to enhance the competitive performance of domestic industry. The answer
to this question requires a deeper level of theoretical understanding
of these processes than we have now. Perhaps the most problematic aspect
of this drive to stimulate university-industry collaboration in developing
economies, however, has been the failure to consider developmental pathways
through which these relationships typically develop and the manner in
which country- or culture-specific infrastructures enhance or limit these
mechanisms.
The central argument of this paper is that a critical examination of
the potential role of university-industry research linkages must include
consideration of development as a dynamic rather than a static entity
and must give thought to how specific cultural and institutional factors
influence the industrial development process. The purpose is to examine
efforts thathave been made to stimulate these relationships, to critique
their results, and, in the context of experiences in both developed and
developing countries, to review alternative perspectives. It is hoped
that this framework will stimulate researchers and policy makers to reconsider
their vigorous but largely unexamined drive to conceptualize the university
as the "engine" of economic development and to consider a more
nuanced role for the university in this process.
The role of the university in a knowledge-based economy
The crucial role of knowledge in modern society has been championed by
a spectrum of academic, business, and policy sources. Terms such as
the knowledge-based economy, the learning economy and more generally
the knowledge-based society are commonly used in disciplines such as
economics, history, and sociology, to describe advanced economies in
which the production of goods and services is becoming increasingly
knowledge-intensive via the better use of existing stocks of scientific
knowledge, the diffusion of advanced equipment, and the managing of
an increasingly complex knowledge base related to productive activities
(Archibugi & Lundvall, 2001; Geuna, 1999; Lundvall, 1992; OECD,
1996, 1997; Rubenson & Schuetze, 2000).
Research in more advanced economies, particularly in member countries
of the Organization for Economic Cooperation and Development (OECD),
has provided evidence supporting the idea that R&D activities drive
the economic success and competitiveness of innovative firms on both
national and international levels (OECD, 1999). In the last decade, as
these economies have moved from science policy with broad social objectives
towards an innovation policy more narrowly focused on impacting economic
performance, the connection between innovation and economic policies
aimed at encouraging growth have become stronger and more direct (Lundvall,
2001; OECD, 1997a, 1999).
Now more than ever, universities are expected to contribute to the development
of individuals who are prepared to acquire, transform and generate new
technologies. Nelson (1993), for example, argues that "... universities
play an extremely important role in technical advance, not only as places
where industrial scientists and engineers are trained, but as the sources
of research finding and techniques of considerable relevance to technical
advance in industry" (p. 11).
Furthermore, in addition to the traditional role of universities in disseminating
knowledge through publications for later application in industry, universities
are increasingly expected to contribute directly to the creation of new
products and services (Ludvall 2002).
The role of the university
in Mexico
New patterns of university-industry collaboration have led to revised
expectations for higher educational systems in developing countries.
Traditionally, the role of Mexican universities in industry has been
focused almost exclusively on the development of manpower. In Mexico,
the generally poor innovation performance by Mexican industry has been
perceived as a constraint on global competitiveness (CONACyT 1995, 2001;
OECD, 1997b; World Bank, 1994). As a result, national policy makers and
international development organizations have sought to bring about a
more direct collaboration between Mexican universities and Mexican industry
in order to foment the development of technological capabilities (Casas,
1997; CONACyT, 1995, 2002; OECD, 1997b). Modeled on university-industry
relationships in knowledge-based economies, such as the United States
and the United Kingdom, the expectation seems to be that if Mexican universities,
motivated by higher education reforms and thedemands of economic globalization,
produce knowledge relevant for industry, they will naturally move to
play a more central role in industrial development, similar to the experience
of advanced economies. According to the World Bank (2000):
The largest role for universities is in carrying out the initial research,
but subsequent product development and distribution often result in a
fruitful interplay between universities in industry. In many developed
countries an increasing number of companies are spinning off from universities,
a process that happens when researchers are encouraged to look for commercial
applications of their work (pp. 80-81).
Morote and Yeager (2000) have argued that the future of the university
in Mexico depends on the ability of universities to incorporate themselves
into the development strategy of the country: "Universities, if
they are to survive and prosper, will have to continue their efforts
to develop linkages with business and industry. It will be through such
changes that universities can become an important element in Mexico's
sustainable economic development" (p. 220).
Results from efforts to stimulate university-industry collaboration in
the development process in Mexico, however, have been generally disappointing.
