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Educación
superior y empleo. Escenarios, desafíos formativos y compromisos
de sus actores.
Análisis desde el caso español
Alfredo Jiménez Eguizábal
Facultad de Humanidades y Educación, Universidad de Burgos,
España
Carmen Palmero Cámara
Facultad de Humanidades y Educación, Universidad de Burgos,
España
Pedro
Alonso Marañón
Departamento de Educación, Universidad
de Alcalá, España
Correo-e: pedrom.alonso@uah.es
Resumen
Las innovaciones socioeconómicas que se están
manifestando en la sociedad globalizada actual evidencian el encuentro
contradictorio con una serie de amenazas y de oportunidades susceptibles
de analizarse en el marco de las relaciones educación superior
y empleo. Se advierte también del surgimiento de nuevas demandas
y estrategias formativas puestas en marcha por sus distintos actores
frente a la nueva regulación del ámbito laboral, situación
innovadora que afecta y debe preocupar a las decisiones que se tomen
desde el ámbito de la política de la educación superior.Con
un enfoque reflexivo, se pretende incitar hacia una actitud comprensiva
que apunte a una exigencia de capacidades y que señale la conveniencia
del compromiso para encontrar estrategias suficientemente elásticas
capaces de responder a un objetivo más ambicioso que la mera solución
de problemas prácticos.
Palabras clave: Educación superior, empleo, política
educativa, estrategias formativas.
Abstract
Socioeconomic innovations, which are typical for the
present globalised society, show a contradictory encounter of a number
of threads and opportunities, which can be analysed in the framework
of the relationship between higher education and employment. Taking this
framework of relations as a multidimensional area, the search of new
educational demands and strategies, which are put into operation by different
actors because of the new regulation of the labour sector, is introduced.
This situation is innovative and should be taken into account for the
decisions taken in the political field of higher education. This article
pretends with a reflexive approach, which is justified by the empirism
of the data and the strict prospective analysis, to stimulate an understanding
attitude, which points out a requirement of capacities and which shows
the convenience of a compromise to find sufficiently elastic strategies,
which are able to respond to a more ambitious objective than the mere
solution of practical problems.
Key words: Higher education, employment, educational policy, educational
strategies.
Planteamiento
En un momento como el actual, en que se intensifican
exponencialmente las preocupaciones y los debates sobre la misión
de la universidad, constituye un gran acierto social haber detectado
como clave de bóveda las interesantes relaciones entre educación
superior y mercado laboral. Otro problema distinto son las dudas que
se pueden generar sobre el método para conferir sentido y objetivar,
en el contexto más amplio y realista posible, las variables más
influyentes y decisivas en orden a lograr un enfoque totalizador, como
muestra el proyecto CHEERS (Career after Higher Education: a European
Research Study 1), una iniciativa investigadora de 12 países, 11
europeos y Japón para estudiar la situación laboral de
los jóvenes graduados de enseñanza superior (Capital Humano,
2001). En todo caso, enfrentarnos con la situación nos ayudará a
comprender lo que ha sucedido hasta hoy y, lo que es más importante,
para proyectar también y, en su caso, fortalecer las decisiones
políticas del horizonte más inmediato.
Ciertamente, los trabajos prospectivos si han de responder con acierto al paso
del tiempo y confirmar el sentido de adaptación y transición,
deberán diseñar estrategias que no sólo analicen los sucesivos
y desbordantes cambios que se están operando en la sociedad, la cultura
y la tecnología, sino que se anticipen a las expectativas ya perceptibles
del porvenir e incluso contribuyan a crearlas, porque el futuro, no hay que
esperarlo, toda vez que lo más inteligente es por supuesto investigar
y hasta inventarlo (Escolano, 1992).
Ahora bien, un trabajo susceptible de cumplir las funciones anteriores, y con
la responsabilidad de roturar el mapa de situación y provocar la reflexión
fecunda de la comunidad científica, puede originar tratamientos analíticos
muy diferenciados (Bricall, 2000; García-Montalvo, 2001; García-Montalvo
y Peiró, 2001; Sáez Fernández, 2000). Esta diversificación
nos impone una difícil tarea de selección de perspectivas y argumentos
que lleva en sí misma sus propios límites.
Abordamos, por tanto, un importante y significativo problema, conscientes de
las profundas transformaciones operadas en su estructura bajo la influencia,
entre otros factores, de los repartos de roles y equilibrios de poder que se
han generado en la relación entre educación y empleo, en el tejido
socioeconómico con evidentes repercusiones en el entramado de profesiones
y cambios ocupacionales, en la formación como herramienta estratégica
y en las políticas formativas de nuestro país en esta época,
y que se desenvuelven, además, en condiciones financieras muy cambiantes
y restrictivas. En simetría con esta última afirmación,
nótese, por cierto, cómo la entrada en la Unión Europea
de países con diferente grado de desarrollo ha reforzado las tesis de
que los fondos estructurales deberían desaparecer o, al menos, reducirse
y reconvertirse en el futuro.
No es de extrañar que, debido a estas sorprendentes vinculaciones, se
vea reforzada la atención específica orientada a la solución
creativa de estos problemas. En este sentido, tomamos como referente inicial
el conjunto de oportunidades y amenazas inducidas por las recientes transformaciones
socioeconómicas, considerando el impacto y repercusiones estratégicas
de estos cambios en las inevitables relaciones de muy diverso signo existentes
entre educación superior y empleo. Mediante estos análisis, apuntaremos
cómo emergen nuevas demandas y estrategias formativas de diferentes
actores en su comportamiento frente a la regulación del empleo y cómo
se materializan estas innovaciones en las decisiones de la política
de educación superior, en el binomio formación-empleo con una
mayor proximidad, gama de relaciones y niveles de comprensión entre
la universidad y las empresas y en la adaptación de la oferta a unos
requerimientos socio-educativos y profesionales notablemente más exigentes
en todos los órdenes.
Con este afán, rastrearemos también algunos datos, siempre despiertos
a la inventiva de descifrar nuevos elementos de análisis –papel
de la formación, mercado de trabajo y requerimientos de cualificación
presentes y futuras–, nuevos instrumentos de desarrollo –guías
y observatorios de empleo que informan sobre los rendimientos educativos y
niveles de consistencia del empleo, impulso de las prácticas, autoempleo,
empresa virtual– y nuevos comportamientos institucionales y personales –modificaciones
en la oferta formativa, criterios de exigencia, mecanismos para superar la
fragilidad psicológica propia de las personas excesivamente penalizadas
por el paro–, todos ellos con evidentes repercusiones prácticas
en las principales señas de identidad cultural y social. Vislumbrar
el sentido de los cambios producidos y anticipar nuevas oportunidades, conforma,
en definitiva, la pretensión de nuestra aportación.
Cambios socioeconómicos: amenazas y oportunidades
Importantes especialistas en diferentes ramas de las
Ciencias Sociales coinciden en afirmar que nos encontramos ante un gran
cambio en el devenir histórico (Touraine, 1993; Castell, 1994;
Tedesco, 1995; Cortina, 1996; Fernández Soria y Mayordomo, 1996;
Hargreaves, 1996; Torres Ripa, 1996; Estefanía, 1997; Alvarado,
1998; Beck, 1998; Gómez Buendía, 1998; Palmero Cámara,
1999; Gómez-Bezares, 2001). En esta línea, el afamado economista
norteamericano Lester C. Thurow (1996), advierte sagazmente que nos movemos
hacia un mundo nuevo, en gran parte desconocido y donde aparecen grandes
interrogantes e incertidumbres. Es evidente que nos vamos a encontrar
con amenazas importantes que pueden acabar con la viabilidad económica
de todos los que no se adapten, pero simultáneamente nos encontraremos
con oportunidades, que propiciarán grandes ventajas a los que
con sorprendente intuición sepan aprovecharlas.
