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Globalización, Convergencia y Diferenciación
de la Educación Superior: Una Revisión Teórico-Conceptual
Jorge Dettmer
Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM
Correo e: dettjora@servidor.unam.mx
Resumen
En las últimas dos décadas, para ajustarse a las nuevas
realidades derivadas de fenómenos tales como la globalización,
la explosión de nuevas tecnologías, el surgimiento de nuevas
formas de producción y utilización del conocimiento, y
el cambio organizacional, las instituciones de enseñanza superior
se han visto precisadas a adoptar un conjunto de medidas y acciones institucionales
que, o bien tienden hacia la convergencia de políticas, sistemas,
instituciones, curricula y grados académicos, o bien, tienden
hacia la divergencia y la diferenciación de los mismos aspectos.
Algunos autores consideran que la convergencia de políticas estimularía
la homogenización y estandarización de los sistemas de
enseñanza superior y su mayor orientación hacia el mercado,
otros sostienen que a través la diversidad y la diferenciación
de tales sistemas, instituciones o curricula, es posible alcanzar los
mismos resultados. El artículo discute las distintas posiciones
teórico-conceptuales adoptadas así como sus alcances y
limitaciones, haciendo una breve referencia al caso de México
Palabras clave: Globalización, curriculum, enseñanza.
Abstract
in the past two decades, and in order to fit new realities derived from
phenomena such as globalization, exposure to new technologies, emergence
of new ways of producing and using knowledge, organizational change,
higher education institutions have had to adopt a set of institutional
measures and actions that either move towards convergence of policies,
systems, institutions, curricula and academic degrees or towards divergence
and differentiation of such same aspects. While some authors consider
that the convergence of policies might contribute to the standardization
of higher education systems and their market focusing, others say that
it is through diversity and differentiation of such systems, institutions
or curricula that the same results may be achieved. This paper talks
about the different theoretical-conceptual positions adopted, their
scope and limitations, briefly referring to the case of Mexico.
Key words: Globalization, curricula, teaching.
Introducción
Uno de los temas más relevantes de las Ciencias Sociales, es
el que se refiere al análisis de en qué medida las sociedades
actuales tienden hacia una mayor convergencia o diferenciación.
En Europa, por ejemplo, la idea de convergencia ha estado en el centro
del proyecto de unificación de ese continente desde mediados del
siglo pasado, mientras que en otras regiones o países (por ejemplo,
Norteamérica), la búsqueda de la diferencia ha constituido
un rasgo nacional.
Lo que hoy se conoce como enfoque o paradigma de la convergencia, tuvo
sus primeros avances dentro del ámbito de la teoría económica
durante los años 1960, cuando se pensó que todos los países
caminaban hacía un mismo modelo de desarrollo. En la sociología,
el análisis de la convergencia parece ser un poco más reciente.
No obstante, las transformaciones económicas, sociales, políticas
y tecnológicas suscitadas en muchos países y regiones en
las últimas décadas, han propiciado la adopción
de una serie de proyectos, objetivos y políticas comunes promovidas
por diversos estados y organismos supranacionales –como el Banco
Mundial (BM) y la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE)– que están incidiendo
en la estructura y funcionamiento la educación y, particularmente,
de los sistemas de educación superior, con objeto de responder
a nuevas y complejas realidades derivadas de fenómenos tales como
la globalización, la explosión de nuevas tecnologías
(particularmente de las tecnologías de la información y
las telecomunicaciones), el surgimiento de nuevas formas de producción
y utilización del conocimiento, así como la conformación
de novedosas estructuras organizacionales, basadas en sistemas de relaciones
menos jerárquicas y más horizontales.
Especialmente –aunque no exclusivamente– en el caso de Europa,
la existencia de ciertos factores contextuales, aunada al establecimiento
de políticas y mecanismos para alcanzar el gran objetivo de crear
una área europea de educación superior acordada por la
mayoría de los estados miembros de la Unión Europea (UE)
en la Declaración de Bolonia (1999), han sido interpretados por
algunos autores como signos inequívocos de convergencia, homogenización
y estandarización de la educación superior. Entre los aspectos
comunes que podrían ser considerados como indicadores de convergencia
destacan: la expansión de la matrícula de educación
superior; la disminución de la intervención estatal en
las instituciones, mayor desregulación institucional, tendencia
hacia la descentralización administrativa, mayor competencia por
estudiantes y recursos, así como una creciente asociación
entre universidades y empresas.
A pesar de estas tendencias comunes hacia la convergencia, diversos autores
han puesto de manifiesto importantes diferencias entre los sistemas de
educación superior de cada uno de los países miembros de
la UE, las cuales tienen su origen en las diferentes estructuras educativas
nacionales, sus modos de organización (centralizado/descentralizado),
su relación con la economía, con los mercados laborales
y las estructuras sociopolíticas y culturales. Por lo tanto, no
es extraño que mientras algunos estados y organismos supranacionales
promueven la convergencia y, por tanto, la homogenización y estandarización
de los sistemas de educación superior como una forma de alentar
la competitividad, la comercialización y el gestión de
este nivel educativo, otros consideran la creciente diferenciación
de la educación superior como el mejor medio para alcanzar los
mismos objetivos.
Para dar cuenta de estos fenómenos opuestos y aparentemente contradictorios
que caracterizan actualmente a la educación superior, se han desarrollado
un conjunto de enfoques y categorías analíticas extraídos
de disciplinas tan diferentes como la teoría de las organizaciones,
el neoinstitucionalismo y aún la biología, cuya pertinencia
teórica y alcance explicativo están hoy en día en
discusión.
En este contexto, el objetivo central de este trabajo es exponer y analizar
críticamente algunos de los enfoques y conceptos analíticos
desarrollados y aplicados al estudio de la educación superior
en los últimos años, y estimar su valor heurístico
en relación con los cambios que han vivido recientemente estas
instituciones, tanto en los ámbitos nacional y local como internacional.
El artículo que a continuación se presenta se divide en
siete partes. En la primera se analizan y clarifican los conceptos de
globalización e internacionalización de la educación
superior. En la segunda y tercera partes, se analiza el contexto que
da pié al fenómeno de la convergencia de los sistemas educativos
y se discuten los distintos enfoques que se han utilizado para estudiarlo.
En el cuarto y quinto apartados se examinan las nociones de diversidad
y diferenciación y se define el espacio de significado de ambos
conceptos. En la sexta parte, se revisan tres importantes perspectivas
teóricas para analizar los procesos de convergencia y diferenciación
en la educación superior, y en la séptima y última
se hacen algunas breves referencia a diversos trabajos centrados en los
procesos de diferenciación en el caso de México.
Globalización e internacionalización
de la educación superior
Los conceptos de globalización e internacionalización
son actualmente de gran importancia para la educación superior.
Si bien ambos aluden al crecimiento de las actividades internacionales
de las instituciones de educación superior, entre ellos subsisten
importantes diferencias.
De acuerdo con Vidovich y Slee, la globalización puede ser entendida
como “sistema mundo que tiene una vida propia”, mientras
que la internacionalización presupone a los estados-nación
como unidades esenciales (Vidovich y Slee, 2001: 432). Más claramente,
la globalización –según Scott–, supone un “reordenamiento
radical del orden mundial basado en nuevos bloques regionales, nuevos
aliados y enemigos, fronteras nacionales más porosas y la emergencia
de una sociedad del conocimiento intercambiando bienes simbólicos”,
en tanto que la internacionalización “refleja un orden mundial
dominado por los estados nación y un norte-sur dividido” (Scott,
1998:126).
Van der Wende sostiene que la globalización “generalmente
se relaciona con el proceso de creciente convergencia, la interdependencia
de las economías y la liberalización del comercio y los
mercados”. En su dimensión cultural, “la globalización
promueve el establecimiento de una cultura global” (usualmente
occidental) así como “la difusión de tradiciones
autóctonas”. Desde el punto de vista político, el
proceso globalización convertirá a los estados nación
en unidades menos poderosas con un papel cada vez menos relevante y tendientes
a desaparecer. En contraste, la internacionalización alude “al
proceso de creciente cooperación entre estados o actividades cruzando
sus fronteras, reflejando un orden mundial en el cual los estados nación
juegan un papel central (Van der Wende, 2001:253).
Diversos autores coinciden en señalar que tanto la globalización
como la internacionalización están incidiendo en la educación
en general y en la educación superior en particular. Scott sostiene
que entre globalización e internacionalización subsisten
relaciones “dialécticas”. “La educación
misma –afirma Marginson– opera como uno de los objetos-sujetos
de la globalización”, ya que, al mismo tiempo que es formada
por ésta, la educación se ha vuelto “un medio principal
de la globalización y una incubadora de sus agentes” (Marginson,
1999: 19). Por lo tanto, así como la globalización inhibe
y transforma las viejas clases de educación, también crea
otras nuevas.
Marginson plantea que la educación es uno de los sectores sociales
en el cual el mercado global se ha formado, en el que más movimiento
de personas está teniendo lugar, en el que es más intensa
la interacción a lo largo de las fronteras nacionales y regionales,
y donde las prácticas de trabajo académico están
fuertemente influenciadas por las tecnologías de la información
y la comunicación (Marginson, 2000: 25).
Según este autor, con la globalización y/o internacionalización,
las universidades y los individuos se ven en la necesidad de desarrollar
relaciones e interacciones más abiertas y prácticas con
personas e instituciones de otros países y personas e instituciones
dentro del mismo país. En consecuencia, las universidades y su
personal se vuelven cada vez más “otro-referenciados” que “auto-referenciados”.
Para Marginson (2000:25) no solamente son muchos los efectos de la globalización
manifiestos algo más temprano en la educación superior
que en la mayoría de los sectores, sino que las universidades
líderes alrededor del mundo son jugadores clave en estructurar
relaciones globales; por ejemplo, en relación con los sistemas
de conocimiento y su intercambio, en la evolución de lenguajes
y comunicaciones, y en la formación en la gente de actitudes y
susceptibilidades requeridas en un ambiente global.
Cabe precisar, sin embargo, que para Brian Denman debemos distinguir
entre globalización de la educación superior y globalización
de las universidades. Según él, “la globalización
de la educación superior tiende a concentrarse sobre aspectos
mundiales tales como el acceso, colaboración y equidad con énfasis
en la distribución del conocimiento y la división del trabajo”,
en tanto que la globalización de las universidades alude a la
masificación de las mismas, la ampliación de su influencia
y visibilidad para compartir mercados en la escena internacional (Denman,
2001: 97).
Van der Wende afirma que, en el caso de la educación superior,
se observan dos tendencias. De una parte, la globalización conlleva
propuestas para una mayor desregulación de los mercados educativos
a través de acuerdos comerciales (tales como los de la Organización
Mundial del Comercio) y de las profesiones en creciente competencia1.
De la otra, la internacionalización supone “la integración
de una dimensión internacional dentro de la enseñanza,
la investigación y la función de servicio de la educación
superior” con objeto de hacerla más “receptiva a los
requerimientos y desafíos relacionados con la globalización
de las sociedades, la economía y los mercados de trabajo” (Van
der Wende, 2001: 253).
Uno de los aspectos más importantes derivados de los procesos
de globalización/internacionalización es aquel relacionado
con sus efectos sobre las políticas y/o instituciones de educación
superior, y sobre el papel que desempeñan los estados nación
en el control de tales efectos. En este sentido, diversos autores han
reconocido que aun cuando la influencia de la globalización sobre
la educación superior es muy fuerte, los estados nación
juegan también un papel importante. Como Marginson señala: “La
educación está implicada en ambos lados de las relaciones
global/nacional” (Marginson, 1999: 19).
De acuerdo con Vidovich y Slee, el impacto de la globalización
puede ser descrito en términos de homogeneización (o convergencia)
interpretada como incremento de semejanzas, y heterogenización
(o divergencia) alusiva a crecientes diferencias de las políticas
nacionales (Vidovich y Slee, 1999: 432). Schugurensky destaca que si
bien la convergencia de los sistemas de educación superior no
es un fenómeno nuevo, en los últimos años ésta
se ha intensificado como resultado de los procesos de globalización
(Schugurensky, 1998:124).
Según este autor: “La convergencia no significa que todos
los sistemas de educación superior se conviertan en uno sólo,
sino más bien que son gobernados en forma creciente por presiones,
procedimientos y patrones organizacionales similares” (Schugurenski,
1998:125).
En la actualidad, es posible distinguir dos esquemas o paradigmas principales
de convergencia de la educación superior al nivel internacional:
el paradigma competitivo, característico de las instituciones
anglosajonas y el paradigma cooperativo, propio de las Instituciones
de Educación Superior de Europa continental (Van der Wende, 2001:
254-56). Con todo, como P. Altbach, sostiene, en la última década
el fenómeno de la convergencia ha tenido como punto de referencia
el sistema de educación superior norteamericano, lo que se ha
manifestado –entre otras cosas–, en la reducción del
papel del Estado y, en contraste, una mayor participación del
sector privado en la enseñanza superior; la diversificación
institucional y la descentralización administrativa. También
puede observarse en la incorporación de la dinámica de
competencia por estudiantes y recursos, y la cada vez mayor asociación
entre universidades y empresas (Albatch citado por Schugurensky, 1998:
124).
Los procesos de convergencia
Para algunos autores, uno de los efectos más importantes derivados
de la globalización es el surgimiento de una “convergencia” de
sistemas educativos nacionales en diferentes parte del mundo. Por convergencia
se entiende que “los sistemas se están volviendo cada vez
más similares debido a que los analistas de la política
al implantar aprenden unos de otros” (Steiner Khamsi, 2002: 132).
Si bien la convergencia no es un fenómeno nuevo, en los últimos
lustros se ha hecho cada vez más patente en virtud de los procesos
de globalización económica, el desarrollo de nuevas tecnologías
de la información y la comunicación, la conformación
de bloques geopolíticos y la importancia creciente de los organismos
supranacionales.
En Europa, el proceso de convergencia ha sido particularmente importante
en virtud de dos conjuntos de eventos históricos surgidos desde
finales de los ochenta. Por una parte, el acelerado colapso del socialismo
de Estado dentro del bloque soviético y la ampliación del
mercado capitalista en toda la región del Este; por la otra, la
conformación de la Unión Europea y sus organismos supranacionales,
capaces de inducir un creciente proceso de homogenización en todo
el continente (Scott y Kelleher, 1996: 465).
Scott y Kelleher señalan que las fuerzas sociales, políticas
e industriales que presionan hacia algún grado de convergencia
en Europa incluyen los siguientes factores: 1) La regulación supranacional;
2) El papel de los negocios trasnacionales; 3) Los efectos de los cambios
organizacionales y tecnológicos sobre las ocupaciones y; 4) La
política internacional “prestada” (es decir, a la
importación de arreglos institucionales que, se cree o se percibe,
contribuyen al éxito de determinados países) (Scott y Kelleher,
1996: 466).
Es importante destacar que aun cuando muchos autores se refieren a la
convergencia de sistemas educativos como un hecho indiscutible, pocos
se han preocupado por definirlo dando por sentado su significado. Probablemente
una de las pocas definiciones explícitas del concepto de convergencia
es aquella que formularon Inkeles y Sirowy a principios de los años
ochenta, al analizar las tendencias convergentes y divergentes de los
sistemas educativos nacionales. Así, para estos autores: “La
convergencia significa moverse desde diferentes posiciones hacia algún
punto común. Conocer qué países son parecidos no
nos dice nada acerca de la convergencia. Debería haber movimiento
en el tiempo hacia algún punto común identificado. El punto
puede ser fijo, como cuando 100% de los niños en edad escolar
se matriculan en la escuela primaria, o podría estar en movimiento,
como cuando la proporción de la fuerza de trabajo en el sector
terciario o de “servicios” ha crecido continuamente durante
décadas. La convergencia no necesita, sin embargo, ser expresada
solamente en términos cuantitativos. Las constituciones, los sistemas
judiciales y arreglos administrativos pueden ser todos ya sea convergentes
o divergentes. Hay, también, más de una pauta de cambio
en el tiempo que puede conducir a un punto de convergencia. El cambio
podría también parar en seco la verdadera convergencia
y sin embargo ser de gran significación si las unidades que lo
llevan a cabo cruzan ciertos umbrales” (Inkeles y Sirowwy,1983:
305).
Para Inkeles y Sirowy, una característica central de la convergencia
es que debe ser “predominantemente empírica,” es decir, “debe
buscar establecer si varias instituciones, arreglos sociales, actitudes
y valores previamente más diversos se están volviendo más
parecidos”. Por lo tanto, para estos autores, “encaramos
el desafío de especificar cuáles elementos de la organización
social serán más convergentes, cuáles menos, y de
explorar aquellos ejemplos en los cuales nuestras expectativas para la
convergencia y divergencia pueden ser contradichos por nuestras observaciones.
Tales especificaciones y observaciones son tarea de la teoría” (Inkeles
y Sirowy, 1983: 305).
A pesar de este y otros esfuerzos de clarificación conceptual
realizados, Gita Steiner señala que, dependiendo de la estructura
teórica que se utilice, se asumirá una cierta concepción
de convergencia y de su impacto en los sistemas educativos. Por lo tanto,
según esta autora, se pueden distinguir tres diferentes teorías
para el análisis de los procesos de convergencia:
1.- Las que analizan la convergencia como resultado
de políticas “prestadas”,
donde el objetivo fundamental se centra en la búsqueda de aspectos
comunes entre los sistemas prestamista y prestatario.
2.- Las que se centran en el contenido de la transferencia mediante la
identificación de reformas educativas nacionales bajo un común
denominador, para explicarlas posteriormente a partir de la convergencia.
3.- Las que parten de un análisis de los contextos locales poniendo
atención en las instituciones que prestan y/o toman prestado,
interrogándose acerca del por qué se han transferido ciertas
ideas y discursos. En esta última perspectiva, la atención
gira en torno a las políticas “prestadas”, los procesos
de adaptación y/o puesta en práctica, y los organismos
que se resisten, trastocan o incorporan las transferencias educativas
(Steiner Khamsi, 2002:133).
Enfoques para el análisis de la convergencia
de sistemas educativos
Entre los autores que se han abocado al análisis de la convergencia
en el ámbito de la educación destaca Andy Green. Para él: “La
convergencia entre sistemas nacionales de educación y de entrenamiento,
o aspectos de estos sistemas pueden ser analizados en dos niveles. El
primero, que podemos denominar convergencia política, ocurre cuando
el discurso político y los objetivos de una variedad de países
se vuelven crecientemente similares en el tiempo. El segundo, que podemos
denominar convergencia estructural, es cuando las estructuras reales,
los procesos y los resultados se vuelven más similares” (Green,
1999: 56).
De acuerdo con este autor, existen tres principales formas en las cuales
la convergencia puede ocurrir. La primera es a través de un incremento
de políticas prestadas como parte del proceso de difusión
cultural2; la segunda, a través del impacto directo de autoridades
supranacionales que buscan alcanzar la armonización en ámbitos
particulares de la actividad educativa nacional3, y la última,
a través de la respuesta interna de los sistemas nacionales a
fuerzas y problemas comunes (Green, 1999: 56).
Por su parte, Vojin Rakic (2002: 226-30) señala que la convergencia
o divergencia4 de los sistemas educativos es contingente sobre el nivel
de agregación (por ejemplo, lo que puede ser convergencia al nivel
de los sistemas, puede convertirse en divergencias al nivel de las instituciones
o disciplinas). Para este autor existe un conjunto de factores que estimulan
o inhiben la convergencia/divergencia de las políticas de educación
superior. Entre los primeros se destaca la creciente homogenización
del ambiente europeo que resulta del proceso de europeanización
y globalización; entre los segundos se encuentra el alto grado
de institucionalización de las políticas.
Con base en estos elementos, Vojin Rakic propone un esquema general que
contempla tres mecanismos importantes a partir de los cuales pareciera
posible determinar el flujo del proceso de convergencia entre los países
europeos:
• “Reacciones de los estados miembros de la Unión
Europea (UE) a las políticas de las instituciones europeas.
•
“Desarrollos al nivel institucional en Estados miembros individuales
de la UE, así como también desarrollos al nivel de las disciplinas
académicas.
•
“Influencia mutua de políticas sobre y por Estados miembros
de la UE individuales”.
