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Mario Rueda
Beltrán
Presentación
La evaluación de la docencia en la universidad ha sido uno de los
temas atendidos más tardíamente por las políticas
generales en el sector de la educación superior, así como
por los directivos y cuerpos colegiados de los propios planteles. Si se
le compara con los esfuerzos realizados para evaluar la investigación,
la docencia tiene una menor tradición y representa un reto por la
naturaleza tan compleja que conlleva dicha actividad. En primer lugar se
destaca la opacidad respecto al mandato institucional, es decir las universidades
al contratar a su planta docente no dan indicaciones claras de qué es
lo que se espera que el académico realice; sí, se dice, impartirá clases ¿Pero
lo hará de la misma manera si se trata de enseñar química
o danza? ¿Se le solicitará lo mismo en los primeros años
de la licenciatura que en los cursos de posgrado? ¿Formará estudiantes
de la misma manera en el contexto de una universidad pública o privada? ¿Tendrá un
comportamiento idéntico en situaciones como una cátedra,
el laboratorio o la práctica de campo? ¿Será fuente
principal de información, animador o acompañante de los
procesos de aprendizaje de los estudiantes?
La evaluación de la docencia, entendida principalmente como la interacción
del profesor con sus estudiantes en los salones de clase en el contexto
de un programa de formación profesional, plantea un desafío,
en principio porque durante décadas se ha desconocido o se tiene
información fragmentada sobre lo que acontece en las aulas y el
tipo de relaciones que ahí se establecen. Quién no recuerda
la vehemencia del profesor que contagiaba su pasión por el conocimiento
o por una disciplina o, al contrario, la convicción de que su vocación
estaba en otra parte; cuantos casos no se pueden nombrar de enamoramientos
(imaginarios o reales) de profesores y estudiantes. Es contundente la importancia
de la experiencia escolar para los individuos, sin embargo esto mismo pone
de relieve la parcialidad de los intentos de valorar las acciones del maestro
al interior de las aulas. Toda evaluación es parcial y se requiere
que cada experiencia evaluativa reconozca sus límites.
Sin duda el tema de la docencia invita a reconocer las paradojas presentes
en las universidades: ¿Si es una actividad tan importante por qué no
se le reconoce? ¿Por qué se tiene que hacer investigación
para ser considerado buen profesor? ¿Por qué para impartir
clases en las universidades basta con mostrar el título que acredita
los conocimientos en una área disciplinaria sin exigencia del dominio
de aspectos pedagógicos?
La docencia como una de las principales funciones de las universidades
reclama nuestra atención para propiciar un conocimiento sistemático
de las prácticas cotidianas de profesores y estudiantes que sin
duda contribuirá a una mejor perspectiva para su evaluación.
Los materiales que conforman esta sección constituyen una invitación
para reflexionar en la evaluación de la docencia en el nivel universitario,
aceptando su complejidad; reconociendo la necesidad de propiciar una participación
colegiada en el diseño y puesta en marcha de estos procesos; señalando
la conveniencia de sistematizar y compartir las experiencias para acumular
un conocimiento que recupere a la evaluación como un instrumento
de información para mejorar dicha actividad.
Un primer aspecto a resaltar es la escasa atención que se le ha
otorgado al problema y retos de la docencia desde el ámbito de las
políticas públicas. En ausencia de lineamientos claros de
impulso y valoración de la actividad docente, el desarrollo de la
actividad ha dependido más del interés personal y tal vez
institucional, pero no de iniciativas estatales que le concedan importancia
a la actividad. Este es el tema que aborda el texto de Canales y Luna,
quienes se ocupan de mostrar que las políticas de los noventa se
dirigieron a mejorar el nivel de escolaridad de los profesores de la enseñanza
superior, a instaurar un esquema de rendición de cuentas del desempeño
y a un intento de regular las plantas del personal académico en
las instituciones, pero no ofrecieron opciones para la actividad docente.
Por el contrario, las políticas privilegiaron la investigación
sobre la docencia y restaron mérito a esta última. Canales
y Luna, llaman la atención para el urgente diseño de una
política realista para mejorar la actividad docente, una política
que reconozca la diversidad del trabajo académico y también
las diferencias institucionales.
Dentro de la educación superior en México, dos focos de atención
poco asociados en la actualidad se refieren a las problemáticas
que viven los docentes universitarios, así como a las funciones
derivadas de su tarea profesional. En este sentido, Díaz-Barriga
y Rigo discuten la necesidad de amalgamar estos dos factores abordando
la multiplicidad de actividades y diversidad de roles que desempeñan
los profesores en nuestro país. Partiendo de este contexto, analizan
la polémica que representa la conceptualización del deber
ser de la enseñanza desde la perspectiva de los principales paradigmas
psicopedagógicos presentes en la investigación del desempeño
docente en las aulas. Para los autores, un proceso de evaluación
implica situarse en las características del enseñante,
sus necesidades, circunstancias y contradicciones.