Una visión inmediata sobre los nuevos marcos de referencia que envuelve
el binomio formación-empleo nos advierte de los cambios profundos que
se han producido en tan sólo una década –crecimientos continuados
del Producto Interior Bruto, superiores en España al 3%, haciendo descender
nuestra tasa de desempleo por debajo del 16%; positiva evolución de
los desequilibrios macroeconómicos; mayor cohesión de la Unión
Europea, convulsionada en parte por interesantes procesos cuantitativos con
las nuevas incorporaciones de países y cualitativos con la creación
de la moneda única (Cámaras de Comercio, 2000)– y que hemos
integrado, con mayor o menor dosis de explicación, en el concepto nuclear
acuñado de globalización. En estas circunstancias entendemos
que se refuerza el interés por el discurso sobre la formación,
las prácticas de empleo y sus formas de relación y convergencia.
Parece meridianamente claro que en estos momentos la distribución de
la riqueza y de la renta en nuestro planeta está sufriendo importantes
alteraciones: algunos países exhiben altas tasas de crecimiento, mientras
otros decrecen; unos sectores se desarrollan y otros tienden a desaparecer;
las diferencias de renta se acrecientan entre segmentos de población
que antes estaban muy próximos. Uno de los cambios más claros
consiste en que el importante desarrollo tecnológico nos permite, de
manera creciente, atender un mayor número de necesidades con un menor
número de horas de trabajo. El desempleo se ha convertido en el principal
problema de muchas economías desarrolladas. El reparto del trabajo,
y la consiguiente reducción de jornada, se ven cada vez menos como una
conquista social, pudiendo llegar a ser una imposición: determinar y
controlar el número máximo de horas de trabajo. ¿Es éste
un camino correcto? Martin y Schumann (1998) recogen una idea que se suele
denominar: “la sociedad 80-20”. De forma muy resumida esta predicción
nos previene acerca del fenómeno de que, dentro de no muchos años,
el 20% de la población activa bastará para cubrir las necesidades
de todos; dicho de otra manera, el 80% restante vivirá a costa de ese
20%, que será el que participe activamente de la vida, del beneficio,
del consumo. Se ha acuñado el término “tittytainment”,
combinación de entertainment (entretenimiento) y tits (pechos en argot
americano, que aquí debe entenderse más en el sentido nutricional
que sexual); el afortunado porcentaje trabajador tendría que proporcionar
tittytainment –alimentación y diversión– al resto.
No creemos que la situación descrita sea sostenible, y estamos convencidos
de que éticamente no es nada deseable, pero alguna solución habrá que
buscar si no queremos vernos abocados a ese escenario. Probablemente el sector
servicios puede proporcionar un gran número de empleos en el futuro,
pues hay importantes necesidades insatisfechas en este campo, pero habrá que
profundizar en su forma de financiación, que se muestra débil
e inconsistente.
Otra característica importante de la revolución tecnológica
a la que asistimos es su influencia en la localización de la actividad
económica. Hasta hace relativamente pocos años la cercanía
a las fuentes de energía, a las materias primas o a las redes de transporte
resultaban muy importantes, prácticamente imprescindibles, para el desarrollo
económico, y así ha venido sucediendo desde la revolución
industrial. Las industrias de los siglos XIX y XX se han localizado normalmente
en lugares privilegiados para su ubicación: para unas fue esencial situarse
cerca de los pozos de carbón, otras debían estar próximas
a puertos marítimos o fluviales, casi todas debían contar con
suficiente capital físico. En este momento, muchos países o regiones
están consiguiendo altas tasas de crecimiento careciendo de este tipo
de características, pues el desarrollo tecnológico está en
la base de este fenómeno. Las nuevas industrias, las que hoy crean mayor
riqueza, tienen el “conocimiento” como valor añadido fundamental,
pudiendo localizarse en cualquier lugar del planeta. Si a esto agregamos el
desarrollo de todos los sistemas de transporte, la enorme movilidad del capital
financiero y el vertiginoso crecimiento de los sistemas de telecomunicaciones,
tendremos que concluir que la localización de la actividad económica
en el futuro se va a mover por unas pautas muy distintas a las que históricamente
nos tenía acostumbrados.
No debemos tampoco olvidar otra característica a la que ya nos hemos
referido brevemente: los cambios demográficos. La población del
planeta crece, y lo hace en los países más pobres; simultáneamente,
los países ricos ven cómo sus habitantes se hacen más
viejos. Una gran masa de población joven y pobre quiere entrar en la
fortaleza donde viven los viejos ricos; algunos logran traspasar las fronteras
y ese fenómeno irá creciendo en el futuro –caso de la emigración
latinoamericana a Estados Unidos y España o la de África hacia
Europa–; pero otros utilizan el mercado global para acercarse al mundo
del bienestar económico, poniendo sus productos en los países
desarrollados, sin necesidad de trasladarse físicamente, situación
de los países del este de Asia. Parece difícil, desde una postura ética,
negar a los habitantes de los países más pobres el acceso a los
más desarrollados, pero es que además estamos convencidos de
que no va a ser posible hacerlo.
Así pues, la globalización tiene importantes efectos en el funcionamiento
económico de nuestro mundo (Beck et al., 1997; Giddens, 1997; Bourdieu,
1998; Góme-Bezares y Jiménez Eguizábal, 1999). La mano
de obra barata de los países menos desarrollados atrae al capital financiero;
lo mismo sucede con el capital humano, que en forma de “conocimientos” se
traslada a gran velocidad a cualquier lugar del planeta; aumenta así la
actividad en muchos países, antes subdesarrollados. Simultáneamente
se están produciendo emigraciones de mano de obra barata hacia los países
más desarrollados; de esta manera, los empresarios del Primer Mundo
pueden utilizarla sin tener que trasladar sus instalaciones.
El resultado de todo esto es que el capital, la mano
de obra y los conocimientos de distintas nacionalidades, cooperan en
la producción de bienes y servicios en diferentes partes del mundo,
expandiendo el comercio mundial, las compañías multinacionales
y haciendo cada vez más cierta la globalización.
La competencia de los países menos desarrollados va suponiendo un obstáculo
cada vez más insalvable para muchos de nuestros sectores económicos.
Precisamente son los intensivos en mano de obra, o aquellos no muy sofisticados
tecnológicamente, los que antes han sufrido el azote de esa competencia.
Y detrás de esas empresas con dificultades hay individuos, familias,
residentes en el mundo desarrollado, que ven cómo disminuyen sus posibilidades
de empleo y sus salarios. Esto es perfectamente lógico, pues los hombres
y mujeres que, con poca cualificación compiten en el mercado de trabajo
del Occidente desarrollado, en realidad están compitiendo con un gran
número de individuos, extendidos por todo el planeta, que tienen una
cualificación similar.
Resulta ilustrativo comprobar, según datos de Ministerio de Trabajo
y Asuntos Sociales (2004) español, cómo el sector de mayor desempleo
absoluto en España, considerando la variable formación se corresponde
con las categorías denominables “no cualificados”, con un
67.3%, a saber: analfabeto (0.9), Educación Primaria (21.2), Educación
Secundaria (45.2). Las Enseñanzas Técnico Profesionales (17.3)
y los Estudios Superiores (14.4) representan el 31.7% restante. Si además,
contemplamos datos más concretos, referidos a una Comunidad Autónoma
muy significativa como es la de Madrid (Comunidad de Madrid, 2004), y apreciamos
que las tasas de inserción laboral respecto a la demanda existente se
sitúan en un 88% en los empleos denominados “trabajadores no cualificados”,
surge una evidencia digna de destacar: aun siendo el sector no cualificado
el que más tasas de empleo real produce, el número de desempleados
en ese sector sigue siendo mayoritario. Entendemos que si, por una lado, se
están produciendo movimientos migratorios hacia países desarrollados,
precisamente con perfiles profesionales de mano de obra no calificada, y a
la vez se va consolidando la tendencia de un movimiento de capital o inversión
en países no desarrollados donde la producción y manufactura
resulta más rentable –caso de países de Europa del Este,
Asia o norte de África–, será cada vez más difícil
sostener que los trabajadores tengan retribuciones muy diferentes, según
el país en el que trabajen, si suponemos un trabajo productivo de las
mismas características.