Formal collaboration aimed at the improvement or development of new products
or processes has been scant, and highly trained manpower that is potentially
capable of conducting research and development activities remains heavily
concentrated in governmental and academic jobs (Casas, 2001; Casas, de
Gortari, & Luna, 2000; Casas & Luna 1997; Economic Commission
for Latin America and the Caribbean (ECLAC), 2001).
The few existing studies that have examined these problems have attempted
to identify internal causes for the low intensity of industry-university
relationships, focusing on local phenomena, including the bureaucratic
nature of Mexican universities, their scant devotion of resources to
research and development activities, and the lack of coordination policy
initiatives that seek to stimulate collaboration (Castaños-Lomnitz,
Didriksson & Newson, 1998; National Science Foundation (NSF), 2000;
Valenti, Varela & Castillo, 2000; World Bank 2000). These analyses
have generally failed to consider potential differences in pathways to
development, ignoring, for instance, the response of Mexican firms to
trade liberalization, market deregulation, and privatization of economic
activities. As a result of these processes, Mexican firms are increasingly
relying on external agents as sources of technical progress. Consequently,
the demand from the Mexican productive sector for local engineering,
highly-skilled manpower, and technological capabilities is shrinking
(Katz 2001). None of the analyses of university-industry group effort
has questioned the model of a linear pathway to development through the
promulgation of university-industry partnership.
The encouragement
of university-industry linkages
In the last two decades, the Mexican government has attempted to support
the development of technological capabilities of firms by encouraging
interaction with public universities and research centers (Casas & Luna,
1997; CONACyT, 1995, 2002; OECD, 1997b). Efforts have focused on reforming
the higher education system and developing programs and institutions,
mostly managed through the National Council for Science and Technology
(CONACyT), that use federal funds and grants from international development
organizations to support collaboration between academic institutions
and firms.
The core of the reform of the higher education system in the early 1990s
was a shift of emphasis from planning to evaluation as the main criteria
for regulating the system (Casas & Luna, 1997; Kent & De Vries
2002). This measure was an indirect attempt to stimulate university-industry
collaboration through two mechanisms. First, emphasis on evaluation affected
the criteria on which governmental funds were allocated among public
universities. Increasingly, government policies have tied the release
of research funds to the university, to its development of projects useful
for industry (Arocena & Sutz, 1999; Luna, 1997a). Second, through
this action, the government has forced universities to seek external
sources of income, and thereby encouraged them to carry out research
work financed by industry (Luna, 1997a).
These efforts have been complemented by the creation of mechanisms, mostly
programs and institutions within CONACyT and other branches of the government,
which have directly or indirectly supported the collaboration between
the academic and productive sectors. Within these programs, collaboration
has usually been defined as the fomentation of research alliances with
the aim of developing or improving products and processes, as well as
providing specialized technological services to address the needs of
firms.
Outcomes
The academic sector has shown some responsiveness to stimuli intended
to foster university-industry collaboration, and has gradually overcome
ideological barriers against cooperating with industry that prevailed
during the 1960s and 1970s (de Gortari, 1997). Within some universities,
a growing interest in collaboration has been manifested through the
creation of departments aimed at supporting technological programs,
a review of the normative framework that regulates consulting and services
between academicians and industry, and the creation of committees in
charge of the operation of projects with industry. This has been the
case, not only for the National Autonomous University of Mexico (UNAM),
which has the longest tradition of industry collaboration, but also
for other large federal and state universities that have introduced
these type of institutional changes since the early 1990s, including
the Autonomous Metropolitan University (UAM), and the Autonomous University
of Nuevo Leon (Luna, 1997b, 2001). In general, the last twenty years
have seen an increase in university-founded organizations intended
to foster and manage relations with firms in a much more institutionalized
way than before (Arocena & Sutz, 1999; Casas, 1997, 2001; Gortari,
1997).
Assessments of the collaborative programs that have been implemented,
however, make it clear that industry participates infrequently, and that
mechanisms to foster university-industry relations have been largely
unsuccessful due to both a lack of demand and a lack of scope. Research
on these programs has typically consisted of a collection of individual
cases in which the criteria for success is based on the completion of
specific projects. Information gathered through these efforts, however,
is not systematic and is generally very diverse in scope, resulting in
minimum utility for larger scale analysis (e.g., Asociación Nacional
de Universidades y Institutos de Educación Superior (ANUIES),
1999; CONACyT, 2000). When individual programs have been successful and
have been able to contribute to increasing the technological capabilities
of specific firms, however, they have had limited or no impact beyond
the immediate relationship (Sutz, 2000). Unsuccessful stories have generally
not been investigated or documented.
