EL PROFESIONALISMO COMO RITUAL DE PURIFICACIÓN
ALIENACIÓN Y DESINTEGRACIÓN EN LA UNIVERSIDAD

BRUCE WILSHIRE*

* Profesor de filosofía en la Universidad de Rutgers.
Publicado originalmente como "Profesionalism as Purification Ritual Alienation and Desintegration in the University" en Journal of Higher Education, Vol. 61, No. 13, mayo-junio 1990. Traducción del inglés por Carlos M. de Allende.

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Recordemos el incisivo comentario de William James respecto a la pesadilla científica: tenemos poder pero no razones. Su aprensión al profesionalismo era intensa. Él pudo haber escrito la sentencia de Nietzsche "La humanidad preferirá tener el vacío como propósito que estar vacía de propósitos". Una concepción del conocimiento que disfraza el mundo tal como lo vivimos concretamente no puede encontrar sentido a nuestro papel, lugar o propósito dentro de él. Fracasamos en nuestros corazones mismos —como seres trascendentes, en evolución, integrales— y esto estimula un deseo generalizado de destrucción.

En 1902, en Las variedades de experiencia religiosa, James escribió las más sagaces palabras que conozco sobre el profesionalismo.


La religión, sea lo que fuere, es una reacción total del hombre ante la vida ... Las reacciones totales son diferentes de las reacciones casuales y las actitudes totales son diferentes de las actitudes habituales o profesionales. Para llegar a ellas uno debe trascender el primer plano de la existencia y alcanzar esa singular percepción de la totalidad del cosmos restante como una presencia eterna, íntima o ajena, terrible o divertida, amorosa u odiosa, que en cierto grado todos poseen. Esta percepción de la presencia del mundo ... es la más completa de nuestras respuestas al interrogante "¿Cuál es la naturaleza de este universo en el que vivimos?"8


El significado del profesionalismo nunca ha sido mejor captado que mediante el contraste. El profesional es el individuo que se encierra a sí mismo en el "primer plano" de la existencia e intenta disfrazar el fondo, "la singular percepción de la totalidad del cosmos restante ..., que en cierto grado todos poseen."

Pero nuestras raíces penetran profundamente en un suelo muchos milenios más antiguo que el siglo XVII y la moderna universidad de investigación. Cuando James fue invitado en 1902 a incorporarse a la novel Asociación Estadounidense de Filosofía declinó secamente, afirmando que no se podía esperar muchas cosas buenas de una asociación porque la filosofía era una lucha solitaria con uno mismo o con unos pocos amigos íntimos que podían tolerar las mutuas alegrías, agonías y confusiones. No obstante, cuando James fue nuevamente invitado dos años después, aceptó y, en 1905, fue elegido como quinto presidente de la APA9  (dos de sus colegas más jóvenes, Dewey y Royce, habían desempeñado esa función inmediatamente antes). Esto probablemente puede ser atribuido a la vanidad de James, un vicio del cual no estuvo exento. Creo que el gran psicólogo y filósofo estaba en las garras de fuerzas de formación de la identidad que no pudo comprender o controlar por completo.

Pero al juzgar así a James podemos estar encubriendo desafíos que nos conciernen a todos. ¿Puede uno de nosotros en un "nivel normal" de "salud mental" declinar honores en instituciones profesionales seculares —aun aquellas con las cuales disentimos— cuando las viejas estructuras que nos reconocen y validan nuestra identidad se han colapsado? ¿De qué otra manera podemos ser?, esa es la pregunta. El abrumador —yo diría sobrenatural— poder del profesionalismo para forzar emocionalmente juicios y comportamientos ha sido demostrado en los últimos 86 años en la APA. Si la filosofía puede ser profesionalizada, cualquier campo puede serlo. George Santayana dijo que la profesionalización de la filosofía la arruinaría, la separaría de la única raigambre que tuvo: el esfuerzo coordinado, controlado de viejos y jóvenes por comprender nuestro mundo y nuestro lugar en él y vivir con cordura. No hay expertos en sabiduría, y la filosofía es tarea de aficionados. En su forma más sistemática es —en las palabras de John Dewey— "la teoría general de la educación".