Por lo tanto, las razones de la convergencia
podrían descansar
en:
a) “coerción por los estados miembros de la UE y conciencia
de los beneficios perdurables;
b) “comprensión de los beneficios de acomodarse al cambio
institucional dentro de los sistemas de educación superior nacionales,
así como también una apreciación de los beneficios
de acomodarse a los desarrollos dentro de las disciplinas académicas;
c) “imitación y coerción de los estados miembro (por
ejemplo, un Estado presionando en aceptar una política particular)”.
Según este autor, algunas de las posibles razones para la convergencia
de las políticas nacionales de educación superior en los
estados miembros de la Unión Europea, vistas desde la perspectiva
de los hacedores de las políticas nacionales, son:
Auto-interés
1) Coerción:
a) por las instituciones de la UE
b) por otros estados miembros
2) Conducta auto-interesada no relacionada a la coerción:
a) beneficios anticipados respondiendo a las políticas de la UE
b) beneficios derivados de los desarrollos a nivel institucional
c) beneficios relacionados con los desarrollos al nivel de la disciplina
d) imitación calculadora de otras políticas
Auto-prescripción
1) Imitación no calculadora de políticas de una autoridad
2) Imitación no calculadora de ejemplos de políticas dominantes
numéricamente (Rakic, 2001: 231-232).
Con base en este esquema, Rakic estudió las políticas
de educación superior en los Países Bajos, Alemania y Bélgica/Flandes,
durante las décadas de 1980 y 1990, con el fin de determinar la
existencia de procesos de convergencia/divergencia. Su conclusión
fue que si bien tuvieron lugar fenómenos de convergencia de políticas
en esos países, el peso que ejerció la UE fue mucho menor
que el esperado, principalmente a través de programas como COMMETT,
ERASMUS, SOCRATES, etc., orientados a promover la movilidad estudiantil.
En consecuencia, para Rakic, la convergencia de políticas de educación
superior en las naciones mencionadas puede ser mejor explicada por la
actitud de las respectivas autoridades imitándose unas a otras.
Por su parte, Dale (1999: 5) identifica “cinco mecanismos de efecto
externo sobre las políticas de educación que podrían
ser vistos como asociados a los efectos de la globalización. Estos
mecanismos son: “armonización”, “diseminación”, “estandarización”, “instalando
la interdependencia”, e “imposición”, los cuales
son comparados con dos mecanismos “tradicionales” u “ortodoxos” de
efectos externos sobre las políticas de educación nacional: “préstamo
de políticas” y “aprendiendo políticas”.
De acuerdo con Dale, el primero de estos mecanismos (armonización) “se
dibuja claramente en el modelo de la Unión Europea”. El
aspecto central aquí es que todos los estados miembros ceden y
ponen en común una parte de su capacidad o facultad de hacer políticas
nacionales en la organización regional. “El mecanismo de
armonización opera a través de un proceso de acuerdo colectivo
[...]. El caso límite de la armonización (o de casi cualquier
forma de globalización) es la unión monetaria ” (Dale,
1999: 12).
El siguiente mecanismo de transferencia de políticas (“diseminación”),
difiere de la armonización en los procesos y dimensiones del poder.
Uno de los mejores ejemplos se encuentra en los trabajos de las organizaciones
supranacionales similares a la OCDE. Ésta trabaja básicamente
a través de una agenda que establece estrategias. La mayor parte
de sus documentos buscan indicar a las naciones miembros las direcciones
futuras probables en una extensa variedad campos de políticas,
incluida la educación.
Un ejemplo claro de este mecanismo son los intentos de la OCDE para desarrollar
indicadores internacionales de y para los sistemas educativos “que
van más allá de su función declarada de reunir la
creciente demanda por más y mejor información acerca de
la calidad de la educación” (Dale, 1999: 13).
La idea de estandarización se basa fuertemente en el trabajo de
los institucionalistas globales. Según Meyer, “[...] muchas
características de los Estados-nación contemporáneos
derivan de modelos mundiales construidos y propagados a través
de procesos culturales y asociaciones globales [...] Los modelos mundiales
se han vuelto especialmente importantes [...] como desarrollos culturales
y organizacionales de la sociedad mundial [los cuales] definen y legitiman
agendas para la acción local, formando las estructuras y políticas
de los estados-nación y otros actores nacionales y locales en
virtualmente todos los dominios de la vida social racionalizada [...]
La institucionalización de modelos mundiales ayuda a explicar
muchas características curiosas de las sociedades contemporáneas,
tales como el isomorfismo estructural frente a enormes diferencias [...]” (Dale,
1999:13).
Así, organizaciones como la ONU “operan para atraer cambios
de políticas congruentes mediante el hacer o ir asumiendo adherencia
a amplios principios particulares de política como un requisito
de membresía del sector particular de la comunidad internacional
que representa” (Dale, 1999:13-14).
En consecuencia, la estandarización, reúne claramente algunas
de las características cruciales de los efectos de la globalización –esto
es, se extiende a las metas de políticas, tiene un locus externo
de visibilidad, y es externamente iniciada por un cuerpo supranacional–,
todo ello empleando un “más pequeño y menos asertivo
rango de dimensiones del poder” (Dale, 1999:14).
El mecanismo denominado “instalando la interdependencia” tiene
su punto de partida en la noción de “herencia común” del
género humano. La característica que define este mecanismo es
esencialmente su preocupación por temas tales como la contaminación,
los derechos humanos y la paz, los cuales se extienden más allá del
alcance de cualquier Estado nación. Por lo tanto, este mecanismo se
diferencia en algunas dimensiones de los otros. Su alcance está mucho
más centrado en las metas y los propósitos de política
nacional. Esto se acerca mucho a lo que podría ser referido “muy
vagamente como ‘sociedad civil global’ [...] basada alrededor del
trabajo de las organizaciones no gubernamentales [...]” (Dale, 1999:
14). Este mecanismo opera desde abajo y persigue sus fines solamente a través
de la persuasión.
Otra característica crucial de este mecanismo es que no tiene un eficaz
locus de viabilidad (esto se hace evidente al observar la falta de resultados
de muchas cumbres ambientales). Por lo tanto, se podría esperar que
sus efectos sobre la educación fuesen relativamente directos y focalizados
sobre sectores y/o niveles organizacionales (Dale, 1999:14-15).
El último mecanismo considerado, la “imposición”,
es generalmente el primero que viene a la mente de los analistas cuando piensan
en los efectos de la globalización. Existen dos aspectos en los cuales
la imposición difiere significativamente de los otros mecanismos en
que es el único mecanismo que: 1) es capaz de obligar a los países
receptores a tomar políticas particulares”, y; 2) no necesita
apoyarse en alguna forma de aprendizaje, persuasión o cooperación
para propiciar los cambios buscados (Dale, 1999:15).
En resumen, siguiendo a Adick (2002: 221-23), es posible identificar un conjunto
de argumentos en torno a las virtudes e inconvenientes de la convergencia y/o
estandarización.
Entre sus virtudes destacan:
• Impide situaciones y decisiones arbitrarias.
• Estimula una mayor movilidad de los estudiantes.
• Asegura una mayor igualdad de derechos y oportunidades.
•
Alienta la calidad mediante el establecimiento de estándares.
• Tiene un efecto democratizador.
•
Hace la escolaridad internacionalmente compatible entre los países.
Entre los argumentos en contra de la estandarización,
se pueden mencionar los siguientes:
• Propicia el imperialismo cultural.
•
Alienta la homogenización cultural.
•
Puede contribuir a la adopción de estereotipos estériles.
•
Puede contribuir a reducir la autonomía de los sistemas educativos.
•
Puede conducir a la fuga de cerebros (sobre todo en los países
del Tercer Mundo).
• Alienta la disparidad de las estructuras sociales.
Diversidad y diferenciación
La diversidad ha sido uno de los temas más recurrentes en los
debates sobre el desarrollo, conducción y gestión de los
sistemas de educación superior en muchos países. Aunque
es evidente que las Instituciones de Educación Superior difieren
(o han diferido históricamente) unas de otras, en las últimas
décadas la creciente masificación de la educación
superior, la insuficiencia de recursos y la desregulación gubernamental
en algunos países, entre otros factores, han situado el aspecto
de la diversidad en el centro de las políticas de educación
superior. Desde esta perspectiva, una de las preguntas centrales que
la investigación sobre diversidad y convergencia se ha planteado
es: ¿Cómo estimular la diversidad evitando que las instituciones
converjan en alguna meta estándar preconcebida de la que es característica
la educación superior? (Meek et al., 2000:2).
La diversidad afecta todos los aspectos de la educación superior,
tales como la equidad en el acceso, los métodos de enseñanza-aprendizaje,
la prioridad de la investigación, la calidad de la administración,
las finanzas, la relevancia social, etc. En este sentido, como Meek y
sus colaboradores sostienen, la diversidad no puede ser entendida de
manera aislada sin considerar la forma como los gobiernos manejan y estructuran
sus sistemas de educación superior (Meek et al., 2000: 1).
Al nivel internacional es posible observar una gran variedad en cuanto
a formas de organización de los sistemas nacionales de educación
superior. Existen formalmente sistemas unificados en Australia y el Reino
Unido; divisiones formales entre instituciones universitarias y no universitarias
en Canadá, los Países Bajos y Alemania; los Estados Unidos
se caracterizan por su amplia gama de instituciones y programas académicos,
y los sistemas de Suecia y Finlandia parecen estar en una fase de transición.
Lo que vale la pena señalar de esta situación no es tanto
la diversidad en sí misma, sino los grados deseables de diversidad
y/o convergencia hacia los cuales empujan ciertas fuerzas a las instituciones
y/o sistemas de educación superior (Meek, 2000: 36).
Más aún, un incremento o reducción en el grado de
diversidad (o convergencia) es un producto de cómo las instituciones
responden a las presiones sociales, políticas, económicas
y otras del ambiente, presiones que ellas mismas ayudan a sacar y moldear
(Meek et al., 1996: 228).
Muchos autores tienden a considerar la diversidad como intrínsecamente
benéfica, concibiéndola como una respuesta de las instituciones
y sistemas de educación superior a lo que ha sido definido como
el “nuevo ambiente de políticas del sector público
de autoregulación y competencia del mercado” (Neave y Van
Vught citados por Meek, 2000: 25). Por ejemplo, Geiger, sostiene la hipótesis
de que: “cuando los recursos son apretados, el mercado es una fuerza
mucho más poderosa para la diferenciación de las instituciones
de educación superior y sus funciones que las políticas
y el control centralizados” (Geiger, 1996: 202). En la misma línea,
Birnbaum (1983) argumenta que mayor libertad institucional producirá mayor
libertad en los sistemas. En contraste, otros autores como Rhoades (1990),
Skolnik (1986), Maassen y Potman (1990) y Meek (1991), sostienen que
las normas académicas y los valores restringen la diversidad y
que la intervención del gobierno puede ser necesaria para incrementarla.
Específicamente, estos investigadores apuntan a los valores y
normas que operan dentro de las organizaciones académicas como
un obstáculo a ser superado por las políticas gubernamentales
a favor de la diversidad (Huisman y Morphew, 1998:5). Meek afirma que
los resultados de investigaciones preliminares indican que existen dos
factores que influyen de manera importante en la dirección de
la diversidad de la educación superior: “1) La forma en
la cual los gobiernos estructuran el ambiente de políticas y 2)
El poder relativo de las normas y valores académicos dentro de
las instituciones de educación superior”(Meek et al., 2000:
36).
No obstante, cualquiera que sea el papel atribuido al mercado o al gobierno
en el desarrollo de la diversidad, Neave observa que está “lejos
de ser universalmente admitido que la diversificación es necesariamente
benéfica” (Neave, 2000: 10). Y agrega: “Diversidad
y diferenciación, aunque algunos podrían verlas deseables,
tienen sus efectos perversos” (Neave, 2000: 13). Esto es: “Lo
que es una diversidad deseable dentro de la tradición política
anglosajona, puede también ser vista como una fragmentación
y balcanización de responsabilidad para aquellos quienes suscriben
la noción de educación superior como un instrumento de
la identidad nacional, como un poderoso instrumento en tiempos de cambio,
contra la exclusión social y económica” (Neave, 2000:19).
Dadas las implicaciones que se derivan de la diversidad de los sistemas
de educación superior, existe un conjunto de interrogantes que,
según Neave, no deberían estar ausentes de la discusión,
tales como: “¿diverso para qué? ¿diferenciado
para quién, para hacer qué?” Y, sobre todo, “¿cuál
es el grado óptimo de diversidad y diferenciación que un
sistema puede tolerar?” (Neave, 2000: 20).
Definiendo la diversidad y la diferenciación
Los estudios sobre la diversidad en la educación superior han
variado mucho en sus conceptualizaciones, antecedentes teóricos
y metodologías. De hecho, según Huisman (1996:138), un
análisis del uso de los conceptos de diversidad y diferenciación
en la educación superior pone de manifiesto que éstos han
sido utilizados a diferentes niveles (por ejemplo, a nivel del sistema,
por sectores, instituciones, programas de estudio, campos específicos,
etc.) y, por tanto, con frecuencia comportan diferentes significados.
Huisman distingue entre diferenciación, diversidad y diversificación.
El proceso de diferenciación puede ser entendido como el surgimiento
de “algo nuevo ”dentro del sistema de educación superior
bajo análisis, por ejemplo, la creación de un programa
de estudio en una institución específica (Huisman, 1996:140).
La diversidad es la “contraparte estática” al concepto
dinámico de diferenciación; y “se relaciona con la
variedad de entidades dentro del sistema” (Huisman, 1996:140).
La diversificación tiene que ver con el número de tipos
y/o dispersión de entidades atravesando tipos. Según este
autor, mientras la diversificación se relaciona con un incremento
de la diversidad del sistema, la homogenización se asocia con
una reducción de la diversidad” (Huisman, 2000: 43).
Por su parte, M. Trow señala: “Por diversidad en educación
superior yo entiendo la existencia de distintas formas de educación
postsecundaria, de instituciones y grupos de instituciones dentro de
un estado o nación que tienen diferentes y distintas misiones,
que educan y entrenan para diferentes vidas y carreras, que tienen diferentes
estilos de instrucción, están organizadas diversamente
y operan bajo diferentes leyes y relaciones con el gobierno” (Trow
citado por Meek, 2000: 3).
En su estudio empírico pionero sobre diversidad institucional,
Birnbaum (1983), utilizó seis variables relacionadas con el control,
el tamaño, la matrícula mínima, la proporción
de estudiantes mujeres, los tipos de programas y niveles de grados para
diferenciar entre colegios y universidades y medir la diversidad de una
muestra de instituciones de educación superior. Este autor concluyó que
pese al crecimiento sin precedente que tuvo la educación superior
norteamericana entre 1960 y 1980, la diversidad de los sistemas no se
incrementó. Aunque Birnbaum no investigó el efecto de la
interferencia gubernamental en materia de diversidad, recomendó políticas
que promovieran la diversidad mediante: a) la relajación de los
procesos de aprobación de programas; b) el establecimiento de
restricciones presupuestarias; y c) la búsqueda de asignaciones
libres (por ejemplo, a través de la identificación de programas
de grado que la universidad puede ofrecer). Las recomendaciones de Birnbaum
retoman sus conclusiones de que “las políticas que promueven
la libertad organizacional tiene la probabilidad de producir sistemas
con mayor diversidad” (Huisman y Morpew, 1998: 5).
Según Meek, existen muchos tipos de diversidad (por ejemplo, programática,
sistémica, procedimental, etc.), que requieren definición
precisa, particularmente si el ejercicio es la medición de la
diversidad” (Meek, 2000: 2-3).
Para David Dill y P. Teixeira (2000: 99), en muchas partes del mundo
que han experimentado “masificación” o expansión
de los sistemas de educación superior, el término diversidad
ha sido utilizado para aludir a la variedad en la organización
o productos de la educación superior; diferencias entre programas
o servicios proporcionados por instituciones académicas, y diferencias
entre los tipos de instituciones.
Según estos autores, es posible distinguir los siguientes tipos
de diversidad:
• Diversidad institucional: en tamaño, tipo o misión;
en perfiles de programas; en tipos de control (público o privado),
en localización.
•
Diversidad de programas: en temas o campos; en nivel de grados académicos
(primero, segundo, tercer grado); en orientación (teórica/aplicada;
investigación/vocacional); en calidad; en formas de enseñar
los programas.
• Diversidad de producto o de programa: puede ser definida en muchas formas
pero alude principalmente la diversidad entre tipos de instituciones
y diversidad entre programa (Dill y Teixeira, 2000:99).
Cabe aclarar que en la mayor parte de los estudios
la medición
de la diversidad –o la definición de indicadores o aspectos
que permitan determinar si hay aumento y/o reducción de la diversidad–,
constituye un importante reto metodológico. Por ello, no hay que
perder de vista, como apuntan Dill y Teixeira, que: “La operacionalización
particular de la diversidad depende en alguna extensión de los
propósitos de la investigación” (Dill y Teixeira,
2000: 99).
Aunado a lo anterior, en los últimos lustros mucha de la investigación
sobre diversidad en educación superior ha adoptado una perspectiva
cada vez más política, es decir, la “diversidad” en
la educación superior ha sido percibida generalmente como “un
valor social o público similar a la equidad o la eficiencia y,
por tanto, como un resultado a ser buscado en el interés del público” (Dill
y Teixeira, 2000: 99). Partiendo de este supuesto, quienes elaboran las
políticas públicas han asumido que a través de la
diversidad institucional o de programas alentados por el mercado, es
posible lograr una mejor asignación de recursos y, por tanto,
mayores beneficios económicos para la sociedad. En contraste,
hay quienes piensan que estos propósitos pueden ser mejorados
mediante una mayor intervención gubernamental. Sea cual fuere
el caso, el hecho es que hace falta analizar la diversidad desde otras
perspectivas (sociológica, histórica, económica,
etc.) (Dill y Teixeira, 2000:100). La investigación también
ha evaluado los posibles indicadores de la diversidad de programas como
una forma de orientar las decisiones de política pública.
Enfoques para el estudio de la diversidad
De acuerdo con Meek, et al. (1996), es posible
distinguir tres grandes perspectivas teóricas sobre la diversidad:
• La perspectiva interna (Burton Clark)
•
La perspectiva sistémica (Guy Neave)
• La perspectiva ambientalista (Van Vught)
La perspectiva interna
Partiendo de su análisis del sistema de educación superior
de 1983, Clark afirma que la disciplina académica es el motor
que invariablemente conduce a las instituciones y los sistemas de educación
superior a la diferenciación (Clark, 1996:17).
Argumenta que la educación superior está “condicionada
por una división del trabajo” basada en una cada vez mayor
diferenciación del conocimiento profesional y la expertise, y
ello conduce inevitablemente hacia una creciente “diferenciación,
diversidad y desintegración” estructural dentro y entre
las instituciones de educación superior.
Para Clark, la disciplinaridad basada en el imperativo de la investigación
es “la fuerza más poderosa no controlada ni controlable,
que conduce a la divergencia de la educación superior, aun si
se consideran las políticas gubernamentales” (Clark, 1996:
17).
Adoptando la clasificación de Metzenger, Clark enumera cuatro
procesos implicados en la fragmentación disciplinaria: 1) Partición
de temas (desarrollo de nuevos campos separados de los viejos); 2) Afiliación
a programas (acoplamiento de campos profesionales); 3) Dignificación
de temas (inclusión de temas o materias de bajo estatus anteriormente
excluidas); 4) Dispersión y/o extensión de temas (Clark,
1996: 17-18).
Clark concluye afirmando que la “educación superior es una
sociedad diferenciada por excelencia”, y que mediante su adaptación
a los “cambiantes contornos del conocimiento en expansión
y altamente especializado”, se crean más variedad de “tribus” (disciplinas)
académicas. Por lo tanto, “la dinámica de la diferenciación
es una poderosa raíz motivo de la tendencia de la educación
superior a ser una sociedad autodirigida”. Los gobiernos y patrocinadores
crecientemente verán la educación superior como una “arena
contenciosa” altamente resistente al mando y el control (Clark,
1996: 24).
La perspectiva sistémica
A diferencia de Clark, Neave centra su atención sobre la educación
superior a los niveles nacional y supranacional. También difiere
de Clark, cuyo punto focal es la diferenciación. Neave se concentra
en las fuerzas que trabajan para y en contra de la “homogenización” y
la “integración”, presentando ambos conceptos como
tipos ideales, los cuales, al igual que sus opuestos, “diversificación” y “diversidad”,
no se alcanzan en la vida real (Neave, 1996: 27).