According to Sutz (2000):
These micro-strengths are detected because they produce an innovation:
they are by definition technically successful. Their contribution to
the social accumulation of knowledge must, however, be analyzed case
by case. Many times, even if the solutions found could be easily expanded
to a whole industry, it does not trespass the walls of the firm participating
in the experience. The reasons behind the social weakness of strong
technical successes are related to the inability of the actors involved
to produce expanding virtuous circles on their own (p. 283).
Another aspect of the drive
for university-industry collaboration that has generally not been considered
is the potential
for deleterious consequences
above and beyond the intended results. The mechanisms implemented to
increase the participation of the private sector in funding R&D activities
has induced universities to be more willing to collaborate with industry,
increasing the number of business consulting missions they perform. It
has also, however, induced them to reduce the amount of basic research
they carry out (Casas & Luna 1997; Katz 2000). As such, the new mechanisms
for the distribution of research funds may have potentially negative
effects in the long term.
The transference of knowledge through the absorption of highly trained
individuals by industry has not received a great deal of attention in
the case of Mexico. Evidence strongly suggests, however, that highly
skilled manpower is sub-utilized by Mexican industry. In a historical
review of the contribution of universities to the Mexican development
process, Lorey (1993) argued that until the late 1950s, the expanding
industrial and commercial sectors and the growing government apparatus
easily absorbed the bulk of the universities' production of professionals.
Demand for a steady supply of scarce professionals was reflected in high
wages for professionals in both public and private sectors. After the
1950s, however, there was a decline in the ability of the economy to
produce jobs, and a growing majority of students with aspirations to
professional work and status could not be employed as professionals.
Lorey sustains that since then, the Mexican government has played the
role of "employer of last resort" of highly trained manpower,
and attributes these results to the poor innovative performance of industry:
...the Mexican economy did not
forge an industrial plant characterized by innovation and competitiveness
in the world
market and did not create
an independent capital-goods and research and development infrastructure.
Without innovations in the machinery used in manufacturing or an increase
in expenditure for research and development, the education and employment
of professionals could undergo no dramatic structural change. These factors
had the greatest impact on professionals trained in engineering, business,
and the sciences" (pp. 168-169).
Data support Lorey's characterization
of the government as an "employer
of last resort." In 2000, only 19 percent of highly trained human
resources working in research and development activities in Mexico worked
in a position related to the productive sector. Forty-four percent, on
the other hand, worked for the government. In South Korea, another late
industrializing country, 68 percent of these human resources are involved
in the productive sector (CONACyT, 2001; Valenti, Varela & Castillo,
2000).
A recent study conducted by the Economic Commission for Latin America
and the Caribbean (ECLAC) found that Mexico's inability to absorb increasing
supplies of highly qualified technical and professional workers, even
during relatively high-growth periods, is representative of similar patterns
across Latin America (ECLAC, 2002). The study documented a trend away
from salaried positions in industry for highly qualified workers and
an increase of concentration in lower-paying tertiary activities, largely
in services. In 2000, 58 percent of highly skilled Mexican workers, defined
as having technological or professional training, were employed by the
government, or in social, community, and personal services. Twenty-three
percent were employed in the commerce, energy, transportation, communications,
finance, and insurance sectors. Only 19 percent were working in agriculture,
mining, industry and construction. The 58 percent of skilled workers
concentrated in governmental, social, community and personal services
were on the average paid at the lowest level, 6.4 times the level of
poverty. This compares to 11.3 times the level of poverty in agriculture,
mining, industry and construction, and 13.7 times the poverty level in
financial services and the insurance sector.
These failures to foment productive university-industry collaboration
in Mexico have largely been explained by the low intensity and lack of
coordination of the relations between universities, the government, and
firms, as well as through critiques of each sector (Casas, 2001; Casas & Luna,
1997). Criticisms of Mexican universities have stressed the low quality
of human resources produced by the universities, a small academic scientific
community, a small number of graduate programs offered, a lack of funding,
scarce production of scientific and technical industry-relevant knowledge,
and rigid and bureaucratic structures (Castaños-Lomnitz, Didriksson & Newson,
1998; National Science Foundation, 2000; Valenti, Varela & Castillo,
2000; World Bank 2000).