Cualquiera puede percibir algunos de los costos del profesionalismo; son muy evidentes. Los resumiremos en una sola anécdota. Un amigo publicó un artículo fundamental sobre la salud en una prestigiosa revista médica. Al ser informado de esto, el Jefe del Departamento dijo: "Bien, ahora Ud. puede solicitar un subsidio de un millón de dólares". Ninguna pregunta sobre el contenido del artículo, nada. Se mantiene el profesionalismo porque en algunos campos presenta progresos y porque paga dividendos; esto está garantizado por una junta directiva integrada por fuentes universitarias, editoriales y de financiamiento, gubernamentales y privadas. El mérito está legitimado y uno puede salirse con la suya al pensar: "Al infierno los estudiantes de pregrado". Uno también puede ignorar la posibilidad de que simples mortales no puedan efectuar su investigación, sin importar adónde conduzca, cuando un resultado particular puede poner en peligro la fuente de financiamiento.

Otros costos del profesionalismo y sus implicaciones para la identidad están profundamente ocultos. La brillante descripción de James de las energías genéricas y religiosas, que persisten a pesar de la secularización, proporciona la clave. Incluida en el nuevo mito del siglo XVII estaba la convicción de que una ciencia mecanicista podía objetivar la naturaleza como un agregado de determinados estados de las cosas, decirnos todo lo que necesitamos saber para controlar nuestro destino y desplazar toda la ciencia anterior; la religión podía ser estigmatizada como superstición. Tomó un tiempo para que se inculcara esta doctrina, pero subyace silenciosamente en los fundamentos del secularismo y la universidad contemporánea, apenas perturbada por diversas críticas "expertas" provenientes de las humanidades. No obstante, James nos recuerda de que el mundo tal como directamente lo experimentamos —en su "circumpresión"—, no es experimentado como un agregado de estados de las cosas, sino como un trasfondo caprichoso y envolvente. Un "horizonte" abarca todo lo que es directamente evidente para los sentidos y simultáneamente apunta, más allá de sí mismo, a todo lo demás. No podemos decir qué más hay, ni siquiera las clases de cosas que podría haber. En este vago, inagotable trasfondo debemos hundir nuestras raíces, formar nuestras identidades y experimentar fusiones con las cosas que nos rodean y aversiones por ellas. Es justamente esta matriz caprichosa, este arcaico trasfondo vivido en el pathos de la proximidad personal, lo que es eclipsado por el brillante primer plano del profesionalismo académico con sus tajantes análisis, "exhaustivas" divisiones de los campos y agudas indicaciones de temas. Es por esto que, en medio de todos los triunfos de las ciencias, tendemos a alienarnos de nosotros mismos. "Nosotros, los eruditos, no nos conocemos a nosotros mismos", escribió Nietzsche. Las formas académicas y profesionales de conocer tienden a ignorar las fuerzas que actúan en la formación del profesional académico mismo.

El profesionalismo académico es, entre otras cosas, un tácito ritual de purificación, un velado intento de asumir las funciones de formación de la identidad antes manejada por instituciones explícitamente religiosas. El caprichoso trasfondo de participación extática y enfermiza aversión aún alimenta nuestras raíces a pesar de haber sido eclipsadas y en forma más trascendental porque no es percibido. Como dije antes, la fórmula tácita es: "Yo soy yo y nosotros somos nosotros, porque somos total y puramente nosotros mismos, completamente distintos de aquellos que no han sido confirmados y lavados". Los ritos de purificación abundan y son instrumentos primitivos y poderosos para individualizar el yo y el grupo dentro de las relaciones confusas, las fusiones y la vulnerabilidad que se encuentran en el dominio de los intercambios directos con el mundo. Como Mary Douglas ha señalado, el tribalismo no ha muerto y la verdadera identidad de uno depende de "no mezclar lo que debe mantenerse separado"10.

Solamente la hipótesis de este factor sub rosa agregado puede explicar la estrechez mental en disciplinas que tienen razones declaradas para evitarla. Seguramente muchos factores contribuyen a la rígida división departamental en la universidad. Yo mismo he destacado la fuerza de la inercia del acontecer histórico: las grandes universidades de investigación que conocemos hoy y muchas de las asociaciones académicas profesionales que definen y custodian sus departamentos surgieron en las últimas décadas del siglo pasado justamente antes de la explosión de la física y la filosofía del siglo XX, cuando aún prevalecían las divisiones dualistas del pensamiento mecanicista del siglo XVII. La inercia corporativa así creada es enorme y arrastra a los investigadores individuales dentro de sus diversos módulos disciplinarios. Sencillamente, los eruditos que han gastado sus energías vitales en lograr reconocimiento ajustándose a normas establecidas y vigiladas por sus respectivos módulos, no renunciarán a la ligera a esos módulos ni los verán combinados con otros extraños.