Para Neave, ningún grupo de conceptos es lineal”, es decir, “ninguna
institución o sistema de educación superior se mueve inevitablemente
hacia la homogenización, o bien, hacia la diversificación.
Según este autor, lo que se da más bien, es un proceso
continuo de oscilación entre extremos polares (Neave, 1996: 27).
Otro aspecto importante de la discusión es aquel relacionado con
la dinámica del sistema de educación superior en una u
otra dirección. En este punto, sin embargo, es necesario tener
presente que las tendencias hacia la convergencia y/o diferenciación,
dependen mucho del nivel de análisis y de agregación o
de desagregación de que trate. En otras palabras, lo que puede
ser visto como convergencia al nivel del sistema, puede ser interpretado
como diferenciación al nivel de instituciones, disciplinas o programas
de estudio (Neave, 1996: 27).
Neave sostiene que “a nivel del sistema, el grado de homogenización
o convergencia ha sido tradicionalmente un producto de las relaciones
entre la educación superior y los gobiernos nacionales particulares”.
Sin embargo, con el establecimiento de la Unión Europea (UE) se
ha introducido una nueva “dimensión supranacional” para
la coordinación de la educación superior entre los países
europeos continentales. De acuerdo con Neave, el fortalecimiento de la
dimensión europea, particularmente en lo que se refiere a remover
los obstáculos a la movilidad de los estudiantes entre países,
tiene un fuerte impacto en los sistemas nacionales de las directivas
supranacionales, y está dando lugar al establecimiento de alguna
forma de estandarización y, por lo tanto, generando presiones
hacia la homogenización (Neave, 1996: 28-29).
Para fortalecer su argumentación, Neave introduce el concepto
de “ley de resultados anticipados”, cuya aplicabilidad va
más allá del contexto europeo. Para Neave, la ley de resultados
anticipados es uno de los factores más importantes de cambio del
sistema debido a que: al operar al nivel institucional, da la impresión
de ser una decisión autónoma más que obligada y
da la impresión de ser un cambio surgido desde la raíz,
cuando muy frecuentemente es una respuesta reactiva a presiones ejercidas
desde arriba (Neave, 1996: 29). Como Meek y Wood lo expresan:
La ley de resultados anticipados opera al nivel institucional, dando
la impresión de acción institucional autónoma a
lo que es de hecho una reacción institucional a las fuerzas externas
reales o anticipadas, directivas o eventos. Las instituciones interpretan
lo que es o será requerido por la política del gobierno
y actúan consecuentemente, haciendo considerablemente difícil
determinar si los cambios son conducidos desde abajo o impuestos de arriba-abajo
(Meek y Wood, 1997: 265).
En otro de sus trabajos sobre el tema, Neave sostiene que “diversidad
y diferenciación figuran como parte de las fuerzas históricas
que han formado a la educación superior” (Neave, 2000: 7).
Para él, existen diferencias fundamentales en la forma como la
diversidad, la diferenciación y la competencia son consideradas.
Desde su perspectiva, “La diversidad (la condición), diversificación
(el proceso) y la diferenciación (el resultado)”, llevan
implícitas distintas visiones sobre lo que deben ser las relaciones
entre el gobierno, la educación superior y la sociedad.
Al examinar las causas de este fenómeno en fechas más recientes,
Neave sostiene que “la demanda de las masas por educación
superior” es uno de los factores más poderosos que estimula
la diversidad institucional, la segmentación del sistema y la
diversidad de programas (Neave 2000) Por el contrario, el prestigio académico
y las normas profesionales de la academia constituyen una poderosa palanca
que actúa en dirección opuesta a la diferenciación,
tornándose incluso en su enemigo, esto es, la “homogenización
imitativa” (Neave, 2000). Dicho más claramente, a diferencia
de Clark, quien cree que la naturaleza diferenciadora de la profesión
académica es la que imprime su diversidad a la educación
superior, Neave piensa que el profesionalismo actúa en dirección
de la homogenización. Es decir, los grupos profesionales –tales
como aquellos de los campos como ingeniería, medicina o contabilidad– pueden
reforzar su grado de uniformidad dentro de la academia, particularmente
con respecto al curriculum, a través de su poder de reconocimientos,
registro y acreditación. Este tipo de grupos profesionales son
simultáneamente fuerzas de diferenciación al proliferar
en grupos, y fuerzas de homogeneidad al ejercer poder sobre sus miembros
y establecer el contenido de su entrenamiento para alcanzar su membresía.
La perspectiva ambiental
El enfoque explicativo que Van Vught propone,
se basa en tres grandes perspectivas de la teoría organizacional: la ecología de
la población; la dependencia de recursos y el isomorfismo institucional
(Van Vught, 1996: 43).
Van Vught comienza estableciendo una clara distinción entre diversidad
y diferenciación. Adoptando las definiciones conceptuales desarrolladas
por Huisman, Van Vught señala: “Diversidad es un término
que indica la variedad de entidades dentro de un sistema. Mientras que
diferenciación denota un proceso dinámico, diversidad se
refiere a una situación estática. Diferenciación
es el proceso en el cual nuevas entidades en un sistema emergen; diversidad
se refiere a la variedad de entidades en un punto específico en
el tiempo” (Van Vught, 1996: 43).
La ecología de la población –basada en la teoría
evolucionista darwiniana– se centra “en las fuentes de variabilidad
y homogeneidad de las formas institucionales”, y al hacerlo pone
mucha atención en la “dinámica de la población”,
particularmente en “los procesos de competencia entre diversas
organizaciones por recursos limitados tales como la membresía,
el capital y la legitimidad” (Van Vught, 1996: 43).
La perspectiva de la dependencia de recursos hace hincapié en
los procesos de interacción entre organizaciones y sus ambientes.
Esto es, asume que las organizaciones son dependientes de sus ambientes,
pero que también pueden influir en ellos. Lo anterior significa
que las organizaciones no sólo se esfuerzan por adaptarse a su
ambiente, sino también por transformarlo” (Van Vught, 1996:43).
Por último, el enfoque del isomorfismo institucional asume que,
con objeto de sobrevivir, las organizaciones tienden a adaptarse a la
existencia y presiones de otras organizaciones en su ambiente. “Este
proceso de adaptación tiende a conducir a la homogenización,
cuando las organizaciones reaccionan de forma más o menos similar
a condiciones ambientales uniformes”. Esto es: “El isomorfismo
es un proceso restrictivo que fuerza a las organizaciones a asemejarse
a otras organizaciones que enfrentan el mismo conjunto de condiciones
ambientales” (Van Vught, 1996: 43).
Siguiendo a Powell y DiMaggio, Van Vught destaca tres mecanismos por
medio de los cuales es posible el cambio institucional isomorfo: 1) el
isomorfismo coercitivo, que obedece a influencias políticas y
problemas de legitimidad; 2) el isomorfismo mimético, que deriva
de respuestas estándares a la incertidumbre, y 3) el isomorfismo
normativo, relacionado con el profesionalismo5.
Tomando en cuenta estos componentes, Van Vught se orienta al estudio
de los procesos de diferenciación y diversidad de los sistemas
de educación superior, lo cual implica abordar el análisis
desde una perspectiva de la diversidad externa, más que de las
instituciones y/o funciones (enseñanza o investigación),
llevadas a cabo por ellas (es decir, desde la diversidad interna).
Van Vught examina la educación superior concibiéndola como
un sistema compuesto por varios subsistemas (autoridades coordinando
sectores, instituciones, etc.), ubicados todos ellos dentro de un gran
sistema, constituido por ambientes sociales, económicos y políticos.
El sistema de educación superior es abierto en el sentido de que
hay una interacción continua con el ambiente en términos
de insumos de recursos (estudiantes, dinero, personal, etc.) e insumos
de productos (graduados, resultados de investigación, servicios,
etc.). A partir de esta interacción Van Vught desprende un primer
supuesto teórico según el cual: “Las organizaciones
de educación superior reciben insumos de, y producen productos
para sus ambientes” (Van Vught, 1996: 50). Es decir, las instituciones
tienden a aceptar ciertos valores, estructuras y procesos que son importantes
en y para el ambiente.
Usando el enfoque de sistema abierto como telón de fondo van Vught
incorpora los supuestos de la ecología de la población,
la dependencia de recursos y los modelos de isomorfismo institucional,
con los cuales configura un marco teórico específico que
le permite analizar en detalle las interacciones entre lo institucional
y lo ambiental.
Así, de la ecología de la población Van Vught deriva
el supuesto de que: “A fin de sobrevivir, las organizaciones de
educación superior necesitan asegurar una continua y suficiente
oferta de recursos de sus ambientes” (Van Vught, 1996: 51). Otro
supuesto es que: “Cuando la escasez de recursos existe, las organizaciones
de educación superior compiten unas con otras para asegurar una
continua y suficiente oferta de recursos” (Van Vught, 1996: 52).
El último supuesto contemplado por Van Vught es que: “Las
organizaciones de educación superior influyen y son influidas
por sus condiciones ambientales” (Van Vught, 1996: 53).
A partir de los supuestos mencionados, Van Vught deriva dos proposiciones
teóricas fundamentales para su enfoque:
Proposición 1: Cuanto más grande es la uniformidad de las
condiciones ambientales de las organizaciones educación superior,
más bajo es el nivel de diversidad del sistema de educación
superior.
Proposición 2: Cuanto más grande es la influencia de las
normas y valores académicos en la organización de la educación
superior, más bajo es el nivel de diversidad del sistema de educación
superior (Van Vught, 1996: 54).
Al decir de van Vught, los factores clave que uno puede encontrar en
la literatura sobre educación superior para probar estas proposiciones
son la capacidad de los profesionales para definir y defender las normas
académicas y los valores relevantes para las organizaciones de
educación superior, así como la extensión a la cual
tales normas y valores guían la conducta imitada por las instituciones
de estatus más bajo (lo que Riesman denomina flujo académico6)
(Van Vught, 1996: 54).
Asimismo, para van Vught, las proposiciones anteriores muestran que la
verdadera ocurrencia del proceso de diferenciación o desdiferenciación,
debe ser explicado por la combinación de las condiciones ambientales
(externas) y las características organizacionales (internas).
Como afirma: “[...] la tensión entre las fuerzas incrementando
o reduciendo la diferenciación o la fusión de estas fuerzas,
pueden ofrecer una coherente explicación de los procesos de diferenciación
o desdiferenciación y por lo tanto, para los niveles más
altos o bajos de diversidad externa en un sistema de educación
superior” (Van Vught , 1996: 54-55).
Resumiendo, el principio básico del enfoque de Van Vught es que
las instituciones constantemente revisan el ambiente para identificar
oportunidades y riesgos con el fin de obtener recursos (particularmente
de tipo financiero), esenciales para su sobrevivencia. Desde esta perspectiva,
aquellas instituciones que “leen” el ambiente correctamente
sobreviven, aquellas que no lo hacen, perecen. El mecanismo de explicación
descansa –de acuerdo con Van Vught– en la “adecuación
entre las condiciones particulares del ambiente y las características
específicas de una organización” (Meek et al., 1996:
210).
Sin embargo, hay tener presente que el ambiente no es estático,
y que el cambio ambiental puede afectar instituciones aparentemente bien
adaptadas en un punto en el tiempo, poniéndolas en riesgo en otro
momento, según sea el grado de alteración de las condiciones
ambientales. En este sentido, Meek y sus colaboradores señalan
que la clave para los enfoques de dependencia de recursos/ecología
de la población es la noción de ambiente e interacción
institucional. Pero el ambiente no es necesariamente unitario. En otras
palabras, de acuerdo con Van Vught, las instituciones de educación
superior sujetas a las mismas condiciones ambientales tienden a actuar
de la misma manera, mientras aquellas sujetas a diferentes condiciones
ambientales tienden a actuar diferente (Meek et al., 1996: 211).
Según Meek et al., lo interesante en este enfoque, es “cómo
las poblaciones más grandes de las instituciones cambian (o mejor
se adaptan para adecuarse al ambiente) en términos de un proceso
secuencial en tres etapas de variación, selección y retención”.
Sin embargo, el enfoque de la ecología de la población
no “necesariamente implica un movimiento lineal hacia la diversidad
siempre incrementada”. Mediante los procesos de variación,
selección y retención, la conducta institucional puede
resultar en homogeneidad del sistema o población así como
en un creciente número de instituciones copiando estrategias exitosas
de sus competidores, dando también lugar al isomorfismo institucional
(Meek et al., 1996: 210-211).
Por consiguiente, como afirman Meek y sus colaboradores: “Desde
esta perspectiva, la coordinación de la educación superior
se da tanto por medio de la legislación y la regulación
sino como un producto de la competencia global por recursos escasos entre
subsistemas, instituciones en particular y el ambiente” (Meek et
al., 1996: 210).
Van Vught postula que “cuanto más grande la uniformidad
de las condiciones ambientales de las organizaciones de educación
superior, cuanto más bajo el nivel de diversidad del sistema de
educación superior” (Van Vught, 1996: 54).
Este autor también sostiene que “el nivel de influencia
de las normas y valores académicos en una organización
de educación superior está relacionada (por medio ya sea
del profesionalismo académico o conducta imitadora) con el nivel
de diversidad del sistema de educación superior [...]”.
El isomorfismo normativo es el resultado de la profesionalización
y la profesionalización lleva a la homogeneidad, porque el entrenamiento
profesional produce una cierta semejanza en los antecedentes profesionales
y porque la membresía de los cuerpos profesionales estimula tal
semejanza. Como Meek lo interpreta, “la competencia del mercado
entre instituciones en el mismo ambiente político resulta en emulación
y convergencia de normas y valores académicos” (Meek, 2000:
12-13).
De acuerdo con este autor, este enfoque tiene varias ventajas. En primer
término, da expresión teórica a lo que se conoce
intuitivamente: que en cada institución de educación superior
y sistema hay un grado de homogeneidad e integración que los hace
identificables y les permite funcionar como entidades. “No puede
haber un sistema sin al menos un grado de integración”.
En segundo término, se concibe al sistema y a sus partes componentes
en forma dinámica, siempre en interacción con el ambiente
desde el cual surgen cambios. Por último, lo anterior sitúa
las interacciones dentro de un conjunto particular de relaciones, es
decir, aquellas que implican competencias por recursos (Meek et al.,
1996: 210).
Convergencia y diferenciación: el caso de México
En México, los estudios sobre diferenciación en la educación
superior tienen una larga trayectoria, en contraste con la investigación
sobre convergencia que es más reciente. Sin pretender ser exhaustivo,
es posible trazar a grandes rasgos la ruta seguida por estos trabajos.
Entre los primeros autores que se abocaron al análisis de los
procesos de diferenciación en la educación superior (aunque
sin utilizar expresamente este concepto), cabe mencionar a Urquidi y
Lajous (1967), quienes pusieron de manifiesto la desigual distribución
de la matrícula, la transferencia de habilidades y conocimiento
del extranjero, así como la oferta diferencial de personal profesional,
técnico y científico que egresaba de las universidades
y tecnológicos.
En los años setenta, adoptando una perspectiva de análisis
similar, Castrejón Diez (1979) examinó el fenómeno
de la masificación de la educación superior y su impacto
diferencial sobre las políticas e instituciones universitarias
y tecnológicas de enseñanza superior, tanto a nivel estatal
como regional.
Durante la década de los años ochenta, autores como Fuentes
Molinar (1986), Muñoz Izquierdo (1990) y Mendoza Rojas (1981),
analizaron también los procesos de diferenciación y segmentación
que estaban teniendo lugar en el sistema de educación superior
mexicano, derivados del surgimiento de la universidad de masas así como
de las políticas de modernización de la educación
superior. En un contexto de acelerados cambios científico-tecnológicos,
Padua (1988), identificó un conjunto de factores que presionaban
al cambio de la educación superior, enfatizando también
la heterogeneidad institucional, académica, jurídica, administrativa,
así como la diferenciación en el desempeño, que
caracterizaba a las instituciones de educación superior del país.
En los últimos lustros, el análisis del sistema de educación
superior desde la perspectiva de la diferenciación y/o diversificación
se ha consolidado. Entre los autores que más han contribuido al
afianzamiento de este enfoque destacan Rollin Kent (1993 y 1997) y Gil
et al. (1994), quienes en diversos trabajos han examinado el proceso
de cambio institucional desde una posición de relativa homogeneidad
estructural (a principios de los años sesenta), a una situación
de creciente diferenciación institucional, académica y
presupuestal en los años noventa.
Planteamientos similares han sido sostenidos también por Muñoz
y Rodríguez (2000:130), para quienes “los procesos de diferenciación
y diversificación han sido unos de los medios que las instituciones
encontraron para contender con las exigencias internas y externas de
cambio y para continuar como las estructuras de investigación
y enseñanza más importantes”.
En el caso de la educación superior tecnológica, los análisis
realizados por de Ibarrola, Bracho (1994), Vargas Leyva (2003) y Didou
(2002), han puesto de manifiesto la preocupación de las políticas
públicas de la última década por promover la diversificación
y la diferenciación interna y externa, tanto al nivel del sistema
como de instituciones concretas (institutos tecnológicos federales,
descentralizados, universidades tecnológicas y, más recientemente,
universidades politécnicas).
En contraste con la gran cantidad de análisis basados en la perspectiva
de la diferenciación y/o diversificación, los estudios
sobre convergencia han sido más bien escasos. Con todo, en los últimos
años algunos investigadores –principalmente economistas– se
han interesado en aquélla. En este sentido, cabe mencionar el
trabajo de Esquivel (1999), quien analiza la convergencia de los niveles
de bienestar en diversas entidades de México, considerando el
papel de la educación en la disminución de las disparidades
regionales.
En la misma línea de reflexión, se puede citar el trabajo
de Díaz Bautista y Díaz Domínguez (2003), quienes
analizan el grado de convergencia o divergencia salarial entre las regiones
de México, los Estados Unidos y Canadá, considerando variables
de capital humano, tales como el porcentaje de personas que no saben
leer y escribir, el porcentaje de personas con primaria, con algún
año de secundaria, secundaria terminada, preparatoria y universidad.
A pesar de estos esfuerzos, los trabajos en esta línea son todavía
incipientes.
En resumen, puede afirmarse que, en contraste con lo que sucede en los ámbitos
europeo y anglosajón, donde la discusión teórica
y conceptual sobre convergencia y diferenciación tradicionalmente
ha sido muy intensa, en el medio mexicano el interés se ha centrado
más alrededor de la diferenciación y su medición
y constatación empírica, tanto a nivel del sistema de educación
superior como de políticas, estructuras institucionales, curricula
y credenciales educativas.
Conclusiones
Uno de los temas más relevantes hoy en día, es el análisis
de los procesos de convergencia y/o diferenciación. En Europa,
la idea de convergencia ha estado presente desde el inicio del proyecto
de unificación de ese Continente durante la década de 1950,
mientras que en otras regiones (como Norteamérica), o países
(como los Estados Unidos o Inglaterra) la búsqueda de la diferencia
ha constituido una característica nacional.
Derivado de esta problemática, en las últimas décadas
se ha planteado el tema de la convergencia y/o diferenciación
de los sistemas educativos, particularmente de los sistemas de educación
superior. El supuesto básico es que, en un contexto caracterizado
por fenómenos como la creciente globalización económica,
la revolución científico-tecnológica, la explosión
de nuevas tecnologías de la información y la comunicación,
la liberalización de los mercados, el acotamiento de la acción
del Estado y, por contraste, una participación más extendida
de los organismos supranacionales como el BM y la OCDE, todo ello estaría
dando las condiciones para una mayor convergencia de políticas,
sistemas, instituciones y curricula de educación superior. Por
lo tanto, mientras la convergencia contribuiría significativamente
a la homogeneización y estandarización de la enseñanza
superior a nivel internacional, al reducir las diferencias entre países,
la divergencia o diferenciación conservaría las particularidades
de la educación superior de cada país o región.