Exactamente lo contrario está ocurriendo con los salarios de los individuos
altamente cualificados; éstos, al hacerse relativamente más escasos,
han conseguido aumentar sus retribuciones. Este proceso se está observando
desde hace bastantes años, produciéndose una creciente desigualdad
en las rentas dentro de los países desarrollados. Ha aparecido en Occidente
un importante número de excluidos (personas sin trabajo, muchas veces
sin hogar, y casi siempre marginados por la sociedad) que, si no acertamos
en las medidas a tomar, va a crecer en el futuro, a la vez que muchos obreros
no cualificados, que han tenido la suerte de encontrar o mantener su puesto
de trabajo, han visto caer sus salarios reales. Está pasando la época
en la que aquellos trabajadores del primer mundo, que tenían una cualificación
similar a los del tercero, podían obtener mayores salarios gracias a
que usaban mejores materias primas, utilizaban más capital y tecnología,
a la vez que trabajaban junto a la mano de obra más cualificada; esta
tendencia a la igualdad internacional, para cada nivel de cualificación,
juega en contra de los menos cualificados del primer mundo. Junto a estos,
los más afortunados, los más cualificados, ven aumentar su participación
en la riqueza y en la renta nacional.
De todo lo anterior, creemos que es fácil colegir, que existen en este
momento suficiente número de nuevas circunstancias, como para pensar
que importantes grupos sociales, empresas e individuos, han de hacer un gran
esfuerzo de adaptación. Como, en efecto, no afrontamos de forma atomizada
un conflicto de rango exclusivamente económico, sino que el problema
penetra en los idearios sociales y afecta directamente a los principales conflictos
de la realidad, pensamos que la educación, y especialmente su segmento
superior, puede ser el principal instrumento para que esas circunstancias amenazantes
para una determinada forma de vida, sean convertidas inteligentemente en oportunidades
de prosperidad para el futuro.
Nuevas demandas y diferentes estrategias formativas
Aunque sometidas a permanente oscilación, hemos
conocido recientemente buena parte de la información cuantitativa
que condiciona la descripción de las características económicas,
educativas y de mercado, gracias a los resultados de la puesta en marcha
en 1997 del aludido proyecto Cheers, que cuatro años después
proporciona una importante base de datos, expuestos selectivamente y
con cierta prognosis en el Encuentro sobre La formación y el empleo
de los universitarios en España y en Europa, que bajo la dirección
de Antonio Sáenz de Miera se celebró en septiembre de 2000
en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, y que hoy disponemos,
gracias a la aportación del investigador del Instituto Valenciano
de Investigaciones Económicas (IVIE), José García
Montalvo autor del estudio sobre el caso español, publicado por
Bancaja (2001).
Por una parte, tomando como referencia el PIB, España presenta una escasa
inversión en educación superior. Nos encontramos en la parte
inferior de la escala que randomiza los países europeos, muy lejos de
la envidiable situación de Noruega y Finlandia. No sirve ni el consuelo
de superar a la República Checa. Este orden se altera sustancialmente
si atendemos al porcentaje de gasto sobre el PIB per cápita, que mide
más el esfuerzo en educación universitaria, donde nos encontramos
en la media de la OCDE, por encima incluso de países como Francia y
Alemania. Por último, si consideramos el gasto por estudiante, la baja
cifra que presenta España en términos comparativos revela el
aumento del número de alumnos.
En un orden más longitudinal, nos interesa la esperanza de años
de estudio. A un joven de 17 años le corresponde en el marco europeo
una esperanza de dos años y medio de estudios. En este criterio, España
se encuentra en la media.
Por otro lado, si se somete a consideración las causas de por qué estudian
los universitarios, nos encontramos con dos constantes: ganar más y
estar menos desempleado. A este respecto, conviene significar que los universitarios
una vez incorporados al mercado de trabajo ganan un 70% más en términos
salariales respecto a los trabajadores que sólo precisan estudios de
secundaria. Por el contrario, esta apreciable diferencia no se refleja de igual
manera en la tasa de desempleo que se sitúa, muy próxima, en
el 0.9. Ello nos remite al interrogante Títulos contra paro. ¿Protegen
los estudios del desempleo? planteado por el profesor Julio Carabaña
(2000).
Al segmentar la pregunta en función del estado del estudiante, advertimos
que antes de entrar, las razones son ganar más y realizarse personalmente;
durante la estancia, se asocian al aprendizaje de teoría y métodos,
contacto con el profesor y adquisición directa de experiencia laboral,
en cierto y curioso paralelismo con las argumentaciones contenidas hace ya
más de dos décadas en el Libro Blanco de la Reforma Educativa. Después de la estancia universitaria, el estudio acusa el mal funcionamiento
de las agencias públicas de colocación, tanto en España
como en el extranjero.
Las afirmaciones anteriores nos conducen a una consideración complementaria
relacionada con la sobrecualificación. Según datos provisionales,
el 18% de los encuestados afirma que para las tareas que realiza no se requiere
ser universitario. Con estos registros, la ecuación del mercado perfecto
que diseña capital humano sobre una formación que implica productividad
y que repercute en mayor salario, presenta algunas imperfecciones, que son
puestas de manifiesto en la existencia de un 30% de sobrecualificación
y un 15% de infracualificación, resultando muy interesante constatar
cómo el nivel de sobrecualificación no ha variado en los últimos
años. No obstante, las consecuencias de este fenómeno siguen
teniendo un fuerte impacto a través del coste de oportunidad alto debido
a la financiación pública y el malestar psicológico que
genera en los universitarios. En el caso de España, las consecuencias
financieras de la sobrecualificación se cifran en un tercio de la inversión
con importantes repercusiones en menores salarios, más contratos temporales
con más desempleo y menor propensión de volver a los estudios
universitarios. Además, parece también evidente cierta crisis
y discontinuidad en los modelos de búsqueda de empleo, como denuncian
diferentes observatorios de empleo al mostrar que la tasa de colocación –porcentaje
de quienes han tenido o tienen una ocupación, aunque con marcadas diferencias
entre bloques de carreras– durante estos últimos años se
sitúa en torno al 70%, con un proceso de rotación laboral intenso.
En lo referente a la duración del periodo de búsqueda –tiempo
transcurrido desde la finalización de los estudios hasta conseguir un
empleo–, la media se sitúa en los diez meses. Sigue sobresaliendo
entre los mecanismos de acceso con un 30% la vía familiar (Sáez
et al., 2000; Brincones et al., 1999).
Por medio de estos análisis que concretan las más recientes tendencias,
reflejando algunas conocidas evidencias sobre la aceleración en el sistema
productivo, descensos en los costes, cambios profundos en los contenidos de
los puestos, escenarios cambiantes con la descentralización e internacionalización,
vemos como emerge la necesidad de generar nuevas estrategias formativas ordenadas
a cubrir las nuevas expectativas económicas y responder a las tendencias
de empleo, entre las que parece identificarse como elemento común una
marcada impronta tecnológica.
Confirmados estos datos, no podemos, en cambio, diseñar hoy en términos
absolutos cuál sería el sistema educativo adecuado. No obstante,
sí aparecen descripciones que han de llevarnos a reflexionar. Intentando
comprender la evidencia de que un 30% de los egresados no dispongan de un acceso
inmediato al mundo laboral y que con ello se evidencia la paradoja de que una
sobrecualificación esté generando desempleo –precisamente
por la existencia de expectativas favorables a un reconocimiento salarial y
a una inserción laboral casi inmediata–, hemos de considerar la
necesidad de desentrañar esa posible, aunque no real contradicción,
en un sistema de mercado selectivo para el que la educación superior
parece estar preparando a sus recursos humanos. Un reciente estudio sobre educación
superior y futuro de España, llevado a cabo por la Fundación
Santillana, permite que nos situemos ante la disyuntiva de una tradición
posibilista e igualadora que ha de aprender a convivir con las auténticas
necesidades del mercado:
“ No conviene minusvalorar el problema del ajuste de la enseñanza
profesional con el mercado de trabajo, ni exagerarlo. La educación superior
en España y otros países es tradicionalmente una educación
sobre todo profesional; la enseñanza profesional ha sido y es todavía
su principal razón de ser. Tiene que justificarse por tanto en términos
de su ajuste con un mercado de profesiones. Además, es una universidad
pública costeada, sobre todo, por los impuestos, y la justificación
habitual de esta subvención política es que la educación
tiene una tasa de rendimiento social muy alta precisamente porque es una enseñanza
de profesiones útiles al conjunto del cuerpo social; ésa sería
su contribución principal al crecimiento económico de la sociedad
en cuestión. Pero si se hace ese discurso de justificación de la
universidad por su función de enseñanza profesional, habrá que
someterla al criterio de evaluar el ajuste de la enseñanza con los requerimientos
del sistema de trabajo” (Pérez-Díaz y Rodríguez, 2001).