So far, however, more than the inadequacy of knowledge produced in universities
and the lack of coordination among actors that promote collaboration,
the main constraint to developing linkages with industry may involve
the increased reliance by domestic firms on external sources of technology
as a response to trade liberalization, market deregulation, and privatization
of economic activities. The following section reviews this deintensification
of the use of local engineering, highly qualified manpower, and technological
capabilities by Mexican firms since the mid-1980s (Katz, 2001).
Industry and knowledge in Mexico
Mexico's modern economic history is typically divided into two periods:
the import-substi-tution industrialization model and the export-oriented
model.
From import-substitution
to export-oriented industrialization
Prior to the 1980s, the Mexican government carried out an economic policy,
known as Import-Substitution Industrialization (ISI), that focused on
the shielding of Mexican industry from external competition with the
goal of developing upstart industries into productive sectors capable
of substituting domestically produced commodities for imported non-durables.
In the early 1980s, the Mexican government abandoned this strategy and
adopted a different path to economic development. The new model implemented
was constructed on the premise that within a market-oriented production
system, export performance -particularly of manufactured goods- is positively
associated with economic growth (Balassa, 1981; Srinivasan, 1985; World
Bank, 1987). It also assumes that state interventions, as in the case
of ISI, result in market distortions, high economic and social costs,
and an overall failure in most developing countries linked to these policies
since the 1960s. Export-oriented industrialization (EOI) was a significant
aspect of the so-called Washington Consensus (Williamson, 1990), a set
of policy and economic reforms implemented in Latin America with the
support of the World Bank and the International Monetary Fund.
The implementation of changes in industrial and R&D policies within
the EOI strategy are particularly relevant to understanding the economic
environment in which firms operate in Mexico. The implementation of the
EOI strategy brought with it drastic reductions in trade barriers, domestic
and external financial liberalization, a minimalist role for the state,
and restrictive monetary and fiscal policies. The assumption behind this
strategy was that macroeconomic policies aimed at generating a market-friendly
environment would induce sectoral growth and development. As a consequence,
the domestic industrial policy from the ISI period that consisted of
price controls, subsidies, state intervention,
and direct state ownership in firms and sectoral programs, was abolished
in favor of "neutral policies" that
treat all firms and sectors equally and avoid any form of selection and
subsidies (Dussel Peters, 2000).
During the ISI years a large number of public R&D and engineering
centers emerged in Mexico. Public agencies took an active role during
these years in training human resources, designing and financing large-production
facilities, and developing the national scientific and technological
infrastructure (Amsden, 2001; Cimoli, 2000). Despite these efforts, a
significant flow of innovation and knowledge development from these institutions
failed to reach the private sector. According to Katz (2001), through
the ISI period, the Mexican R&D system, as in the rest of the Latin
America, was "highly fragmented in nature, lacking in sense of purpose
and depth. In the final analysis, it failed to serve as the true 'engine'
for growth in the domestic environment" (p. 6).
In shifting to the EOI model, planners sought to spur increases in the
competitiveness of Mexican firms by supporting increased R&D expenditures.
Institutionally, an attempt was also made to provide for adequate protection
of intellectual property rights in order to stimulate knowledge creation.
Intellectual property rights have been strengthened through changes in
patent law, which now allows the registration of patents in fields such
as pharmaceutical products, genetics, and software. Property rights on
natural resources, such as timber and water rights, have been deepened
and consolidated (Cimoli, 2000).
In practice, public policy in the field of R&D has shifted from supporting
public R&D conducted in labs, institutes, and universities, to financing
firms in order for them to search for cheaper and better technology providers
(Katz, 2001). Funds for R&D, however, have not increased substantially
in the last decade, and the R&D system remains largely uncoordinated
and under-funded (ECLAC, 2002).
The effect of structural reforms
on the creation of indigenous knowledge
Although the impact of adapting the new model for economic development
in Mexico has not been fully assessed, knowledge gaps do not seem to
be getting any smaller. While the modernization of plants and equipment
has, in some cases, resulted in improved technological performance, the
ability of the vast majority of Mexican firms to generate technological
knowledge has diminished as a consequence of the recent trade liberalization
and market deregulation efforts. This, in turn, has hampered the productive
sector's ability to develop linkages with other firms and domestic institutions
(Casas, 1997; Cimoli & De la Mothe, 2001; Dussel Peters, 2000).
According to Dussel Peters (2000), transnational companies (TNC) have
been relatively successful in integrating part of Mexico's economy into
the North American market. Economic liberalization has opened the door
for Mexican affiliates of TNCs, particularly in the automobile and electronics
industries, to benefit from investment, modernization efforts, and the
intensification of already existing intrafirm and intraindustry linkages.