Hablar de convergencia y divergencia o diferenciación, necesariamente
implica comparar tendencias de cambio entre dos o más naciones
o sociedades en relación con sus sistemas escolares. Pese a que
cada una de estas tendencia tiene la virtud de alentar y estimular la
competencia y propiciar innovaciones institucionales, organizacionales
y curriculares, cada uno de estos enfoques plantea problemas cuando se
trata de aplicarlo a situaciones concretas. En efecto, para comenzar,
en la realidad las cosas no son tan sencillas, encontrándose incluso
simultáneamente convergencia y diferenciación, según
el nivel de análisis de que trate (es decir, al nivel de las políticas,
del sistema de educación superior, de instituciones concretas,
de curriculum, etcétera).
En segundo lugar, problema importante surge cuando se intenta establecer
definiciones significativas de convergencia y divergencia. Desde cierta
posición, la convergencia se produciría cuando las políticas
o reformas llevadas a cabo en ciertos países irían en la
misma dirección, pero esto no es necesariamente cierto, ya que
la unidireccionalidad o uniformidad de las medidas no asegura los mismos
resultados, en los mismos tiempo, para todo sistema o tipo de institución.
En tercer término, el estudio de las convergencias y divergencias
en las estructuras y prácticas reales en el curso del tiempo,
enfrenta considerables problemas metodológicos, especialmente
en lo que se refiere a la comparabilidad de las definiciones adoptadas
y a su medición cuantitativa.
Una cuarta limitación de estos enfoques, es la falta de operacionalización
de algunos de sus conceptos clave. Por ejemplo, en la mayoría
de los estudios sobre diversidad ésta no ha sido medida ni se
han definido los criterios acerca del grado en el cual es deseable un
incremento o un decremento de la diversidad.
Otro aspecto crítico o desacuerdo entre los partidarios de estas
teorías, se refiere al hecho de si la acción del gobierno
inhibe la diversidad. Mientras algunos autores sostienen que las normas
académicas y los valores restringen la diversidad, otros argumentan
que la intervención del gobierno puede ser necesaria para incrementarla.
Algo similar sucede con la pregunta de en qué medida convergencia
o diferenciación facilitan o inhiben el acercamiento de la educación
superior al mercado.
Finalmente, en el trabajo se puso de manifiesto cómo, en el caso
de México, la mayor parte de los estudios ha girado en torno a
la constatación empírica de la diversidad, más que
de la convergencia. No obstante, el surgimiento de un nuevo contexto
común caracterizado por la globalización, la revolución
tecnológica, etcétera, está obligando a los estudiosos
a plantearse cada vez más el análisis de convergencia con
mayor amplitud y profundidad.
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OPCIONES DE FINANCIAMIENTO
DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR
EDUARDO SÁNCHEZ MARTÍNEZ
El presente texto sirvió de base para la conferencia del autor
en el Seminario Internacional “La Educación Superior en
Debate”, organizada por la Organización de Estados Iberoamericanos,
el IESALC-UNESCO y el Consejo Nacional de Educación y Cultura
de Paraguay, Asunción, 21 y 22 de noviembre de 2003.
Correo-e: sanchezmartinez@onenet.com.ar
·
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
Introducción
Entre las variados desafíos que plantea la educación superior
en nuestros días, el del financiamiento ocupa sin duda un lugar
sobresaliente. Aunque las agendas de políticas públicas
cambian según los países y según los momentos históricos –y
hoy cambian con velocidad creciente, a menudo poniendo y sacando temas
con independencia de su pertinencia y de que hayan o no encontrado una
respuesta–, en el campo de la educación superior el financiamiento
aparece, infaltable, como una cuestión siempre presente, como
un tema de todas las agendas. Y ello se debe, entre otras razones, a
la crónica escasez de fondos para un área en la que se
observa una demanda en ascenso y a la vez unos costos crecientes, a la
imposibilidad de pensar seriamente en llevar adelante nuevos emprendimientos
y plantear objetivos de desarrollo y mejoramiento si no se dispone de
los medios imprescindibles, y a la consecuente necesidad de contar con
más recursos para todo ello.
Si el financiamiento de la educación superior, y en particular
de las universidades públicas, es un problema en todo el mundo,
en los países periféricos es un problema ciertamente crítico,
que plantea un conjunto amplio de dilemas y de opciones entre las cuales
se debe en algún momento decidir, lo sepamos o no.
Mi propósito en estas líneas es analizar brevemente algunas
de esas opciones, situándome en la perspectiva de los que tienen
que tomar decisiones al respecto, de los que tienen que elegir entre
alternativas sin desentenderse de los datos de la realidad, que muchas
veces son de hierro, y que suelen distar por lo tanto de las alternativas
que idealmente nos gustaría que existieran. Analizaré sucintamente
tres opciones relevantes:
Primera opción: ¿se debe invertir más en educación
superior o el acento se debe poner en los otros niveles educativos o
en otras áreas y prioridades sociales?
Segunda opción: ¿debe privilegiarse la inversión
pública o se debe más bien dejar la inversión en
educación superior en manos del sector privado?
Tercera opción: ¿los recursos deben asignarse en función
de criterios históricos, de tipo inercial y negociado, o deben
vincularse en cambio al desempeño de las instituciones?
¿Por qué invertir más
en educación superior?
En términos generales, la inversión en educación
superior en los países latinoamericanos es baja o muy baja si
la comparamos con la de países más avanzados. Ocupamos
en efecto un lugar que está bastante por debajo de las naciones
medianamente desarrolladas, es algo así como la mitad de lo que
en promedio destinan a las universidades los países de la OCDE,
y apenas una cuarta parte de lo que gastan en ese sector las sociedades
más avanzadas. Aunque las realidades varían y hay que ser
cauto con las comparaciones, los datos muestran que, más allá de
los discursos, no estamos considerando que la educación superior
sea realmente una prioridad importante.
Desde una visión sectorial, es fácil argumentar que se
deben asignar más fondos a la educación superior, o por
el contrario, que no se justifica asignarle más recursos, según
cual sea el sector desde el cual se mire. Pero desde una visión
de conjunto, como la que deben tener quienes deciden, ¿se debe
invertir más en educación superior?, ¿es realmente
una prioridad frente a otras prioridades y demandas de la sociedad, acaso
más urgentes o más justificadas desde el punto de vista
de la equidad o incluso desde la perspectiva de impulsar en lo inmediato
procesos de reactivación y crecimiento económico?
El interrogante no tiene una respuesta simple ni fácil y de hecho
constituye uno de los dilemas más complejos que en todas partes
deben enfrentar los responsables de las decisiones macro políticas.
En busca de una respuesta analizaré cuatro razones. Dos de ellas,
por así decir clásicas, han argumentado tradicionalmente
a favor de una baja prioridad, aunque hoy están siendo fuertemente
cuestionadas. Y dos, más actuales, aportan argumentos sólidos
a favor de una mayor prioridad para la educación superior. Observando
el debate en la actualidad, podríamos decir que en el fondo las
cuatro razones terminan por potenciarse para hacer ver la necesidad de
tener una mirada estratégica de largo plazo, que exige prestar
mayor atención al financiamiento de la educación superior.
Los argumentos tradicionales
y su cuestionamiento
Hay dos argumentos que tradicionalmente se han
conjugado para justificar una baja prioridad para la educación superior a la hora de asignarle
recursos: uno deriva del análisis económico y otro tiene
que ver con una legítima preocupación por la equidad.
Una de las vertientes del análisis económico de la educación
ha puesto mucho el acento en las llamadas “tasas de retorno” de
la inversión en el campo educativo, es decir, en el cálculo
de la rentabilidad económica a largo plazo, tanto individual como
social, de la inversión en educación. Comparando los recursos
que una persona destina en el presente a educarse con los ingresos económicos
diferenciales que puede obtener en el futuro según el nivel educativo
que haya alcanzado, se obtiene una aproximación al retorno que
produce su inversión. Y lo mismo puede hacerse a nivel agregado,
estimando el rendimiento diferencial que la inversión pública
logra según se destine a la educación de nivel primario,
a la educación secundaria o a la educación superior.
Hasta hace un tiempo, el resultado de esos análisis mostraba,
de modo bastante consistente, que la inversión en educación
básica ofrecía, en general, tasas de retorno más
elevadas que la inversión en educación secundaria. Y que éstas
eran por su parte superiores a las que se observaban en la educación
superior (véanse, entre otros, Psacharopoulos & Woodhall,
1986; Psacharopoulos, 1994). En consecuencia, según este razonamiento
y sus resultados, era más conveniente invertir en educación
básica que en educación superior y de hecho ésta
es aún una de las recomendaciones de algunos economistas para
quienes deben tomar decisiones en esta materia.
Los argumentos relacionados con la equidad son de otro orden pero parecieran
arribar a conclusiones similares. En este caso el razonamiento parte
de dos datos que no se pueden desconocer. Por un lado, se dice, la educación
universitaria de carácter público es sostenida por todos,
ricos y pobres, a través de los impuestos que cada ciudadano debe
pagar y que luego el Estado destina en parte al sostenimiento de la educación
superior. Pero, por otro lado, está también la evidencia
de que no todos los sectores sociales se benefician en igual medida con
la educación universitaria. De hecho, son los estratos superiores
de la sociedad los que más probabilidades tienen de tener acceso
y de avanzar en los estudios de ese nivel. Quienes provienen de los estratos
desfavorecidos tienen muchas menos oportunidades de acceder al nivel
superior y los que llegan tienen menos probabilidades de concluirlos
y de obtener luego una buena inserción en la estructura ocupacional.
Por lo tanto, se concluye, no parece lógico que el Estado destine
más fondos públicos para financiar un servicio que será predominantemente
aprovechado por quienes tienen más recursos. La prioridad, desde
el punto de vista de la equidad, pareciera en consecuencia que debe apuntar
a la educación básica y no a la educación superior.
Los dos argumentos –el del rendimiento y el de la equidad– están
siendo hoy objeto de un creciente cuestionamiento. En cuanto al primero,
si dejamos de lado que hoy los datos de diversas economías ya
no se ajustan a las conclusiones que tradicionalmente señalaba
el análisis de las tasas de retorno mencionado antes, está el
hecho de que sólo se trata, en el mejor de los casos, de una visión
parcial, reduccionista, aun desde la perspectiva económica, insuficiente
por lo tanto como fundamento único de decisiones que debieran
tener en cuenta la enorme complejidad de la problemática y de
los impactos sociales del desarrollo de la educación superior.
Es interesante en este sentido el análisis de un grupo de trabajo
conformado por trece reconocidos especialistas, al que la UNESCO y el
Banco Mundial –que ha orientado mucho sus políticas de préstamos
en este tipo de conclusiones– le encargaran el examen de los riesgos
y promesas de la educación superior en los países en desarrollo
(Task Force, 2000). Según la opinión de estos expertos,
los argumentos económicos tradicionales se basan en una comprensión
cuando menos limitada de la contribución de la educación
superior al desarrollo de la sociedad, considerando que la gente educada
sólo es valiosa por sus mayores ganancias y los mayores impuestos
que pueden aportar al Estado. Además, estiman que los rendimientos
o retornos sociales de la inversión en educación superior
son sustanciales y exceden los retornos privados por un margen más
amplio que el que se suponía. Conclusión esta que concuerda
con la de otros especialistas, que señalan que la tasa social
de retorno de la educación superior es frecuentemente subestimada
por carencia de mediciones de las externalidades positivas que ella aporta
más allá de la formación de grado (Birdsall, 1996).
Además, los retornos privados de la educación superior
están creciendo, y si en la estimación se pudieran incluir
las externalidades, las tasas sociales de retorno serían seguramente
más altas que las tasas privadas (Psacharopoulos & Patrinos,
2002).
En cuanto al argumento de la equidad, en mi opinión no puede desecharse
fácilmente en países donde quienes más se benefician
con la educación universitaria son los sectores de mayores ingresos7.
Pero, además de que no se deben dejar de lado otras externalidades
positivas del desarrollo de la educación superior, no es un argumento
que deba llevar necesariamente a reducir su prioridad. Debiera conducir,
más bien, a desarrollar políticas que, haciéndose
cargo del posible efecto negativo que una mayor inversión en este
nivel de la enseñanza puede tener en la equidad, apunten a poner
en marcha sistemas de financiamiento que promuevan la incorporación
del aporte de esos sectores y fortalezcan así la igualdad de oportunidades.
Por otra parte, me parece que el argumento de que la inversión
en educación superior tiene finalmente un carácter inequitativo,
pierde mucho de su peso y termina por desvanecerse en las sociedades
donde el acceso a este nivel de la enseñanza tiende a universalizarse.
Porque si todos, o casi todos, cualquiera sea el estrato social al que
pertenezcan, pueden seguir estudios superiores, el fundamento principal
de la argumentación desaparece.
Estos cuestionamientos a argumentos que hasta ayer se creían sólidos
son acompañados en nuestros días por el surgimiento de
nuevas realidades económicas a las que se debe atender y por el
redescubrimiento o revalorización de “lo público” como
un ámbito que debe protegerse especialmente por su importancia
para la vida en sociedad.
Los argumentos actuales
Entre esas nuevas realidades económicas hay, para sociedades
como las nuestras, una que sobresale, a la que suele llamarse “cambio
del paradigma productivo”. Ese cambio tiene profundas implicaciones
para definir el papel que le cabe hoy y le cabrá mañana
a la educación superior en el desarrollo de la sociedad, y en
consecuencia, para determinar la prioridad que corresponde asignarle
si se tiene una mirada estratégica y de largo plazo.
Es ampliamente sabido que mientras en la economía tradicional
los típicos factores de la producción eran la tierra, el
trabajo y el capital, en las economías avanzadas de nuestros días
no es el capital físico sino el conocimiento y sus aplicaciones
a los procesos productivos la principal fuente de riqueza y desarrollo
de la sociedad. Ello produce, como es obvio, cambios importantes en los
modos de producción, basados cada vez más en un formidable
desarrollo de la tecnología. Y aunque para la mayoría de
nuestros países ello no es aún, a pesar de lo que a veces
se dice, una realidad al alcance de la mano, no parece que tengan muchas
otras alternativas que tratar de lograrlo, ellos también, si quieren
tener oportunidades de competir e insertarse activamente en la economía
global para poder desarrollarse y mejorar el nivel de vida de su gente.
Un desarrollo económico con equidad, basado en la incorporación
del progreso técnico en los procesos productivos, es precisamente
el horizonte entrevisto a la vez que la principal recomendación
para los países latinoamericanos que surge de unos influyentes
estudios de la CEPAL de hace algunos años (CEPAL, 1990 y 1992;
CEPAL/UNESCO, 1992).
Un desarrollo productivo basado en la incorporación de tecnología
requiere, obviamente, de capacidad para generar conocimiento, por lo
menos en algunas áreas, y también para saber aprovechar
el conocimiento generado por otros. Se ha señalado, en este sentido,
que una opción importante es decidir si se debe formar a la gente
para la producción de conocimientos o para el uso adecuado de
los conocimientos ya disponibles, producidos en los países desarrollados
(Schiefelbein & Tedesco, 1995: 21). Y ya sea para generarlo o para
aplicarlo creativamente, el desarrollo del nivel superior de la enseñanza
aparece como un requisito irreemplazable. Sin una educación superior
suficientemente extendida y de buena calidad, difícilmente podamos
contar con el capital humano que hoy se requiere para poder agregar valor
a los bienes y servicios que se producen y poder así tener ocasión
de competir e insertarse en la economía global, cada vez más
basada en el desarrollo del conocimiento y la tecnología. Y aunque
la experiencia está demostrando que esto no es para nada fácil,
ni en verdad contamos con demasiadas garantías de que se pueda
finalmente lograr, la alternativa a esa opción, si hemos de ser
realistas, no parece ser otra, al menos por ahora y teniendo en cuenta
las reglas de juego del orden mundial en el que estamos insertos, que
un mayor aislamiento y marginación.
Por lo tanto, aun desde el estricto punto de vista económico,
la perspectiva que se centra en juzgar la importancia de la educación
superior a partir de los retornos privados o sociales en términos
de ganancia económica que la misma sea capaz generar, parece a
todas luces una perspectiva demasiado acotada y estrecha, que es necesario
superar. Y por las razones apuntadas, desde una visión económica
más amplia y estratégica parece haber sobrados elementos
para fundamentar la creciente importancia de la educación superior,
aun cuando, como diremos luego, su simple expansión no tiene virtudes
mágicas para superar todos los problemas y en el corto plazo puede
aún hacerlos más complejos y conflictivos.
Sin embargo, el análisis de la importancia de la educación
superior, de la prioridad efectiva que quepa darle desde el punto de
vista de la sociedad, y en consecuencia, de las inversiones que justifique
asignarle, debe ir más allá de los argumentos económicos,
que son sin duda importantes pero no los únicos a tener en cuenta.
En este sentido, y tal vez como reacción a la excesiva confianza
en las regulaciones del mercado que algunos propician, se advierte hoy
en este campo una saludable revalorización de “lo público”,
entendido como una dimensión del interés de la sociedad
en esta problemática claramente distinguible del interés
individual y privado.
El mismo informe de los expertos convocados por el Banco Mundial y la
UNESCO, a que hiciera referencia más arriba, dedica un interesante
capítulo a la relación entre educación superior
e interés público. Y aunque no aporta en realidad argumentos
nuevos, es interesante el énfasis que pone en ese tipo de razones,
en estos tiempos bastante olvidado cuando no deliberadamente subestimado.
Uno de los aspectos del interés público en la educación
superior tiene que ver con su potencialidad para contribuir al desarrollo
de una sociedad civil más abierta y meritocrática. Los
valores en los que se suele asentar la educación de nivel superior,
sobre todo aquella de carácter universitario que haya sido capaz
de desarrollar un auténtico ethos académico, con su énfasis
en la significación del mérito como criterio básico
para la asignación y logro de posiciones, de la libertad intelectual
como condición para la indagación de lo desconocido y para
la comunicación de las ideas y opiniones, y del pluralismo como
expresión de la diversidad y de un estilo democrático de
convivencia social, tienen una importancia que no se puede desconocer
para la conformación de la sociedad abierta y democrática.
Sin que esto signifique afirmar, por supuesto, que en las universidades
sólo se cultivan los altos valores del espíritu, porque
en la realidad también se observan actitudes y comportamientos
individuales e institucionales a veces menos estimables. Y siempre, claro
está, que ellas logren que se les reconozca, legítimamente,
la autoridad moral que se requiere para que esos valores tengan alguna
incidencia y puedan enriquecer la vida en sociedad.
Tampoco se puede desconocer ni se debe subestimar el papel que la educación
superior suele jugar para promover la movilidad social ascendente. Es
frecuente mencionar a la Argentina, en este sentido, como un caso notable
de cómo, sobre todo en el pasado, las nuevas generaciones han
podido mejorar su posición social con respecto a la de sus padres
a través de la educación. Y hay evidencia empírica
suficiente, en esta y otras sociedades, que permite comprobar la significación
de la educación, y en particular de la educación superior,
en este sentido. Lo cual no implica, nuevamente aquí, que promover
la educación superior permita suprimir automáticamente
las vetas de inequidad presentes en la sociedad, que pueden verse ciertamente
agravadas sin políticas públicas de educación superior
deliberadamente diseñadas para atenuar tales desigualdades.
Por supuesto, otras razones relacionadas con el interés público
para promover el desarrollo de la educación superior. Ese interés
colectivo, en efecto, difícilmente puede ser atendido, y de hecho
no suele serlo, cuando la educación superior sólo queda
en manos del interés privado. Sin desconocer el papel complementario
que la iniciativa privada puede jugar, es un hecho que tanto el desarrollo
de conocimientos que derivan de la investigación básica
como la enseñanza de disciplinas que no tienen un rédito
económico a la vista, sólo son por lo general posibles
cuando hay recursos públicos destinados a promoverlos. Si no los
hubiera, quedarían en muchos casos sin cubrir ni desarrollarse
adecuadamente dimensiones que son fundamentales, no sólo para
enriquecer la vida en sociedad, sino incluso para sostener en el largo
plazo el crecimiento económico.
En fin, se dice con razón que una sociedad democrática
requiere ámbitos adecuadamente resguardados y protegidos, como
el de las universidades, donde sea posible la discusión libre
e independiente de las ideas sin ningún tipo de temor por las
consecuencias a que ello pudiere dar lugar, que es en el fondo el verdadero
fundamento de una autonomía institucional bien entendida. Es la
sociedad como conjunto la que tiene un interés primordial en sostener
este tipo de bienes públicos, más allá de los intereses
particulares que puedan legítimamente existir.