Pero hay algunos datos que parece necesario considerar. Por ejemplo, Thurow
(1996) con una rigurosa actitud prospectiva advierte cómo en un plazo
de ocho años, el coeficiente que relaciona las habilidades matemáticas
con los ingresos se ha triplicado en el caso de los hombres, y duplicado en
el de las mujeres. Esto no debe sorprendernos, y parece que, incluso en la
parte baja de la escala de cualificación, va a ser imprescindible poseer
ciertos conocimientos informáticos y manejar con soltura magnitudes
numéricas.
Por la parte de arriba de la escala de la cualificación sabemos que
la imaginación, la capacidad de invención, el liderazgo, las
habilidades organizativas, la capacidad tecnológica, en definitiva,
el poder del cerebro, van a resultar cruciales. Tendremos que idear, y en muchos
centros educativos ya se está haciendo, nuevos currículos, nuevos
sistemas pedagógicos, que permitan formar a los individuos en ese tipo
de competencias.
En todo caso, parece probada la necesidad de conocimientos informáticos,
cursos complementarios, habilidades humanas que guardan relación con
el trabajo en equipo y el liderazgo compartido, así como habilidades
analíticas de elaboración de diagnósticos, estrategias
y previsión de escenarios futuros.
Entendemos que la educación tiene un reto especialmente importante en
esta coyuntura finisecular y de relevo milenar. Acertar en el diseño
del sistema educativo va a ser absolutamente fundamental, tanto a nivel nacional
como internacional. Es evidente que la educación siempre ha sido importante,
pero no parece aventurado suponer que en el futuro lo va a ser todavía
más, dado el momento que nos ha tocado vivir, donde el “conocimiento”,
en sus más variadas formas, es la verdadera ventaja competitiva y duradera
de los individuos, las empresas o los países.
Desde una perspectiva española, o tal vez mejor europea, nos tendremos
que esforzar en proporcionar unos conocimientos suficientes a todos nuestros
conciudadanos, que les permita enfrentarse con ciertas garantías a una
competencia creciente en una economía globalizada. Simultáneamente
habremos de crear ese capital humano altamente cualificado, que nos posibilite
seguir estando entre los primeros países del mundo.
Es precisamente la existencia plural de este conjunto de requerimientos económicos,
sociales, políticos y educativos, sumamente diversos, pero coincidentes
en sus objetivos, lo que demanda, en primer lugar, la disposición y
la decisión de dedicar los recursos que el reto requiere. Necesitamos
una educación que profundice en la igualdad de oportunidades, que evite
en lo posible que los individuos menos dotados o menos motivados se descuelguen
del sistema, proporcionando a la inmensa mayoría unos mínimos
suficientes de formación, y a una proporción importante, una
elevada cualificación. Desde un punto de vista ético, advertimos
que se trata de una responsabilidad de todos, pero dada la organización
de la sociedad será, en primer lugar, una responsabilidad del Estado.
Siempre ha habido razones poderosas para invertir en educación, quizá la
dignidad humana sea la más importante de todas, pero ahora, además,
es cuestión de supervivencia de nuestro modelo social. El siguiente
problema es hacerlo con eficacia, logrando que tanto la planificación
general del modelo educativo, como su concreción a nivel de centro,
consigan los objetivos deseados. En relación con este tema, habrá que
impulsar, al menos, dos líneas prioritarias de
actuaciones:
• Descentralización, para que cada decisión
se tome en el lugar más adecuado.
• Motivación, para que cada decisión se tome en el sentido
más adecuado.
Pero, admitidas estas premisas desde una perspectiva
de conjunto, los comportamientos de los distintos actores no pueden ni
deben ser asignados con la misma perspectiva. Con cierta cautela por
los riesgos de simplificación en los que podemos incurrir, consideramos,
sin excluir otras perspectivas de análisis, tres tipos de acto
res que influyen de forma interdependiente en la cuestión planteada:
actores socio-educativos, productivos y los que podemos agrupar bajo
la rúbrica de universitarios que buscan empleo.
En lo que afecta a los actores sociales y educativos, destacamos la necesidad
de implantar y mejorar los sistemas de información al alumno, generalizar
el desarrollo de prácticas para la inserción profesional, y alcanzar
un estadio superior en el grado de compatibilidad de sus estrategias con el
mundo empresarial. A ello añadiríamos la mejora en las universidades
de las guías de empleo y observatorios ocupacionales, ampliando su abanico
funcional: mejores servicios, nuevos mercados, nuevas tecnologías, visión
estratégica de mercado y de producto, actividad emprendedora.
En la perspectiva del análisis institucional concretada en la propia
dinámica y funcionamiento de las universidades, uno de los ámbitos
que más ha resultado afectado por las modificaciones descritas es el
referido a los sistemas y procesos de administración y gestión,
que se enfrentan con carácter ineludible a la necesidad de aumentar
la cantidad de bienes y servicios disponibles en un marco definido por la aparición
continua de nuevas necesidades que hay que tratar de cubrir, cumplimentando,
además, los objetivos de la llamada “Calidad Total”.
Parece evidente que dada la importancia de la educación superior, hemos
de plantearnos seriamente la eficiencia en su gestión
y permanecer atentos al proceso de construcción de nuevos modelos de
gestión. Cada individuo va a verse afectado por estas decisiones, dada
la extensión de usuarios de este sistema, y también lo va a ser
la sociedad en su conjunto, ya que su futuro depende de la formación
de sus elementos constitutivos.
Los desarrollos recientes se articulan fundamentalmente en torno al modelo
de autonomía de gestión, que se muestra como uno de los mecanismos
más competentes para promover la calidad, aún a pesar de ciertas
lagunas detectadas en los procesos de toma de decisiones educativas y en la
confección de los instrumentos de gestión, todavía muy
dependientes en su configuración y proyecciones de órganos políticos
y criterios preestablecidos y externos. Bajo esta perspectiva, el denominador
común de su gestión plantea la autonomía de decisión,
la financiación con riesgo y la responsabilidad del resultado, ordenados
al objetivo de maximizar su valor para la sociedad.
Por lo que se refiere a los actores productivos en lo que afecta a la cuestión
que aquí nos interesa, los indicios más interesantes son los
relativos a la preocupación y esfuerzo sostenido para el desarrollo
de buenas prácticas y al establecimiento de canales de comunicación
y mutua influencia con el sistema educativo, sin someterse ambas partes a tesis
deterministas.
Por último, a los actores universitarios que buscan empleo les corresponde
hacer bien la carrera, realizar las prácticas, mantener la vitalidad
intelectual y fomentar la actitud y vocación de actualización.
La necesaria adaptación –entornos, status, condiciones– y
autodirección –trayectoria personal, anticipación y carácter
emprendedor–, que se precisan del universitario para su incorporación
al mercado de trabajo, plantea de forma inequívoca una nueva función
de liderazgo de la educación.
En este punto, la reflexión sobre las características que debe
tener un comportamiento ético no deja lugar a dudas y exige plantearse
el problema desde distintos ámbitos. En primer lugar, el universitario
es un profesional que ofrece un servicio y al que se le debe exigir que sea
eficaz, además, su actividad productiva consiste también en investigar,
para lo cual se ha de situar en un marco de racionalidad moderno del que se
derivan consecuencias morales o axiológicas; por último, su trabajo
afecta al interés común de la sociedad por lo que la ética
individual ha de tener como referencia siempre la ética social para
ejercer responsablemente su profesión en beneficio de la sociedad (Bernstein,
1991; Aula de Ética, 1995; Hortal, 1995).