Sin embargo, debemos indagar bajo los más obvios niveles sociológicos y psicológicos de análisis si queremos comprender la extrema resistencia al pensamiento y poder interdisciplinarios que ha persistido sin cuestionamientos en la universidad hasta hace muy poco. La severidad de esta resistencia es difícil de entender; de hecho, es contraintuitiva. Abundan los casos en que ciertos campos permanecen ignorantes de los descubrimientos realizados en campos afines, que son básicamente importantes para su propia búsqueda del conocimiento. Para citar sólo unos pocos: hay gente en el campo de la medicina que ha seguido ignorando (voluntariamente, creo yo) lo que los fisiólogos, bioquímicos y nutriólogos han aprendido sobre las implicaciones para la salud de las aproximadamente cien libras de alimentos que cada uno de nosotros ingiere cada mes; la mayoría de los arqueólogos desconocían hasta la década de los sesenta (y algunos hasta más tarde) el significado astronómico de los enormes "túmulos mortuorios" en Inglaterra e Irlanda que ellos mismos excavaron y sobre los cuales los astrónomos han estado informando a la "comunidad ilustrada" durante más de 100 años; los sociólogos insistieron en diferenciarse de los antropólogos y continuaron empleando sus nociones sobre el comportamiento "racional" de las poblaciones urbanas occidentales aun después de que los descubrimientos de los antropólogos pusieron en claro que esas conductas humanas "irracionales" como los comportamientos de iniciación y purificación, era sencillamente aplicable a toda conducta humana; la mayoría de los filósofos académicos en Inglaterra y Estados Unidos desconocen el pensamiento filosófico fundamental originado en los departamentos de literatura, antropología, historia y ciencias políticas.

En síntesis, el perjuicio causado por los extremadamente profesionalizados campos académicos es claro: por ejemplo, descuidar la enseñanza de pregrado y obstaculizar la investigación en un campo impuesta por el campo mismo. Asimismo, claras son algunas de las causas de esta estrechez localista, que persiste con fuerza considerable. Es muy probable, entonces, que estén funcionando factores ocultos que refuerzan esa estrechez localista, como un ritual arcaico de iniciación y purificación.

En general, se observa una ignorancia selectiva de cosas que no pueden ser procesadas y purificadas por el método preferido de investigación, lo que Mary Daly llama "metodolatría". Estas cosas suspicazmente implican la materia, en particular nuestros propios cuerpos inmediatamente involucrados con el entorno, que escapa a la objetivación y determinación completas por la mente objetiva y calculadora. Así, la matriz de la cual el pensamiento del siglo XVII abstrae para establecer sus dualismos, sus ámbitos subjetivo y objetivo, mental y físico (y luego olvida que los abstrae), esta matriz persiste e impulsa esos primitivos procesos de individuación mediante rituales purificadores encubiertos. "Somos pura y sólidamente nosotros mismos porque somos mentes determinadas que son distintas de aquellas otras". La mente que cree que puede apartarse de la confusa materia es forzada a una respuesta espástica por la materia misma.

Sospecho también que la aversión a la materia es una aversión a la mater, a la matriz, a la madre, una forma de profundo temor experimentado principalmente por los varones, de que no lograrán establecer una identidad diferenciada con respecto a la fuente de su nacimiento y serán absorbidos por ésta. No es casualidad que haya un sesgo muy arraigado en gran parte del pensamiento occidental que tiende a preferir a las características que diferencian a expensas de los rasgos que se comparten. Este sesgo —sesgo masculino— casi ha agotado la fuerza creativa que antes tuvo, pero su inercia aún se siente.11