Aun cuando este tipo de razones sean reconocidas como importantes a la
hora de fijar prioridades y asignar recursos, lo que no es siempre frecuente,
tienen la gran desventaja de que difícilmente pueden ser medidas.
Y aun cuando pudieran serlo, los resultados e impactos positivos, o las
consecuencias e implicaciones negativas cuando se las menosprecia, sólo
se ven en el largo plazo y de un modo bastante difuso, sin que sea muchas
veces posible identificar responsabilidades. De aquí la importancia
de promover una mayor conciencia pública acerca de este tipo de
razones y de su significación para la sociedad, aunque no sean
dimensiones que se presten fácilmente a los procesos de medición
o que se puedan comparar sin dificultades con los costos que implica
sostenerlas.
¿Quién debe invertir
en educación superior?
Si estamos convencidos, por estas u otras razones,
de que la educación
superior es una prioridad, y queremos que ese convencimiento se traduzca
en algo más que un discurso retórico, hay que saber que
ello está inevitablemente asociado a una mayor inversión
en ese nivel de la enseñanza. Y esto nos lleva a una segunda opción
relevante: esa mayor inversión que se requiere para financiar
la educación superior, ¿debe ser fundamentalmente una inversión
pública, asegurada por las arcas del Tesoro, o debe ser el resultado
del aporte de los sectores privados?
Hay quienes sostienen que esa mayor inversión debe provenir fundamentalmente
del Estado, en cumplimiento de su función indelegable de sostener
la educación, y en particular la educación superior, dada
su relevancia, hoy más que nunca indiscutible, para el desarrollo
de la sociedad. Para otros, en cambio, los mayores recursos necesarios
deben provenir centralmente de los beneficiarios directos de la educación
superior, que en general tienen medios para hacerlo y deben contribuir
a pagar el beneficio que reciben (Doberti, 1999). Son, como extremos,
las posiciones de quienes piensan solamente en el Estado como fuente única
de recursos, fundamentalmente de origen tributario, y de quienes creen
que los mayores recursos requeridos por la educación superior
se deben financiar con el aporte que podrían hacer sus beneficiarios
directos, fundamentalmente vía cuotas o aranceles.
No parece necesario insistir, después de lo dicho en estas páginas,
sobre el papel que debe asignarse hoy al argumento del interés
público en la definición de las políticas de financiamiento
de la educación superior. Está también claro que
el solo aporte de los beneficiarios directos, y más en general
del sector privado, aun reconociendo las razones y fundamentos que pueden
justificarlo desde el punto de vista social y económico, difícilmente
podrá sustituir el papel del Estado en áreas clave de la
actividad universitaria que no suelen resultar rentables. Es bueno tener
presente, en este sentido, que todos los países que han logrado
una expansión importante de la educación superior y un
amplio desarrollo de sus universidades, lo han hecho, sobre todo en sus
primeras etapas, con un fuerte apoyo del Tesoro público (Johnstone,
1986). Y está igualmente claro que en una sociedad que avanza
hacia la universalización de la educación superior, que
en todo el mundo tiene costos unitarios crecientes, lo que se requiere
no es sólo alguna inversión adicional de carácter
marginal, sino una gran movilización de recursos proveniente de
fuentes diversas que la hagan posible (OCDE, 1998; Gertel, 1999). En
suma, no es realista pensar que el mayor financiamiento que se requiere
pueda provenir sólo del Estado ni sólo del aporte privado.
En la distinción que suelen hacer los economistas entre “bienes
públicos” y “bienes privados”, muchos consideran
que la educación superior es claramente un bien público,
porque están a la vista los beneficios sociales que se derivan
de su promoción y desarrollo. Sin embargo, el concepto de “bien
público”, en sentido estricto, es más acotado que
el que implícitamente se le da en las discusiones políticas
que suelen rodear el tema del financiamiento universitario. En efecto,
de acuerdo a la teoría de los bienes públicos, dos son
las condiciones que un bien debe reunir para ser considerado público:
por un lado, su racionamiento o limitación no es viable, toda
vez que no puede impedirse su disfrute a quienes no pagan por él;
y por otro, su racionamiento o limitación no es deseable, ya que
no cuesta nada que otro u otros disfruten de sus ventajas. Si esto es
así, difícilmente pueda sostenerse que la educación
superior, y especialmente la educación universitaria, es un bien
público “puro”, lo cual no es contradictorio con la
idea expuesta antes de que la educación superior debe importar
al interés público. Y la consecuencia es importante, porque
si se tratara de un bien público en sentido estricto, su financiamiento
sólo podría estar a cargo del Estado.
Otros dicen, por el contrario, que es típicamente un “bien
privado”, porque con ella se benefician claramente quienes la reciben,
y en consecuencia, deben pagarla, sea por la vía de cuotas o aranceles,
sea a través de una imposición tributaria específica,
como impuestos a los graduados u otras modalidades posibles. Pero si
bien es cierto que quienes cursan la educación superior obtienen
un beneficio claramente mensurable (y otros no mensurables), es también
claro que hay beneficios públicos indudables, hoy más que
nunca evidentes, que justifican su financiamiento por parte del Estado.
En mi opinión, a la educación superior cabe asignarle la
categoría de “bien mixto”, porque es un bien que genera
indudables beneficios públicos pero también que genera
ventajas privadas indiscutibles. Ello justificaría que quienes
obtienen un provecho individual por el hecho de haberla recibido, y tienen
medios suficientes, contribuyan a su sostenimiento, sobre todo si una
parte de esa contribución es luego utilizada, a través
de un eficaz sistema de becas, para que otros que no tienen suficientes
medios puedan también estudiar. El carácter de bien mixto
o semipúblico de la educación superior fundamenta también,
en razón de los beneficios sociales que ella genera, que el Estado
haga un aporte adicional al que ya hace, tan sustancial como sea posible,
para contribuir a su sostenimiento y desarrollo.
En un estudio provocativo y sugerente, Claudio de Moura Castro y Daniel
Levy, dos reconocidos expertos en políticas de educación
superior, proponen en esta línea de pensamiento una visión
algo más elaborada (Castro & Levy, 2000). Según ellos,
el financiamiento público de la educación superior en la
mayoría de los países latinoamericanos es, además
de in equitativo (porque de hecho quienes más se benefician con
una enseñanza gratuita son los sectores medios y altos), básicamente
indiscriminado (ya que se subsidian por igual todas las actividades que
se desarrollan en las universidades, sin advertir que no todas generan
verdaderos bienes públicos). Algunas, vinculadas con funciones
académicas calificadas (como la investigación básica,
los programas de enseñanza relevantes para la sociedad pero que
claramente no aportarán a quienes los sigan beneficios económicos
importantes, y otros), se aproximan más a ese carácter
y merecen por lo tanto un adecuado financiamiento público, que
en muchos casos debiera ser sustancialmente más importante que
el que hoy reciben. Pero hay otras actividades, vinculadas con la formación
de profesionales o la capacitación de técnicos, más
directamente vinculadas con el mercado de trabajo y que generarán
claros beneficios individuales futuros, que no pueden considerarse como
bienes públicos puros y para las que sería razonable, si
se piensa en términos de equidad, requerir el aporte de los beneficiarios
directos. Lo cual no implica que, aun en estas actividades, el Estado
pueda desentenderse totalmente de su responsabilidad en materia de financiamiento,
toda vez que ellas generan también externalidades positivas indiscutibles.
Aunque se debe reconocer que la distinción entre estas actividades
o funciones, clara desde un punto de vista analítico, no es fácil
de hacer con fines operativos en instituciones que cumplen varias o todas
al mismo tiempo, es sin embargo útil y sugerente, no sólo
como base para pensar en alternativas de diversificación institucional,
sino también para definir políticas estratégicas
de financiamiento que se hagan cargo de los problemas de inequidad que
suele plantear el subsidio público a las universidades.
Está claro, en todo caso, que lo que aquí sostengo no es
que el Estado se corra y abandone su responsabilidad en este campo, que
es absolutamente principal e indelegable, sino que hoy se requiere inevitablemente,
si hemos de ser realistas, el aporte de otras fuentes complementarias.
En realidad, las razones que aquí hemos discutido para argumentar
a favor de una mayor inversión en educación superior, se
refieren básicamente a una mayor inversión pública
en el sector, de modo que el aporte del Estado no está aquí en
discusión. Pero la magnitud de los recursos que hoy se requieren
para atender a una razonable y equitativa expansión y mejoramiento
de este nivel, hacen ver que si no se promueve activamente la participación
de otras fuentes muy difícilmente se conseguirán los niveles
de inversión requeridos.
Si se ve lo que ocurre en la experiencia comparada, entre esas otras
fuentes habría que mencionar las siguientes, que son también
opciones que se deberían analizar y evaluar cuidadosamente en
función de cada contexto y de una estrategia de financiamiento
de largo plazo:
a) Aportes de los propios beneficiarios, generalmente
a través
de cuotas o aranceles, concebidos como una contribución razonable
y equitativa de los beneficiarios directos con efectiva capacidad de
pago, fundado en razones de solidaridad, por lo cual una parte importante
de los recursos que se generen por esta vía deberían destinarse
a becas y otras formas de ayuda a los que, teniendo capacidad y méritos
suficientes, no pueden continuar sus estudios superiores por razones
económicas. Los cuotas o colegiaturas suelen ser la principal
fuente de recursos para las universidades privadas y la principal fuente
de recursos privados para las universidades públicas.
b) Recursos propios de las universidades, entendidos como los fondos
que las instituciones de educación superior son capaces de generar
mediante la venta de servicios (actividades de capacitación, contratos
de investigación, patentes, transferencias de tecnología,
etc.) al sector productivo y con frecuencia también al sector
público. Es una alternativa sin duda interesante, que tiene aspectos
positivos, pero desde el punto de vista académico su expansión
tiene límites y plantea problemas que no son de fácil solución.
c) Otros aportes privados, entre los que habría que mencionar
ciertas contribuciones de los sectores productivos que se benefician
más o menos indirectamente con los distintos “outputs” de
las universidades, lo mismo que el aporte de otras organizaciones de
la sociedad civil (Mora & Nugent, 1998). Como en la mayoría
de nuestros países las duras realidades económicas y las
tradiciones culturales no ayudan en este sentido, es necesario que una
política de financiamiento de largo plazo incluya entre sus ingredientes
mecanismos de desgravación impositiva y otros incentivos fiscales
que promuevan esa necesaria participación de distintas organizaciones
de la sociedad en el sostenimiento de sus universidades.
Si se quiere realmente desarrollar la educación superior, debemos
ser muy conscientes de que hoy se requiere una gran movilización
de recursos, públicos y privados. Pero para ello, los gobiernos,
los sectores productivos y la sociedad toda, deben ver acciones claras
y concretas de renovación y mejoramiento de las instituciones
de educación superior para que encuentren sentido a un aporte
que no es fácil de ofrecer en tiempos de escasez y que podrían
también destinar, en el mejor de los casos, a otras actividades
socialmente más rentables.
¿Cómo lograr una inversión eficaz en educación
superior?
La tercera opción que quisiera analizar aquí es la de
si los recursos públicos deben asignarse en función de
criterios históricos, de tipo inercial y negociado, o deben más
bien atarse a criterios objetivos y vincularse al desempeño de
las instituciones.
Más allá de los recursos de fuente privada que se puedan
obtener, está claro que en la mayoría de los casos la fuente
principal seguirá siendo el Tesoro Público. Esta previsión
se funda no sólo en una opción acerca de lo deseable, en
cuanto al papel que debe cumplir el Estado en esta materia, sino que
es también el resultado de observar los datos empíricos
de una gran mayoría de países. Ahora bien, cuando lo más
importante es la inversión pública y hay escasos recursos
para distribuir, la calidad de los instrumentos de asignación
cobra una relevancia especial.
Entre la modalidad “tradicional” y las alternativas “modernas”
Una primera opción aquí es si seguiremos con la modalidad
tradicional de asignación de los recursos públicos a la
educación superior, de tipo inercial y negociado, o si apostaremos
a modalidades alternativas, que asocian el financiamiento a criterios
objetivos de distribución y al desempeño de las instituciones.
La modalidad tradicional es conocida. Los recursos que anualmente recibe
cada universidad reproducen los del año anterior, a lo que se
suma –cuando la coyuntura fiscal lo permite– un incremento
cuya magnitud suele variar según el poder y la capacidad de influencia
y negociación que tengan las autoridades de la institución.
Este mecanismo de distribución es bastante perverso y ha sido
objeto de diversas críticas, unas que tienen que ver con el carácter
in equitativo de la distribución resultante, y otras que se relacionan
con su desvinculación de objetivos que tiendan a hacer más
eficiente la posterior administración de los recursos asignados.
Por un lado, la falta de transparencia y la total ausencia de criterios
objetivos de asignación, tienen como resultado distribuciones
con toda frecuencia inequitativas. Ello es consecuencia de que los incrementos
que se logran cada año dependen en gran parte de las relaciones
de poder y los intereses corporativos. Cuando se observan los presupuestos
de las universidades conformados de este modo a lo largo de los años,
y se los confronta con cualquier parámetro objetivo, se advierten
fuertes desigualdades que son el resultado de inequidades que se han
ido acumulando.
Por otro lado, el mecanismo de asignación que comentamos no contribuye
en absoluto a mejorar la eficiencia en el uso de los recursos. Al no
haber ninguna relación entre asignación y administración
de los recursos, no hay incentivos para una buena gestión y da
lo mismo administrar bien o no, ser eficiente o no serlo. Con frecuencia,
además, este estilo de asignación conduce a prácticas
reprobables en las instituciones, como la política de los “hechos
consumados”, según la cual se incurre a menudo en gastos
sin respaldo presupuestario en la seguridad de que luego se tendrá apoyo
para presionar con el objetivo de que sean homologados en el presupuesto
siguiente8.
Como veremos en lo que sigue, los modelos alternativos a esta modalidad
de distribución de los recursos, ampliamente desarrollados y aplicados
en la mayoría de los países avanzados, empezando por los
que forman parte de la OCDE, buscan precisamente mejorar la eficiencia
del gasto y la equidad en su distribución. Las diversas modalidades
existentes, que luego analizaremos, se basan en modelos que relacionan
la asignación con el desempeño y con los resultados que
se logran, dando lugar a prácticas más transparentes y
menos clientelares.
La opción entre estas dos formas de asignar los recursos es importante,
no sólo por las razones señaladas sino también por
las implicaciones que esas modalidades tienen al interior de las instituciones.
En teoría, si el tema se analiza con cierta racionalidad, tomar
una decisión sobre esta opción es una cuestión relativamente
simple. Pero en la práctica es un asunto complejo y extremadamente
conflictivo, por la magnitud de los intereses en juego y por las implicaciones
políticas que tiene el tema.
Las opciones dentro
de las alternativas “modernas”
Otra opción que plantea hoy el financiamiento de la educación
superior, especialmente el de las universidades, es la que lleva a escoger
entre distintos mecanismos dentro de lo que estamos llamando alternativas “modernas” de
financiamiento. Las opciones que se tienen en este orden, y que han sido
más desarrolladas y aplicadas en la experiencia comparada, son
las fórmulas o modelos de asignación, los fondos para el
desarrollo institucional, y como alternativas más radicales, las
modalidades de asignación que se conocen como financiamiento de
la demanda (Fanelli, 2000; Delfino y Gertel, 1996).
Fórmulas o modelos
de asignación de recursos
El uso de fórmulas objetivas para distribuir recursos no es una
novedad hoy. En muchos países se vienen utilizando desde hace
largos años, con resultados más que aceptables, en términos
de transparencia del proceso de asignación, de equidad en la distribución
y de estímulo a un mejor desempeño institucional.
Decidir su aplicación no es sin embargo una opción fácil,
porque hay ingredientes políticos y técnicos que entran
en escena. Entre los primeros, debe tenerse presente que la adopción
de una fórmula no es una cuestión meramente instrumental
sino que requiere la definición de una política de financiamiento
de largo plazo, en cuyo marco cobra sentido el desarrollo de una fórmula
que responda a los objetivos de esa política. Por otra parte,
en sus primeros pasos el proceso genera tensiones y conflictos importantes,
debido a los intereses que se ponen en juego.
Entre los ingredientes técnicos, debe tenerse presente que la
insuficiencia de información estadística fina que suele
existir en nuestros países, y sobre todo la falta de confianza
en ella debido entre otras razones al carácter asimétrico
de la relación agente-principal, es un dato no menor a tener en
cuenta porque condiciona seriamente cualquier intento. Por lo tanto,
un requisito importante es priorizar la generación de flujos más
intensos y confiables de información.
Mirando al futuro, sin embargo, más que problemas técnicos,
lo que me parece que se requiere es una clara voluntad política
y un acuerdo indispensable para aplicar una fórmula, que sin duda
será imperfecta y no conformará a todos en un comienzo,
que se deberá ir revisando y mejorando, pero cuyo éxito
depende mucho de que haya continuidad en su aplicación. La mayor
previsibilidad sobre los criterios que han de guiar las asignaciones,
que es uno de los aspectos positivos asociados a las fórmulas,
depende mucho de esa continuidad.
Una clave importante para el éxito de una fórmula es el
grado de simplicidad con que sea concebida. Creo que ésta ha sido
una de las debilidades observables en varias experiencias conocidas.
Como las fórmulas permiten que se incorporen distintas variables
y ponderaciones con el fin de que estimule el logro de distintos objetivos,
existe la tentación de que sirvan para todo: para lograr una mayor
equidad en la distribución, para impulsar la eficiencia en el
uso de los recursos distribuidos, también para promover la calidad,
y quizá todavía para varios objetivos más. Pero
me parece que eso termina finalmente atentando contra la viabilidad de
la fórmula. Observando con atención la experiencia de otros
países en esta materia, pareciera que la simplicidad ayuda. Tal
vez sea conveniente que la fórmula por la que se opte tenga objetivos
menos ambiciosos y no pretenda servir para todo. Si contribuye, al menos
inicialmente, a distribuir con más equidad y transparencia, y
a inducir esfuerzos que apunten a un mejor uso de los recursos, ya es
bastante. Después de todo, hay otros instrumentos, más
específicos, para impulsar o promover el logro de otros objetivos
también necesarios.
Otra clave para el éxito es la confianza que despierte la instancia
responsable de aplicar la fórmula, que debe contribuir a su transparencia
y a una razonable imparcialidad en la aplicación. En este sentido,
algunos países han encomendado la aplicación de la fórmula
(y otras funciones relacionadas con el financiamiento) a una agencia
especializada responsable de la asignación de recursos, que se
caracteriza por tener un status descentralizado, una composición
plural en la que confíen los sectores clave involucrados, y un
razonable grado de independencia en su capacidad de operación.
Las experiencias conocidas, tanto las positivas como las negativas, muestran
que, para que la garantía de imparcialidad y legitimidad exista
realmente y el sistema de financiamiento sea creíble, reviste
la mayor importancia el trabajo de ingeniería institucional que
se haga, diseñando con extremo cuidado la composición,
las funciones y las atribuciones que ese cuerpo ha de tener. Y, desde
luego, ha de tenerse siempre presente que la incorporación de
esa y otras buenas prácticas, para que tengan efectividad y no
aparezcan como ajenas a la cultura institucional dominante, han de surgir
de un acuerdo político básico luego de pasar por el tamiz
de la propia realidad.
Fondos para el desarrollo institucional
Otro mecanismo de financiamiento sobre el cual
existe ya buena experiencia y del que se puede echar mano, es el de
los llamados fondos para el desarrollo
institucional o fondos de innovación y mejoramiento. Estos fondos,
que muchas veces se han conformado con créditos externos pero
que es perfectamente posible imaginarlos alimentados por fuentes nacionales,
tienen carácter competitivo y operan como un mecanismo complementario
y relativamente estable de financiamiento, que permite asegurar cierta
independencia con respecto a las variaciones presupuestarias anuales,
un punto ciertamente importante para la gestión de las Instituciones
de Educación Superior.