En las últimas décadas se ha desarrollado una línea
de investigación que tiene como tema de interés el pensamiento
del profesor y la práctica educativa. En este contexto, el trabajo
de García plantea cómo la proliferación de términos
que han sido utilizados para describir el conocimiento y las creencias
de los profesores ha conducido a crear una confusión conceptual
entre los investigadores de la enseñanza. Así, se discuten
algunos aspectos teóricos y metodológicos de investigaciones
realizadas sobre las creencias, el conocimiento y la práctica de
los profesores, resaltándose la necesidad de desarrollar metodologías
de evaluación de la docencia que contemplen tanto lo que el maestro
piensa y cree, como lo que conoce y puede realizar en el aula.
Actualmente las instituciones de educación superior en México
llevan a cabo prácticas de evaluación docente, con escaso
conocimiento entre sí y todavía menos de lo que ocurre en
el amplio conjunto de instituciones de educación superior. Sin embargo,
a partir de las experiencias concretas de algunas universidades Rueda,
Elizalde y Torquemada plantean que la concepción, la antigüedad,
el tipo y el uso de cada sistema de evaluación es diferente en cada
caso. No obstante, se aprecia la presencia generalizada del cuestionario
de opinión de los estudiantes como instrumento de evaluación,
por lo que se destaca la necesidad de definir los aspectos que se desean
evaluar, así como las formas y usos de la evaluación.
En la discusión actual, la definición de los propósitos
de la evaluación, las estrategias de aplicación de los cuestionarios
y el uso de los resultados han cobrado relevancia, por ello el trabajo
de Luna et al. que da cuenta del proceso de construcción de los
cuestionarios, las características del sistema que los administra
y su uso resulta importante en la medida que muestra una experiencia institucional
en proceso. Experiencia que sostiene que no es posible pensar en una mejor
enseñanza cuando solamente se dan a conocer los resultados de los
cuestionarios. Enfrentar una tarea no sólo como respuesta mecánica
a la orientación de una política es posible cuando se conceptualiza
la evaluación de la docencia como prácticas sociales con
aspectos instrumentales (métodos y técnicas), componentes
políticos y estrategias de análisis de los resultados; elementos
que deberían al conjugarse proporcionar una orientación hacia
el mejoramiento de la calidad de la enseñanza.
Diversas propuestas en torno a la evaluación docente tanto en universidades
públicas como privadas, se plantean en el trabajo de Arbesú,
Loredo y Monroy; algunas de las cuales forman parte de proyectos de investigación
a nivel institucional. En ellas se enfatiza el carácter formativo
de la evaluación y la retroalimentación hacia la mejora de
la práctica educativa. Se aprecia el diseño de un sistema
de evaluación desde un enfoque humanista, el análisis de
la práctica docente a través de talleres de reflexión
desde la perspectiva del profesor y la puesta en marcha de herramientas
para evaluar los cursos en línea. Los autores coinciden en señalar
el involucramiento de los docentes en procesos innovadores de evaluación.
El conjunto de trabajos muestra distintos ángulos de los procesos
de evaluación de la docencia en las universidades, esperamos que
su lectura aliente el análisis crítico de las prácticas
actuales y contribuya a consolidar los procesos futuros más claramente
vinculados con una mejor manera de enseñar y aprender.
Alejandro Canales
Edna Luna
¿Cuál política
para la docencia?
Frida Díaz Barriga
Marco Antonio Rigo
Realidades y Paradigmas
de la Función Docente: Implicaciones sobre la Evaluación Magisterial en ducación
Superior
Benilde García Cabrero
La Evaluación de la Docencia
en el Nivel Universitario: Implicaciones de las Investigaciones acerca
del Pensamiento y la Práctica Docentes
Mario Rueda Beltrán
Leticia Elizalde Lora
Alma Delia Torquemada González
La Evaluación de
la Docencia de la Docencia en la Universidades Mexicanas
José María García Garduño
Los Pros y los Contras del
Empleo de los Cuestionarios para evaluar al Docente
Edna Luna Serrano
Maria Consuelo Vañlle Espinoza
Guadalupe Tinajero Villavicencio
Evaluación de la
Docencia: Paradojas de un Proceso Institucional
María Isabel Arbesú García
Javier Loredo Enríquez
Miguel Monroy Farías
Alternativas Innovadoras
en la Evaluación
de la Docencia
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