Queda todavía un punto, porque no queremos cerrar esta reflexión
sin atraer la atención especialmente hacia las nuevas oportunidades
profesionales que emergen en relación con los problemas de los excluidos –primer
empleo, edad, sexo–, con el interrogante sobre cómo se gestiona
la diversidad; con el denominado tercer sector –organizaciones sin ánimo
de lucro– en el que no debemos olvidar los siete millones de trabajadores
en la Unión Europea vinculados directa o indirectamente con este tipo
de organizaciones, que no sólo apuntan alguna disfunción socioeconómica,
sino que están provocando desafiantes procesos formativos asociados
a nuevos lenguajes, sistemas de relación y códigos de empleo.
Consideración final
En apretada síntesis, hemos mostrado el carácter
contradictorio –amenazas y oportunidades– de los cambios
socioeconómicos y algunas de sus repercusiones en las relaciones
conceptuales y metodológicas que delimitan la confluencia de intereses
entre educación superior y mercado de trabajo. Al considerar este ámbito
multidimensional, hemos advertido cómo pueden desencadenarse estrategias
diferenciadas en los distintos actores, sobre los que hemos apuntado
algunas posibilidades innovadoras. Ello porque, en la medida que administrar
la educación es determinar la forma de modificar y adaptar mejor
el funcionamiento del sistema educativo, la pregunta por “cómo
funcionan las cosas” implica también un interrogante acerca
del modo de cambiarlas (Popkewitz, 1988).
Esta tarea exige no sólo capacidad sino también valor, una actitud
de arrojo para atreverse a navegar libremente en el mundo plural hacia estrategias
suficientemente elásticas, capaces de legitimarse en un nuevo escenario –no
sólo europeo– y de responder a los actuales desafíos, persiguiendo
un objetivo más ambicioso que la mera solución de problemas prácticos.
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1 Los países
incluidos en el proyecto fueron Alemania, Austria, España, Finlandia,
Holanda, Italia, Japón, Noruega, Reino Unido,
República Checa y Suecia. «volver«.
Ensayos
La evaluación como
política, discurso y práctica en la educación superior
boliviana
Crista
Wiese Vargas
Directora de Planificación Académica, Universidad
Mayor de San Simón, Cochabamba, Bolivia.
Resumen
Se hace una reflexión teórica sobre el significado de lo
político y sobre la construcción de las políticas
en el contexto actual, sobre todo el de la educación superior boliviana.
Para ello se utiliza algunas categorías propuestas por Beck como
la diferenciación entre políticas y subpolíticas y
entre política simple y política reflexiva. La evaluación
como política y subpolítica en Bolivia es a la vez política
simple y política reflexiva, la universidad ha pretendido cambiar
las reglas del juego, dejándose dirigir y jugando dentro del sistema
de reglas, cayendo así, inevitablemente, en la ambivalencia y en
el desgaste de sus propias iniciativas que finalmente parecen haber sido
derrotadas, constituyéndose en una política simple “fachadista”,
es decir, una política que cambia los nombres pero que en el fondo
sirve para mantener por detrás los contenidos. La evaluación,
por tanto, cumplió una función legitimadora pero no transformadora.
Palabras clave: Evaluación, políticas públicas,
Bolivia.
Abstract
This paper focuses on a theoretical reflection
upon the meaning of political issues and on the construction of policies
in a real context, particularly
in Bolivian higher education. In order to do so, categories suggested by
Beck –including differentiation between policies and subpolicies,
and between simple and reflexive policy– are used. In Bolivia, evaluation
as policy and subpolicy is both simple policy and reflexive policy. The
University has intended to change the rules of the game by following them
and playing within such set of rules, therefore, inevitably falling into
an ambivalence and the wearing out of its own initiatives, which seem to
have become only a façade –this is, the name of the policy
changes while contents are kept the same. Evaluation, therefore, met a
legitimating while not transforming task.
Key words: Evaluation, public policies, Bolivia.
La evaluación como política
Hablar de la evaluación como política en primer término
incita a hacer una reflexión sobre el significado de lo político
y sobre la construcción de las políticas en el contexto actual.
Para ello utilizaré algunas categorías propuestas por Beck
(1998), como la diferenciación entre políticas y subpolíticas
y entre política simple y política reflexiva.
En principio, la evaluación es parte de las políticas en
el sentido de políticas como contenido de los programas políticos
para la formación de relaciones sociales (policys) (Beck, 1998)
donde los actores sociales aptos son los actores colectivos, ubicados en
la esfera de la política formal. Pero al mismo tiempo es en sí misma
una actividad política o pertenece al campo de las subpolíticas,
que tomando a Beck se caracterizan por el hecho de que los actores aparecen
en el escenario de la formación social, fuera de la estructura del
sistema político o corporativo y por el hecho de que no sólo
los actores sociales y colectivos, sino también los individuos compiten
con ellos y entre si por el emergente poder de estructuración de
lo político. (Beck,1998: 141). Las subpolíticas significan,
por lo tanto, la estructuración de la sociedad desde abajo.
Se trata, entonces, de nuevas formas de estructuración y de construcción
de alternativas de solución a problemas sociales de cada vez más
diversa índole. En el Estado nación moderno dichas respuestas
eran construidas y administradas, básicamente, desde el poder político
formal, desde el Estado, sin embargo, hoy estamos frente a un descentramiento
del poder estatal. Hay entonces una nueva relación Estado-mercado
que plantea la reinvención del gobierno en un espacio social sin
centro. Desaparece la lógica centralista y aparece un conjunto de
lógicas y de subsistemas. Hay un descentramiento de la política,
una relación distinta entre la política y su estructura (Lechner,
1997). Prevalece la lógica autónoma de los subsistemas entrecruzados
por sus relaciones jerárquicas e interpuestas, donde se generan
diversidad de modelos de integración (Lechner, 1997) y en los cuales
un factor fundamental es la auto organización.
El análisis de la evaluación como política abarca
las dos puntas, como política y como subpolítica, pues ésta
ha ido construyéndose en ambas dimensiones de manera simultánea
con diferentes énfasis y también con aspectos comunes y contradictorios.
En un intento de aplicar las categorías anotadas al análisis
de las políticas de evaluación en Bolivia quisiera desarrollar
algunas ideas.
La evaluación como política
En primer lugar, en cuanto al análisis de la evaluación
como política, tenemos como actores centrales al Estado y los organismos
internacionales que han promovido en América Latina –a la
par de las reformas estructurales y los programas de ajuste– los
procesos de reforma educativa y los procesos de reforma universitaria.
En tanto las medidas de ajuste tocan el centro de la organización
estatal, su relación con las universidades públicas es modificada;
tanto Estado como universidades se encuentran comprometidos con las agendas
propuestas por estos organismos en materia de política universitaria.
Dichas agendas proponen al menos estos elementos comunes:
• Reducción del financiamiento estatal a la educación
superior o diversificación de las fuentes de financiamiento
•
Vinculación de las universidades al mercado y el sistema productivo
• Selectividad en el acceso
•
Expansión del sector privado y diversificación institucional
•
Control, regulación y evaluación por parte del Estado, transparencia
(accountability) por parte de las universidades.
• Reforma institucional vinculada a los criterios de productividad, eficiencia
y eficacia como componentes de la calidad.
En la implantación de estas políticas los procesos
de evaluación y acreditación ocupan un lugar estratégico,
convirtiéndose en el eje central de las mismas. Estos procesos generan
una polémica que manifiesta el giro que han tomado los Estados con
relación a la educación superior configurándose un nuevo
conjunto de relaciones de poder y composición de fuerzas que empuja,
progresivamente, a las instituciones a cumplir las expectativas de productividad,
eficiencia y transparencia.
El Estado se desplaza, entonces, desde el cómodo lugar de la financiación
incremental sin regulación, al intento progresivo de regulación
tocando el intocable principio de la autonomía, sin discutirlo directamente,
pero tratando de instrumentar acciones de reforma tendientes a un mayor control
y un menor peso económico para el Estado en la financiación
de la educación superior.