Most of this integration, however, has occurred in relatively low value-added,
capital-intensive activities. Apart from these TNCs, however, the large
majority of firms do not possess the know-how to close knowledge gaps
that would allow them to integrate themselves into global commodity chains
and networks.
Katz (2001) identifies the following changes in the productive sector
in Mexico caused by the structural reform of the last two decades:
1) Trade liberalization has made imported capital goods cheaper than
before. Hence, firms have substituted inexpensive imported capital goods
for locally produced equipment and 'in house' engineering efforts aimed
at expanding the life cycle of capital equipment. As a consequence, the
local capital goods industry has suffered a major setback and engineering
departments of many industrial firms have stagnated.
2) The privatization of state enterprises in areas such as energy production
and telecommunication services has also led to the shuttering of local
R&D and engineering departments. These formerly state-owned enterprises,
now operated by subsidiaries of large enterprises from advanced economies,
are modernizing the domestic infrastructure on the basis of imported
capital equipment and engineering know-how that comes primarily from
abroad.
3) Subsidiaries have also reduced 'adaptive' engineering efforts that
are no longer needed since they have now become part of a global network
in which 'worldwide standard designs' are being produced. Industrial
firms have reduced 'in house' design capabilities as they now import
parts and components and employ 'on line' foreign engineering services.
According to Katz (2001):
Both in the case of the privatization of state enterprises and in the
expansion of domestically owned conglomerates in the resources processing
industries, the erection of new production capacity closer to the international
technological frontier has occurred on the basis of imported machinery
and equipment. In such cases, we find that we are moving towards technologically
more complex economies but simultaneously becoming less intensive in
the use of local engineering and technological capabilities. Human
capital ... has become obsolete and is being replaced by imported machines
'embodying' more contemporary production techniques. A similar process
would appear to be taking place in the case of domestic subsidiaries
of large transnational corporations were the need for adaptive technological
efforts seems to be much less significant today than decades before
(p. 17).
What does this mean for university-industry linkages? Generally, firms
in Mexico seem to be less interested in conducting or collaborating in
joint R&D activities. Those who have successfully increased their
technological capabilities appear to have largely done so through forging
or intensifying already existing links with firms and academic institutions
abroad (Cimoli & De la Mothe, 2001). Both of these phenomena, however,
raise questions about the role of the Mexican university as a collaborator
with industry in the innovation process.
Challenges for the future
The picture that has emerged in recent years, therefore, is one in which
universities are being prodded strongly to operate in a manner more
congruent with the demands of the market economy. Their future, particularly
in terms of the availability of funds for research, seems increasingly
dependent on the ability to adapt to the needs of the productive sector.
Industry, on the other hand, is responding to a new macro economic
environment by following a pattern of acquisition and development of
technological knowledge in which the vast majority of firms have increased
their dependence on external sources of knowledge and reduced interaction
with local institutions. An elite group of firms, largely affiliates
of transnational corporations, has developed linkages abroad through
their integration with parent companies.
Thus, the academic and productive sectors in Mexico appear to be moving
in different directions. The strategy of the Mexican government to bring
these two paths together, as described above, remains focused on stimulating
innovative performance among firms through market mechanisms. From this
perspective, the university can play a fundamental role in developing
the technological innovations and technologies that power regional economic
growth. Evidence from recent analyses, however, cast doubt upon the likelihood
that this linearprocess will bring universities and industry together
in a manner that impacts innovation processes meaningfully, despite initiatives
that encourage collaboration.
An alternative conceptualization of institutional roles in the innovation
and development process can be found in National Innovation Systems (NIS)
approaches. These approaches, which conceptualize innovation as the result
of interactions between the firm and other institutions, such as universities,
were initially utilized to understand university-industry collaborations
in advanced industrialized economies. NIS perspectives have also been
applied in the context of developing economies. The next section reviews
these approaches and discusses their viability for the case of Mexico.