Si tengo razón, los problemas de una universidad de investigación que también presume ser una institución educativa, son formidables. En el fondo se dice "Al infierno los estudiantes de pregrado" porque, entre otras cosas, uno debe establecer su identidad sobre la base del reconocimiento de sus pares en la especialidad disciplinaria en cuestión. Uno está obligado a hacer esto porque debe ser algo reconocido en la cultura secular profesional. El Yo tiende a concebirse —y en cierta medida tiende a ser— un ego cartesiano puntual instantáneo, una cosa más bien frágil que necesita ser reafirmado con frecuencia. El estudiante es uno de esos seres fronterizos, como los describe Douglas, ni una mentalidad certificada ni tampoco completamente al margen de la corporación intelectual, y la realidad equívoca del estudiante puede desalentar al profesor de una relación más estrecha. Esto es perturbador, peligroso, "contaminante". Encerrado en el instante, las tareas y regocijos intergeneracionales de la enseñanza tienden a ser olvidados: la certificación con la juventud y con lo que es joven, en potencia no certificada en uno mismo, las propias oportunidades de renovación o renacimiento a través del estudiante, que son integrales en los ciclos de renovación continua de la arcaica Naturaleza misma.

Si estoy en lo cierto, ¿hay alguna esperanza? Sí. Difundir los descubrimientos es esencial para el conocer, de modo que no hay nada inherentemente erróneo en el profesionalismo y la publicación. Pero éstos deben convertirse en parte de una perspectiva equilibrada de la educación. El primer paso consiste en tomar conciencia de la matriz arcaica del comportamiento, que perdura a pesar de todo. Una vez confrontada, vemos que no toda verdad puede asumir la forma de aseveraciones formuladas con precisión, verificables con precisión en condiciones repetibles con precisión. Aristóteles tenía razón: es signo de una persona educada no esperar más precisión que la que permite la naturaleza del objeto de estudio (por ejemplo, la evaluación de la enseñanza). La educación debe ser estructurada conforme a juicios concernientes a lo que es bueno para nosotros y, en muchas ocasiones, podemos estar seguros de que esos juicios son verdaderos. Tal vez sean algo vagos y no formulables en cada situación que quisiéramos ver resuelta, pero son fundamentalmente verdaderos.

Si podemos lograr aunque sea una perspectiva semiequilibrada, no impulsaremos a los profesores jóvenes a una manía de "productividad" en publicaciones si quieren sobrevivir y trataremos a los estudiantes de pregrado como colaboradores en el proyecto de vivir con sensatez, un proyecto que no puede ser monopolizado por un único campo del conocimiento. Los juicios sobre la calidad de la vida humana como un todo sólo pueden ser hechos por aficionados, meros amantes del saber, como dijo Platón. Reconoceremos que los profesores necesitan estudiantes (al menos en parte del tiempo), necesitan renovación a través de aquellos que los sucederán en la regeneración cíclica de la Naturaleza y la cultura.

Finalmente, la tendencia en la mayoría de la universidades hacia programas interdisciplinarios no es una simple moda pasajera. Por fin las exigencias del conocimiento mismo están comenzando a desbaratar las divisiones de la investigación universitaria, la "fábrica del saber". Los físicos del siglo XX generaron perturbadoras implicaciones filosóficas que alteraron los fundamentos conceptuales de todas las disciplinas. Niels Bohr sostuvo que el descubrimiento en la física actúa por parábolas, imágenes y metáforas. Ya no puede el observador de la Naturaleza y la cultura borrarse convenientemente a sí mismo del cuadro "objetivo" que se esboza, y la libertad, la imaginación, las predilecciones y la responsabilidad ética del científico se convierten en temas investigables. Las ciencias y las humanidades ya no necesitan estar totalmente aisladas unas de otras porque el conocimiento es toscamente equiparado a una capacidad de predicción precisa. Por ejemplo, la ecología y la etología tienden a traslapar los lindes departamentales y también a compartir problemas prácticos apremiantes.

A medida que se acumulen más investigaciones de extramuros, podemos esperar que ciertos tabiques departamentales se debiliten y, quizás, "implosionen". Dadas las diferencias en la formación histórica y la fortaleza actual de los límites modulares, es muy improbable que muchos departamentos "implosionen" simultáneamente y produzcan un caos (y propicien así un régimen totalitario). El incremento gradual del poder institucional real para los estudios interdisciplinarios es promisorio. Pero debemos evitar el pánico "irracional" que nos acosa ante las amenazas a la profundamente arraigada identidad profesional y personal, los temores a la contaminación, la polución y la disolución.

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