Sin una exacta correlación con estos fines, aparece la evaluación
como el instrumento multicomprensivo de la política planteado como
generador de calidad y capaz de introducir la “reforma universitaria”,
cuya discusión sin embargo ocupa un segundo plano.
Hasta fines de los ochenta el Estado se caracterizó por una completa
ausencia en materia de política universitaria, restringiendo su accionar
al tema presupuestario, salvo en los periodos de intervención durante
las dictaduras militares de esa década.
Una importante señal de la tradicional ausencia estatal en materia
de construcción de políticas universitarias es la dependencia
de éstas del Ministerio de Planeamiento, no así el de Educación
y la inexistencia de una instancia gubernamental que trate los temas
universitarios.
En un primer intento de construcción de políticas, en de los
noventa se crea la UDAPSO que dedica una importante porción de sus
esfuerzos al tema universitario, generando debates de diversa índole.
De este proceso es importante señalar algunos hitos que tienen que
ver con las transformaciones propias del campo de la educación superior,
pero también directamente con la intencionalidad estatal respecto
al curso que éste debía tomar, desde la perspectiva neoliberal
predominante en el periodo y que muestran su recorrido hasta hoy.
Al respecto podemos anotar lo siguiente:
• La aparición y expansión del sector privado bajo
el manto estatal, aunque sin una regulación clara.
•
La creación de instancias estatales directamente responsables de
los temas universitarios incluyéndola como parte de su agenda de
reformas.
•
La inclusión de temas universitarios en la Ley de Reforma Educativa
1565 emitida en 1994, donde el eje central, como se adelantó, es
la evaluación y acreditación, además del tema financiero.
•
El desarrollo de una serie de procesos conjuntos (universidades públicas
Estado) de formación de cuadros y desarrollo de procesos de evaluación
y acreditación. Cabe señalar sin embargo, que éstos
se desarrollaron en un marco de constantes tensiones, contradicciones y
ambigüedades por ambas partes.
•
El estancamiento de las relaciones universidad pública Estado.
•
El desplazamiento de la atención estatal hacia el sector privado,
orientada a la regulación, una vez más liderizada por los
procesos evaluativos, en este caso de las universidades privadas.
Respecto a los puntos anteriores cabe anotar algunas observaciones.
El Estado canaliza las propuestas de las agendas internacionales a través
de su agenda local, poniendo en el tapete la discusión sobre la
necesidad de regular, evaluar y acreditar las instituciones de educación
superior. Intenta instrumentarla incluyendo en la Reforma Educativa la
creación de un Consejo Nacional de Medición de la Calidad,
fuertemente resistido por la universidad pública boliviana que impugna
los artículos (23 y 51) que hacen referencia a ello.
En un escenario cargado de tensiones y conflictos, finalmente el Estado
opta por no aplicar dichos artículos, siendo débil su capacidad
de instrumentar la evaluación y acreditación mediante otras
alternativas, por lo que su accionar aparece como poco consistente, desarrollando
iniciativas aisladas, tales como la evaluación de la UMSS dirigida
por UDAPSO, seminarios, encuentros y una serie de evaluaciones externas
y acreditaciones de algunas facultades, en realidad solicitadas por estas últimas.
No fue posible, en esta etapa, constituir una Ley de Educación Superior,
ni crear un organismo de evaluación y acreditación; mucho
menos trabajar sobre la función social de las universidades públicas
o las características de la reforma universitaria, temas evidentemente
ausentes en la mente de los actores estatales.
Finalmente el Estado, ante la imposibilidad de actuar sobre las universidades
públicas y, en tanto, a sus ojos aparece el crecimiento de la educación
superior privada como la tendencia deseable, reorienta sus esfuerzos hacia
ella, que hasta entonces había pugnado por ocupar un lugar de mayor
relevancia y que se había expandido enormemente sin regulación
alguna, ante los ojos pasivos del Estado.
Se inicia, así, la primera ola de evaluaciones a las universidades
privadas, promovida e impuesta por el MECyD que apunta a la verificación
de condiciones mínimas de funcionamiento ocasionando el cierre de
algunas de ellas dadas las desastrosas condiciones institucionales e infraestructurales
en las que funcionaban.
Mas adelante, sin limitar la apertura de nuevas instituciones privadas,
se establecen reglamentaciones para ellas (RGUP) y para la apertura y funcionamiento
de las carreras de medicina en este tipo de instituciones que incluyen
importantes apartados dedicados a la evaluación y la acreditación,
definiendo indicadores, criterios y estándares, cuyos referentes
son extraídos del modelo institucional de las mismas carreras en
la universidad pública. Sobre la base de estos reglamentos, viene
una segunda ola de evaluaciones con un fuerte énfasis en la regulación
y control, actualmente en curso, sin dejar de sucederse decisiones y acciones
erráticas por parte del Estado.
Finalmente, el Banco Mundial (BM) introduce un importante fondo para reforma
universitaria, poco discutida en el ámbito local y siempre bajo
los parámetros de la agenda internacional, cuyos componentes son:
la creación de un Fondo Concursable de Mejoramiento de la Calidad
(Foncalidad); la Creación del Consejo Nacional de Acreditación
y Evaluación de la educación Superior (CONAES); la implantación
de pruebas piloto de aptitud nacionales para Bachilleres y acciones de
formación en gestión institucional que abarca tanto la gestión
de las universidades privadas como la gestión de los organismos
estatales. Estos son presentados como componentes de una primera etapa
de reforma, que sentaría las bases para ella; sin embargo, no existen
aun lineamientos de lo que será esta reforma futura.
En síntesis, la evaluación en Bolivia como política
tiene las siguientes características:
• Es una política de regulación sin regulación
formal, que deja vacíos y se impone por presión a través
de pactos y alianzas entre burocracias ministeriales y universitarias.
•
Pone énfasis en la acreditación y la evaluación burocrática
cuantitativa lejos de la perspectiva de mejoramiento.
•
Enfatiza la regulación y el ajuste pero hay ausencia de políticas
de mejoramiento que definan hacia donde se orienta el desarrollo del sector.
•
Está cargada de componentes políticos y pensada desde el
paradigma empresarial privatizador propio del periodo neoliberal.
•
Se sustenta en un análisis económico de la problemática
de la educación superior y demuestra ausencia de un enfoque académico
y social en la construcción de la misma.
• Tiene una visión cortoplacista modernizante, con ausencia
de reflexión sobre la función de las universidades más
allá de la profesionalización.
La evaluación como “subpolítica”: construcción
del discurso y práctica de la evaluación en las instituciones
universitarias
Como se indicó, la construcción de la política evaluadora
implica una dinámica entre la política y la subpolítica.
En esta segunda dimensión, los actores principales son los actores
universitarios, autoridades de los diferentes estamentos:docentes, alumnos,
equipos técnicos, que si bien son parte de una misma institución,
no actúan de manera homogénea y su participación tiene
pesos relativos en la construcción del discurso y la práctica
evaluadora.
Para hacer este análisis nos guiamos en los tres componentes de
las “subpolíticas” propuestos por Beck (1998: 144).
1) Cómo está institucionalmente organizada la “subpolítica”:
sus fuentes de poder, posibilidades de resistencia, potencialidades estratégicas
de acción, sus puntos de cambio y límites de influencia.
2) Con qué objetivos, contenidos, programas, es conducida y en qué campos
de acción: (oficios profesiones, sindicatos) ¿cómo
se materializa (se restringe, se implementa) y se impulsa la subpolítica
en una no-política? ¿Qué estrategias son utilizadas
y por parte de quién?
3) Qué formas y foros de organización de las subpolíticas
están surgiendo: hay polémicas en las instituciones sobre
ello? Se construyen coaliciones informales a favor o en contra de determinadas
opciones estratégicas, surgen grupos de trabajo especializados dentro
de los grupos profesionales? ¿qué grado de organización
muestran éstos?
Trataré de describir algunos de estos aspectos
a lo largo del texto.