Hay dos modalidades principales: una es la de los llamados “fondos
múltiples”, constituidos para distintas finalidades (desarrollo
de actividades de posgrado, mejoramiento curricular, fortalecimiento
de los sistemas de información, etcétera) que apuntan al
financiamiento de proyectos diseñados y presentados por las universidades,
y que deben competir entre sí para obtener recursos (Marquís,
2000). La otra modalidad es la de los llamados “contratos-programa”,
inspirados en la experiencia francesa, en donde los recursos del fondo
se destinan a financiar proyectos de mediano plazo, menos pautados que
los anteriores, que la universidad y el Estado coinciden en considerar
como importantes para el desarrollo de la institución, y por lo
tanto, como prioritarios para su financiamiento (Chevaillier, 1998).
Hay tres claves para el éxito de este tipo de instrumentos: la
adopción de políticas claras y lineamientos estratégicos
definidos tanto por parte del Estado como de las universidades, dentro
de los cuales cobren sentido los proyectos; la claridad y el respeto
de las reglas de juego que se establezcan, y la factibilidad de los programas
que se formulen, cuyo desarrollo y cumplimiento debe quedar sujeto a
la necesaria evaluación y rendición de cuentas.
Al igual que ocurre con las fórmulas de financiamiento, también
en este tipo de fondos la existencia de reglas claras y la total transparencia
de las decisiones, son factores fundamentales para que el instrumento
resulte creíble en la comunidad universitaria y logre por lo tanto
la necesaria legitimidad, de lo cual depende su efectividad y en definitiva
su misma existencia.
La opción de financiar la demanda
Queda finalmente por ver otra opción, más radical que
las anteriores, ya que cambia la óptica con la cual hemos dirigido
tradicionalmente el financiamiento de las instituciones educativas y
en particular de las universidades. En esta opción, en lugar transferir
los recursos directamente a las instituciones, por cualquiera de las
vías que hemos analizado anteriormente, se los transfiere a quienes
demandan educación superior, los estudiantes y sus familias, para
que ellos, con esos recursos, puedan costear su educación eligiendo
la institución que mejor se acomoda a sus intereses.
En su versión más ortodoxa, este sistema de financiamiento
opera a través de vouchers, que el estudiante recibe y entrega
a la institución de su elección, la que a su vez puede
con ellos solicitar de la correspondiente Administración el giro
de los recursos que corresponda en función de la cantidad de vouchers
presentados. Se supone, en teoría, que las instituciones competirán
entre sí para atraer la mayor cantidad de alumnos, para lo cual
deberán mejorar su eficiencia y la calidad de su enseñanza.
Sin embargo, en la práctica las experiencias que ha habido no
siempre confirman este supuesto y con toda frecuencia se agudizan los
problemas de equidad en el acceso y prosecución de los estudios.
Pero no es ésta la única forma de financiar la demanda.
La opción que analizamos también es objeto de aplicación
cuando se aplican programas de ayuda económica a los estudiantes,
sea a través de becas o de créditos estudiantiles, en particular
cuando las universidades tienen establecido algún tipo de cuota
o colegiatura, que los alumnos cubren con esa ayuda. Los programas de
becas, bien concebidos, son especialmente eficaces para atender los problemas
de equidad, tan frecuentes en nuestras sociedades. Pero también
pueden ayudar a responder a los desafíos de una mayor calidad,
en la medida que las becas, para ser mantenidas, tengan exigencias relacionadas
con el nivel de calificaciones y el ritmo de estudios. Los créditos,
en cambio, si bien en teoría son interesantes porque permiten
a mediano y largo plazo recuperar costos mediante una inversión
que en definitiva termina siendo privada, tienen algunos malos antecedentes
por la gran complejidad de su administración y, sobre todo, por
la gran dificultad que generalmente hay con su devolución, en
parte por las dificultades económicas y de empleo de los graduados
y en parte por la escasa conciencia y responsabilidad fiscal que suele
haber en relación al cumplimiento de las obligaciones asumidas.
Conclusión
La cuestión de las opciones de financiamiento, en suma, es particularmente
importante, no sólo como tema de interés académico,
sino como expresión de los problemas y disyuntivas que deben enfrentar
quienes tienen a su cargo la adopción de decisiones en la arena
de las políticas públicas. En la realidad, muchas de estas
opciones son de hierro y decidir sobre ellas tienen con frecuencia costos
políticos que no siempre se está en condiciones de asumir.
Ello suele conducir a postergar indefinidamente decisiones que tarde
o temprano se han de tomar, si realmente se quiere avanzar transformando
las condiciones en que se desarrolla el accionar de las universidades.
Es también una cuestión particularmente importante, porque
el financiamiento es cruelmente determinante de lo que se puede o no
se puede hacer en educación superior. Y no sólo por el
volumen de recursos de que se disponga, siempre insuficiente, sino también
por la calidad de los instrumentos de asignación por los cuales
se opte. En particular en momentos de crisis presupuestarias severas,
la cuestión de cómo vamos a distribuir los escasos recursos
públicos disponibles, y qué incidencia tiene luego ello
en la gestión de los fondos por parte de las instituciones de
educación superior, es una tema que asume la máxima relevancia
y merece por ello la debida atención.
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MODELOS DE FINANCIACIÓN DE LAS UNIVERSIDADES PÚBLICAS
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Susana Fernández Alfaro
Sara Fernández López
Departamento de Economía
Financiera y Contabilidad Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales
Universidad de Compostela, España
Correo e: efs sc.es
Introducción
La segunda mitad del siglo XX es considerada
como la etapa de mayor crecimiento de los sistemas nacionales de educación superior (SNES)
de América Latina. Dentro de esta trayectoria se distinguen dos
periodos claramente diferenciados: desde 1950 a 1990, cuando tiene lugar
la expansión de los SNES, y de 1990 en adelante, cuando la crisis
económica se agudiza, llegando a cuestionar la prioridad de la
financiación de la educación superior frente a otros niveles
educativos. La primera etapa (1950-1990) se caracteriza, fundamentalmente,
por cuatro rasgos (Brunner, 1995):
1. Crecimiento de la demanda y diversificación institucional.
La matrícula creció desde 270,000 estudiantes, en 1950,
a 7.3 millones, en 1990 y la tasa de escolarización de un 1.9%
a un 16.8% (Coraggio, 2002). Consecuentemente, el crecimiento en el número
de instituciones también fue espectacular; de las aproximadamente
75 universidades, en su mayoría de carácter público,
que existían en 1950, se pasó en 1990 a una cifra cuatro
veces superior.
2. Creciente participación del sector privado. El promedio de
matrícula en el sector privado aumentó del 15%, en 1970,
al 38%, en 1995.
3. Ampliación y diversificación del cuerpo docente. La
expansión del cuerpo docente surge como producto de programas
de desarrollo nacional de recursos humanos, constituyendo una respuesta
a la expansión de la matrícula, muchas veces sin las correspondientes
credenciales. Entre 1950 y 1990, los docentes de educación superior
pasaron de aproximadamente 25,000 a más de 600,000, perteneciendo
más del 50% al sector público9.
4. Aumento de graduados y posgraduados. En 1950, las universidades graduaban
en torno a 25.000 estudiantes, la mayoría en estudios de Derecho,
Educación y Medicina, mientras que el total regional de titulados
no superaba los 600,000. En 1990, el sistema latinoamericano de educación
superior graduaba anualmente a 700,000 estudiantes. Dichos graduados
se concentran básicamente en las áreas de Educación,
Comercio y Administración, seguidas de Ciencias de la Salud y,
por último, de Ingeniería y Tecnología.
5. La oferta de posgrados supera los 8,000 programas, predominando las
maestrías (51% del total). Por su parte, la matrícula asciende
a 180,000 estudiantes, de los cuales el 75% pertenece al sector público.
A partir de 1990 la situación cambia radicalmente. Los SNES de
América Latina se enfrentan a grandes desafíos. El aumento
de la demanda genera mayores necesidades de recursos públicos.
Sin embargo, las sucesivas crisis económicas de las décadas
de los ochenta y noventa provocan que el crecimiento de la matrícula
no se vea acompañado de una evolución similar de los recursos,
deteriorando notablemente la calidad de la educación superior.
Resultado de los procesos previamente resumidos, los SNES latinoamericanos
han esarrollado una importante diferenciación institucional,
dimensional y funcional. Siguiendo a Brunner (1995), los SNES se pueden
agrupar en seis categorías según su tamaño y grado
de complejidad (Cuadro 1). Las tres primeros grupos concentran al 90%
de la matrícula regional y el 97% del gasto anual en educación
superior.
Cuadro 1
Clasificación de los SNES latinoamericanos
Grupo |
Países |
Dimensión y diversificación institucional |
Gran tamaño y complejidad |
México, Brasil y Argentina |
Matrícula superior a un millón de esudiantes y 500
o más IES, fuertemente diferenciadas. |
Tamaño medio y avanzada masificación |
Perú, Venezuela y Colombia |
Matrícula superior a 500.000 estudiante. |
|
|
Base institucional menos compleja y grados relativamente avanzados
de masificación. |
Tamaño pequeño-mediano y masificación moderada |
Bolivia, Repúlica Dominicana, El Salvador y Guatemala |
Matrícula de 50.000 - 150.000 alumnos. Grado de masificación
moderado y tasas de escolarización del 15 - 20%. |
|
|
Base institucional relativamente sencilla, con menos de 10 universidades
oficiales. |
Tamaño pequeño en países con altas tasas de
escolarización |
Uruguay, Costa Rica y Panamá |
Matrícula de 50.000 - 75.000 alumnos. Su tasa de escolarización
bruta oscila entre el 20% y el 30%. |
|
|
Base institucional simple y homogénea, predominando el nivel
universitario oficial. |
Tamaño menor con tasas bajas de escolarización. |
Paraguay, Nicaragua y Honduras |
Matrícula inferior a 50.000 alumnos. Su tasa de escolarización
es inferior o igual al 20% |
|
|
Su base institucional es simple y poco diversificada, con menos
de 10 universidades, existiendo unas pocas oficiales que concentran
de la matrícula. |
Fuente: Elaboración propia a partir de Brunner (1995).
El objetivo del presente trabajo es analizar
los modelos de financiación
de las IES públicas de Argentina, México y Brasil, así como
sus similitudes y diferencias con los aplicados en la mayoría
de países OCDE. Se han seleccionada los “SNES de gran tamaño” porque
reúnen aproximadamente un 55% de la población estudiantil
regional y concentran cerca del 75% de los recursos públicos que
los gobiernos latinoamericanos asignan a educación superior. Previamente
a la realización de este análisis, es necesario contextualizar
la situación de la educación superior en los tres países,
así como introducir las principales reformas aprobadas en las últimas
décadas.
Como resultado, el trabajo se estructura en cuatro apartados. En primer
lugar se introduce una breve descripción de la situación
y evolución de la educación superior en los tres países,
aportando cifras tanto de demanda como de oferta. Este paso previo es
condición necesaria para comprender las reformas institucionales,
reglamentarias y financieras que se analizan en una segunda etapa. Posteriormente,
el estudio se centra en los mecanismos de asignación de recursos
públicos a las IES, fundamentalmente universidades públicas,
aportando, adicionalmente, algunas cifras globales que cuantifican la
financiación de los SNES. A partir de las similitudes y diferencias
existentes en estos esquemas, se establecen, en un último epígrafe,
las principales conclusiones extraídas de la investigación.
Algunas cifras de los SNES
Este apartado tiene como objetivo contextualizar
brevemente la situación
y evolución de la educación superior en Argentina, México
y Brasil. Se trata de una etapa previa para lograr una mejor comprensión
de las reformas vividas por los SNES. El análisis se centra inicialmente
en la demanda, adoptando posteriormente la perspectiva de la oferta de
educación superior.
Siguiendo un orden cronológico, México vivió una
fuerte expansión de la matrícula en educación superior
en la década de los setenta. El crecimiento se dio, fundamentalmente,
en las primeras instituciones públicas estatales. Actualmente,
aunque el sistema se ha ido diversificado en instituciones públicas
y privadas, la educación superior continúa siendo predominantemente
pública.
En Argentina, sin embargo, la expansión del sistema no surge hasta
la década de los ochenta. La matrícula se concentra en
instituciones públicas, y en particular en las IES universitarias
(un 74% frente a un 26% de las no universitarias).
Por último, en Brasil, la evolución del SNES se produce
en la década de los noventa desarrollándose, principalmente,
a través del sector privado. Hasta el año 2000, el sector
privado absorbía un 67% de la matrícula en educación
superior (en relación al 33% del público). Puesto que la
mayoría de los estudiantes compaginan estudios y trabajo, el SNES
brasileño se desarrolló fuertemente en horarios nocturnos,
donde sigue predominando el sector privado (un 79% de la matrícula).
En definitiva, en el Cuadro 2 se aprecia que en México y Argentina
los SNES son predominantemente públicos. Por el contrario, Brasil
muestra una matrícula mayoritariamente privada.
Cuadro 2
Distribución porcentual de la matrícula en educación
superior en función del sector educativo
|
Argentina |
México |
Brasil |
Momento de expansión |
Década de los 80 |
Década de los 70 |
Década de los 90 |
Sector de crecimiento |
Público |
Público |
Privado |
Masificación** |
(+ +) |
(+ - ) |
(+ - ) |
Tasa bruta escolarización (1995)* |
38.9% |
13.8% |
11.4% |
Modelo de acceso* |
Acceso de Masas |
Acceso de Élite |
Acceso de Élite |
Concentración geográfica |
Distrito Federal |
Distrito Federal |
Sureste - Sur |
* Referencia año 1991 ** Referencia año
1996
Fuente: Elaborado a partir de datos de la IESALC (www.iesalc.unesco.org.ve).
Como consecuencia de la expansión de la matrícula, en
el año 2000 la tasa de escolarización en Argentina es del
38.9%, situándose en México y Brasil en torno al 13.8%
y 11.4%, respectivamente. De estas cifras se deduce que los dos últimos
países se encuentran entre aquellos que aplican un modelo de élite,
esto es, tienen un SNES con un modelo de acceso limitado (porcentaje
de escolarización menor al 15%). ¿A qué se deben
estas diferencias? Mientras Argentina posee una institución por
cada 26,000 habitantes, México y Brasil poseen una institución
por cada 200,000 habitantes. Estos resultados permiten afirmar que Argentina
es el país más avanzado de América Latina en su
proceso de masificación.
La matrícula en educación superior tiende a ubicarse, mayoritariamente,
en las zonas donde se concentra un mayor volumen de la población.
En Argentina, el volumen de la matrícula en titulaciones de grado
(universidades nacionales) se concentra en la región central,
específicamente en la Universidad de Buenos Aires (26%), en la
Universidad Nacional de Córdoba (9.97%) y en la Universidad de
La Plata (7.9%), esto es, el 44% de los estudiantes se encontraba matriculado
en alguna de estas tres universidades en el año 2000.
En México la matrícula pública de grado se concentra
en la Región Metropolitana, en el Distrito Federal, con un 25.76%,
mientras que el 74.24% restante está cubierto por las demás
regiones (noroeste, noreste, centro occidente, centro sur y sureste),
donde la matrícula se reparte de forma proporcional. Por su parte,
la matrícula en educación superior privada se divide a
partes iguales entre el Distrito Federal y las áreas metropolitanas
de Monterrey, Guadalajara y Puebla.
Por último, en Brasil la matrícula en las IES se concentra
en un 72% en las regiones sureste y sur, las más ricas del país.
Este comportamiento se agudiza en el caso de las instituciones privadas
(un 81% de la matrícula se concentra en estas regiones frente
a un 52% de la matrícula en instituciones públicas).
En resumen, los aspectos que caracterizan la expansión de la demanda
de educación superior en los tres países se recogen en
el Cuadro 3.
Cuadro 3
Características de evolución de la demanda de educación
superior
|
Argentina |
México |
Brasil |
Momento de expansión |
Década de los 80 |
Década de los 70 |
Década de los 90 |
Sector de crecimiento |
Público |
Público |
Privado |
Masificación** |
( + + ) |
(+ -) |
( + - ) |
Tasa bruta escolarización (1995)* |
38.9% |
13.8% |
11.4% |
Modelo de acceso* |
Acceso de Masas |
Acceso de Élite |
Acceso de Élite |
Concetración geográfica |
Distrito Federal |
Distrito Federal |
Sureste - Sur |
* BARSKY (2000) (++) 1 institución por cada 26.000 habitantes
** BRUNNER (1995) (+-) 1 institución por cada 200.000 habitantes
El crecimiento experimentado en la matrícula estuvo acompañado
de la diversificación y diferenciación de la oferta de
educación superior, permitiendo, no sólo ampliar el acceso
de los estudiantes, sino también su movilidad. México,
Argentina y Brasil pertenecen a países con sistemas de gran tamaño
y complejidad, que comprenden matrículas totales superiores a
un millón de estudiantes y con más de 500 establecimientos
fuertemente diferenciados según niveles, sectores, categorías
y modalidades de dependencia administrativa (Brunner, 1995).
En este sentido, se puede constatar que los tres países cuentan
con un sistema superior idéntico en cuanto a su estructura básica.
Así, los SNES mantienen un sistema binario10 que diferencia IES
universitarias y no universitarias, coexistiendo en ambas categorías
la oferta del sector público y privado. No obstante, existen diferencias
en la composición interna de cada una de estas categorías.
Aunque a ritmos diferentes, el sector privado ha crecido en los tres
países, consecuencia del aumento de la matrícula y de las
demandas de titulaciones de corta duración y de rápido
acceso al mercado de trabajo. En general, las IES privadas se caracterizan
por una mayor diversificación que las públicas, pudiendo
ser confesionales, de élite o de absorción de demanda,
entre otras. Aun cuando los sistemas privados difieren notablemente de
un país a otro, se dan algunos rasgos comunes en su comportamiento
(Brunner, 1995):
• Las instituciones (especialmente universidades) tienden a ubicarse
en las regiones metropolitanas o más desarrolladas.
•
Su tamaño tiende a ser pequeño, con un bajo número
promedio de alumnos.
• Salvo escasas excepciones, las instituciones son exclusivamente docentes
de grado.
•
Su oferta tiende a concentrarse en áreas de conocimiento de alta
demanda y reducidos costes de producción, donde los gastos en
equipamiento y materiales son pequeños y existe una abundante
provisión de personal docente.
•
Los profesores son contratados generalmente por hora y su calificación
académica es menor que la de los docentes del sector público.
•
Su clientela tiende a ser segmentada. Según UNESCO/IESALC (2003),
las instituciones privadas compiten por la captación de estudiantes,
clasificados en dos grupos en función de su status socioeconómico:
aquellos con ingresos económicos suficientes para acceder a la
universidad pública y aquellos de nivel medio bajo que buscan
obtener un título y su formación académica de forma
rápida, sin importar la calidad de la enseñanza11.
•
Su financiación proviene casi exclusivamente del cobro de matrículas.
No obstante, el Banco Mundial (1995) indica que en ciertos países
se han destinado recursos públicos para incentivar el desarrollo
del sector privado y ampliar la matrícula a un coste público
menor. Sugiere, adicionalmente, que al destinar recursos públicos
a la educación superior se estimularía la mejora de la
calidad de las instituciones públicas y privadas, llevándolas
a competir por fondos que se distribuyen en función de proyectos.
•
La mayor diversidad y flexibilidad de su oferta han estado acompañadas,
en ocasiones, de un deterioro en la calidad de los programas de estudio.
En el Cuadro 4 se recogen algunos rasgos que
caracterizan la diversificación
institucional vivida por los SNES de los países analizados.
Cuadro 4
Características de la diversificación institucional de
la educación superior
|
Argentina |
México |
Brasil |
Sistema binario |
|
|
|
Dependencia legal de las IES públicas |
Nacional
Provincial |
Federal
Estatal
Municipal |
Federal
Estatal
Municipal |
Sector privado |
Diversificado.
Sin fines de lucro (Ley 24521/95) |
Heterogéneo y segmentado: instituciones de élite
y de absorción de demanda. |
Heterogéneo y diversificado: confesionales, comunitarias,
filantrópicas y particulares. |
Reformas recientes
de la educación superior
En las dos últimas décadas, los SNES de América
Latina se enfrentaron a grandes desafíos. El aumento de la demanda
de educación superior generó necesidades de mayores recursos
públicos. Sin embargo, la crisis económica sufrida en la
década de los ochenta provocó que el crecimiento de la
matrícula no se viera acompañado de una evolución
similar en los fondos, contribuyendo al deterioro de la calidad.