National Innovation Systems (NIS)
The National Innovation System's approach, with pioneering works by Freeman
(1987), Lundvall (1993), and Nelson (1993), among others, has emerged
as a central perspective for understanding university-industry relations
and the technical innovation process in developed economies. Although
there is no single accepted definition, most conceptualizations of a
NIS build on the following assumptions hold that: 1) knowledge and innovation
are the key forces determining the competitiveness of firms and countries;
2) innovation and technical progress are the result of a complex set
of relationships among actors producing, distributing and applying various
kinds of knowledge; and 3) the innovative performance of an economy depends
to a large extent on how these actors relate to each other as elements
of a collective system of knowledge creation and use. Such systems, frequently
referred to as national innovation systems, are primarily -although not
exclusively- composed of enterprises, universities, and research institutes
(Nelson, 1993). According to the NIS view, policy-making should be directed
at encouraging the development of linkages among these actors to enhance
a nation's competitive performance (OECD, 1999). In the following discussion,
the term "national innovation systems approach" (NIS) will
be used to refer to this analytical approach, whereas the term "innovation
system(s)" will refer to the actual system composed of different
actors that intervene directly or indirectly in the generation of technological
innovations in a country.
Developed and diffused primarily by academicians, the NIS approach and
its strong policy-oriented nature has appealed to policy-makers. Within
OECD countries, it has been generally acknowledged that R&D policies
are country-specific and path-dependent, and that they tend to be more
effectively managed with the guidance of a system perspective (OECD,
1997). In practice, the NIS approach has provided an analytical framework
suitable to conduct concrete empirical and comparative analyses for the
design of specific policies in the fields of R&D and innovation in
economically advanced countries. Specific policy recommendations that
stem from the NIS perspective have generally been developed through analyses
based on the collection of information at the firm level, through case
studies or indicators and surveys that help to explain aggregate phenomena.
NIS and university-industry collaboration
Research from an NIS perspective has focused on the ways in which university
science contributes to technical advance in industry, and the ways
in which technical advance in industry contributes to fundamental understanding
(Nelson, 1994). These entities are viewed as interrelated, and the
distinction between academic science and technological advance in industry
is blurred. This view emphasizes the need of coordinated government
intervention to clear the channels through which knowledge flows between
the productive and academic sectors in order to strengthen the networks
that support technological innovation (OECD, 1999). It tells little,
however, about the specific role of the university in the innovative
process. According to Florida and Cohen (1999), this view "fail[s]
to fully grasp the objective function of the university, the intricate
and complex ways in which the university is embedded within economy
and society, and the full nature of the tensions thereby generated" (p.
592).
While NIS approaches have been more successful in incorporating the influences
of culture and national institutional infrastructure into their analysis,
they have not raised the question of how and to what degree university-industry
collaboration efforts fit into different stages of the development process.
In effect, NIS approaches have been used as a reference framework to
design policies aiming at intensifying university-industry collaboration
(OECD, 1999). While this approach has been relatively uncontroversial
in the advanced industrial contexts of Western Europe and the United
States, its relevancy to developing economies like Mexico is not as clear.
NIS and developing countries
Perhaps the main drawback of the NIS approach in a country like Mexico
is that it provides little insight on how to create an innovation system
that effectively incorporates national actors, such as universities.
While NIS systems have effectively been incorporated into analysis
of strong diversified economic systems with well developed institutional
and infrastructure support of innovation activities, the relevancy
for system building remains undemonstrated (Lundvall, Johnson, Andersen & Dalum,
2001).
In more developed OECD countries, innovation systems have been evolving
over time as countries have industrialized. Prior to the 1980s, the role
of science for technological innovation was traditionally mediated through
various channels, including labor mobility and informal relations between
the academic and productive sectors. It was only in the 1980s that policy
makers in these countries recognized the need for purposeful coordination
to improve overall domestic innovative performance. This came to be,
at least partially, as a response to the challenges imposed by specific
events such as the successful emergence of Japan as a super power in
the international market, the rapid development and dissemination of
information and communications technology, and the lagged growth of their
own productivity despite large investments in new technologies (Shulin
1999). In these cases of developed economies, different combinations
of government intervention and market mechanisms were applied at both
the national and the firm level to forge national systems of innovation.
Most researchers involved in the development of the NIS approach, and
policymakers who have been their main audience, have been specifically
interested in the structure and dynamics of national systems. This fact
reflects a belief that the innovative prowess of national firms is determined
to a considerable extent by government policies and by the functioning
of domestic institutions, which in turn influence factors such as intellectual
property rights, standards, capital and labor market regulations, and
contract laws. The possibility, however, must be considered that the
concept of a national system of innovation is becoming less meaningful
as cross-border linkages and information flows increase along with the
internationalization of corporate R&D (Patel & Pavitt, 1998).