Retomando la idea central de este apartado, la evaluación como subpolítica
se genera y se instala desde los espacios técnico burocráticos
universitarios de la universidad pública y es visible a partir de
dos elementos, la construcción del discurso evaluador y el desarrollo
de prácticas evaluadoras en el seno de las instituciones.
La construcción del discurso evaluador al cual hoy aludimos, procede
de una serie de transformaciones, de cambio de sentido del término
evaluación y de sus alcances. Se han dado un conjunto de movimientos
que hacen que la evaluación hoy tenga connotaciones diferentes a
la que aludíamos hace un par de décadas atrás. Esta
transformación se caracteriza por los siguientes
elementos.
• Desplazamiento de la dimensión didáctica a la dimensión
de acción administrativa.
•
Desplazamiento de la dimensión institucional interna, a la dimensión
pública.
•
Desplazamiento de su sentido de propiciadora de información hacia
el sentido de regulación y control.
•
Vaciamiento de su contenido pedagógico hacia la inclusión
de un fuerte contenido administrativo empresarial vinculado con los valores
de la calidad, excelencia, eficacia, efectividad, etcétera.
•
De componente de la política micro institucional a componente central
de las políticas nacionales en el marco de las políticas
de ajuste.
•
Desplazamiento de la evaluación como proceso autónomo a la
evaluación como insumo para la acreditación.
•
De objeto restringido, la acción pedagógica se ha transformado
hacia la constitución de una arena política de negociación
y conflicto.
Con esos elementos comienza, entonces,
a constituirse un nuevo discurso evaluador que se introduce en el discurso
universitario
llenando los vacíos que deja el discurso contestatario “basista” característico
de los setenta. Paulatinamente se sobreponen los valores de la calidad,
la excelencia, la eficiencia, la eficacia ante los valores de igualdad,
justicia, libertad, compromiso con el pueblo, etcétera. Se constituye
en la nueva bandera de los directivos universitarios, sinónimo de
modernización, de excelencia e innovación (Weise, 1998).
Sin embargo, los viejos valores no desaparecen, conviven en la ambigüedad
y se reacomodan, apareciendo y desapareciendo al son de las necesidades
políticas. Dentro del sistema universitario, se puede percibir una
doble lógica que, en gran medida, es resultado de la propia ambigüedad
característica de la universidad boliviana. En ella perviven: la
identificación con su rol político, popular y revolucionario,
ligado a los valores de la autonomía, el co-gobierno paritario,
la libertad de cátedra, la igualdad social, el ingreso libre, característico
de los setenta; junto al rol impulsor del desarrollo tecnológico,
modernizante y productivo ligado a los valores de calidad, eficiencia,
eficacia y equidad –casi tal cual aparecen en los documentos del
Banco Mundial– propio de los noventa. Esa doble lógica se
expresa tanto en importantes documentos universitarios (estatutos, reglamentos,
planes) como en la discusión particular sobre la evaluación
y acreditación (Weise, 1998).
Ahora bien, la manera en que se da este desplazamiento de la evaluación
en el sistema de la universidad boliviana no es llana y tampoco es producto
de una total imposición externa; al mismo tiempo, la construcción
del discurso evaluador en el campo de la subpolítica tiene un efecto
sobre el nivel de la política formal.
Al existir un vacío en la regulación y en la capacidad técnica
del Estado, es la propia universidad la que articula el discurso y desarrolla
la instrumentación para la concreción de la política
general, sin embargo, lo hace en una posición de confrontación
frente a este Estado, que a su vez, pretende desarrollar la política.
Esta confrontación es, no obstante, aparente pues al mismo tiempo
que se declara oposición frontal, se desarrollan acciones conjuntas
y se realizan acuerdos paralelos.
Así, es la propia universidad que reproduce los elementos discursivos
externos, los introduce a la cultura universitaria, los desarrolla desde
sus espacios técnicos y lo emplea como carta de negociación
frente al Estado y frente a los grupos de poder interno.
Esto es visible en hechos tales como:
• El mandato del CEUB a todas las instituciones de crear instancias
de evaluación y acreditación propias.
•
El rechazo a la creación del CONAMED dispuesto por la reforma educativa;
la interposición de una demanda de inconstitucionalidad de dichos
artículos y la consecuente creación del Sistema Nacional
de Evaluación y la CNEA-UB que, sin embargo, no se puso en funcionamiento
por la falta de apoyo de las instituciones.
•
Participación en foros debates y seminarios organizados por el gobierno
en una primera etapa, dando luego instrucciones a los equipos técnicos
de no participar en las actividades relativas a la evaluación, acusándo
al gobierno de no tomar en cuenta a las universidades públicas.
•
El éxito de muchas fórmulas electorales de los diferentes
estamentos universitarios que utilizan como base de sus propuestas el discurso
de la calidad y muestran como grandes logros de gestión las evaluaciones
realizadas y las acreditaciones logradas (independientemente de su efecto
real en la calidad).
•
El evidente predominio de los temas relativos a la evaluación y
acreditación, siendo el tópico central en todos los eventos
universitarios de importancia.
•
El desarrollo de procesos de evaluación y acreditación, en
acciones conjuntas con el Ministerio de Educación sin haber consensuado
los procedimientos ni criterios para hacerlo.
• La utilización de dichas acreditaciones
como supuestas garantías de calidad y, por lo tanto, como parte
del fortalecimiento de su imagen pública.
•
La evaluación como elemento identitario importante dentro de la
cultura universitaria, principalmente hacia fuera de la institución.
Vale la pena explicar un poco algunos de estos puntos.
El tenor de la construcción del discurso evaluador es la contradicción
permanente producida por las tensiones dentro-fuera, viejo y nuevo, oportuno
y peligroso. De ello, la universidad logra una combinación conveniente
para sí en el corto plazo, aunque no necesariamente apropiada para
sus fines institucionales.
Por una parte, la universidad boliviana asume una postura defensiva y combativa
de rechazo a la Ley de Reforma Educativa en nombre de los sectores populares,
centrándose en el tema polémico de la evaluación;
por otra, traslada el tema al interior de la universidad para responder
a la presión estatal y lo hace utilizando el mismo discurso proveniente
del gobierno. Así, aparentemente queda por sentado que la universidad
no se opone a la evaluación, que por el contrario, le interesa promoverla
desde dentro. De hecho las autoridades universitarias realizan una serie
de acciones, en una franca competencia interinstitucional para llevar adelante
procesos evaluativos logrando inclusive “acreditar” algunas
carreras. Sin que –como dijimos– se hayan convenido instancias
o procedimientos de acreditación.
Así se buscó, sin medir las consecuencias posteriores, jugarle
al Estado en su propio escenario discursivo. No se discute el valor de
la evaluación en sí, sino dónde se sitúa como
instrumento regulador, quién la maneja y controla y quizá con
qué criterios.
De esta manera, en medio de contradicciones y negociaciones, se van estructurando
respuestas y generando modificaciones al interior del sistema universitario
en estrecha relación con el discurso dominante de evaluación.
Tanto desde el gobierno como desde la opinión pública, la
agenda respecto a la educación superior se halla restringida, además
del presupuesto, al tema de la evaluación y acreditación.
Los asuntos relacionados con el mejoramiento o la reforma no se discuten
con la misma vehemencia.
La evaluación como práctica
El desarrollo y paulatina identificación con el discurso evaluador
genera la aparición de nuevos actores: asesores; especialistas;
técnicos ubicados en diferentes espacios universitarios, que de
alguna manera encabezan el desarrollo de los procesos de evaluación.
Aparece, consecuencia de este énfasis de una no-política,
como una actividad académica que, sin embargo, ha sido ya vaciada
de su componente académico.
Las instituciones del sistema de la universidad pública de manera
dispareja en cuanto a recursos destinados, invierten enormes esfuerzos
estructurando organismos de evaluación, muchas veces postizos, y
desarrollando todo tipo de procesos de evaluación cuya finalidad –más
allá de la acreditación inmediata, o el cumplimiento del
requisito– no queda clara.