Dada la situación precaria de la educación superior, surgen
reformas educativas encaminadas a transformar las obsoletas políticas
existentes. Estas reformas (financieras, legales y sociales), aunque
no de forma simultanea, se produjeron en un periodo que va desde 1970
hasta nuestros días. Su análisis pone de manifiesto la
existencia de tendencias comunes; los tres países considerados
han pasado por los mismos procesos. De hecho, México ha sido siempre
el país pionero a la hora de introducir transformaciones, seguido
de Argentina y Brasil.
El Cuadro 5 resume los principales cambios
vividos por los SNES desde 1970 hasta la actualidad, reformas que serán
comentadas de forma detallada a continuación.
Reformas |
|
|
Aregentina |
México |
Brasil |
Evolución |
Crecimiento de la demanda |
Década de los ochenta |
Década de los setenta |
Década de los setenta |
|
Deterioro de la calidad por falta de medios |
Finales de los ochenta |
Principios de los ochenta |
Mediados de los noventa |
Cambios legislativos |
Normas promulgadas |
Decreto 154/83
Ley 23068/84
Ley Federal de Educación 24195/93
Ley de Educación
Superior 24521/95 |
Ley para la Coordinación de la Educación Superior
(1978)
Ley General de Educación (1993)
PNE 2001-06 |
LDB 5540/68
Comisión Federal
1988
LDB 9394/96
PNE 2001 |
Precios de matrícula |
Establecimiento
Impulso |
Principios de los noventa
Ley 24521/95 |
Mediados de los ochenta
Principios de los noventa |
Mediados de los noventa
Propuesta de Introducción |
Fomento de la calidad |
Políticas de Evaluación y Acreditación |
Establecimiento |
Principios de los noventa |
Principios de los ochenta |
1995 |
Impulso |
1995 |
Principios de los noventa |
2002 |
Programa |
CONEAU (1995)
FOMEC (1993) |
CONEAU (1995)
FOMEC (1993) |
SINAES |
|
Programas de formación de profesorado |
Programa de Incentivos de Docentes-Investigadores (1995) |
Sistema Nacional de Formación a Profesores (1978) PROMEP
(Década noventa) SUPERA (1993) |
CAPES (1951) e instituida Fundación
en 1992 para los cursos de posgrado |
|
|
Incentivos a la investigación |
FONCyT (1995) |
CONACyt (1972) |
CNPq (1951) e instituida Fundación
en 1974 |
|
|
Compromiso en la financiación de la educación
superior |
Ley de Educación Superior (1995) en su art. 2: La responsabilidad
del Estado en el mantenimiento de la educación superior y
en el art. 58 asegura el aporte financiero. |
Ley General de Educación (1993) art. 9: El Estado promoverá y
atenderá con apoyo financiero a la educación superior. |
La Constitución Federal 1988 asegura la gratuidad de la
enseñanza pública en todos los niveles. |
|
Crecimiento de la demanda
y deterioro de la calidad
En América Latina, el crecimiento de la matrícula en educación
superior ha tenido un desarrollo desigual en función de las condiciones
y circunstancias de cada país, produciéndose, por lo general,
dos décadas más tarde que en la mayoría de los países
de la OCDE. Además, este crecimiento es más sensible a
las crisis económicas y a la inestabilidad política que
caracterizan a la región.
En Argentina y México, donde el incremento fue absorbido, principalmente,
por el sector público, las instituciones no estaban en condiciones
de afrontar la nueva situación. Esto, unido a los bajos presupuestos
y a que el gobierno asignaba recursos sin ningún tipo de control
sobre los servicios prestados, tuvo graves consecuencias sobre la calidad
de la enseñanza, problemas que se hicieron más evidentes
en ambos países una década después del despegue
de la demanda. En Brasil, este proceso no resulta tan obvio porque buena
parte del crecimiento de la matrícula fue asumido, desde el principio,
por el sector privado.
Cambios legislativos
Los países se enfrentan a graves problemas que dificultan el
desarrollo adecuado de la educación superior, lo cual ha llevado
a los gobiernos a establecer nuevas leyes que permitan corregir las deficiencias
del sistema. Estas normas resumen la mayoría de los cambios operados
en los SNES. Habitualmente, la educación superior aparece regulada:
a) Por un lado, en normas de carácter general, tales como la
Constitución, donde se defiende la “responsabilidad financiera
indelegable” del Estado en la prestación del servicio de
educación superior. No hay que olvidar que los gobiernos de América
Latina han sido bastante inestables, viéndose sometidos a numerosos
golpes militares. Cuando la democracia se reestablece, la extensión
de la educación a toda la población, independientemente
del nivel, se considera un paso democratizador. De ahí que la
mayor parte de los gobiernos recojan el carácter público
de la educación, y en particular de la educación superior,
en su norma básica.
b) Por otro lado, en leyes de carácter específico que afectan
a la educación superior en particular. Estas normas suelen definir
las reglas de creación y funcionamiento de las instituciones.
En concreto, las más recientes son una respuesta al deterioro
de la calidad del sistema educativo y, por tanto, incorporan aspectos
relacionados con la mejora de la calidad y el establecimiento del nuevo
papel del Estado como “evaluador del sistema”.
Lo habitual es que los países más estables políticamente,
tales como México, sufran menos cambios normativos, ya que las
reformas legales tienen mayor vigencia. Por el contrario, en Argentina
y Brasil, las reformas fueron sustentadas por cambios legislativos importantes.
Posiblemente, las transiciones políticas de ambos países
obligaron a promulgar un buen número de leyes que adaptasen la
educación superior a las nuevas circunstancias.
Precios de matrícula
Al igual que en otros países, la cuestión de la gratuidad
de los servicios educativos en América Latina ha sido un tema
ampliamente debatido, existiendo hasta la fecha dos posturas enfrentadas:
a) Por un lado, aquella que defiende la gratuidad
basándose en
argumentos como la tradición, el mayor acceso de los jóvenes
con escasos recursos, o la consideración de la educación
como un bien público y que, por tanto, debe ser solventado por
los gobiernos.
b) Por otro lado, aquella que no justifica el subsidio a la educación
superior dados los beneficios individuales obtenidos por sus estudiantes.
Dada la escasez de recursos públicos, la tendencia general se
inclina a favor de la segunda postura. Los tres países han aprobado
el establecimiento de precios de matrícula en las IES públicas
como una vía alternativa de búsqueda de recursos financieros
y combatir, de este modo, la reducción de los recursos públicos.
Aún cuando estas políticas se iniciaron a finales de la
década de los ochenta o principios de los noventa, no se han aplicado
de forma efectiva. Por ello, a mediados de los noventa, los gobiernos
insistieron de nuevo en el cobro de matrículas.
Estos movimientos prueban que los SNES latinoamericanos están
viviendo un debate muy similar al de algunos países de la OCDE.
En éstos, los precios de matrícula en los años sesenta
se veían como un obstáculo a la democratización
de la educación superior, de ahí que muchos no cobrasen
tasas de matrícula o éstas fuesen reducidos (caso de Holanda,
Reino Unido, Australia o Alemania, entre otros). Sin embargo, en los últimos
diez años algunos de estos países han abandonado la gratuidad
de los servicios universitarios, pasando a aplicar precios bastante elevados
(Holanda, Reino Unido o Australia). Ahora bien, esta subida de precios
ha ido acompañada de reformas importantes en los esquemas de ayuda
financiera a los estudiantes. Aplicar políticas de subida indiscriminada
de los precios de la educación superior en América Latina,
donde las ayudas públicas a los estudiantes son prácticamente
inexistentes, puede traer efectos muy negativos sobre la equidad de los
SNES.
Adicionalmente, las autoridades educativas promueven la búsqueda
de diversas fuentes de financiación para resolver las deficiencias
presupuestarias producto de la crisis de los años ochenta, conocida
como la “década perdida”.
Fomento de la calidad
En la década de los noventa, el tema de la calidad de la educación
superior comienza a tener mayor peso en la agenda de los gobiernos de
América Latina. Hasta ese momento, el sistema educativo había
puesto énfasis en aspectos cuantitativos (crecimiento de la demanda,
ampliación de la tasas de escolarización, etcétera)
más que en aspectos de calidad. Las políticas en materia
de calidad iniciadas por las administraciones giran, fundamentalmente,
en torno a tres ejes:
a) Políticas de evaluación y acreditación. Argentina
y México cuentan con un órgano responsable de la evaluación
y acreditación de la educación superior: la Comisión
Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU),
que inicia sus actividades en agosto de 1996, y la Comisión Nacional
de Evaluación y Acreditación (CONAEVA), creada en 1990.
En cada uno de ellos se desarrollan programas encaminados a la mejora
de la calidad del sistema superior como son el Fondo para el Mejoramiento
de la Calidad (FOMEC), creado en Argentina en 1993, y el Fondo para el
Mejoramiento de la Educación Superior (FOMES), creado en México
en 1982. En Brasil, el proceso de evaluación y acreditación
fue implantado, con cierto retraso, en 1995 mediante el Sistema Nacional
de Avaliação de Educação Superior (SINAES)
con vigencia desde el año 2002. En este proceso participan de
forma integrada el Conselho Nacional de Educação (CNE),
el Ministério de Educação (MEC), el Instituto Nacional
de Estudos e Pesquisas (INEP), encargado de las evaluaciones de grado,
y Coordenação e Aperfeiçoamento de Pessoal de Ensino
Superior (CAPES), responsable por la evaluación de la enseñanza
de posgrado.
b) Formación del profesorado. En la década de los noventa
se incorporaron medidas específicas destinadas a la mejora del
personal académico: el Programa de Incentivos a Docentes Investigadores,
desarrollado en Argentina en 1995, el Programa de Mejoramiento del Profesorado
(PROMEP), en México en 1990, y el programa del CAPES en Brasil,
el más antiguo de los tres ya que su creación se remonta
a 1951, no obstante, sus labores relacionadas con la calidad del profesorado
son relativamente recientes.
c) Promoción de las actividades de investigación. En cuanto
a programas destinados a promover las actividades de investigación,
el CONACyT en México y el CNPq en Brasil son los más antiguos,
ya que se crean en 1972 y 1951, respectivamente. En Argentina el FONCyT
aparece en 1995.
A modo de conclusión se puede afirmar que la mayor parte de estas
reformas han supuesto transformaciones en el modo de actuar de las IES
y los gobiernos como consecuencia de la falta de recursos financieros
y el deterioro de la calidad. Así, el desarrollo de la educación
superior contaba inicialmente con el respaldo financiero de los gobiernos,
condición que se definía en diferentes leyes, como la Constitución
Federal de 1988, en Brasil, y la Ley 24521/95, en Argentina. Sin embargo,
las medidas adoptadas en la década de los noventa obligan a los
estados a racionalizar los recursos y a promover la generación
de fuentes de financiación adicionales. Mediante los procesos
de evaluación y acreditación, las administraciones pretenden
realizar una distribución más equitativa de los recursos,
estableciendo nuevos mecanismos para su asignación. En definitiva,
al igual que en los países de la OCDE, el antiguo papel del Estado
como proveedor de recursos se transforma en la década de los noventa
en un Estado evaluador del sistema, que pretende realizar una mejor distribución
de los escasos fondos públicos entre las IES.
Por otra parte, el Cuadro 5 muestra que México es el país
pionero en la introducción de reformas, que, con cierto retraso,
son aplicadas en Argentina y Brasil12. Probablemente, su mayor estabilidad
política, unida al hecho de se trata de un país miembro
de la OCDE, explican su anticipación en los aspectos educativos.
Además, es necesario resaltar que detrás de estas medidas
reformistas se encuentra la influencia fundamental de organismos multilaterales
tales como la OCDE, el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo.
Financiación de los SNES
En este apartado se comienza aportando unas cifras
generales que describen la cantidad de fondos, tanto públicos como privados, destinados
a educación y educación superior. Para ello, se han utilizado
los datos de la OCDE13 para diferentes años, dotando a la información
presentada de cierta homogeneidad. Posteriormente, se analiza comparativamente
los mecanismos de financiación de las universidades públicas
y sus principales fuentes de ingresos.
Indicadores de financiación
de los SNES latinoamericanos
El Cuadro 6 recoge el comportamiento del gasto
que se destina a educación
para los tres países en los años 1995 y 2000.
Cuadro 6
Gasto en educación como porcentaje del PIB (2000-1995)
|
2000
|
1995
|
|
Público
|
Privado
|
Total
|
Público
|
Privado
|
Total
|
Argentina (a) |
4.5
|
1.4
|
5.9
|
3.4
|
0.7
|
4.2
|
México |
4.7
|
0.8
|
5.5
|
4.6
|
1.0
|
5.6
|
Brasil (b) |
4.2
|
0.0
|
4.2
|
5.1
|
0.0
|
5.1
|
Media OCDE |
4.8
|
0.6
|
5.5
|
4.9
|
0.75
|
5.6
|
(a) El subsidio a hogares se incluye en el gasto privado y los datos
de 1995 hacen referencia a 1996.
(b) Los datos de 2000 hacen referencia a 1999.
Fuente: Elaboración propia a partir de OCDE (2003) y OCDE (1998)
En el año 2000, el porcentaje de PIB destinado a educación
por Argentina y México es igual o superior al utilizado por la
media de países OCDE (5.5%), sin embargo, Brasil se coloca por
debajo de dichos valores. La comparación de estos datos con los
del año 1995 muestra una evolución bien diferente para
los tres países; mientras Argentina experimenta un aumento importante
en su esfuerzo educativo, Brasil lo reduce drásticamente. Por
su parte, en México se puede hablar de un estancamiento, algo
similar a lo que sucede en los países de la OCDE, de la que forma
parte.
La evolución del esfuerzo financiero destinado a educación
viene determinado, fundamentalmente, por la evolución del esfuerzo
público. El gasto público representa más del 80%
del gasto en educación, de ahí que sus aumentos o descensos
determinen los aumentos o descensos del gasto total en educación.
En el Cuadro 6 se aprecia claramente este efecto.
Centrándose en la educación superior, el Cuadro 7 recoge
el esfuerzo financiero de los tres países en este nivel educativo.
La situación resulta ligeramente diferente a la vista en el caso
de la educación en general. Los tres países realizan un
esfuerzo menor al de la media de países de la OCDE. De nuevo el
porcentaje de PIB destinado a educación superior sufre una evolución
diferente en los tres países, evolución que viene determinada
por el gasto público. En Argentina, el gasto público se
incremente, consecuentemente, el gasto total también aumenta,
en México ambos se estancan, y en Brasil disminuyen, de forma
significativa.
Cuadro 7
Gasto en educación superior como porcentaje del PIB (2000-1995)
|
2000
|
1995
|
|
Público
|
Privado
|
Total
|
Público
|
Privado
|
Total
|
Argentina (a) |
0.8
|
0.4
|
1.2
|
0.7
|
0.3
|
1.0
|
México |
0.8
|
0.2
|
1.1
|
0.8
|
0.2
|
1.1
|
Brasil (b) |
0.8
|
0.0
|
0.8
|
1.3
|
0.0
|
1.3
|
Media OCDE |
1.0
|
0.3
|
1.3
|
0.9
|
0.3
|
1.3
|
(a) El subsidio a hogares se incluye en el gasto privado y los datos
de 1995 hacen referencia a 1996
(b) Los datos de 2000 hacen referencia a 1999.
Fuente: Elaboración propia a partir de OCDE (2003) y OCDE(1998).
A la luz de los datos anteriores, se plantea
cuál es la importancia
que los gobiernos otorgan a la educación y educación superior
en los diferentes países (Cuadro 8).
Cuadro 8
Gasto público en educación y educación superior
como porcentaje del gasto público
|
Argentina |
México |
Brasil |
Financiación a universidades |
Gasto Público Directo:
Inst. Públicas
Privadas |
99.6%
|
95%
|
92.7%
|
Inst. Públicas |
97.2%
|
95%
|
91.8%
|
Inst. Privadas |
2.4%
|
0
|
0.9%
|
Financiación
A estudiantes |
Transf. Públicas Indirectas al sector Privado: |
0.4%
|
5%
|
7.3%
|
Becas |
0.3%
|
2.5%
|
5.1%
|
Créditos |
0
|
2.5%
|
2.2%
|
Transf. a otras IES privadas |
0.1%
|
0
|
0
|
Crecimiento Reducción Estancamiento
(a) Los datos de 1995 hacen referencia a 1996
(b) Los datos de 1998 hacen referencia a 1997 y los de 2000 hacen referencia
a 1999.
Fuente: Elaboración propia a partir de OCDE (2003), OCDE (2001)
y OCDE (1998).
México confiere una mayor importancia a la educación y
a la educación superior dentro de sus presupuestos públicos,
superando también la media OCDE.
En general, tiene lugar un ligero incremento del peso que representan
los gastos de educación en los presupuestos públicos, salvo
en el caso de Brasil. Por el contrario, se produce una reducción
o estancamiento de la proporción de gasto público destinado
a educación superior. Como consecuencia, se deduce que la educación
superior ha perdido prioridad en las políticas educativas públicas
frente a otros niveles. Esto se refleja, en la evolución del cociente
gasto público a educación superior sobre gasto público.
En los tres países analizados este cociente es inferior a la media
OCDE en el año 2000, lo cual demuestra la reorientación
de las políticas hacia otros niveles educativos. Así lo
recomiendan Neira y Portela (2003) al afirmar que la ayuda al desarrollo
en materia educativa debería reorientarse, ya que, hasta finales
de la década de los noventa se ha concentrado en la población
urbana y en las enseñanzas superiores.
La financiación pública pretende cubrir las necesidades
de las IES haciendo un mejor uso de los recursos a la hora de distribuirlos.
Estos recursos están compuestos por gastos directos, que se destinan
tanto a IES públicas como a IES privadas, y por gastos indirectos,
canalizados a través del sector privado (becas, créditos
educativos a los estudiantes y transferencias que se destinan a otras
IES privadas). En el Cuadro 9 se aprecia la distribución porcentual
de los recursos públicos entre los diferentes rubros mencionados.
Cuadro 9
Distribución del gasto público total en educación
superior (2000)
|
Argentina |
México |
Brasil |
Financiación a universidades |
Gasto Público Directo:
Inst. Públicas
Privadas |
99.6%
|
95%
|
92.7%
|
Inst. Públicas |
97.2%
|
95%
|
91.8%
|
Inst. Privadas |
2.4%
|
0
|
0.9%
|
Financiación
A estudiantes |
Transf. Públicas Indirectas al sector Privado: |
0.4%
|
5%
|
7.3%
|
Becas |
0.3%
|
2.5%
|
5.1%
|
Créditos |
0
|
2.5%
|
2.2%
|
Transf. a otras IES privadas |
0.1%
|
0
|
0
|
Fuente: Elaborado a partir de OCDE (2003).
Los recursos públicos se canalizan casi en su totalidad a través
de las IES (públicas y privadas) en más de un 92%, siendo
Argentina el país que aporta el mayor volumen de recursos por
esta vía con un 99.6%, seguido de México y Brasil con 95%
y 92.7%, respectivamente. Sin embargo, los recursos públicos que
se canalizan vía estudiantes representa una proporción
considerablemente baja en Argentina (0.4%) frente a Brasil y México
donde este porcentaje supera el 5% (7.3% y 5%). Estos subsidios se asignan
a través de becas y créditos estudiantiles que ayudan a
los beneficiarios de la formación superior a acceder a ella. Además,
dentro de este rubro, algunas IES privadas argentinas reciben recursos
para destinarlos a ayudas estudiantiles. Este porcentaje representa un
1% del total de gasto público.
Financiación de las universidades públicas
Los SNES están compuestos por instituciones de carácter
público y privado. Los recursos económicos de las primeras
son primordialmente de origen público, mientras que los de las
segundas se originan mediante el pago por los servicios que ofrecen.
El presente análisis se centra en la financiación de las
IES públicas y, en concreto, en los mecanismos de asignación
de los recursos públicos o “modelos de financiación
en sentido estricto” (Fernández, 2001).
El Cuadro 10 muestra la participación pública y privada
en la financiación de las IES públicas. No obstante, estos
datos no siempre son comparables:
• Por un lado, la información de Brasil no corresponde
a la OCDE, sino a Schwartzman (2002) y hace referencia, exclusivamente,
a la financiación de las Instituciones Federales de Educación
Superior (IFE)
•
Por otro lado, los recursos privados en Argentina pueden estar sobre
valorados al incluir los subsidios públicos a los hogares.