In the case of Latin American economies, the impact of trade liberalization
and of deregulation and privatization of economic activities that has
taken place over the last two decades has resulted in increased interconnectedness
with institutions and firms abroad and less responsiveness to domestic
incentives for collaboration. Mexico is a prime example of this phenomenon.
According to Katz (2001), "...the change in the global incentive
regime has blurred the limits and national identity of the various local
innovation systems, enhancing the role played by external firms, institutions
and sourcesof know-how" (p. 18). If the NIS perspective is to be
used to analyze developing economies, more research on the impact of
globalization processes on system building in developing countries and
the relationships between globalization and national-local systems is
needed.
Another important criticism of the NIS approach is, paradoxically, its
lack of system-level explanatory analysis. Typically, scholars have focused
on the roles of specific actors and the impact of specific policies and
institutions, but have not provided system-level descriptions of the
national systems' structural dynamics of performance. This has limited
their ability to develop comparisons with non-OECD countries or regions
that have very different starting conditions or to develop alternative
system structures to accomplish technological innovation. The NIS approach
has yet to explore the possibility that alternative system structures
may be necessary to achieve technological innovation in economies with
very different starting conditions, including but not limited to central
planning and functionally specialized organizations, for example (Liu & White,
2001).
So far, NIS approaches have not been readily adapted to the characteristics
of a late-industrializing country like Mexico, rendering the NIS reference
framework insufficient to understand and encourage collaborative patterns
between the academic and productive sectors in these contexts. The next
section reviews alternative perspectives in the context of experiences
of both developed and developing countries.
Universities and industry:
lessons from experience
This section turns to experiences of university-industry collaboration
in developed economies, and in late-industrializing countries in East
Asia, particularly elements of these experiences that potentially serve
to clarify the nature of collaboration between the academic and industrial
sectors in Mexico.
Diversity of university-industry collaborative patterns
Although there is a common trend to encourage university-industry collaboration
in advanced economies, the direct contribution of universities to industrial
development varies among countries. Japan and the United States for example,
contain similar industries and face many of the same challenges of harnessing
scientific research for purposes of technological innovation. Yet relations
between industrial firms and universities have developed quite differently
in these countries. American universities have elaborated a host of formal
arrangements for conducting industry-sponsored research and transferring
technology to commercial applications (Feller, 1999; Rahm, Krikland & Bozeman,
2000). These types of formal arrangements are relatively rare in Japan.
Japanese industry has instead met many of its technological needs through
the establishment of central research institutes, while maintaining strong
networks of tacit, informal relationships with academic scientists. In
fact, Japanese companies seeking research partners have at times found
it easier to form agreements with American universities (Pechter & Kakinuma;
Peck & Tamura 1976; Rahm, Krikland and Bozeman 2000).
University-industry collaboration experiences in developed economies
show that linkages between academy and industry can take many forms,
be initiated in a number of ways, and take place on different scales.
The specific form of collaboration developed in a country seems to be
heavily influenced by the institutional framework for technological innovation,
the level of technological development reached by the productive sector,
and cultural and historical factors. Parker (1991) shows that great a
variety of mechanisms to induce collaboration have been developed through
the years. While there does not seem to be a consensus on which approaches
are especially effective under a wide range of circumstances, it does
seem clear that collaboration is not inherently natural for either the
university or industry, and finding the adequate mechanisms is often
the result of trial and error processes.
University in late industrialization experiences in East Asia
The experiences of countries like South Korea, Taiwan and Singapore provide
useful insights to understand the role of universities during the "catch
up" process. Evidence from these countries shows that a sustainable
pace of technological development can be attained despite engaging in
relatively little basic research and establishing few university-industry
linkages (Kim, 1997; Lall, 1990). In these countries, university research
has frequently been described as inadequate, insufficient, or de-linked
from the needs of the domestic industry (Berger & Lester, 1997; Kim,
1997; Peck & Tamura, 1976). Economic performance has been attained
through intense and coordinated efforts at acquiring advanced technologies
from industrialized economies. Thus, technological prowess in these countries
is not founded on conventional approaches to innovation and R&D,
but instead, on a well developed system of management of technological
diffusion that has evolved dynamically in the last decades in response
to changes in industry (Mathews, 1999). These countries have aggressively
encouraged R&D activities to solve individual problems with applications,
and basic science has been a lower priority. Given the inadequacy of
university research to meet the specific needs of a "late-comer" industrial
sector, governments, have made public R&D institutes the backbone
of advances in R&D (Berger & Lester, 1997; Hobday, 1995; Kim,
1997).