Se identifican las siguientes características en dichos procesos:
• Enfoque anclado en las coordenadas del paradigma hegemónico:
calidad-excelencia-eficiencia-eficacia-efectividad.
•
Enfoque basado en la corriente empresarial que apunta al nivel institucional,
a la gestión, administración de recursos, cumplimiento de
metas, etc.
•
Equiparación de los términos medición, evaluación
e inclusive acreditación.
•
Desarrollo de prácticas diversas, aisladas en algunos niveles institucionales,
no conectadas con los niveles de planificación y ejecución.
•
Ausencia de reflexión colectiva y de compromiso de los actores para
viabilizar los resultados de las mismas.
• Predominio de evaluaciones burocráticas con fuerte énfasis
en la evaluación para la acreditación
•
Procedimientos generalmente cuantitativos que además resultan en
una visión general, pero formal y superficial de las características
institucionales.
•
La mayoría de las veces no posibilitan visiones de fondo de problemas
básicos que hacen a la calidad de los procesos como tampoco permite
aproximarse a todo aquello que es complejo y no matematizable.
•
Simplificación y homogeneización de la realidad, para que
esta pueda ser medida, cuantificada, comparada y quepa en los parámetros
predeterminados. La realidad plural y compleja de la universidad no es
considerada (Dias Sobrinho, 1989).
•
Énfasis en la legitimidad que otorga el desarrollo en sí del
proceso y pérdida de interés en el mejoramiento o la transformación.
La evaluación, con esas características, actúa principalmente
como legitimadora y no como transformadora. Al contrario de consolidar
lazos entre las universidades del sistema de la universidad pública,
poco estructurado, genera competencia entre las instituciones que lo componen,
alrededor de qué se evalúa, de qué tan rápido
se acredita y no así alrededor del mejoramiento de la calidad.
Se refuerza el discurso evaluador defensivo, legitimador, reactivo; útil
para la universidad hacia afuera pero conservador hacia adentro. En suma,
no está siendo empleada como una verdadera herramienta interna de
autorreflexión, mejoramiento o transformación.
Los pocos cambios que pueden observarse tienen un carácter parcial,
restringido a programas o unidades académicas y son justamente aquellas
que contaban previamente con mejores condiciones organizacionales.
En definitiva, los beneficios más importantes que ha proporcionado
la evaluación a la universidad, tienen que ver con el fortalecimiento
de su imagen pública a través del manejo de un discurso que
la coloca en buenas condiciones de negociación con el Estado, el
reconocimiento social, el afianzamiento de una identidad de permanente
mejoramiento, búsqueda de la calidad y modernidad, independientemente
de lo que se haya encontrado mediante los procesos de evaluación
o de la situación real de las instituciones.
En medio de las tensiones entre tradición y modernización,
entre la historia de las instituciones y la necesidad de cambio, la evaluación
surge como una respuesta no anclada en la identidad institucional, que
a su vez muestra en su seno la coexistencia de paradigmas opuestos, generando
impactos disarmónicos en el sistema universitario y sus instituciones.
Por un lado crea fuertes mecanismos de competencia interinstitucional y,
por otro, produce un silencioso rediseño institucional (Leite, 2000)
que se orienta cada vez más hacia la adaptación a los paradigmas
dominantes, y por ser justamente poco visible, de consecuencias inadvertidas
e inclusive no deseadas para la universidad pública.
La evaluación como política simple y como política
reflexiva
Beck entiende a la política simple como aquella política
que juega dentro de las reglas de juego, mientras que la política
reflexiva es una política modificadora de estas reglas y apunta
a una política de la política, una metapolítica que
concreta, por un lado, el cambio de sistemas de reglas de juego y por el
otro lado la cuestión de qué sistema de reglas de juego debe
elegirse.
En algunos casos se da una acción simultánea de la política
simple y la política reflexiva generando situaciones de ambivalencia.
Al mismo tiempo de participar en el juego intentan, inventar e implantar
nuevas reglas, con lo cual se ha perdido la perspectiva de qué es
lo que se estaba jugando. Es un cruce de lo normal y absurdo (Beck, 1998)
al que nos enfrentamos en todas partes.
Al parecer, la evaluación como política y subpolítica
en Bolivia es al mismo tiempo, política simple y política
reflexiva. La universidad ha pretendido cambiar las reglas de juego, dejándose
dirigir por ellas y jugando dentro de este sistema, cayendo así,
inevitablemente, en la ambivalencia y en el desgaste de sus propias iniciativas
que finalmente parecen haber sido derrotadas, constituyéndose en
una política “fachadista” (Beck, 1998), es decir, una
política que cambia los nombres pero que en el fondo sirve para
mantener los contenidos. La evaluación, por tanto, cumplió una
función legitimadora pero no transformadora.
Esto, sin embargo, no es atribuible a un imperativo estatal, el Estado
sigue sin concretarse como actor claro en la definición de las políticas,
pues aparece como quien intenta poner en marcha sucesos que de todos modos
están ocurriendo a pesar de él. En lugar de un estado de
acción autoritario, surgió un estado de negociación
que canalizó los discursos e intentó tener cierto control
sobre los sucesos, que de todas maneras, se imponen desde abajo o desde
afuera.
Sin embargo, el espacio de la subpolítica y, por tanto, de la política
reflexiva, deja grietas suficientes como para pasar de la reflexividad
a la reflexión, desmarcarse de las reglas de juego y quizás
elegir otro sistema de reglas apropiado a las necesidad de generar verdaderas
políticas de conocimiento y autoconocimiento ancladas en la identidad
institucional.
En el caso concreto de la evaluación me animo a proponer al menos
los siguientes movimientos, así como terminar con algunos cuestionamientos
que nos ayuden a destruir para autoconstruir, es decir, para generar políticas
reflexivas auto transformadoras.
• Desvinculación de la evaluación respecto a la acreditación.
•
Cambio de la mirada centrada en la evaluación a una mirada centrada
en el mejoramiento.
•
Redimensionamiento de los alcances de la evaluación como eje transformador
hacia la evaluación como uno más de los medios necesarios.
•
Desplazamiento del eje de discusión sobre cómo evaluar la
calidad hacia la discusión sobre qué es calidad para nosotros.
•
Desplazamiento de la atención respecto a cómo acreditar las
instituciones hacia qué tipo de instituciones queremos y qué tipo
de función social de la universidad pública deseamos priorizar.
•
Cambio de la mirada de la evaluación desde una visión económica
empresarial, hacia la construcción de un discurso evaluador con
una mirada educativa, pedagógica, a partir de un paradigma de lo
humano y social.
Esto viene de la mano, por supuesto, de una serie
de cuestionamientos compartidos en otros países (Mollis, 2001; Leite, 2001) que nos
permiten el derecho a la duda, a la apertura hacia una mirada propia del
discurso y la práctica evaluadora.
• ¿Cuál es el sentido de la evaluación hoy,
después de una década de procesos evaluativos?
•
¿Cuáles son los valores implícitos en las políticas
de evaluación y acreditación y qué valores dejaremos
que sigan presentes en estas políticas, que nosotros mismos impulsamos
y desarrollamos reproduciendo el discurso evaluador dominante?
•
¿En qué medida las políticas de evaluación resultan
pertinentes para mejorar la calidad de la educación universitaria?
•
Es posible pensar el concepto de evaluación sin el de calidad, y
a su vez, ¿es posible construir un concepto de calidad que
no nos refiera a la eficacia, la efectividad y la eficiencia?
• ¿Cuál es el o los modelos de evaluación que conducirán
a un verdadero cambio dentro de las instituciones? ¿Cuánto
es realmente el aporte que se puede esperar de la evaluación como
instrumento de cambio? Junto a esto, qué otras políticas se
necesita generar, que sean capaces de remover la anquilosada estructura universitaria
y orientar hacia la clarificación del tipo de institución
que se desea ser?
Quizá la reflexión y discusión sistemática
sobre estas preguntas permita definir la especificidad de las universidades
públicas en cuanto tales, al servicio de un verdadero interés
público y así poder trazar coordenadas propias de calidad
con un sustento pedagógico, cultural y social.
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