Cuadro 10
Porcentaje de financiación pública vs.
privada a las IES públicas (2000)
País
|
Público
|
Privado
|
Argentina (a) |
66.2
|
33.8
|
México |
79.4
|
20.6
|
Brasil (b) |
96.5
|
3.5
|
Media OCDE |
78.6
|
21.4
|
(a) Recursos privados incluyen los subsidios
públicos a hogares.
(b) No corresponde a la referencia de OCDE sino a Schwartzman (2002).
Fuente: Elaboración propia a partir de OCDE (2003).
En general, las IES generan más de un 20% de los recursos propios
en Argentina y México, países que admiten el cobro de matrícula.
Aún así, se debe mencionar que los recursos privados provenientes
del pago de matrículas representan una pequeña parte del
total de recursos propios.
Por lo que respecta a los recursos públicos, la responsabilidad
de su aportación es compartida por varias esferas gubernamentales:
gobierno federal (Argentina), gobiernos federal y estatales (México),
y gobiernos federal, estatales y municipales (Brasil) (Ver Figura 1).
Figura 1
Gobiernos que participan
en la financiación de la educación superior
Como ya se puso de manifiesto en epígrafes anteriores, la carencia
de recursos experimentada en las últimas dos décadas, unida
a las inequidades en su distribución, han generado la necesidad
de las IES de incrementar sus fondos a través de nuevas vías
de financiación. Como consecuencia, las reformas adoptadas han
girado en torno a dos líneas de actuación:
a) Nuevos instrumentos para asignar los recursos
públicos entre
las universidades. Esta alternativa pretende mitigar las desigualdades
entre las universidades. Los diferentes países proponen mecanismos
que facilitan la distribución equitativa de los recursos públicos,
buscando la racionalización del gasto y la eficiencia. Asimismo,
establecen, nuevos fondos de asignación específica canalizados
a las actividades de investigación, infraestructura, mejora del
profesorado, etc.
b) Diversificación de las fuentes de financiación. La segunda
alternativa propone que las universidades generen recursos adicionales
a los gubernamentales mediante el desarrollo de actividades orientadas
al mercado (asesorías, proyectos de investigación, cursos
cortos a funcionarios o empresas, cobro de matrículas, donaciones,
etc.). Los recursos generados por esta vía no aparecen registrados
porque no se dispone de información suficiente y cuantificable.
En los siguientes apartados se analizan detalladamente sendas propuestas.
Fondos públicos
La mejor distribución de los recursos públicos entre las
instituciones y el uso adecuado de los mismos, son fundamentales para
corregir las deficiencias presentes en los diferentes sistemas educativos
en relación a la distribución del presupuesto público.
El presupuesto histórico incremental utilizado a principios de
los noventa por los países analizados carecía de evaluación
y criterios objetivos de distribución, contribuyendo en gran medida
al aumento de las desigualdades presupuestarias entre instituciones y
restando equidad al sistema educativo. A finales de los noventa, este
mecanismo de asignación incremental fue sustituido por nuevos
mecanismos de financiación que introdujeron en las evaluaciones
parámetros de eficiencia, eficacia y equidad.
¿
Cómo se asignan estos recursos públicos? Anterior a la
década de los noventa, México, Argentina y Brasil utilizaban,
de forma prácticamente exclusiva, “modelos de financiación
no formales o basados en la negociación”. En éstos,
los fondos que reciben las IES son negociados periódicamente entre
la administración y la universidad, sin que exista una relación
directa entre las actividades desempeñadas por las instituciones
y los fondos recibidos. Dentro de los modelos basados en la negociación,
la modalidad más extendida son los “modelos incrementalistas” que
toman como base el presupuesto del año anterior y, previa negociación,
establecen un incremento sobre el mismo, es decir, las asignaciones que
se realizan a cada universidad se obtienen por actualización de
las asignaciones históricas. Precisamente estos países
aplicaban mecanismos incrementalistas.
A partir de los años noventa, los gobiernos comienzan a introducir
cambios significativos en los esquemas de asignación de recursos
públicos a las IES. La Figura 2 esquematiza los modelos de financiación
en sentido estricto de las IES públicas, fundamentalmente del
sector universitario (en el caso de Brasil, se hace referencia, exclusivamente,
a las IFE).
Figura 2
Modelos de financiación de las IES públicas
Tal y como se aprecia, todos los países cuentan con una financiación
básica, que cubre los gastos anuales de funcionamiento de las
IES, y una financiación condicionada, destinada a promover mejoras
en el sistema educativo.
La financiación “básica” se calcula, fundamentalmente,
en base a modelos basados en la negociación. Se toma como punto
de partida el presupuesto del año anterior y, tras la negociación,
se actualiza en función de la evolución del número
de alumnos o de la plantilla de profesorado (caso de México).
La financiación básica representa la mayor parte de los
fondos que reciben las instituciones. No obstante, su peso está disminuyendo
para primar la importancia de la financiación condicionada.
La financiación “condicionada” representa, a principios
del siglo XXI, en torno al 10% de los fondos públicos que reciben
las instituciones. Sin embargo, estos fondos han ido incrementando su
importancia a lo largo de la última década y se prevé que
mantengan esta tendencia en los próximos años. El objetivo
de esta financiación condicional es fomentar la calidad de la
educación superior, mediante programas que mejoren la formación
del profesorado, las infraestructuras o la investigación. Para
ello, utilizan otros mecanismos de asignación de fondos diferentes
al esquema incrementalista: financiación basada en fórmulas,
que tienen en cuenta tanto inputs como outputs, y contratos programa.
En el Cuadro 11 se muestran las diferencias entre financiación
básica y financiación condicionada.
Cuadro 11
Principales rasgos de la financiación pública de las IES
|
Financiación Básica |
Financiación Condicionada |
Objetivo |
Financiar los gastos de funcionamiento |
Financiar las mejoras de calidad corrigiendo problemas de falta
de eficiencia, y equidad |
Participación en los presupuestos |
Elevada (90%) |
Reducida (10%) |
Tendencia |
|
|
Mecanismo de asignación |
Sistema increntalista |
Fórmulas y contratos-programa |
Es importante que las IES cuenten con los recursos necesarios para solventar
las necesidades básicas y promover la mejora de la calidad.
La disponibilidad de los primeros dota al sistema de una mayor seguridad
financiera en la gestión administrativa. Además, los
recursos condicionados tienden a ser más vulnerables a las reducciones
presupuestarias.
Fondos privados
Los recursos privados de las IES públicas representan una pequeña
parte de su financiación (en el año 2000, un 33.8% para
Argentina14, un 20.6% para México y un 3.5% para Brasil). Estos
recursos contemplan fondos generados por las propias instituciones procedentes
de la venta de bienes y servicios educativos (asesorías, cursos
cortos, cuotas de matrículas, donaciones, etcétera). La
escasa participación de las IES en la generación de estos
recursos está supeditada a la condición de gratuidad de
la educación superior en los diferentes países. Así,
en Argentina y México los ingresos por esta vía son considerablemente
superiores a los generados por Brasil, país donde aún no
existe una política de pago de matrícula tan clara.
Como ya se comentó, los recursos propios se han incentivado con
el fin de compensar la disminución de los aportes públicos.
Argentina y México han puesto en marcha medidas encaminadas a
resolver los problemas de carácter financiero mediante la generación
de estos recursos, y quizás algo más retrasado está Brasil
donde la participación continúa siendo bastante insignificante
en las IFES. Un aspecto importante a resaltar es que la política
de contención de gastos que experimentó Brasil en la década
de los noventa generó la expansión de la educación
privada.
La política de los precios de matrícula ha significado
un proceso difícil y complejo para los gobiernos latinoamericanos,
ya que los estudiantes y la sociedad en general pusieron resistencia
y se declararon en contra de su implementación a través
de huelgas y manifestaciones estudiantiles.
En países como Argentina y México, esta etapa de introducción
ya está superada después de las constantes luchas por concientizar
a la población estudiantil y a la sociedad de la necesidad de
mayores recursos para asegurar la equidad y la calidad del sistema, siendo
fundamental la participación en la financiación tanto de
los gobiernos como de la sociedad en general. Aunque se considera una
etapa superada, aún persisten las luchas por incrementar los precios
de matrícula. Brasil es uno de los países que viene promoviendo
la generación de recursos propios y específicamente del
cobro de matrículas a mediados de la década de los noventa
y aún más fuertemente en el gobierno actual que contempla
en la reforma universitaria la introducción de medidas encaminadas
a disminuir el aporte estatal a las universidades obligándolas
a generar recursos adicionales a los públicos. Al igual que lo
ocurrido en Argentina y México, la población brasileña
pone resistencia a esta medida en defensa del derecho a la gratuidad
de la educación pública.
La defensa del establecimiento de tasas de matrícula se realiza
bajo dos enfoques:
a) El enfoque estrictamente cuantitativo y financiero,
que toma como base indicadores tales como la rentabilidad individual
y social de la
inversión en educación superior, el incremento de la demanda
educativa, los costos unitarios por estudiante, la capacidad estatal
de gasto público, los créditos educativos y el costo de
su recuperación, etc.
b) El enfoque cualitativo, que se resume con la inequidad de la gratuidad,
debido a que favorece a un conjunto de estudiantes de altos ingresos
en detrimento de otros que no pueden cubrir los costes de su formación
universitaria. Al analizar este enfoque, se parte del supuesto de que
la educación superior reduce las diferencias sociales.
Por último, dentro de los recursos privados también se
incluiría las donaciones. Este tipo de recursos es bastante modesto
en países latinoamericanos. En algunos casos se aplica una política
por parte del Estado que consiste en reducir las tasa a las herencias
y otros impuestos a las personas que realizan donaciones a las IES. Los
SNES de Argentina, México y Brasil cuentan con recursos provenientes
de donaciones. En México y Brasil los gobiernos promueven las
aportaciones voluntarias de los ex alumnos.
Conclusiones
La carencia de recursos experimentada en las últimas dos décadas,
unida a las inequidades en su distribución, ha dado lugar a importantes
reformas en los SNES latinoamericanos. Las reformas de carácter
financiero han girado en torno a dos líneas de actuación:
la búsqueda de nuevos instrumentos para asignar los recursos públicos
a las IES y la diversificación de las fuentes de financiación.
Esta evolución ha sido común a los tres países analizados,
tal y como había sucedido ya a finales de los ochenta para la
mayoría de los países de la OCDE.
En este trabajo el análisis se ha centrado en los mecanismos utilizados
para la asignación de recursos públicos. De este modo,
se pretende mitigar las desigualdades entre las universidades. En los
tres países analizados han predominado los “modelos de financiación
no formales”, en particular los modelos incrementalistas. Éstos
se utilizan para asignar la práctica totalidad de los fondos públicos
hasta principios de la década de los noventa. A partir de esta
fecha, se combinan con otros mecanismos de financiación, aunque
los esquemas incrementalistas siguen determinando el grosso (financiación
básica) de los fondos públicos que reciben las instituciones
argentinas, mexicanas y brasileñas.
En general, este tipo de modelos no formales, o más bien, de ausencia
de modelos, presenta dos desventajas evidentes:
• No incluyen herramientas que motiven la eficiencia de las instituciones
ni la mejora en la calidad de la educación.
•
Los fondos percibidos vienen determinados por un proceso de negociación
entre la administración y la universidad, por lo que se trata
de un proceso poco objetivo y transparente.
Por todo ello, Argentina, México y Brasil, al igual que ya hicieron
la mayoría de países de la OCDE hace algunas décadas,
han ido abandonando este tipo de esquemas y sustituyéndolos por
otros basados en sistemas formales de asignación de fondos, donde
el reparto de recursos se realiza en base a fórmulas y contratos-programa.
Se pretende así primar los criterios de eficiencia, eficacia y
equidad. No obstante, estas herramientas todavía determinan una
pequeña parte de los recursos públicos que reciben las
IES (financiación condicionada, aproximadamente un 10%). Es de
prever que en los próximos vayan adquiriendo mayor importancia.
Por otra parte, ante la necesidad por mayores recursos se ha impulsado
la búsqueda de fuentes de fondos adicionales. Con esta medida,
la universidad se hace copartícipe de la financiación de
la educación superior mediante la generación de recursos
propios donde los estudiantes contribuyen con el pago de sus estudios.
La tendencia mundial hacia una mayor participación en los costes
de la educación superior por parte de los estudiantes y/o sus
familias es una realidad a la cual los países de la región
no han escapado.
La postura de los diferentes países sobre la introducción
de los precios de matrícula en la enseñanza superior es
considerada un punto en la agenda educativa de permanente discusión,
ya que unos apoyan esta nueva medida y otros la rechazan, considerándola
una violación a los derechos de los ciudadanos. Sin embargo, la
gran mayoría de los países de la región se han visto
obligados a aplicarla, dada la rentabilidad individual de la educación
superior y la escasez de recursos públicos. Así, en la
década de los noventa, los gobiernos promovieron el cobro de matrículas
en la enseñanza superior, pero su introducción no ha sido
del todo satisfactoria, lo que denota las dificultades en su implantación.
En Latinoamérica, una estrategia de desarrollo universitario basado
excesivamente en el cobro de matrículas puede resultar muy perjudicial
para la equidad social, debido a que la crisis de la educación
superior reviste mayor gravedad y los ajustes fiscales han sido más
drásticos. Así, no se puede implantar esta medida sin un
sistema de apoyo financiero a los estudiantes mediante becas, créditos
y otras ayudas que permitan dotar al sistema de equidad en el acceso
a la educación superior. El rápido aumento del sector de
educación superior se debe fundamentalmente a los elevados niveles
de subsidios y en algunos casos, al empleo garantizado por el gobierno
a los estudiantes graduados, por lo que se debe continuar promoviendo
el crecimiento de la demanda y motivando el ingreso mediante las ayudas
financieras.
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entre los años 1998 y 2003, IESALC.
Pies
1 En
otro trabajo, este autor señala: “Desde una perspectiva empírica,
la globalización es percibida por los actores de la educación
superior más como un proceso externo y asociado con la competencia,
la educación superior como un servicio comercializable en un
mercado y con reducida libertad académica”. Cfr. Van der
Wende, Marijk ,“Networked university: The impact of globalization
and new technologies”, en http://www.utwente.nl/cheps/summer_school/2002/abstracs/Wende.doc/. «volver«.
2Como
ejemplo de este tipo de estudios véanse: Halpin, David y Troyna,
Barry, “The politics of education policy borrowing”, en Comparative
Education, vol. 31, No. 3, 1995, pp. 303-10; Levin, Benjamin, “An
Epidemic of education policy: (what) can we learn from each other?”,
en Comparative Education, vol. 34, No. 2, 1998, pp. 131-141
. «volver«
3Un
ejemplo de trabajos en esta línea para el caso de México
véase: Flores Crespo, Pedro y Ruiz de Chávez, Salvador, “Globalización,
gobierno y transferencia de políticas públicas. El caso
de la educación superior en México”, en Education
Policy Analysis Archives, vol. 10, No. 41, octubre 4, 2002, pp. 1-32
. «volver«
4Para
una extensa revisión de estos conceptos, consultese: Huisman,
J., Differentiation, diversity and dependency in higher education, Utrecht,
Lemma, 1995. «volver«
5De
acuerdo con Powell y DiMaggio, el “isomorfismo coercitivo resulta
de presiones tanto formales como informales que sobre una organización
ejercen otras de las que dependen y ejercen también las expectativas
culturales en la sociedad dentro de la cual funcionan las organizaciones.
Estas presiones se pueden sentir como una fuerza, persuasión o
invitación a coludirse”. El isomorfismo mimético
resulta: “Cuando se entienden poco las tecnologías organizacionales
[...], cuando las metas son ambiguas o cuando el ambiente crea incertidumbre
simbólica las organizaciones pueden construirse siguiendo el modelo
de otras organizaciones. Las ventajas de la conducta mimética
son considerables; cuando una organización enfrenta un problema
de causas ambiguas o soluciones poco claras, la búsqueda en otras
organizaciones puede dar una solución viable con pocos gastos
[...]”. Finalmente, el isomorfismo normativo se explica principalmente
por la profesionalización, es decir, por el proceso mediante el
cual los miembros de una ocupación establecen las reglas para
su ejercicio y controla los mecanismos de reproducción de sus
miembros, establecen las bases cognitivas y la legitimidad de su autonomía
ocupacional. “Dos aspectos de la profesionalización son
fuentes importantes del isomorfismo. Uno es que la educación formal
y la legitimidad tienen una base cognitiva producida por los especialistas
universitarios; el segundo es el crecimiento y complejidad de las redes
profesionales que van más allá de una sola organización
y a través de las cuales se difunden rápidamente los modelos” (Powell
y DiMaggio, 2001:109-114)
. «volver«
6De
acuerdo con Altbach, el término “flujo académico” se “refiere
a la tendencia de las instituciones menos prestigiosas que tratan de
emular a las más prestigiosas: Las instituciones se copian unas
a otras porque buscan la legitimidad siguiendo las normas aceptadas y
porque las reglas oficiales se encargan de recompensar la práctica
conservadora”. Altbatch, 2002: 49
. «volver«
7 Es
interesante, en este sentido, un reciente estudio de J. Delfino y G.
Panighel, en el que analizan el caso argentino teniendo en cuenta no
sólo los beneficios diferenciales de la educación superior
según el estrato socioeconómico al que se pertenece, sino
también la carga impositiva diferencial según la posición
que se ocupa en la estructura social (Delfino & Panighel, 2001)
. «volver«
8 Un
análisis muy incisivo y sugerente se encuentra en Brunner (1993).
Véanse también Delfino & Gertel (1996), Velloso (1994),
Williams (1998), Brunner (1994), entre muchos otros«volver«
9Sólo
un pequeño porcentaje del total, en torno a un 10%, combina actividades
de docencia de posgrado y actividades de investigación, concentrándose
principalmente en Brasil, México, Argentina, Chile y Venezuela
. «volver«
10México
dispone de un sistema binario que diferencia a las universidades de los
institutos tecnológicos, Argentina está integrado desde
principios del siglo XX por dos tipos de instituciones: universidades
e institutos superiores no universitarios (denominados terciarios) y
Brasil distingue entre universidades y facultades o establecimientos
aislados. «volver«
11Este
situación se dio en El Salvador, donde el Estado tuvo que intervenir
cerrando este tipo de instituciones (UNESCO IESALC, 2003)
. «volver«
12 Si
bien es cierto que en materia de reformas sistémicas el caso mexicano
es anterior al argentino y brasileño, el país precursor
es Chile, donde se aplicaron medidas como las que, posteriormente, se
emprenderían en toda la región
. «volver«
13 OCDE
(varios años): Education at a glance. OECD indicators, Paris,
OCDE
. «volver«
14Los
subsidios a los hogares están contemplados dentro de los recursos
propios, por lo que esta cifra está sobre valorada
. «volver«
Estudios
e Investigaciones
Syvie
Didou Aupetit
¿Fuga de Cerebros o diásporas?,
inmigración y emigración de personal altamente calificado en
México.
Elia Marúm Espinosa
Los programas de
atraccción de trabajo altamente calificado de América del
Norte y su impacto para México
Ensayos Jorge Dettmer G.,
Globalización, convergencia
y diferenciación de la educación superior: Una revisión
teórico-conceptual
Eduardo Sánchez Martínez
Opciones de financiamiento
en la educación superior.
Susana Fernández
Alfaro y Sara Fernández López.
Modelos de financiación
de las universidades públicas en América Latina: el caso
de Argentina, México y Brasil
Reformas e Innovaciones
Marco Aurelio Navarro Leal e Iván
Sánchez Rodríguez.
Lecciones de la implementación
de la reforma curricular en la UAT.
Mirador
Mario Hernández Chirinos
El debate sobre la digitalización
de las universidades británicas: impacto y consecuencia
Estados del Conocimiento
José Luis Ramírez
Romero, Armando Alcántara Santuario y Rebeca Caballero.
La investigación
educativa en México
Estela
Ruiz Larraguivel
Representaciónes, imaginarios e identidad. Actores
de la educación superior
Información para Colaboradores
Índice del Volumen XXXII
Lista de dictaminadores del año
2004
se aceptan colaboraciones
|