To what extent the lack of strong ties between university and industry
impedes these economies systems from moving up the value-chain in global
production is an open question. Its answer seems to be closely related
to the characteristics of the R&D needed by domestic industry. Forbes
and Wield (2000) argue that, given the fact that most R&D conducted
in these countries is more development than research, a very new conceptualization
of R&D is required in countries that perform as "technology
followers." Accordingly:
Rather than pushing out the technology frontier... innovation tasks
in followers should aim to approach and follow the frontier as efficiently
as possible, with the objective to move the firm up the value-chain of
global production by increasing productivity and making higher value
products. That the future technology frontier is known to followers reduces
uncertainty involved in innovation, [and] makes the innovative task different
[from developed economies] (p.1096).
This form of R&D takes place primarily within the firm. The implication
this conceptualization has on the role of basic research generated in
developing countries' universities, however, has been virtually unexplored
in the literature.
Evidence from these East Asian economies shows that as industrial progress
takes place, there is still a crucial need for university participation,
but rather in an indirect form, through the formation of manpower. In
South Korea, for example, the lack of development in university research
has been perceived as a bottleneck for industrial performance because
it inhibits the development of research abilities in students that later
move to the labor market (Kim, 1997). More than the research results,
the main benefit from collaboration seems to be exposing students to
applied research, which familiarizes them with the private sector and
increases their capabilities of succeeding in this sector (Berger & Lester,
1997; Parker, 1991).
University research as an engine
of economic development
Thus, the vision of university research as an engine of economic development
is rather simplistic. East Asian economies have found that although there
are important benefits from stimulating direct interaction between university
and industry, the university has been far from playing the role of an "engine" for
industrial development. Evidence from developed countries support this
view. Florida and Cohen (1999) argue that:
The role of the university in
economic development has captured the fancy of business leaders, policy-makers,
and academics
as they have
looked at the examples of technology-based regions like Silicon Valley
and the Route 128 region surrounding Boston and Cambridge. They have
concluded that the university has played a fundamental role in developing
the technological innovations and technologies that power those regional
economic models. A theory of sorts has been handed down based mainly
on anecdotes and so-called success stories of the university as "engine" of
regional economic development...what appears to matter here -and what
it is too often neglected in policy circles- is the ability of a region
to absorb the science, innovation and technologies which universities
generate (pp.604-605).
University-industry collaboration, therefore is not necessarily a cause
of high levels of competitiveness in industry but instead the result
of a combination of a variety of interconnected local elements, including
adequate mechanisms to enhance collaboration, a local research community
well connected with the international science community, a significant
amount of technology-based firms, and a domestic R&D system focused
on the demands of the productive sector, among other factors. Thus, it
becomes clear that it is the pace of technological change, more than
government incentives, which puts universities in the position of driving
industrial growth (Branscomb, Kodama, & Florida, 1999).
Conclusions
It is widely recognized by policy-makers and researchers that if Mexico
is to adopt a path for economic development characterized by the production
of high value goods, it has to increase its ability to acquire, transform,
and generate technological knowledge. In this context, public interest
has increasingly perceived the university as a crucial source of new
skills, knowledge and ideas. This has placed the research university
in the role of something akin to the fuel that drives the "engine" of
development.
There are two assumptions behind this expectation: first, that there
is a linear pathway from university investigation to commercial innovation
to regional development and widening networks of innovation; second that
if institutional structures and relationships can be transformed to replicate
those observed in advanced industrialized nations, innovation and expanding
innovatory networks will necessarily follow.
These assumptions, however, may be of limited usefulness for the case
of Mexico, and at least three important elements need to be considered
while trying to conceptualize the role of university-industry collaboration
in Mexico. First, although collaboration brings important benefits to
the parties involved, it is not inherently natural for either the university
or industry, and finding policies that encourage the development of linkages
between the academic and productive sector seems to be the result of
a trial and error process.
Second, collaboration is not a static concept. Instead it evolves over
time and is influenced by cultural and institutional factors that also
influence the industrial development process. More research is needed
to understand how and to what degree university-industry collaboration
efforts fit into different stages of the development process of particular
economies.
Third, the vision of university research as an engine of economic development
is rather simplistic. More than a cause of potentially high levels of
competitiveness in industry, university-industry collaboration is more
the result of a combination of a variety of interconnected local elements.
Hence, rather than being a final recommendation, university-industry
collaboration in the Mexican context, is the beginning of a little explored
research path that demands innovation in policy making and reflective
thinking.
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